JORGE MUZAM
Leo las cartas de
Faulkner. En algún momento se manifiesta categórico: «Mi ambición, como persona
reservada que soy, es que me borren y echen de la historia, sin dejar rastro,
sin más restos que los libros publicados; ojalá hace treinta años hubiese tenido
suficiente perspicacia para prever lo que iba a ocurrir como algunos
isabelinos, y no los hubiese firmado. Es mi propósito que, vencidos todos los
esfuerzos, la esencia y la historia de mi vida, que en la frase equivalen a mis
exequias y mi epitafio, sean ambas: Compuso libros y murió».
Donoso confió sus
papeles íntimos a la Universidad de Iowa. Su mundo paralelo, su sincericidio
transcrito minuciosamente durante décadas. Cartas, diarios, bocetos de novelas.
Usando esos documentos, multitud de conversaciones, entrevistas y la propia
memoria, su hija Pilar escribió su versión biográfica titulada Correr
el tupido velo. Confluye en ese libro el hombre y el escritor, el hogar y
la época, la desnudez y la máscara, la circunspección y la paranoia. En este
caso fue José Donoso quien pidió ser biografiado tras su muerte. Al fin y al
cabo ya no tenía a quien dar explicaciones.
Joyce no corrió
mejor suerte con sus Cartas a Nora Barnacle. Festín de fisgones
literarios. Aunque creo que a él bien poco le habría importado.
Faulkner, Donoso
y Joyce prescindieron de la contienda política explícita, de las escaramuzas
socialistas condenadas al fracaso, del tiempo disuelto en agua maldita.
Intentaron no sumar problemas al morral cotidiano para concentrarse
exclusivamente en la literatura. Y en el alcohol. Letras puras. Mundos
alternos. Novelas estucándose desde dentro, abriendo pasadizos sorpresivos,
ventanas al cielo y al infierno. La mente asumida en su divinidad creadora.
Pasos en falso, puentes levadizos, oscuridad laberíntica sumando caracteres al
libro en blanco de Vintila Horia. Ese era su escudo visible, su fortín, su
contribución al escrutinio de la condición humana, al pálpito del siglo.
José Donoso
arremete con una buena frase: "Para conocer la verdad no hay camino más
seguro que una mentira llamada novela". Joyce da la estocada
certera: "No escribo sobre algo. Escribo algo".
Y aquí me tienen.
Mi ficción es una alfombra persa. Sobrevuela sin bombardear. Aterriza
forzosamente en islas desoladas. No soporta un pelícano gordo. Mis cartas
siguen en manos hostiles, alimentando estufas proletarias y polillas
ignorantes. Mis monstruos tienen bozal, ojeras para el espanto, patas traseras
amarradas al cedro. Mis diarios en stand by. Esperando el respeto, el silencio,
el despoblamiento del planeta, un Nuremberg compasivo con los miles de Atilas
que se acuchillan en mi mente. Quienes husmean mis discos duros se sienten
zaheridos, como únicos interlocutores y destinatarios de mi maldad. Y la verdad
es que tengo cuentas pendientes con mi época, con mis actos, con mi destino,
con las ofensas gratuitas a quienes quise, con las ratas que quisieron tocarme
la oreja, con el tiempo que me hace zancadillas, que se burla ostentando sus
relojes desbocados...
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De CUADERNOS DE
LA IRA, blog del autor, 09/2015
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