Friday, January 5, 2018

RESCATAR NAUFRAGIOS

ROBERTO BURGOS CANTOR

La actividad comercial, su ejercicio legítimo, ha terminado por contextualizar las diversas conmemoraciones como espacios de ferias. Banderas y franelas, armas de juguetes, disfraces marciales, grabaciones de himnos, camuflados de fatiga, para los festejos que recuerdan la independencia, una batalla importante, un acto libertario.

Cada país construye su épica, refuerza su honor, en ocasiones con altisonancias y omisiones.

Los juguetes infantiles, un libro, calcetines y medias, gorras, una dulzaina, para la festividad más llena de sentido de la cristiandad. Y el retorno a los alimentos de la tierra que convocan, otra vez, colectivos en la cocina. Es la navidad, mi preferida.

El sentimiento de un pasado heroico, en las celebraciones patrióticas; y recordar la historia de un Dios que hizo de la pobreza y la humildad una aventura al cielo; han sido averiados por el paganismo de un comercio que se constituyó en un fin en sí: comprar para tener.

La navidad generaba, tanto un sentimiento de compasión con el otro desvalido, como una ocasión de indagar, frente al mar, los recovecos de la morada interior.

Hoy, el impulso de viajar sin peregrinaje, incomodarse con los aguaceros y los derrumbes, apenas si deja instantes para gozar el encuentro con uno mismo, avanzar en aquella lectura demorada.

Antes, la movilidad era satisfecha con los 24 kilómetros para llegar a la plaza de Turbaco. Allí estaban las mesas de fritos aromando el aire fresco de la tarde con el maíz tierno de las empanadas, los frijolitos molidos para los buñuelos, la yuca de las carimañolas, y el picante casero en botellas tapadas con envueltos de tusas secas. No mencionemos lo de hoy.

Nunca la casa fue más casa que durante la navidad. También, hay que recordarlo, era la época de las tragedias de amor. El compadre que quería suicidarse. La esposa que tuvo cupo en su corazón para otro y se iba por la trocha a Venezuela. Pero, había consuelo.

La época preservaba los apegos que hacen de cada comunidad, un misterio para el otro. Hasta la cortesía se manifestaba con sigilo. Un breve abrazo y el mejor deseo. Un pudín, un pastel cartagenero, un plato de arroz de coco moreno.

Aquellos ritos que empezaban con la muerte del pavo, borracho.

Lo mataré en la próxima.

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De BAÚL DE MAGO (Columna del autor en EL UNIVERSAL), 05/01/2018

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