PABLO CINGOLANI
Hacía tiempo que
en La Promisoria no moraba nadie salvo Juan Camacho Vilte y el viento y la
certeza de que ese viento era implacable y feroz pero mágico.
Hacía tiempo que
dejó de existir el dinero, se cerraron los culos y las tiendas, se fueron
Mister Lawson y su corte de baronesas del reino de lo insensato; hacía tiempo
que en La Promisoria sólo la piedra era monarca, dueña y señora y déspota de
esos horizontes sin jinetes y sin límites donde solamente Juan de la Cruz
Camacho Vilte insistía, persistía y contaba la memoria de esas piedras y de las
anteriores y así para atrás hasta la primera piedra, esa que el gran Viracocha
echó a rodar por el universo.
Un día, el Vilte
se hartó de raspar el bórax y lloró seco por su nada de charque y de mote, su
nada de coca ni velas ni mujer, su nada de nada, y un día, el Vilte amarró
fuerte su Santiago y se marchó rumbo a otras montañas.
Una noche, el
Vilte, me narró esta historia mientras bebíamos toneles en una pascana en Llica
pero él ya no recordaba si sus pasos vinieron del norte o del sur o del este y
si en realidad la mina, La Promisoria, existió alguna vez, como tampoco
recuerdo ahora, que lo escribo, si esa noche, el Vilte, era presencia, si
existió o si solamente era viento -eso mágico, ese que del vacío funda
imperios, moldeando seres y cosas, tejiendo historias con la piedra invencible.
La Paz, 1991
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De BOLPRESS, 05/09/2016
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