Saturday, September 17, 2016

Compasivo Nuremberg

JORGE MUZAM

Leo las cartas de Faulkner. En algún momento se manifiesta categórico: «Mi ambición, como persona reservada que soy, es que me borren y echen de la historia, sin dejar rastro, sin más restos que los libros publicados; ojalá hace treinta años hubiese tenido suficiente perspicacia para prever lo que iba a ocurrir como algunos isabelinos, y no los hubiese firmado. Es mi propósito que, vencidos todos los esfuerzos, la esencia y la historia de mi vida, que en la frase equivalen a mis exequias y mi epitafio, sean ambas: Compuso libros y murió».


Donoso confió sus papeles íntimos a la Universidad de Iowa. Su mundo paralelo, su sincericidio transcrito minuciosamente durante décadas. Cartas, diarios, bocetos de novelas. Usando esos documentos, multitud de conversaciones, entrevistas y la propia memoria, su hija Pilar escribió su versión biográfica titulada Correr el tupido velo. Confluye en ese libro el hombre y el escritor, el hogar y la época, la desnudez y la máscara, la circunspección y la paranoia. En este caso fue José Donoso quien pidió ser biografiado tras su muerte. Al fin y al cabo ya no tenía a quien dar explicaciones.


Joyce no corrió mejor suerte con sus Cartas a Nora Barnacle. Festín de fisgones literarios. Aunque creo que a él bien poco le habría importado.

Faulkner, Donoso y Joyce prescindieron de la contienda política explícita, de las escaramuzas socialistas condenadas al fracaso, del tiempo disuelto en agua maldita. Intentaron no sumar problemas al morral cotidiano para concentrarse exclusivamente en la literatura. Y en el alcohol. Letras puras. Mundos alternos. Novelas estucándose desde dentro, abriendo pasadizos sorpresivos, ventanas al cielo y al infierno. La mente asumida en su divinidad creadora. Pasos en falso, puentes levadizos, oscuridad laberíntica sumando caracteres al libro en blanco de Vintila Horia. Ese era su escudo visible, su fortín, su contribución al escrutinio de la condición humana, al pálpito del siglo. 

José Donoso arremete con una buena frase: "Para conocer la verdad no hay camino más seguro que una mentira llamada novela".  Joyce da la estocada certera: "No escribo sobre algo. Escribo algo". 

Y aquí me tienen. Mi ficción es una alfombra persa. Sobrevuela sin bombardear. Aterriza forzosamente en islas desoladas. No soporta un pelícano gordo. Mis cartas siguen en manos hostiles, alimentando estufas proletarias y polillas ignorantes. Mis monstruos tienen bozal, ojeras para el espanto, patas traseras amarradas al cedro. Mis diarios en stand by. Esperando el respeto, el silencio, el despoblamiento del planeta, un Nuremberg compasivo con los miles de Atilas que se acuchillan en mi mente. Quienes husmean mis discos duros se sienten zaheridos, como únicos interlocutores y destinatarios de mi maldad. Y la verdad es que tengo cuentas pendientes con mi época, con mis actos, con mi destino, con las ofensas gratuitas a quienes quise, con las ratas que quisieron tocarme la oreja, con el tiempo que me hace zancadillas, que se burla ostentando sus relojes desbocados...

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De CUADERNOS DE LA IRA, blog del autor, 09/2015

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