La actividad
comercial, su ejercicio legítimo, ha terminado por contextualizar las diversas
conmemoraciones como espacios de ferias. Banderas y franelas, armas de
juguetes, disfraces marciales, grabaciones de himnos, camuflados de fatiga,
para los festejos que recuerdan la independencia, una batalla importante, un
acto libertario.
Cada país
construye su épica, refuerza su honor, en ocasiones con altisonancias y
omisiones.
Los juguetes
infantiles, un libro, calcetines y medias, gorras, una dulzaina, para la
festividad más llena de sentido de la cristiandad. Y el retorno a los alimentos
de la tierra que convocan, otra vez, colectivos en la cocina. Es la navidad, mi
preferida.
El sentimiento de
un pasado heroico, en las celebraciones patrióticas; y recordar la historia de
un Dios que hizo de la pobreza y la humildad una aventura al cielo; han sido
averiados por el paganismo de un comercio que se constituyó en un fin en sí:
comprar para tener.
La navidad
generaba, tanto un sentimiento de compasión con el otro desvalido, como una
ocasión de indagar, frente al mar, los recovecos de la morada interior.
Hoy, el impulso
de viajar sin peregrinaje, incomodarse con los aguaceros y los derrumbes,
apenas si deja instantes para gozar el encuentro con uno mismo, avanzar en
aquella lectura demorada.
Antes, la
movilidad era satisfecha con los 24 kilómetros para llegar a la plaza de
Turbaco. Allí estaban las mesas de fritos aromando el aire fresco de la tarde
con el maíz tierno de las empanadas, los frijolitos molidos para los buñuelos,
la yuca de las carimañolas, y el picante casero en botellas tapadas con
envueltos de tusas secas. No mencionemos lo de hoy.
Nunca la casa fue
más casa que durante la navidad. También, hay que recordarlo, era la época de
las tragedias de amor. El compadre que quería suicidarse. La esposa que tuvo
cupo en su corazón para otro y se iba por la trocha a Venezuela. Pero, había
consuelo.
La época
preservaba los apegos que hacen de cada comunidad, un misterio para el otro.
Hasta la cortesía se manifestaba con sigilo. Un breve abrazo y el mejor deseo.
Un pudín, un pastel cartagenero, un plato de arroz de coco moreno.
Aquellos ritos
que empezaban con la muerte del pavo, borracho.
Lo mataré en la
próxima.
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De BAÚL DE MAGO
(Columna del autor en EL UNIVERSAL), 05/01/2018
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