Había que ponerle
fecha. Dijimos: septiembre. Sentimos su primer calor. Sentimos el comienzo del
metálico crujir de la nieve. Sentimos el revivir del agua, el despertar gozoso
de los arroyos, la colosal carcajada de los ríos. Un día, partimos.
Fotografías.
Kilómetro 0. Caravana. Hay memorias que no ceden: almorzar en Achacachi, cuando
era pueblo fiero, no una aburrida ciudad intermedia. Achacachi: cerveza.
Achacachi: todo lo que advertiste que te manca, búscalo u olvídalo. Achachachi:
fin de un mundo, principio de otro, cada vez más agreste, cada vez más humano,
cada vez más verdadero, cada vez más peligroso. Así era.
Hitos. Carabuco.
Si no has visto de su iglesia, el interior, no has visto nada. Hitos. El río
Suches. A su banda, Escoma: más cerveza. No hay más, más allá, recuérdalo. Sólo
habrá pampa, altipampa, y soledad, no cerveza. Sólo habrá signos, señales, y
montañas, no cervezas. Un Cristo que sigue en pie, un Cristo que fue dinamitado
por los senderistas, un sapo gigante, una roca, que nadie osó volar, nadie
osaría. Hitos. Ulla Ulla. Un solitario cartel que marca una cifra
escalofriante: 4600 metros de altura sobre el nivel del mar.
Había que partir.
Dijimos: septiembre. Un día, el sol a rabiar en las cordilleras kallawayas te
despeñaba en sueños. No hay epifanía más potente que ver el Akamani a la
distancia. Otro día, nevaba y nevaba. Cuando nieva, vas y juegas. Cuando nieva,
ves nevar. Cuando nieva, de noche, bajando desde la apacheta del Katantika, por
una cinta de piedra que intenta amarrar al cerro para que no se caiga, rezas.
Rezas al dios que
forjó Apolobamba y todas las montañas. Rezas a dioses más próximos, más
piadosos. Rezas a pequeños dioses, muy amables, muy queribles, muy protectores:
el Santo Niño de Atocha y la Virgen Niña. Cuando vuelves a respirar, ves las
queñuas. Un valle estrecho pero lleno de queñuas. Deja vú de arrayanes y Bambi.
Celebras. Por Yossi, en la misma mesa donde lo velaron. Celebras. Porque la
vida sigue. Celebras. ¿Te acuerdas, Reynaldo? ¿Te acuerdas mi mallku? No
conoces los Andes si no conoces Pelechuco.
No conoces los
Andes si no te olvidas, por una vez, lo que dejaste atrás. No conoces los Andes
si no eres capaz de quemar los tapices donde has escondido los despojos. No
conoces los Andes si no te inoculas todo el viento que puedas procurarte y
suspendes las palabras que solían salvar t u alma. Eso aprendí, cuando buscamos
el hielo. Eso aprendí, tras que la sangre bendijo esa tierra. Eso no olvido.
Porque eso, no se puede olvidar.
Esa vez,
peregrinamos con Gonzalo-Amauta hasta la primera hilacha del glaciar. Fue el
día que wilancheamos al cerro-guía, al Machu Katantika. Debajo quedaron la
apacheta y los yatiris y los mineros, farreando. Debajo quedaron los
periodistas y nuestros amigos y compañeros de ruta, farreando también. Debajo
quedaron los miedos, todos los miedos.
Septiembre.
Cuando nos quedamos solos. Septiembre. Cuando nos quedamos solos con el
destino. Septiembre. Cuando empezamos a honrarlo, a caminar, otra vez, piedra
sobre piedra, rumbo al cielo. El cielo se llamaba cielo o se llamaba Puina.
Retamas, ríos, romeros, ronroneos de jaguar, Rosario del Tuichi: allá fuimos.
Río Abajo, 20 de
septiembre de 2016
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Fotografía:
Nevado Katantika
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