MAURIZIO BAGATIN
“Scrivo fumando senza tregua” - Luigi Pintor -
La primera vez
que volví a Italia - eran ya varios años que Bolivia me había adoptado - mi
sobrino me estaba esperando en Venecia, en aquel aeropuerto Marco Polo desde el
cual se puede admirar al suave humo de las neblinas padanas envolver todo el
valle, de una lado, y dejar a la imaginación subjetiva la majestuosidad de la
laguna, del otro.
Humo blanco, humo
gris, humo amarillo, húmedo, espeso, penetrante. Auténtico y palpable. Nos
salimos rápidos y rápidamente encendí una
Camel sin filtro, nos reímos… el frío nos hace fumar, la neblina es humo,
el nordest italiano era en humo. Nos
fumaremos unas rubias sin filtro, antes que nos fumen también a nosotros, le
dije.
Me acordé de
Cabrera Infante y a su exhilarante ensayo sobre el humo…
Al primer
autogrill nos paramos a tomarnos, yo mi primer café en años, y él una cerveza… aquel
café, cosechado en Brasil, en Colombia o quizás en México y tostado en Nápoles
o tal vez en Trieste o Turín reclamaba otra rubia, la encendí espontáneamente,
mi sobrino me miró - tan espontáneo - que me vino de preguntarle si él había
dejado de fumar. No había dejado de fumar pero, con la mismísima espontaneidad,
me avisó que en todos los locales públicos ya eran meses que estaba prohibido
fumar. Me la quitó de inmediato y la apagó bajo su clarks mirándose alrededor para asegurarse que nadie nos hubiera
visto. Hasta lo convivial de aquel humo
se había hecho humo…
La primera,
recuerdo muy bien, fue una asquerosísima MS, simplemente la abreviación del
Monopolio de Estado - por su sigla en italiano - que me causó una tos que
tuvieron que hacerme comer una patata
americana - un camote - para calmarla, y su dulzura me hiciera olvidar el
mal rato…
La última fue
gracias, o a causa, de Allen Carr, un economista inglés que fumaba más de cien
cigarrillos al día y que a los cincuenta años de edad decidió dejar el humo, lo
logró con el hipnosis y luego escribió el exitoso libro de autoayuda Es fácil dejar de fumar si sabes cómo… conmigo
funcionó. Yo estaba fumando solo unas cuarenta cuando decidí leerlo.
Sigo pensando en
Cabrera Infante - sus textos exhalan humo por toda página - y en la literatura a través del humo… Homero, si
existió no fumaría, Virgilio no pudo ni ver el humo de Nerón, Dante era
demasiado sobrio y le fue suficiente el humo del Infierno, a Cervantes tal vez le llegaron algunas hojas de tabaco
envueltas y de ahí el Quijote… pero no puedo imaginar una creación literaria
sin humo, un Pessoa sin el desasosiego del humo en el Bar Martinho da Arcada,
un Pavese que en el humo de sus cigarrillos encubaba enigmas existenciales, más
aun los meditaba en un silencio
espasmódico. Humo y ceniza adentro de la poesía de Montale… sus dedos amarillos y corroídos por la
nicotina… en la prosa de Papini, que con sus cigarrillos ahumaba soberbias
páginas descifrándolas luego a través de sus espesas lentes de culo de botella…
y cómo podría imaginarme una soledad sin humo en García Márquez - solo
cigarrillos y cafés pidió durante los meses de creación - y un Georges Simenon
sin su pipa sería como un ceci n’est pas
une pipe de Magritte, metafísica en humo…
Retorno a Cabrera
Infante, a su tabaquismo literario, placer perfecto y estímulo insatisfactorio,
encanto efímero y volupté
mallarmeana…
¿Qué sería de la
literatura con un Lord Henry sin su cigarro
con mezcla de opio, un Zeno Cosini sin su ultima sigaretta, sin la Maga que besándome y echándome en la cara el humo del cigarrillo y su aliento
caliente, me recobraba y nos reíamos…?
Quedaría la
autoayuda, la compostura, el new age
y puro humo.
Enero 2018
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