Traduzco
libremente un panfleto leído estos días, On vaut mieux que ça(Flammarion,
2016) –tiempo de panfletos y libelos éste y de no dejar que la ciénaga se
endurezca como hormigón armado de búnker–, escrito por nueve jóvenes franceses
que plantean cuestiones sangrantes de la supervivencia de los invisibles
sociales y apuntan caminos de cambio que enlazan con lo publicado en este
diario acerca de Jóvenes en Pie. Panfletos necesarios, como los libros de viajes,
para pervertir a los que están en reposo, a la España que bosteza, a la muerta
viva.
Los jóvenes de
«Valemos más que esto» denuncian lo que parece estar ya muy denunciado, pero
que, convertido en lugar común y rutina negra, queda aparcado en un limbo
informativo que no molesta y no causa problema alguno (las añagazas del
sistema): precariedad laboral extrema, en jóvenes, sí, pero también en viejos o
en desechables; trabajos indignos o en condiciones que lo son, mientras que los
bonzos y mandarines predican dignidad; inseguridad en la vivienda habitual bajo
amenaza de desahucio si el castillo de naipes cae, porque está hecho para eso,
para que se venga abajo, solo o soplando; el problemático acceso a una
educación de calidad para una clase social abatida; el desprecio del gobernante
hacia el gobernado, ejercido sin respuesta a diario; consumismo de nula calidad
y agotamiento ahogador de ingresos, algo que hace pensar en un sistema de
semiesclavitud de nuevo cuño como el que se practicó en la explotación minera o
cauchera americana: trabajo a cambio de bienes de supervivencia en una rueda
infernal sin escape posible; libertades constitucionales cuyo ejercicio te
cuesta un porrazo o una multa, como denuncia Franz Biberkopf en Berlin
Alexanderplatz; empobrecimiento de hecho, por mucho que se trabaje; paro
vergonzante; estigmatización del perdedor, formaciones académicas o
profesionales inútiles, precariedad sanitaria progresiva, servicios sociales
mínimos y degradados… ¿Qué más? Mucho más.
Cuando bonzos,
mandarines, expertos, cabezas pensantes o porratenientes hablan
de dignidad y coraje, de «grandes valores», de emprendimiento, de bienestar, de
futuro, del luminoso día después de la crisis y otras mandangas, ¿en realidad
de qué hablan? Porque cuando, por ejemplo, hablan de soluciones lo que hacen es
causar problemas que otra clase social padece, no la suya. Es hora de
preguntarlo, no a ellos, que no escuchan, encerrados en sus guetos, sino
a nosotros mismos y hacer pública la respuesta: humo y un engaño permanente.
Está claro que no
peroran del futuro y mucho menos del presente de los invisibles sociales
–jóvenes o menos jóvenes–, ni de ese bien común del que se ha dejado de hablar
porque si existe, es residual. Palabras reales contra palabras de madera de
chopo (tinieblas de otro tiempo) y sacos de humo. Hacerse visible, moleste o
deje de molestar esa presencia turbadora.
Para los
mandarines la gente que anda por la calle con su drama a cuestas y da a la
realidad «un aspecto presentable» es invisible, desconocen de manera obscena el
día a día de la gente sobre cuya chepa medran. Y desde su posición de
privilegio, de ganadores y de vencedores, dan lecciones. Su visión de la
realidad es la única realidad y se sirven de los medios de comunicación para
imponerla.
Curioso, ese
«valer más» del texto que comento es el fundamental argumento de Lope
de Aguirre en su carta de rebelión a Felipe II. Rebelión,
pero pacífica, de guerrilla cultural en el caso de Jóvenes en Pie, de
organización social en el caso de los jóvenes franceses de On vaut
mieux que ça que se presentan como videoastas, internautas
y ciudadanos en pos de una vida de verdad digna.
Rebelión,
pacífica la suya, dicen, contra una forma de vida impuesta no sólo por los
gobernantes, sino también por quienes manejan sus hilos, por quienes hacen de
voceros y cabezas pensantes del sistema y por los beneficiarios directos de ese
sistema. Rebelión contra los que dan lecciones y saben, a su conveniencia, cómo
tiene que ser nuestra vida y cómo no, recuperar espacios populares, movimientos
de barrio, hacerlos poderosos, como fueron contra una dictadura porque en otra
estamos, esa en la que los golfos apandadores acuden al baile de los ladrones
disfrazados de estatuas de la libertad con una urna bajo el brazo en forma de
cuerno de la abundancia. Happening no, una durísima realidad
que padecemos sin rebelarnos.
«Su crisis es su
final, pero sobre todo nuestro comienzo», porque valemos más, dicen, no con la
lanza en la mano, como Aguirre, sino con esa palabra que no hay que dejarse
arrebatar, ni a porrazos ni a multazos. Por muy irreal o utópico que suene,
tiene que haber un camino de salida, una puerta de socorro, en manos de los que
saben que valen más, mucho más, de lo que los poderosos les conceden a modo de
barato de timba.
(*) Miguel
Sánchez-Ostiz es escritor y autor del blog Vivir de buena gana. Su última obra publicada es El Botín
(Pamiela, 2015).
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De CUARTO PODER, 24/08/2016
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