El lanzacohetes
no disparó.
El capitán
Santiago (Hugo Alfredo Irurzún) había salido al frente de la vivienda que
alquilaban sobre la avenida Generalísimo Franco (actual España) y la calle
América, en Asunción, desde donde divisaba perfectamente el automóvil Mercedes
Benz color blanco, en el que viajaba el ex dictador nicaragüense
Anastasio Tachito Somoza Debayle, y que en ese momento se
había detenido, luego de que el Jeep Cherokee, conducido por el guerrillero
Armando, le cerrara el paso.
Siguiendo el plan
original, Santiago había levantado sobre su hombro derecho el lanzacohetes
RPG-2, de fabricación china, apuntado hacia el automóvil y oprimido el gatillo,
esperando el impacto de la explosión, pero el arma no disparó.
Ramón (Enrique
Gorriarán Merlo, el jefe del operativo) vio que los policías que llegaban
detrás, en otro auto, se disponían a reaccionar y pensó que todo el plan podía
fracasar en los siguientes minutos.
Entonces tomó
posición con su fusil de asalto M-19 y vació todo el cargador, que contenía 30
proyectiles, contra el parabrisas delantero, mientras se repetía a sí mismo:
"Ojalá que el auto no sea blindado".
No. El auto no
era blindado. Los balazos penetraron el parabrisas delantero y parte del
fuselaje, alcanzando primero al chofer César Gallardo (nicaragüense), como a
quienes iban en los asientos traseros, Somoza y su asesor financiero, Jou Baittiner
(estadounidense).
Ramón se acercó a
pocos metros del auto para disparar su última ráfaga y luego, al ver que
Santiago había recargado el lanzacohetes y estaba listo para disparar, corrió
en su dirección y le hizo señas para que proceda.
Esta vez, el
lanzacohetes funcionó perfectamente y el potente proyectil dio de lleno en el
auto Mercedes Benz, volándolo por los aires.
"La explosión
fue impresionante. Pudimos ver el auto totalmente destrozado y la custodia
escondida detrás de un murito de la casa de al lado. Ya no tiraban más",
recordaría luego el propio Gorriarán Merlo en una entrevista televisiva.
Eran las 9.55 de
la mañana del miércoles 17 de setiembre de 1980 y la potente explosión del
lanzacohetes no solamente acababa de terminar con la vida de TachitoSomoza,
sino también acababa de darle un duro golpe a la propia dictadura del general
Alfredo Stroessner, abriendo una profunda grieta en su férreo muro de
vigilancia sobre una sociedad sometida y derribando para siempre el mito de que
el régimen era una fortaleza inexpugnable.
La "hospitalidad" paraguaya
Tras haber sido
derrocado por la revolución del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN)
en julio de 1979, luego de una sucesión de dictaduras militares que había
empezado su propio padre, Anastasio Somoza García, a finales de los años 30 del
Siglo XX, Tachito Somoza tuvo que peregrinar por Estados
Unidos, las Bahamas y Panamá, hasta lograr que un gobierno amigo le concediera
asilo político.
Acusado de varios
crímenes de lesa humanidad y de haberse enriquecido ilegalmente en el poder,
Somoza llegó al Paraguay el 19 de agosto de 1979, acompañado de un grupo de
familiares y colaboradores cercanos, incluyendo a su amante, Dinorah Sampson.
El entonces
ministro del interior de la dictadura stronista, Sabino Augusto Montanaro,
expuso en una conferencia de prensa que Somoza era recibido en el Paraguay en
carácter de "residente temporal" y no como exiliado político.
"El
Paraguay, siempre fiel a su tradición de hospitalidad, que se ha puesto de
manifiesto en distintas épocas, recibirá al general Somoza en calidad de
residente temporal", dijo Montanaro.
En un despacho
internacional, la agencia EFE recordó que el régimen paraguayo se había hecho
por dar refugio a criminales internacionales como el nazi Joseph Mengele o el
narcotraficante francés Lucien Darguelles, alias Auguste Joseph Ricord, el jefe
de la famosa Conexión Latina.
Somoza residió a
su llegada en una mansión alquilada sobre la avenida Mariscal López, casi San
Martín, pero pocos meses después se mudó a otra más grande, sobre la avenida
Generalísimo Franco, donde vivió hasta el día de su muerte.
Muy pronto, su
presencia se hizo habitual en clubes nocturnos y restaurantes lujosos, donde
participaba de fiestas y celebraciones, relatándose varios incidentes con
algunas personalidades del jet-set asunceno. Se volvió leyenda
su enemistad con el empresario Humberto Domínguez Dibb (HDD), yerno del
dictador Alfredo Stroessner y director propietario del diario Hoy,
presuntamente porque Somoza cortejaba a una mujer que también era amante de
Domínguez Dibb.
También empezaron
a trascender noticias de que Somoza estaba realizando operaciones comerciales
de compras de tierras y otras inversiones. Posteriormente, se pudo comprobar
que Somoza adquirió 8.000 hectáreas de tierras destinadas a la reforma agraria
en el Chaco.
La
"Operación reptil"
El plan para
asesinar a Somoza empezó a gestarse en Managua, la capital de Nicaragua,
durante los primeros meses de gobierno del Frente Sandinista. Quien lo planteó
fue un conocido líder guerrillero argentino, Enrique Haroldo Gorriarán
Merlo, El Pelado, quien en los años 70 fue fundador en su país del
Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y de su brazo armado, el
Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), junto a Mario Roberto Santucho.
Tras una serie de
acciones armadas en la Argentina, Gorriarán, junto con varios de sus
compañeros, se unió en 1976 a la lucha del sandinismo en Nicaragua, donde tuvo
destacada actuación, hasta lograr la caída de Somoza.
Según lo
relataría luego el propio Gorriarán, el plan para matar a Somoza surgió a
finales de 1979, en el restaurante argentino Los Gauchos, en Managua, cuando
con sus compañeros estaban compartiendo un asado con cervezas.
—Da rabia pensar
que ese criminal está gozando de sus millones en Paraguay— dijo Armando.
—¡Ah no!, sería
una vergüenza histórica permitir que ese asesino se muera tranquilamente en su
cama de tanto beber guaro— agregó otro de los guerrilleros, según contó
Gorriarán a los escritores Claribel Alegría y D.J. Flakoll.
Así empezó a
gestarse la llamada "Operación reptil", que si bien fue una
iniciativa del grupo comando del ERP, contó con la autorización y la
financiación de autoridades del Gobierno sandinista, especialmente del entonces
ministro del Interior, comandante Tomás Borge.
"Entrar al
Paraguay sin levantar sospechas, hacer el trabajo sin que te agarren y salir
sin dejar huella", era el objetivo del grupo, que según Gorriarán fue
integrado por "cerca de diez" hombres y mujeres. Solo se ha podido
conocer y confirmar la identidad concreta de Gorriarán, Irurzún, Roberto
Sánchez y Claudia Lareu.
Tras un
entrenamiento en Colombia, un primer grupo de tres personas ingresaron al
Paraguay desde Brasil en marzo de 1980 y perdieron varias semanas reconociendo
el terreno y tratando de detectar el lugar donde vivía Somoza.
El dato preciso
lo pudieron obtener de un modo temerario, cuando una de las integrantes del
grupo abordó un taxi y le pidió al taxista que la lleve hasta "una
peluquería que queda a dos cuadras de donde vive el general Somoza". Como
el taxista tampoco lo sabía, no se le ocurre mejor recurso que bajarse a
preguntar en una comisaría, y así la propia Policía les indica la dirección,
sobre la avenida Generalísimo Franco.
Para poder
vigilar la casa sin despertar sospechas, el grupo alquiló un kiosco de venta de
revistas y diarios en la esquina de la actual avenida España y Santísimo
Sacramento. Desde allí, haciéndose pasar como kiosquero, uno de los
guerrilleros podía observar las salidas y entradas a la mansión de Somoza y
tratar de establecer su rutina.
"Lo
simpático es que varios de los clientes que acudían a nuestro kiosco a comprar
revistas pornográficas eran los propios policías de Stroessner", apuntaría
luego Gorriarán Merlo.
Alquilaron varias
casas de seguridad en barrios populares de Asunción. Una de ellas estaba en el
barrio San Vicente, donde guardaban las armas que lograron ingresar de
contrabando desde Argentina, cruzándolas en canoa por el río Paraguay, con
ayuda de unos contrabandistas a quienes hicieron creer que eran simples
mercaderías: el lanzacohetes RPG-2, fusiles M16, ametralladoras Ingram y
pistolas automáticas.
Otra iniciativa
fue alquilar una casa sobre la avenida Franco (actual España), por donde
habitualmente pasaban Somoza y sus guardaespaldas, en dirección al centro de la
ciudad.
Tras comprobar
que había una vivienda ofrecida en alquiler sobre Franco y América, los
guerrilleros se presentaron ante el propietario (el ingeniero civil Luis
Alberto Montero) asegurando que eran representantes del cantante español Julio
Iglesias, quien planeaba pasar un tiempo en Paraguay para preparar una película
y una serie de conciertos, pero que el mismo deseaba permanecer en el
anonimato.
La estrategia
funcionó perfectamente.
"¡Blanco...!
¡Blanco...!", fue la señal
Durante varias
semanas de agosto y setiembre, Somoza desapareció de escena y los miembros del
comando guerrillero estuvieron a punto de abortar el operativo, temiendo ser
descubiertos si pasaba más tiempo, hasta que el 10 de setiembre el ex dictador
reapareció en sus periódicas salidas desde la mansión.
Ya no había
vuelta atrás. Había que ejecutar el operativo en la primera oportunidad y la
misma se dio el miércoles 17, cuando el guerrillero que se hacía pasar como
kiosquero gritó a través del walkie talkie la señal convenida:
"¡Blanco...! ¡Blanco...!", aludiendo al color del auto en que se
desplazaba Somoza.
En el auto
conducido por el chofer César Gallardo solo iban, atrás, Somoza y su asesor
Baittiner. Detrás se desplazaba el auto de los custodios, un Ford Falcon a
cargo del comisario Francisco González León, con otros cuatro policías
asignados.
Cuando el auto
Mercedes Benz cruzó el semáforo de la calle Venezuela, el guerrillero Armando
salió al paso a bordo de un Jeep Cherokee y cerró el paso a una kombi que iba
adelante. El chofer de Somoza, que venía detrás, tuvo que frenar bruscamente.
Fue cuando el
capitán Santiago (Irurzún) salió a la vereda e intentó disparar el
lanzacohetes, pero el mecanismo se trabó. Gorriarán asumió el momento vaciando
el cargador de su M16. Recién entonces Irurzún pudo activar su potente arma y
el Mercedez Benz voló en pedazos.
Un paisaje
desolador
Había que estar
allí para ver los rostros desencajados y asustados del entonces ministro del
Interior de la dictadura stronista, Sabino Augusto Montanaro, del jefe de
Policía, general Alcibiades Brítez Borges, y del jefe del Departamento de
Investigaciones de la Policía de la Capital, Pastor Milciades Coronel, todos
parados al lado del Mercedes Benz color blanco, totalmente destrozado, en medio
de la avenida.
Los máximos
jerarcas del régimen estaban lívidos, completamente shockeados, como bien se
puede observar en varias de las fotos que publicó la prensa de la época.
El ex dictador
nicaragüense Tachito Somoza, uno de los "huéspedes"
mundialmente más famosos del dictador Alfredo Stroessner, acababa de ser
asesinado en un violento atentado cometido por un grupo de desconocidos, y
ellos, los máximos responsables de la seguridad de un sistema político que se
proclamaba como un muro de vigilancia infranqueable... ¡habían sido tomados
totalmente de sorpresa!
En la Redacción
del diario Última Hora, al igual que en la mayoría de los demás medios, se
vivió una febril agitación para cubrir el hecho noticioso, totalmente inusual
en el contexto político de esos años de dictadura.
Los primeros
reporteros que llegaron al lugar del crimen encontraron un escenario
impactante: restos humanos regados sobre el asfalto, el auto de Somoza
totalmente destruido y aún humeante, y mucha confusión de parte de las
autoridades.
Una escena que la
mayoría de los colegas recuerda es la de la amante de Somoza, Dinorah Sampson,
llegando al lugar a los gritos, exigiendo: "¿Dónde está el general? ¿Dónde
está mi marido? ¡Quiero verlo!". Y la respuesta del ministro Montanaro,
que se escuchó dura y brutal: "Señora, allí está su marido... ¡totalmente
destrozado!".
Ese día Última
Hora salió a las calles al final de la tarde, cuando ya había una larga cola de
lectores esperando frente a la sede central para adquirir un ejemplar. También
los principales matutinos, ABC Color y Hoy, sacaron a la calle ediciones
"extras" esa misma tarde.
La cobertura de
los diarios ofrecía mucho despliegue sobre el atentado, con fotos y croquis.
A miles de
kilómetros de distancia, en Managua, otros periodistas le preguntaron al
entonces ministro del Interior de la revolución sandinista, comandante Tomás
Borge, si sabía quiénes eran los que acababan de asesinar a Somoza en Paraguay.
-¡Fuenteovejuna...!
–se limitó a responder Borge.
La pregunta
apuntaba a determinar si el Gobierno de la revolución sandinista había tenido
alguna participación en el atentado contra el ex dictador, pero Borge encontró
en la célebre obra teatral del escritor Lope de Vega, en que el pueblo de
Fuente Ovejuna, en la España de finales del Siglo XV, se rebela ante la tiranía
y hace justicia por mano propia, la excusa perfecta para evadir cualquier
responsabilidad.
Los versos de
Lope de Vega dicen:
¿Quién mató al
Comendador?
¡Fuenteovejuna,
Señor!
¿Quién es
Fuenteovejuna?
¡Todo el
pueblo, a una!
Pasarían muchos
años hasta que se conociera que no fue Fuenteoejuna, sino el grupo comando del
Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), dirigido por el argentino Enrique
Gorriarán Merlo, con estrechos lazos con el Gobierno sandinista, el que tuvo a
su cargo el operativo de ajusticiamiento.
La pesadilla
represiva
La respuesta del
régimen al episodio bautizado como "el Somozaso" fue el cierre de
fronteras, el estado de excepción y una fuerte escalada represiva.
La mayoría de los
autores del atentado lograron escapar a tiempo del país, menos uno de ellos, el
capitán Santiago, Hugo Alfredo Irurzún, quien fue atrapado cuando regresaba a
una de las casas que mantenían como refugio para retirar armas y dinero, en el
barrio San Vicente.
Irurzún se
enfrentó a tiros con la Policía, resultó herido y fue llevado al Departamento
de Investigaciones, donde murió luego de largas horas de tortura, según el
testimonio de otros presos políticos. Sin embargo, el jefe de Investigaciones,
Pastor Coronel, aseguró que fue abatido durante un fuego cruzado con la Policía.
En los días
siguientes sobrevino una verdadera cacería de brujas, con los famosos
"operativos rastrillo", en que bandas de militares, policías y
pyragués avanzaban peinando los barrios de las ciudades y los pueblos, casa por
casa, ingresando con mucha violencia a revisar viviendas, comercios y oficinas,
o formaban sorpresivas barreras en las calles y en las rutas para someter al
control a personas y vehículos.
Cualquiera que
resultara "sospechoso" (nadie sabía de qué) podía ser detenido al
instante, sin orden judicial, y ser llevado "para averiguaciones".
Suponía una casi segura sesión de torturas en las comisarías o en las mazmorras
de Investigaciones, solo por haber sido encontrado en su poder algún libro o
disco prohibido. La dictadura necesitaba encontrar culpables del "bárbaro
crimen terrorista" contra "el dignatario extranjero", y la
lección represiva buscaba acallar nuevos intentos de protestas contra el
régimen.
Pero ya el mito
había sido vencido: la dictadura no era todopoderosa ni inexpugnable, y podía
llegar a caer.
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De ÚLTIMA HORA,
17/09/2015
excelente relato
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