MARTÍN CAPARRÓS
Algo me molestó
desde el principio. Llegué al moritorio de la madre Teresa de Calcuta, en
Calcuta, sin mayores prejuicios, dispuesto a ver cómo era eso, pero algo me
molestó. Primero fue, supongo, un cartel que decía "Hoy me voy al
cielo" y, al lado, en un pizarrón, las cifras del día: "Pacientes:
hombres: 49, mujeres: 41. Ingresados: 4. Muertos: 2". En el pizarrón no
existía el rubro "Egresos". En el moritorio de la madre Teresa, su
primer emprendimiento, la base de todo su desarrollo posterior, no hay espacio
para curaciones.
La señorita Agnes
Gonxha Bojaxhiu, también llamada Madre Teresa de Calcuta, consiguió en sus
últimos veinticinco años una fama y un apoyo internacional extraordinarios. Le
llovieron medallas, donaciones, premios, subvenciones, todo tipo de dinero para
que ayudara a los pobres del mundo. La señorita Bojaxhiu nunca hizo públicas
las cuentas de su orden pero se sabe, porque ella se jactó de eso muchas veces,
que fundó, con ese dinero, alrededor de quinientos conventos en cien países.
Pero no fundó una clínica en Calcuta.
Hay un par de
ideas fuertes detrás de todo eso. Sobre todo, la idea de que la vida —ellos
dirían "esta vida", como si hubiera muchas— es un camino hacia otra,
mejor, más cerca del Señor: si no fuera así, a nadie se le ocurriría dedicarse
a que esa gente muriera mejor y, quizás, en cambio, pensarían en mejorar sus
vidas. Y la idea de que el sufrimiento de los pobres es un don de Dios:
"Hay algo muy bello en ver a los pobres aceptar su suerte, sufrirla como
la pasión de Jesucristo —dijo la madre Teresa—. El mundo gana con su
sufrimiento".
Por eso, quizás,
la religiosa les pedía a los afectados por el famoso desastre ecológico de la
fábrica Union Carbide, en el Bhopal indio, que "olvidaran y
perdonaran" en vez de reclamar indemnizaciones. Por eso, quizás, la
religiosa fue a Haití en 1981 para recibir la Legión de Honor de manos de Baby
Doc Duvalier —que le donó bastante plata— y explicar que el tirano "amaba
a los pobres y era adorado por ellos". Por eso, quizás, la religiosa fue a
Tirana a poner una corona de flores en el monumento de Enver Hoxha, el líder
estalinista del país más represivo y pobre de Europa.
Pero quizá no fue
por eso que salió a defender a Charles Keating. Keating era un buen amigo de
los Reagan —que recibió a la religiosa más de una vez— y uno de los mayores
estafadores de la historia financiera norteamericana: el fulano que se robó,
por medio de una serie de maniobras bancarias, 252 millones de dólares de
pequeños ahorristas. Keating le había donado a la religiosa 1.250.000 dólares y
le solía prestar su avión privado. Cuando lo juzgaron, la religiosa mandó una
carta pidiendo la clemencia del tribunal para "un hombre que ha hecho
mucho por los pobres". Fue enternecedor. Pero cuando el fiscal le pidió
que devolviera la plata que Keating le había dado —robada a los pequeños
ahorristas—, la religiosa no se dignó contestar nada.
En el moritorio
de Calcuta, la sala de los hombres tiene quince metros de largo por diez de
ancho. Las paredes están pintadas de blanco y hay carteles con rezos, vírgenes
en estantes, crucifijos y una foto de la señorita también llamada madre con el
papa Wojtyla. "Hagamos que la iglesia esté presente en el mundo de
hoy", dice la leyenda.
En la sala hay
dos tarimas de material con mosaicos baratos, que ocupan los dos lados largos:
sobre cada tarima, quince catres; en el suelo, entre ambas, otros veinte. Los
catres tienen colchonetas celestes, de plástico celeste, y una almohada de tela
azul oscuro; no tienen sábanas. Sobre cada catre, un cuerpo flaco espera que le
llegue la muerte.
El moritorio de
la madre Teresa está al lado del templo de Khali y sirve para morirse más
tranquilo, dentro de lo que cabe. La madre Teresa lo fundó en 1951, cuando un
comerciante musulmán le vendió el caserón por muy poco dinero porque la
admiraba y dijo que tenía que devolverle a dios un poco de lo que dios le había
dado. Desde entonces, los voluntarios recogen en la calle moribundos y los
traen a los catres celestes, los limpian y los disponen para una muerte
arregladita.
—Los de las
tarimas están un poco mejor y puede que alguno se salve.
Me dice Mike, un
inglés de 30 con colita, tipo bastante freakie, que se empeña en hablarme en
mal francés.
—Los de abajo son
los que no van a durar; cuanto más cerca de la puerta, peor están.
En la sala se
oyen lamentos pero tampoco tantos. Un chico —quizás sea un chico, quizás tenga
13 ó 35— casi sin carne sobre los huesos y una bruta herida en la cabeza grita
Babu, Babu. Richard, grande como dos roperos, rubio, media americana, maneras
de cura párroco en Milwaukee, comprensivo pero severo, le da unos golpecitos en
la espalda. Después le lleva un vaso de lata con agua a un viejo que está al
lado de la puerta. El viejo está inmóvil y la cabeza le cuelga por detrás del
catre. Richard se la acomoda y el viejo repta con esfuerzo para que le cuelgue
otra vez.
—Este está muy
mal. Entró ayer y lo llevamos al hospital pero no lo aceptaron.
—¿Por qué?
—Por dinero.
—¿Los hospitales
no son públicos?
—En los
hospitales públicos te dan cama para dentro de cuatro meses. No sirve para
nada. Nosotros tenemos una cuota de camas en un hospital privado cristiano,
pero ahora las tenemos todas ocupadas, así que cuando fuimos nos dijeron que
no. Acá no estamos en América; acá hay gente que se muere porque no hay cómo
atenderla.
Richard me cuenta
sobre uno que entró hace un mes con una fractura en la pierna: no lo pudieron
atender y se murió de la infección. Y está dispuesto a seguir con más casos.
Parece que acá no es tan raro que alguien se muera antes de los últimos
esfuerzos.
—No podemos
curarlos. No somos médicos. Tenemos un médico que viene dos veces por semana,
pero tampoco tenemos equipos ni ciertos remedios. Lo que hacemos es
confortarlos, cuidarlos, darles afecto, ofrecerles que se mueran dignamente.
Hay algo que me
suena raro en todo esto. Richard le acaricia la cabeza al que insiste en
colgarla; más allá, Mike le sostiene la mano a uno con un vendaje que le
atraviesa el pecho. Los acompañan: no tienen un idioma común así que no pueden
hablarse, o quizás no ganarían nada con hablarse. Richard va a buscar una
sábana para tapar al viejo de cabeza colgante. Hace solo 35 grados y el viejo
tiene frío. En Chicago, Richard estudia Medicina, pero ahora dice que no sabe
si va a poder volver a soportar aquello. Y dice que tampoco podría soportar
esto todo el tiempo, pero que no soportaría ser doctor y no atender a estos
tipos. A veces llega un punto en que soportar es muy difícil. Richard es un
Clark Kent buenazo con mentón imponente y es muy católico, familia de
irlandeses, y dice que dios le va a decir qué hacer.
—O sea que no hay
ninguna posibilidad de que lo atienda un médico.
—No.
-¿Y entonces?
—Y entonces se va
a morir hoy o mañana.
Richard lo dice
como quien dice: llueve. O incluso: quizás llueva. Debe ser difícil
pronunciarlo así.
La señorita Agnes
Gonxha Bojaxhiu, también llamada Madre Teresa de Calcuta, nunca se privó de dar
sus opiniones. En Irlanda, por ejemplo, en 1995, un referéndum sobre el
divorcio encendía pasiones. Irlanda era el último país de Europa sin divorcio,
y los márgenes se anunciaban estrechos. Entonces la religiosa —que no tenía
nada que ver con Irlanda— participó de la campaña pidiendo el voto en contra.
Los divorcistas ganaron con el 50,3 por ciento. Pocos meses después, su nueva
amiga, lady Diana Spencer, se divorció, y una periodista le preguntó qué
opinaba. La señorita no tenía problemas: "Está bien que ese matrimonio se
haya terminado, porque nadie era realmente feliz", dijo.
La señorita sabía
aprovechar el halo de santidad que la rodeaba: los santos pueden decir lo que
quieran, donde y cuando quieran. Todo está justificado por el halo. Y ella
usaba esa bula para llevar adelante su campaña mayor: la lucha contra el aborto
y la contracepción. Lo dijo muy claro en Estocolmo, 1979, mientras recibía el
Premio Nobel de la Paz: "El aborto es la principal amenaza para la paz
mundial". Y, para no dejar dudas: "La contracepción y el aborto son
moralmente equivalentes".
En septiembre de
1996, el Congreso norteamericano le dio el título de ciudadana honoraria. Era
la quinta persona en la historia que la conseguía. Dos años antes había
organizado, en ese mismo recinto, una "plegaria nacional" ante
Clinton, Gore y compañía. Ese día, su discurso fue belicoso: "Los pobres
pueden no tener nada para comer, pueden no tener una casa donde vivir, pero
igual pueden ser grandes personas cuando son espiritualmente ricos. Y el
aborto, que sigue muchas veces a la contracepción, lleva a la gente a ser
espiritualmente pobre, y esa es la peor pobreza, la más difícil de
vencer", decía la religiosa, y cientos de congresistas, muchos de los
cuales no estaban en contra de la contracepción y el aborto, la aplaudían
embelesados. En su Calcuta, en la India, en muchos otros países, la
superpoblación es causa principal del hambre y la miseria, y sus autoridades
toman todo tipo de medidas para limitarla.
"Yo creo que
el mayor destructor de la paz hoy en día es el aborto, porque es una guerra
contra el niño, un asesinato del niño inocente. Y si aceptamos que una madre
puede asesinar a su propio hijo, ¿cómo podemos decirles a otras gentes que no
se maten entre ellos? Nosotros no podemos resolver todos los problemas del
mundo, pero no le traigamos el peor problema de todos, que es destruir el amor.
Y eso es lo que pasa cuando le decimos a la gente que practique la
contracepción y el aborto".
Las jerarquías
católicas lo dicen siempre, pero dicho por ella es mucho más eficaz. Aquella
tarde, el cardenal James Hickley, arzobispo de Washington, lo explicó clarito:
"Su grito de amor y su defensa de la vida nonata no son frases vacías,
porque ella sirve a los que sufren, a los hambrientos y los sedientos...".
Para eso, entre otras cosas, servía la religiosa. Por eso, entre otras cosas,
su proceso de beatificación vaticana fue el más rápido de la historia de una
institución que no suele apresurarse —que puede tardar, por ejemplo, cuatro
siglos en pedir perdón por apretar a Galileo Galilei o asesinar a Giordano
Bruno y tantos otros.
Así que ahora la
señorita Agnes Gonxha Bojaxhiu —lo que quede de ella— debe estar en el paraíso
de los beatos, un poquito más abajo del paraíso de los santos, con apenas menos
felicidad eterna y menos olor a incienso y mirra y menos intimidad con su Señor
pero bastante, pese a todo. La señorita fue una militante muy eficaz de una
causa muy antigua: la del conservadurismo católico. Y fue, en el mejor de los
casos, una versión mediática y actual del viejo modelo de la dama de caridad:
aquella que se dedica a moderar los males causados por un orden que nunca
cuestiona o que, en realidad, refuerza. Gracias a esos medios, al aparato de
difusión de Roma, la señorita quedó instituida como gran encarnación actual del
viejo mito de la bondad absoluta.
Todos —los
países, los grupos de amigos, los equipos de voleibol, los grupos de tareas—
necesitan tener un Bueno: un modelo, un ser impoluto, alguien que les muestre
que no todo está perdido todavía. Hay Buenos de muchas clases: puede ser un
cura compasivo, un salvador de ballenas, un anciano ex cualquier cosa, un
perro, un médico abnegado, un pederasta con buena verba en púlpito: en algo hay
que creer. El Bueno es indispensable, una condición de la existencia. Y el
mundo se las arregla para ir buscando Buenos, entronizarlos, exprimirlos todo
lo posible. Así que, pese a que algunos intentamos contar un poco de su
historia, nadie lo escucha: es mejor y más cómodo seguir pensando que la
señorita era más buena que Lassie. La señorita Agnes Gonxha Bojaxhiu, también
llamada Teresa de Calcuta, consiguió ser la Buena Universal. Y consiguió,
incluso, lo más difícil que puede conseguir una persona, un personaje: entrar
en el lenguaje como síntesis o símbolo de algo. Decimos un Quijote cuando
queremos hablar de un héroe destartaladamente franco; decimos un Craso cuando
tratamos de definir a alguien riquísimo; decimos —desde hace unos años
empezamos a decir— una madre Teresa cuando queremos significar que alguien es
realmente bueno. Y así ha quedado registrada en nuestra cultura la señorita
también llamada madre, amiga de tiranos y estafadores, militante de lo más
reaccionario, facilitadora de la muerte.
__
De SOHO
No comments:
Post a Comment