VOLTAIRE
perteneció a esa clase de filósofos cuyo propósito fue modificar el mundo;
intervenir en él y cambiar el curso de los acontecimientos era más importante
que simplemente explicarlo. Por eso su quehacer colinda con el
periodismo y la literatura (escribió dramas, poemas y cuentos), pues sabía que
la reflexión pura no era suficiente para influir en las instituciones.
La claridad
expositiva y su poder para interpelar al lector ayudan a entender parte de su
éxito. Robert Darnton, el gran historiador estadounidense, cuenta que Voltaire
también comprendió antes que nadie los mecanismos de circulación de las ideas.
En su ensayo “¿Qué es la historia del libro?”, narra la lucha de editores y
libreros en torno a Cuestiones sobre la Enciclopedia, un proyecto que Voltaire
emprendió en 1770 con el objeto de combatir la intolerancia religiosa.
Como estaba
prohibido en Francia, el autor firmó contrato con un editor suizo, lo que no lo
privó de entregar otras versiones a editores de Holanda y Montpellier que se
promovían por tener “adiciones y correcciones”. Más que por dinero, Voltaire
autorizaba la venta de ediciones alternativas (o derechamente piratas) para
llegar a la mayor cantidad posible de burgueses cultos, un grupo social que
apreciaba sobremanera por su carácter práctico, el dominio de ciertos
conocimientos y el deseo de ganar dinero. Como dice Fernando Savater en
Voltaire contra los fanáticos, un sector que no era mayoría pero que sí era
indispensable tener de su lado para cambiar la sociedad.
El respeto por
esa casta proviene de una experiencia dolorosa. Así lo cuenta Georg von
Wallwitz en Mr. Smith y el paraíso: la invención del bienestar: hasta los 32
años, Voltaire era, como todos los escritores y artistas, un cortesano. Incluso
se había cambiado el apellido (Arouet) para no delatar su origen burgués. Sin
embargo, un día fue interrogado en público por el caballero de Rohan acerca de
su verdadero nombre. “El apellido no importa, lo que importa es su
honor”, respondió Voltaire con la ironía que lo caracterizaba.
Ridiculizar a un
noble le costó una paliza, unos pocos días de cárcel y, peor aún, la
indiferencia absoluta de la aristocracia, que cerró filas con Rohan.
Pobre y
desacreditado, Voltaire partió a Inglaterra, donde conoció a Everard Fawkener,
el empresario que lo introdujo en la Bolsa de Londres. Allí el francés vio una
especie de micromundo de la sociedad civilizada:no importaba la religión ni
el origen, sino la intención de mejorar el nivel de vida a partir del interés
personal.
Voltaire vio en
los negocios una forma de reducir los privilegios de la nobleza y de alcanzar
la felicidad en la Tierra, convirtiéndose él mismo en un inversionista de
fuste. Nunca más dependió de un señor, y fue esa libertad la que le permitió
defender las ideas que, a fin de cuentas, terminarían moldeando la vida humana
hasta nuestros días. Incluso la figura del intelectual público, de Russell y
Camus hasta Hans Magnus Enzensberger y Zizeck, sería incomprensible sin su
vocación por la lucha intelectual.
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De LA TERCERA, 29/09/2016
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