LOS ACÓLITOS de
Neruda lo han presentado siempre como un tipo de encanto sublime, curiosidad
infatigable y, quizá por lo mismo, experto en un sinfín de materias: la
botánica del sur, las grandes gestas de la patria, el canto de las aves, las
religiones orientales, la cultura obrera, las comidas del mundo… Solidario,
desde luego. Y no se pierde la oportunidad para decir que le encantaba jugar
con los niños, no obstante abandonó a su única hija. Este puro hecho ya hace
temblar la estantería. O la estatua.
Es innegable
que Pablo Neruda no fue tan perfecto como lo pintan. Pero seguro que también
está lejos del retrato grueso, caricaturesco incluso, realizado por Pablo
Larraín en su película Neruda. Si su intención era lograr un poeta más
real, con sus luces y sombras, el fracaso es rotundo. Porque en el filme vemos
a un Neruda bueno para el whisky y las mujeres y los banquetes, un tipo medio
frívolo e inconsciente, a ratos bobo, que vive las 24 horas del día atrapado en
su personaje de escritor.
Por trabajar el
antimito, Larraín olvidó por completo que ese mismo hombre que podía
distenderse en los burdeles era capaz de alcanzar niveles extraordinarios de
misterio y melancolía. Por
algo escribió Residencia en la tierra y por algo estaba
creando, ese mismo año 1948, en aquellos meses en los que se escondió en al
menos 11 domicilios, el Canto General. La escritura de este libro
cristaliza una convicción profunda de Neruda y de toda la izquierda, una
convicción que al director parece escapársele: la cultura ha sido siempre parte
de la lucha.
Igualmente a
brochazos se pinta el contexto político en las escenas de los congresistas en
el baño o el diálogo entre Neruda y Arturo Alessandri.
En Neruda
clandestino, un libro de José Miguel Varas algo condescendiente con el poeta
pero muy bien documentado, la conversación con el León es respetuosa y nada
tirante, en buena medida porque Alessandri no consideraba a Neruda un traidor,
y por lo tanto no vaciló en extenderle el permiso para faltar a las sesiones
del Senado. Más adelante, al momento de cruzar la cordillera, el dueño del
fundo (José Rodríguez, de derecha) no coloca ninguna objeción con que la fuga
sea a través de su propiedad, pues valora a Neruda más allá de las
discrepancias políticas. En ese entonces, fines de los 40 y principios de los
50, la sociedad chilena era harto más matizada que lo que muestra la cinta, y
el propio Neruda era respetado por todos los bandos.
Tratar a los
gigantes de nuestra cultura nunca ha sido fácil. Son figuras todavía cercanas
en el tiempo, con fundaciones, familiares y amigos que trabajan en la
construcción del mito. La ficción contribuye a socavar esas visiones
idealizadas, pero no da patente para caer en las más toscas simplificaciones o,
peor aún, para manejar el pasado a su amaño. Qué ganas de haber visto un Neruda
en toda su complejidad. Algo así como lo que hizo Andrés Wood en su Violeta
se fue a los cielos, donde una vida que es pura genialidad y energía
termina desperdigada y rota.
__
De LA TERCERA (Chile), 01/09/2016
No comments:
Post a Comment