PABLO CINGOLANI
El Paraíso.
Eldorado. Shangri-lá. Todos los seres humanos buscamos siempre, desde el primer
momento, lo mismo: lo que los guaraníes llaman, a su modo, la Tierra Sin Mal.
Cibola, Thule, la Ciudad de los Césares. Son otros nombres con que la historia
y la leyenda, la leyenda y la historia –que terminan, al final, siendo lo
mismo- designan el mismo sitio, ese lugar señalado, donde, para quien lo busca,
todo lo bueno sucedería. Itaca, el Caleuche (o la Revolución Cultural de Mao),
las Amazonas: la lista es infinita, y ahora que mezclo mitos, medios y seres
que redimen, da lo mismo, siempre es igual: sólo se trata de eso. Se trata de
encontrarla, se trata de buscarlo. El socialismo, la guitarra eléctrica, la
poesía, el rock, giran como trompos insomnes y nos devuelven la marca y la
mueca del mismo espejo donde, y quien lo desmentiría, nos miramos todos o nos
queremos mirar o no nos animamos a hacerlo, y bueno, qué decir, así llegamos,
bien, mal, más o menos, al siglo XXI.
El siglo XXI
empezó el 11 de septiembre de 2001, casi-casi en tiempo cronológico pero, sin
dudas, en tiempo real. Ese día, en un impecable uso y abuso del tiempo real,
del tiempo de la realidad-real, esa que se televisa, ese que condena a la
abolición todos los sueños, ese día, vivieras allí donde sucedió o lo hicieras
en cualquier parte, ese día, el mundo cambió para siempre. Y no lo hizo en un
proceso de milenios –como fue el primer gran paso, el acceso al neolítico-, o
de siglos –como fue la llegada al monoteísmo o a la carta de derechos-, ni
siquiera de décadas –como los cambios tecnológicos que vivíamos dentro del
capitalismo. No. En un día, en un solo día, como lo que narra el Génesis o el
Popol Vuh, vivimos el apocalipsis, la muerte, la transfiguración y la
resurrección del mundo tal y como lo conocíamos.
Y el mundo
emergente de ese día totalizador de la historia del mundo y de su destrucción
como tal, es, sin dudas, el peor de los mundos. Motivo: no estaba escrito, no
estaba pensado, no estaba previsto que llegásemos a semejantes niveles de
barbarie. Algunos incautos creerán que estoy hablando de los árabes, pero no:
estoy hablando de los que mandan, de los poderosos, del complejo
militar-industrial norteamericano. Sí, el mismo que denunció Eisenhower. Ellos
armaron el 11S con un solo propósito: condenarnos a la tierra baldía (Eliot),
esa tierra baldía que es producto del imperio de la usura (Pound). Digan si el
capitalismo financiero que nos domina, combinado con la esterilidad rampante e
impune del pensamiento único y la globalización cultural que promueven los
medios masivos de comunicación, no son el peor de los mundos. Y no estaba
escrito, no estaba pensado: simplemente sucedió, simplemente ellos lo
hicieron. Tres lustros lo mismo. Nada que decir, nada que hacer, nada que
contar: nada de nada. El mundo post 11S es eso, es el mundo zombi con el que
soñaban tipos como Rumsfeld, es el mundo donde no hay más Che Guevaras, ni
puede haberlos. Es el mundo de la realidad-real en tiempo real, donde ya lo dije:
lo que manda, lo que camina por la calle, lo que se trepa a las conciencias y
las envenena, es la abolición de los sueños, incluyendo el sueño eterno, ese
con el que soñaba Castelli, el de Tiwanaku: la revolución.
Entonces, viene
el tiempo real de la realidad-real que vivimos o mejor: padecemos. Y que
mistifica todo. Y entonces, peleamos porque haya comida para los más pobres,
porque si no comen, se mueren de hambre como en Etiopía o como en La Matanza,
en la Argentina. Y peleamos porque los últimos pueblos indígenas de la Amazonía
puedan vivir, y no los maten las petroleras o los madereros. O peleamos porque
no nos tape la basura que se enseñorea en los océanos y en las ciudades. O lo
hacemos por los derechos de los pajaritos o de los maricas o del clima o de las
mujeres golpeadas. Pero ya no creemos que haya que pelear por buscar y acaso
encontrar la Tierra Sin Mal.
Vivimos,
sobrevivimos, mal vivimos, babeamos, en el infierno tan temido y tan
dantesco: hemos abandonado toda esperanza. La revolución, bien gracias,
encajonada junto con el nomadismo y la poética de los lugares salvajes, esos
que bastardea la caja boba y Bear Gyllis. La revolución, ¿para qué? ¿Para qué
nos terminen de matar a todos? ¿Acaso no sabés que los norcoreanos están todos
locos y drogados por el demente que los gobierna? Vivimos en la Tierra del Mal
y nos convencieron que buscar la otra, donde el mal no existe, es una
pelotudez. Prendé la tele, tomate un prozac y dejate de joder.
Nueve noches, la
novela autobiográfica de Bernardo Carvalho, es uno de los libros que me
llevaría a una isla, si fuera el caso. Es un texto que habla de los indios, que
se están muriendo, pero sobre todo, habla sobre nosotros, que estamos
agonizando. Entre sus páginas, transcribe un extracto de un poema de ese mundo
que desapareció, junto con los sueños de todos, aquel infausto 11S. Es un poema
de Drummond, titulado Elegía 1938, imagina todo el tiempo perdido y hasta cómo
nos roban las ideas, los que te dije.
El poema dice
así: “Trabajas sin alegría para un mundo caduco,/ donde las formas y las
acciones no encierran ningún ejemplo./ Practicas laboriosamente los gestos
universales,/sientes calor y frío, falta de dinero, hambre y deseo sexual. […]
Corazón orgulloso, tienes prisa por confesar tu derrota/ y postergar para otro
siglo la felicidad colectiva./ Aceptas la lluvia, la guerra, el desempleo y la
injusta distribución/ porque no puedes, tú solo, dinamitar la isla de
Manhattan”.
Me metí en
internet a buscar una cita y encuentro una perla negra, que bien vale una misa
y un final de escrito. Si querés lo escuchás a Caetano Veloso, diciendo lo
mismo, el poema y (casi) el texto en: https://www.youtube.com/watch?v=AqNjbqQwOzE
Mensaje final: te
lo dejo a vos.
Río Abajo, 16 de
septiembre de 2016
Aniversario de la
“fusiladora”. Gloria y honor a Felipe Vallese y a todos los mártires de la
resistencia peronista.
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Fotografía: El Colibrí Celestial, Colibrí Azul (Cultura Mbya Guaraní)
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