Quizás no
todo haya empezado con Cien años de
soledad, que publicada inicialmente en Argentina el año de 1967, fecha en
la que se data, para muchos escritores y críticos literarios el inicio del Boom
latinoamericano, pero Pedro Páramo,
una novela que a primera vista puede parecer un drama costumbrista, representa
algo más. Publicada en 1955 marca un rasgo de nuestra identidad nacional
regional de una manera mucho más clara y contundente que la novela emblemática
de García Márquez.
I
Rulfo crea
un mundo. Eso lo sabemos. Todo buen escritor es capaz de generar nuevas reglas
y lenguajes en el texto, pero además la labor misma del narrador es que esos
lenguajes y esas nuevas reglas tengan vida. La ficción, y sobre todo la novela
es eso: la transformación del mundo desorganizado, en un ordenado entramado de
sentimientos, sensaciones y sujetos que cargan consigo una historia que es
justamente la que debemos descubrir en la novela. Rulfo se anticipa al chat, a
las relaciones del lenguaje en el mundo virtual de las redes sociales, en su
manera de hablar. En la telegrafía de sus personajes, está, entonces, inscrita
la actualidad. Rulfo crea un lenguaje acorde al tiempo rápido y lento (en
simultáneo) del presente, pero lo hace no para escribir o pensar la
globalización o el neoliberalismo, sino para establecer una conexión entre el
mundo de los vivos y los muertos en México. Y sobre todo, en la región creada
por él. Comala.
II
Pensar en
Rulfo desde el presente significa remontar una tradición heredada de la
oralidad de los pueblos campesinos de América Latina, significa al mismo
tiempo, pensar la relación escritura y obra. Se sabe que Rulfo luego de esta
novela dedicó todos sus esfuerzos a la fotografía y a la dirección de
investigaciones etnográficas y antropológicas en México. Todas esas
investigaciones nutrieron nuestro conocimiento sobre tradiciones, ritos, reglas
de parentesco, estructuras de dominación y estratificación de clases, pero nos
alejó de la ficción. La fabulación quedó en suspenso, porque de muchas maneras
Pedro Páramo abre y cierra al mismo tiempo un proyecto narrativo.
III
Rulfo
inicia el Boom latinoamericano gracias a su proyecto narrativo. Sólido y capaz
de transformar el mundo que conocemos. No es un mundo en decadencia o en
transformación, tampoco es un mundo como el de Sábato que transcurre en gran
medida dentro de los personajes y los constituye como sujetos por medio de sus
miedos o traumas. Ni se parece tampoco a la narrativa que luego emprenderá
García Márquez, no hay lluvias torrenciales de días y días, o hilos de sangre
que recorren todo un poblado, ni siquiera artificios como pianos mecánicos o
pececillos de oro. En Rulfo lo que hay es vida, el ritual de la muerte luego de
la muerte. No es realismo mágico, no es costumbrismo, no es solamente la
narración de los estragos posteriores a la revolución mexicana de 1910. Lo suyo
es la conexión entre vida y muerte.
IV
Rulfo con
Pedro Páramo y con los cuentos de Un llano en llamas, ha generado la narrativa
que luego de muchas otras formas, versionarán escritores como Roberto Bolaño,
Vicente Leñero, Guillermo Fadanelli, Mariano Azuela, Arreola, José Emilio
Pacheco, Juan Villoro, y Yuri Herrera, el mundo de ellos no es el mismo, pero
claramente está dentro de esa gran estela que es la vida, la búsqueda del
padre, la convivencia con la muerte. La guerra como motor social y político del
mundo contemporáneo y la violencia como práctica constitutiva de las naciones y
la identidad como relación de poderes y de cuerpos, son signos que nacen en
Rulfo y que están hoy en las letras mexicanas y latinoamericanas como espeso
gen que es imposible de extirpar porque es justamente el andamiaje del proyecto
narrativo y de las preguntas que arroja sobre el mundo de los vivos, a partir
de los mundos de los muertos en vida que son los personajes.
V
Así, la
senda abierta por Rulfo en este tiempo, es más que una obra narrativa compleja
y llena de guiños a la cultura popular mexicana, una muestra de lo que se puede
hacer cuando se explora la forma novela hasta sus límites.
VI
Claro que
explorar los límites de la novela, hizo que éstos se hicieran más amplios y que
por lo tanto, los que vinieron luego de él, como aquellos narradores que ya
hemos señalado, no sólo tuvieran mayor libertad creativa para afrontar la
forma, o jugar con mayores recursos estilísticos, sino que se adentraron en el
mundo cultural, aislado, y peculiar del desierto mexicano y resignificaron en
ese sentido la tradición instaurada por Rulfo, lo cual quiere decir que esa
tradición sigue viva pero con otro códigos.
VII
Rulfo crea
un mundo, ya lo hemos dicho. Pero no es un mundo físico. Su mundo es sensorial.
Es perceptivo a nuestras emociones, y es altamente emotivo en sus diálogos,
pero la configuración de su paisaje va naciendo conforme se van sucediendo las
acciones en las tramas de sus cuentos y sobre todo, en la novela. Esto es
importante para nosotros en este lado del mundo porque nuestra literatura en no
pocas ocasiones ha seguido esta forma narrativa para construir el contorno de
lo buscado. La necesidad de lo físico no precede a la narración, sino que la
sucede. Lo físico es determinado por el diálogo y las emociones, pero, sobre
todo, por los recuerdos.
VIII
La memoria
no existiría sin el olvido. Sería imposible recordarlo todo. Aun así, en Juan
Rulfo, el tejido de sus historias está plagado de memoria. Siempre el pasado es
parte del presente continuo de sus personajes, tanto así que el futuro no está
clausurado, pero sí es irreconocible. El pasado y su memoria atrapa a los
personajes y así como los rituales y la cultura, los atraviesa y los convierte
en algo tangible, visible y real. La apuesta es que el pasado de cada persona
sea su identidad, pero esa identidad, como en el caso de los cuentos, es algo
compartido. Al ser algo compartido, no solamente se confecciona la comunidad
mexicana, sino, la proximidad entre los personajes, al final, todos terminan
siendo familia. La gran familia de los recuerdos, de los fantasmas y de las
personas que habitan el territorio que no conocemos pero que presentimos, es
decir, el territorio de la memoria que se va rehaciendo todo el tiempo, dado
que la memoria no es una cosa sólida y continua en el tiempo. Los recuerdos en
la memoria adquieren todo el tiempo nuevos matices, nuevas texturas y nuevas
formas. Así, un recuerdo guardado a los nueve años, visto desde los doce es una
cosa, pero visto desde los treinta es otra, así, de ese modo, los personajes de
Rulfo van cambiando sus percepciones sobre lo que conocían y sobre el contorno
mismo de sus vidas.
IX
Rulfo ha
hecho lo inimaginable. La movida es justa, concreta y precisa, una novela, un
libro de cuentos y no más. Eso le ha bastado para pasar a la historia. Para dejar
una huella imborrable y una estela preciosa en términos narrativos y
vivenciales. Sus personajes están vivos. Sus miedos, son los nuestros. Sus
vidas, nos preceden y sus deseos son compartidos. Lo demás, no es silencio,
sino un valle lleno de figuras calientes que se mueven cadenciosamente a través
del tiempo. Nos dictan mandatos desde el otro lado y nosotros vamos en procura
de su cumplimiento. Lo que nos dicta Rulfo es seguir la historia, sus
personajes siempre tienen algo que contar, algo que dejaron sin decir o algo
que les faltó por concretar. La apuesta es de Rulfo. La apuesta es que nosotros
lo hagamos, o sea que continuemos con la oralidad y sigamos escuchando,
contando, escribiendo.
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Fotografía: Tepeaca/Juan Rulfo
Fotografía: Tepeaca/Juan Rulfo
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