Dostoievski ha
contribuido más que ningún otro escritor a forjar la prosa moderna y llevarla a
su intensidad actual. Fue su potencia explosiva la que hizo saltar en pedazos
la novela victoriana, con sus trivialidades perfectamente dispuestas y todas
esas doncellas que sonríen con afectación: libros faltos de imaginación y de
violencia. Sé que hay quienes dicen que Dostoievski tenía ideas descabelladas,
incluso que estaba loco, pero lo cierto es que los elementos que manejó en sus
obras -la violencia y el deseo- son el aliento mismo de la literatura. Se ha
hablado mucho de su condena a muerte, que se le conmutó cuando estaba a punto
de ser fusilado, y de sus cuatro años de cautiverio en Siberia: una experiencia
que no forjó, sin embargo, su temperamento, aunque es posible que lo
exacerbara. Siempre estuvo enamorado de la violencia, y eso es lo que le hace
tan moderno, y lo que explica, además, que a sus contemporáneos les resultara
desagradable: así, por ejemplo, a Turguénev, que odiaba la violencia. Tolstói
no le veía apenas ningún talento literario, pero “admiraba su corazón”. Este
comentario tiene mucho de verdad, porque, si bien los personajes de Dostoievski
actúan de manera extravagante, casi como enajenados, sus cimientos morales son
firmes.
James Joyce
Conversaciones con James Joyce, Arthur Power
Conversaciones con James Joyce, Arthur Power
Cuadro de
Vassili Perov
En el ferrocarril, 1868
En el ferrocarril, 1868
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De CALLE DEL ORCO, 16/06/2013
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