Conocí a un
hombre que iba desnudo por el mundo. Se sentaba a fumar en los parques
solitarios. Vibraba con cada anochecer. Por las noches miraba las estrellas y
le pedía deseos a la luna cuando ésta brillaba en toda su redondez.
Se revolcaba por
la hierba y cuando comenzaba a llover, corría a la ventana y aspiraba el olor a
gente que soltaban las aceras y las calles.
Se detenía a ver
el vuelo imposible de una futura mariposa, se conmovía al ver a una anciana
descalza con un cabo de cigarro en la boca sin dientes, vendiendo la cajetilla
hambrienta.
Realmente era una
persona simple, se reía con frecuencia, caminaba torpe y como a todos le
asaltaba el stress, el cosquilleo en el estómago, esa sensación de vuelo cuando
divisamos a lo lejos un cabello escapado de la persona amada.
Era un hombre
desnudo, como pocos, yo lo conocí, nació varias veces de entre mis
piernas.
Amaba en todo su
derroche, sin dejar de ser egoísta con el sufrimiento ni con la alegría.
Era una sombra
que pasaba a veces por mi casa, llegaba lento, difuso, lejano y siempre se iba
rápido.
Era realmente un
hombre desnudo, un hombre con hambre y con sed, un hombre de orgasmos y
madrugadas.
Los hombres
desnudos no son de nadie, son del mundo, de los parques, de los olores, de las
sensaciones, de los sufrimientos.
Los hombres
desnudos llevan el destino amarrados con cadenas a sus pies y lo arrastran a
donde quiera que vayan. No son esclavos de nada, ni de nadie, no detiene su
andar la impertinencia de un reloj, ni lo ata la última moda.
Mi hombre desnudo
era así, su destino era inevitablemente el de partir, nadie sabe a dónde ( creo
que él nunca lo supo).
Era simplemente
un hombre desnudo, eso, sólo eso... mi hombre desnudo.
No comments:
Post a Comment