Wednesday, September 6, 2017

Gerardo Serrano Chumacero: El Mojeño. Una vida consagrada a la música y al deporte en Bolivia

JOAQUÍN LOAYZA VALDA

Eternos, delante de la alborada que comienza a dibujar sus contornos desde sus ensillados posteriores, el Jatunpunta[1], el Dos Morros y el Derrumbado marcan un día más, como relojes del holoceno, sobre el silencio, apenas perturbado por el cantar de los gallos, en el valle de Mojocoya[2]. Hacia el norte, cuando el astro comienza a desprenderse de la hegemonía de la cordillera, la meseta de Naunaca[3] empieza su explosión de azules que, durante todo el día, exhibirá en un contraste de índigos, cobaltos, celestes, cerúleos, zafiros y lapislázulis, insinuando el trazo apenas descubierto de la cuesta de San Lorenzo donde las cuevas, plenas de antiguas manos pintadas sobre la roca, cerámica de engobes anaranjados y colorados, textiles sobrevivientes a todos los rigores del tiempo y el cuerpo de una mujer momificada; explican la presencia desde hace dos mil años del ser humano en estas regiones del continente americano. En el fondo del valle, bajo el sol de la media mañana, las aguas tibias del Lavadero Nuevo, corriendo por las Phinkinas[4], se apresuran a alcanzar el cauce del río Grande, transportando sobre sus espumas, encima de sus remolinos y en la caricia de sus remansos la fragancia de los higos, de las tunas, de los duraznos, de las limas y de los dátiles hasta alcanzar, aguas tórridas abajo, el aroma de los cañaverales. Más al sur, aguas arriba, donde el Tinkumayu[5] y el Remolino juntan sus cauces, el humo de los fogones del medio día, venciendo los alerones y las cornisas de los tejados del pueblo, discurriendo por los corredores, los zaguanes, las calles y las esquinas difunde su exquisito repertorio de vapores de phiri[6], aromas de lawauchu[7], olores de huminta, embriagantes arropes de maíz, agradable humareda que se esparce desde el horno donde los molletes, los bizcochos, los rosquetes, los chamas[8] y los saraq’aspas[9] se cuecen para mezclarse, en la zona de los arrieros, peones y pongos, en el barrio de los canteños, con la fragua eterna del mote en ebullición, las lawas con grasa y charque y los pejtus[10] rebosantes de lajwas[11] de locotos, aribibiscumbaros o ulupicas[12].

Bien entrada la tarde, desde la banda de los huertos del Tinkumayu, donde la calda de las falcas convierte la miel de caña en aguardiente, una agradable inmisión se desplaza, de oeste a este, por todos los rincones de la villa: por el T’oqö[13], el T’iual[14], por Chimpapampa[15], las pozas y el ojito, hasta alcanzar, pasando el Lajerío y la Cruz de la Misión, el lavadero de ropa del Tarcomayu[16], donde, al caer la tarde, las mujeres y niñas se aprestan a cargar, en q’ëpirinas[17] descomunales, la ropa recién lavada y secada en la jornada vespertina. Al finalizar la tarde: el crepúsculo, hundiéndose en un santiamén hacia el Rodeíto y Santa Genoveva, apagando en las frondas de los molles, los algarrobos, sath’aschis, tarcos, sauces y tipas los lastimeros trinos de los chingueros, los willakus, las chulupías y tarajchis hasta dejar, una vez más, el valle de Mojocoya al arrullo del reino de la noche, la luna llena, el silencio y las lechuzas.

En este valle y en esta villa nació, el 30 de enero de 1939, Gerardo Serrano Chumacero, hijo de Miguel Serrano, ex combatiente de la Guerra del Chaco quien, inmediatamente después de desmovilizarse del ejército al finalizar la contienda el año 1935 y antes de casarse con Bertha Chumacero, una jovencita de dieciocho años, decidió vivir experiencias sociales y laborales en las ciudades de Tarija y Sucre. Establecida su familia el año 1937, don Miguel Serrano decidió continuar las tradiciones laborales heredadas de sus antepasados: la agricultura y la ganadería en su finca denominada Hornillos, a siete kilómetros de Mojocoya y el comercio regional a través del arreo de recuas con mercaderías y ganado vacuno en diversas rutas que integraban Sucre, Presto, Zudáñez, Tomina, Villa Serrano, Cochabamba, Mizque, Aiquile, Valle Grande, Padilla, Monteagudo, Azurduy y Sopachuy. La familia Serrano Chumacero procreó nueve hijos: Gerardo, Edgar, Raquel, Enrique, Javier, Mery, Deysi, Martha y Carlos.

La primera infancia de Gerardo Serrano transcurrió en Mojocoya, un pueblo que en aquella época se caracterizaba por una gran dinámica productiva y económica, por su potencial demográfico, tanto por la cantidad de personas que allí radicaban como por la calidad de oficios a los que se dedicaban. Era una sociedad de clase media criolla o mestiza, vinculada a centros urbanos mayores como Sucre o Valle Grande, donde nacieron importantes personalidades del quehacer intelectual, profesional y político de Chuquisaca y donde los niños ocupaban su tiempo jugando en los corrales, aprendiendo el manejo de los juguetes de aquella época, participando en las rutinas de los juegos transmitidos por la tradición, memorizando cuentos, leyendas, refranes y versos de antiguo legado o pateando la pelota de trapo en las calles, aunque también cumplían con los deberes asignados a su temprana responsabilidad: acarrear agua del río para los menesteres domésticos o recoger leña para atizar los fogones de la cocina o caldear el horno. Una de las tradiciones que los mojeños conservaban con especial ahínco consistía en la ejecución del charango, costumbre en la que el padre de Gerardo sobresalía por sus talentosas interpretaciones como por la calidad del sonido de su charango encordado con cuerdas de tripa de oveja, maestría que él se limitaba a observar y le permitía inquirir cómo tocaba, de qué modo rasgaba, cómo lograba los acordes y la cadencia de los arpegios. Cuando su padre descubría su inusual interés o, peor aún, lo encontraba con el charango en las manos lo reprendía expresándole:

–  ¡Cómo vas a tocar charango si eres wawa[18] todavía! Además, esto tocan los indios…

Cuando tenía siete años de edad, en vista que estaba creciendo lejos de las perspectivas necesarias para alcanzar las oportunidades de la vida moderna en sociedad, con la seguridad de un empleo como gendarme municipal que su padre había logrado obtener, su familia se trasladó a Sucre junto a sus hermanos menores Raquel, Enrique y Javier. Llegaron a Sucre, a su primera morada en el barrio de Cruz Verde, cuando esta ciudad no sobrepasaba sus límites urbanos más allá de la plazuela Tarija, sus habitantes transitaban por la calzada y las noches de Sucre se iluminaban con la mezquina luz de unas pequeñas bujías que disputaban su hegemonía con la luna llena.

Sus estudios primarios los cursó en la Escuela Daniel Calvo, que funcionaba en una hermosa edificación, conocida como la Casa de Piedra, que fue ocupada como residencia del gobierno entre 1892 y 1896, mientras se edificaba en actual palacio de gobierno y que fue demolida como consecuencia del terremoto de 1948. En ese establecimiento educativo, cuando tenía ocho años de edad, fueron descubiertas sus cualidades artísticas, musicales y de cantante por sus profesores Carmen de Fuertes, Julio Benítez Camacho y Manuel Porcel, porque advirtieron que el niño mojeño, a pedido de sus compañeros, deleitaba y se deleitaba cantando los viejos sones de su pago natal en los rincones del patio del establecimiento o en el aula cuando los maestros no se encontraban presentes. Entonces, su profesora de música, después de entonar los himnos lo invitaba a cantar, con acompañamiento de piano: La feria de las flores, de Chucho Monge; Mamá vieja, de Juan Larenza; Yo vendo unos ojos negros, de Pablo Ara Lucena. Desde entonces, el niño Gerardo Serrano se convirtió en el cantante oficial de la Escuela Daniel Calvo, a la que representaba en todos los festivales escolares, con acompañamiento de piano o de guitarras, para cuyo efecto su profesor Julio Benítez lo maquillaba con unos bigotes y unas patillas al estilo Jorge Negrete y lo vestía con sombrero y ruana de mariachi para completar el contexto de las canciones que cantaba. Su talento infantil para el canto poseía tal fuerza conmovedora que el director de la escuela, el profesor Félix Sotés, se comprometió a realizar las gestiones necesarias para que Gerardo, cuando tuviera la edad suficiente, estudiara canto en el Conservatorio Nacional de Música.

Al concluir sus estudios primarios se registró en el alumnado del Colegio Nacional Junín donde, además de cumplir con los programas regulares de enseñanza, desarrolló aún más sus cualidades artísticas y musicales, constituyéndose en el representante de aquel colegio en los festivales estudiantiles, cantando un repertorio de rancheras, boleros y zambas acompañado de su propia guitarra.

A pesar de su precoz desarrollo musical y artístico, la niñez y adolescencia de Gerardo Serrano en la ciudad de Sucre, cuando vivía en la calle Aniceto Arce, en las proximidades de la Cruz Verde, transcurrió en un ambiente de costumbres sencillas y profundamente vinculadas a las íntimas relaciones familiares: concurría a la escuela, retornaba para cumplir los deberes que le asignaban sus maestros y, luego, cooperaba a su madre en las ordinarias actividades domésticas, principalmente, al cuidado de sus hermanos menores. Posteriormente, cuando su familia se trasladó a la calle Urcullo, entre España y Aniceto Arce, se reunía con los niños del barrio con los que incursionaba por las quebradas de Ch’arkipata[19], el Wayq’ö[20] de Villa, al finalizar la actual calle Camargo, donde recogían greda de alfarería, llink’i en quechua, con  la que fabricaban juguetes. Hacia el año 1946 se trasladaron a la Calisto Calle, entre Aniceto Arce y Junín, entonces parte constitutiva de la calle Camargo, hoy avenida Hernando Siles. Finalmente, retornaron a la calle Urcullo, en las proximidades del inmueble de la entonces Empresa de Teléfonos Automáticos Sucre S.A., donde vivió la experiencia del terremoto de marzo de 1948, acontecimiento que les obligó a vivir algunos días en la plazuela 21 de julio y sumarse a los rezos y plegarias de las personas que, con vista al cerro Churuquella, invocaban la protección del Sagrado Corazón de Jesús. En la escuela Calvo sólo tuvo dos amigos íntimos con los que participaba en las actividades musicales: Jorge Torres, quien integró el Trío Los Collas; y el “Chota” Espinoza. En sus años del Colegio Nacional Junín se vinculó a la muchachada que concurría todas las tardes a la cancha del Destacamento 111, ubicada entre las actuales calles Pilinco, Mendizábal y avenida del Maestro, a entrenarse con el “Poroto” Sandoval con el objetivo de alcanzar algún día a formar parte del onceno del Club Junín, uno de los representantes en aquella época del fútbol de la ciudad de Sucre.

Encontrándose cursando el segundo curso de secundaria, en las vacaciones del año 1951, su familia se trasladó a Mojocoya en un viaje pensado como una ausencia temporal que, sin embargo, debido a las circunstancias sociales, económicas y políticas de la época se transformó en una estadía de más de seis años y en una etapa de fecundas experiencias que redundarían en su formación humana y en su futura inspiración musical. En efecto, el jovencito de doce años, cantante en festivales musicales estudiantiles de la ciudad de Sucre, alumno del Colegio Nacional Junín, se encontró de pronto convertido en el principal colaborador de su padre en las duras faenas agrícolas y pecuarias en las sementeras, los huertos, las dehesas, los establos, los corrales, las aguadas y los matorrales de Mojocoya, entonces aprendió a segar el trigo, cortar la cebada, cavar la papa, aporcar la tierra, armar el arado, conducir las yuntas, penetrar al monte a cortar y trasladar leña, a acudir a las estancias de Quivale, Naunaca y Laja, a treinta kilómetros de Mojocoya, por lapsos de dos a tres meses, a ordeñar vacas para la producción de queso y mantequilla.

Cuando Gerardo alcanzó, al comenzar su juventud, el pleno dominio de las actividades necesarias para el cumplimiento de las actividades agrícolas y pecuarias y, especialmente, se advertía en él un satisfactorio desarrollo físico y emocional, sus familiares decidieron incorporarlo a la compañía de arrieros, establecida por su padre, tíos y primos, que realizaba el trasiego de mercaderías diversas, en mulos y acémilas, por las regiones de las provincias centrales de Chuquisaca, el occidente cruceño y el sur cochabambino. Sus rutas eran diversas. Viajan de Mojocoya hacia el río Grande, por Guayacán, luego de vadearlo iban hacia Lacayotal, bajaban a La Marquesa, al Espinal y a Torrecillas, vadeaban el río Mizque, subían la cuesta de Gallinero en todo un día para llegar a las pampas del Trigal y, luego de doce kilómetros, alcanzaban su destino final: Valle Grande. En esta ciudad compraban cinturones, abarcas, ijares para las monturas de los caballos, empanizado y petacas de cuero que se vendían a buen precio en las haciendas y el campesinado del centro de Chuquisaca. Otra ruta de comercio era hacia el sur: Tomina, Padilla, Alcalá, El Villar hasta llegar a las cabeceras del río Parapetí y del k’arichimayu, lugares donde comercializaban, además de las mercancías vallegrandinas, el trago de Mojocoya, que era muy mentado en aquellas regiones. Este licor se fabrica de la miel de caña cultivada en los valles del río Grande, al norte de Mojocoya, en la frontera entre Chuquisaca y Cochabamba. En aquella época todavía se lo almacenaba y comercializaba en odres de cuero de cabra, para este propósito se sacrificaba al animal cuidando de que en el degüello se conservara una adecuada proporción del pescuezo, luego se lo despellejaba cuidando de mantener la integridad del cuero para que, volcado sobre su anatomía, se logre una bolsa con el pelaje en el interior, enseguida se amarraban, por separado, cada una de las patas y se procedía a impermeabilizarlo con brea vegetal destilada de la biomasa de raíces de antiguos talados. De este modo se lograba un recipiente impermeable, aséptico, adecuado para su almacenaje y fácil de transportar a lomo de mula. Así envasado, el trago mojeño era comercializado en Sopachuy, el Villar, Alcalá, Tarvita, las Casas y otros lugares en viajes generalmente placenteros, pero, otras veces, por caminos perdidos, desolados, a veces por sendas o simples derroteros, sin puentes, por vados peligrosos o por punas y desfiladeros donde el agua reclamaba por horas desesperantes su calidad de líquido elemental.

Gerardo Serrano Chumacero estuvo relacionado a estas actividades rurales agrícolas, pecuarias y comerciales durante el lapso de seis años, hasta su décimo noveno cumpleaños. Sin embargo, esta experiencia no redujo su voluntad a la sola reproducción de las viejas prácticas económicas y tecnológicas heredadas de sus mayores, sino, lo vinculó inexorablemente con las tradiciones culturales más profundas y sublimes de Mojocoya y, en general, de toda la antigua frontera chuquisaqueña, entre el río Grande y el río Pilcomayo y desde de las serranías del Iñao hasta la puna y los valles circundantes a la ciudad de Sucre, en esta virtud, no obstante que todavía pervivía en él su afición por las rancheras, los boleros y las zambas que había adquirido en su primera permanencia en Sucre, se involucró con las prácticas culturares y antropológicas construidas en centenario desarrollo por pueblos de origen lingüístico arawak o yampara o mitmakunas inka o colonos españoles, antiguos o nuevos cristianos, y, por consiguiente, aprendió a escribir versos según la preceptiva del viejo romancero castellano; se consustancializó con las formas musicales que, desde el huayño, derivaron en la tonada, el k’aluyo, el pasacalle, el chunquito y el salaque; logró, a pesar de las reprimendas y advertencias de su padre, a afinar, a puntear y a rasgar el charango y su talento se apoderó del espíritu, las vibraciones y la madera de la guitarra, de aquella pulsada con infinita calma en la hora de los enamorados, de esa otra rasgada trago a trago y canto a canto en las noches de bohemia o de aquella que en bandolera a la espalda de los mañazos, arrieros como él, acortaba los caminos, colmaba los sentimientos o abría las esperanzas a un deseado futuro promisorio.

A pesar de su pasión juvenil por la guitarra, Gerardo no renunció al desafío implícito impuesto por la prohibición de su padre hacia la ejecución del charango. Escuchando con disimulado desinterés las interpretaciones de su padre, mirando de reojo las posiciones de los acordes, memorizando a escondidas los arpegios y las escalas, escudriñando la técnica de los rasgados y pulsaciones con la mano derecha se reveló, a los catorce años, en virtuoso ejecutante de este instrumento, circunstancia que obligó a don Miguel Serrano a aceptar su derrota y a admitir que su hijo tocara charango en su casa, en los carnavales, en la pascua, en Navidad y, especialmente, en los fatigosos viajes comerciales de la compañía de arrieros. Continuando la tradición vigente en Mojocoya Gerardo utiliza dos afinaciones en sus interpretaciones: el temple natural y el temple mojeño o ¡yau! paloma, que traducido al español significa: ¡hola! paloma.

Mojocoya forma parte del territorio y del conglomerado antropológico y cultural donde la vihuela de mano se transformó en charango al influjo de la insuperable actividad musical que desarrolló, en los periodos virreinal y republicano, la Capilla de Música de la Catedral del Arzobispado de La Plata, hoy Sucre, a través de sus maestros de capilla, de los músicos de su orquesta y de los lutieres que procuraban la construcción, mantenimiento y reparación de los instrumentos musicales. El charango, incluso en la actualidad, se afinó y se afina de maneras disímiles relacionadas con la procedencia regional o con el calendario festivo de la música que se interpreta, aspecto que evidencia su vínculo con la música modal del renacimiento español trasladada a Charcas por los colonizadores. Asimismo, debe decirse que con el surgimiento de la música tonal la afinación del charango se estandarizó en lo que se denomina temple natural, que corresponde a la secuencia: mi, para las primeras cuerdas inferiores; la, para las segundas; mi, para una de las terceras y mi una octava grave para la otra tercera; do, para las cuartas; y sol para las quintas, que establece los siguientes intervalos de agudo a grave: mi-do-la-sol-mi. El temple o afinación ¡yau! paloma posee la secuencia siguiente: mi, para las primeras cuerdas inferiores; sol, para las segundas; la, para las terceras; si, para las cuartas; y re, para las quintas, que corresponde a los siguientes intervalos de agudo a grave: mi-si-sol-re-la, exactamente igual a la afinación de la guitarra barroca.

Consubstanciado, a través de las actividades agrícolas, musicales y poéticas con los secretos más íntimos del alma campesina y de la ubérrima geografía de los andes surorientales, Gerardo Serrano comenzó muy joven a desarrollar una creación estética, lírica y musical, que todavía hoy se sostiene por su originalidad, su vínculo con la tradicionalidad provincial de la frontera chuquisaqueña y por su incuestionable belleza.

Cuando todavía no había cumplido los quince años, encontrándose en la realización de un viaje comercial en la compañía de arrieros de su familia, la comitiva decidió establecer un campamento comercial en las proximidades del pueblo de Tarabuquillo, ubicado a escasos kilómetros de Tomina. Los integrantes mayores, que se habían percatado que en la población residía una hermosa chola joven y viuda que se sustentaba con el expendio de comida y bebidas alcohólicas, decidieron extender su presencia en el lugar por una noche, con el claro objeto de realizar una visita de honores y cortejos a la mentada señora. Con el propósito de resguardar los animales, las mercaderías y otros bienes que poseían en ese momento decidieron responsabilizar el cumplimiento de esta tarea a los más jóvenes del grupo: a Gerardo y a Simeón Castro, el “Osito” y el “Zorro”. Cuando la noche ya se aproximaba a la madrugada y con ella a la hora de reiniciar la marcha de la caravana comercial, los adolescentes, percatados de que sus parientes mayores no habían retornado, decidieron salir en su búsqueda. En la absoluta oscuridad de las callejuelas del pueblo no fue difícil encontrar el único inmueble que proyectaba desde su puerta entreabierta la intermitente luz de unas velas en combustión y que permitía la emisión de los acordes y punteos de los charangos y las guitarras de los Serrano. Dispuestos en posición de observación desde la puerta entreabierta, repararon inmediatamente en la impresionante estampa de una joven sentada en una antigua silla vienesa que, al efecto de la luz de una de las velas instalada sobre un viejo mostrador pintando en celeste vibrante, destacaba a contraluz su torso erguido hasta la provocativa exaltación de sus senos ceñidos por el talle alto de un blusón tipo imperio, que armaba con gracia el descenso del tafetán negro hacia su natural prolongación en una pollera también de tela negra. Cuando su hermoso rostro fue al fin descubierto por los muchachos la Viudita, en un giro inesperado por un susto que destacó aún más su natural belleza, irguiéndose dijo:

– ¡Wa[21]…! ¿¡Quéstan haciendo!? ¡Mestán asustando!

Sin embargo de que ninguno de los Serrano, los viejos ni los jóvenes, recordaron el nombre de esta agraciada viuda ni la volvieron a encontrar a su paso por Tarabuquillo, su memoria fue inmortalizada en la primera composición de Gerardo Serrano.

Reiniciado el viaje y durante muchos días después, los comitentes mayores no hablaban de otro asunto que no fuera la belleza de la Viudita, presumiendo cada quien ser el correspondido de sus miradas, galanteos y, aún, caricias supuestas o verídicas. Cierta mañana el primo Zorrito, que conocía que Gerardo cantaba y recitaba de memoria los versos de las canciones de los repertorios de Mojocoya, de Bolivia, de México y la Argentina y que poseía cualidades innatas para escribir versos de arte menor, acercando su cabalgadura le dijo:

– Oye ¿Por qué no se los escribes, pues, unos versos para estos alaracos y alabanciosos? Sólo saben hablar de esa viuda.

Motivado por las circunstancias, por el paisaje agreste y por el desafío artístico que su primo le proponía pronto alcanzó a escribir un cuarteto. Uno de sus tíos, después de leer, como todos, con aprobación aquellos versos le preguntó:

– ¿A quién, pues, están dedicados estos versos?

– A esa viuda que tanto les hace andar de nuca a ustedes.

Concluido el viaje Gerardo se concentró en la conclusión del verso y en la composición de una melodía, actividades que desarrolló en jornadas que se extendieron por varios días en el solar de su casa en Mojocoya, en el huerto bajo las higueras o sentado en la pirca mirando hacia el horizonte donde la estampa de la Viudita se componía en alternancia con el follaje de la villa, en contrapunto con las sementeras del valle y en consonancia con la cordillera. Decidió entonces que la canción debía ser un huayño y, aunque los intervalos de las escalas melódicas se trabajaron en guitarra, comprendió que debía tocarse en charango afinado en temple ¡yau! paloma, en el entendido de que este instrumento le ofrecía la posibilidad de rasgar la melodía con acordes recogidos conforme a la tradición de la frontera chuquisaqueña. El tema, desde luego, se tituló Viudita:

Retrato de tu hermosura, viudita,
cómo quisiera tener, palomita,
pa’el consuelo de mis penas, viudita,
cuando no te pueda ver, palomita.

En la punta de aquel cerro, viudita,
paja juega con el viento, palomita,
así juegan tus amores, viudita,
dentro de mi pensamiento, palomita.

Me río de tus desdenes, viudita,
ni mención hago de ti, palomita,
no recuerdo que te quise, viudita,
ni lo que te conocí, palomita.

En qué tiempo se había visto, viudita,
la ceniza congelarse, palomita.
Dos amores tan queridos, viudita,
sin motivo separarse, palomita.

La organización de los versos en cuartetos, que sugieren entenderse, mientras se cantan, como dípticos o ante la sola lectura como octavas, asimismo, la consonancia preconcebida formada con los nombres “viudita” y “palomita” o el uso de imágenes literarias difundidas desde los años coloniales en la producción literaria hispanoamericana, como: “paja juega con el viento” o “la ceniza congelarse” y, finalmente, la utilización de la contracción gramatical “pa’el”, derivada de “para el”, típica en el castellano arcaico vulgar o del judeoespañol[22], nos sugieren inferir, a través de la conciencia estética de Serrano, la vigencia de la estética renacentista española, sincretizada con la música indígena, en la estética poética y musical de las provincias de Chuquisaca, más aún, cuando este huayño ternario en compás binario[23], tocado y cantado en la menor, con recurrencia permanente del do sostenido, nos transporta a los antiguos tiempos de la frontera chuquisaqueña cuando la música se tocaba sobre la base de los modos musicales antiguos.

En aquella época, algunas de las familias mojeñas que radicaban en Sucre, entre ellas los Zubieta, viajaban constantemente a Mojocoya por diversas razones administrativas o recreativas y, entre otras actividades, solían organizar reuniones de bohemia donde se bebía, se comía, se conversaba y, desde luego, se cantaba hasta que el sol del alba descubría nuevamente la hermosa policromía de la campiña y la soberbia tipología colonial de la villa. En esas circunstancias no era extraño que alguna noche los Zubieta llamaran a la puerta de don Miguel Serrano, quien, inquiriendo por la identificación de los que tocaban su puerta recibía como respuesta:

– Miquichu, prestanos a tu ch’ete[24], a tu hijo.

– ¿Para qué don Pancho?

– Prestanos, pues, waway, que nos vaya a alegrar un poquito, que saque su guitarrita más, que nos lo cante.

Don Miguel, benevolente como era con un hijo que, a pesar de su juventud, había desarrollado todas las responsabilidades que se precisan para desempeñarse como un hombre de bien, autorizaba aquellas solicitudes.

– Chico –le decía– te está buscando don Pancho Zubieta, vestite waway, andá, llevá tu guitarra, dice que vayas a distraerle un rato… ¡No me vas a tomar!

En el repertorio que se cantaba en las reuniones de los Zubieta sobresalía la música mexicana: Grítenme piedras del campo, de Cuco Sánchez; Entre copa y copa, de Felipe Valdés Leal; y No volveré, de Manuel Esperón.

Hacia el año 1957 llegó a Mojocoya el profesor Roberto Santelices, un músico muy talentoso y virtuoso para la ejecución de la guitarra y el charango. Como forastero ilustre Santelices era el invitado de honor a todas las fiestas: las religiosas y las profanas, las cívicas y las familiares y las de casa, huerto o campiña. Cuando cualquier fiesta se instalaba con la presencia del mentado profesor, en el momento estelar del convite, por su solicitud o por sugerencia de uno u otro de los comensales, aparecía una guitarra, generalmente la “guitarra borracha” del tío Filico Chumacero, la que al conjuro de sus manos cantaba, silbaba, recitaba y hasta lloraba resucitando cuecas de Roncal, Valda o Lavadenz, desenterrando bailecitos de verso picaresco que alguna vez se cantaron en la “Calisto Calle” de la ciudad de Sucre, desempolvando k’aluyos que obligaban al diestro guitarrista a armar intervalos con acordes en modo frigio, jónico o mixolidio, invocando chunquitos, tonadas y salaques cantados en décimas fragmentadas, alejandrinos quebrados o sonetos resquebrajados por el paso de la historia; hasta recalar, al fin, por el reclamo de sus dedos fatigados por tan extrema jornada, en el regazo del huayño, desde cuyo cobijo la música se desplazaba agitando el follaje de los sauces, molles, algarrobos y jacarandás hacia el comienzo de todo: la expiación de la alegría.

Descubierto el talento del profesor e insinuadas a éste las virtudes musicales de Gerardo, pronto se estableció entre ellos una relación de maestro y discípulo. Se los veía trabajar con la guitarra y el charango desarrollando escalas en la escuela, practicando arpegios en la plaza central Vélez Callejas, recopilando versos en las pozas del río Remolino y, como decían las ancianas de Mojocoya, “trajinando de Herodes a Pilatos” por el poblado o la campiña, charango en ristre o guitarras en bandolera, hasta que el alumno logró dominar todos los secretos de los cordófonos.

Luego del fallecimiento de su padre, el año 1957, cuando Gerardo había cumplido los diecinueve años, don Vicente Zubieta lo animó a retornar a Sucre. Le decía:

– Cantas bonito ¿Por qué no te vas a Sucre hijo? Allá puedes trabajar, puedes seguir tus estudios ¿Por qué lo has dejado el colegio…? – Luego proseguía– Allá puedes grabar discos, creo que ya hay una disquera en Sucre.

El año 1959, uno de sus primos, Nazario Velasco, quien tuvo la gentileza de regalarle una guitarra le reiteró, por encargo de Vicente Zubieta, que saliera del medio rural, que abandonara Mojocoya y retornara a Sucre a trabajar y continuar sus estudios, incluso, ante la evidencia de que Gerardo no contaba con el dinero suficiente para emprender el viaje y costearse una inicial estadía, le regaló la cantidad suficiente de recursos financieros para hacerlo. Unos días después se despidió de su madre y en un giro inesperado de su vida y de su suerte se encontró nuevamente en la ciudad de Sucre. Correspondió a don Jaime Jadue, gracias a sus vínculos con la comunidad árabe de Sucre, lograr su ingreso a la fábrica CINTATEX, de propiedad de don Nicolás Abuawad Mufdi.

La Fábrica CINTATEX es una factoría industrial con residencia en la ciudad de Sucre, establecida por Nicolás Abuawad Mufdi el año 1948, que ofrece al mercado boliviano una diversidad de productos textiles: hilos, cuerdas, cintas, encajes, elásticos, gasas, etcétera. En esta fábrica Gerardo Serrano trabajó por el lapso de quince años, ocupando puestos diversos, desde labores de limpieza, mensajería, estiba, almacenaje hasta la operación de diversos tipos de maquinaria.

Su vinculación con el proletariado fabril de la ciudad de Sucre le posibilitó realizar dos actividades que ha ejercido y aún ejerce con sincera pasión: el arbitraje futbolístico y la música y el arte.

En efecto, poco después de ingresar en la planilla de la empresa conoció a Roberto Echalar, Florián Daza y Félix Rengel, tres jóvenes árbitros integrados a la Asociación de Fútbol Sucre, quienes promovieron en él su interés por el arbitraje y, a tal efecto, lo registraron en la Escuela de Árbitros de Sucre, donde se capacitó en el conocimiento de las normas y reglamentos del fútbol y adquirió las destrezas técnicas y físicas necesarias para su aplicación correcta en un encuentro deportivo. En vista a que su preparación fue satisfactoria, pronto fue registrado en el Colegio de Árbitros de Sucre asignado a dirigir y controlar los partidos de la Primera División B del campeonato sucrense, en el que, considerada su juventud, tenía sólo veintidós años de edad, desarrolló una sólida personalidad en el gramado, un sentido de equilibrio y serenidad y, ante todo, una incuestionable autoridad, aspectos que motivaron su pronta incursión, el año 1961,  en los campeonatos de la Primera División A, compartiendo responsabilidades con árbitros de la estatura profesional de Alberto Bohórquez, Alfredo Sandi, Clovis Sandoval, Pepe Borja, José Flores, José Barrero y Enrique Moldes, entre otros, y en cuyas circunstancias concurrió a los encuentros interdepartamentales que se realizaban paralelamente al Torneo Mayor de la República, que inmediatamente después se denominó Copa Simón Bolívar. El año 1970 concurrió a un curso de arbitraje internacional en Cochabamba conducido por el árbitro internacional, de nacionalidad italiana, Diego di Leo, quien dirigió el partido final de las Olimpiadas México 1968, jugado entre Hungría y Checoslovaquia, y fue árbitro en el Mundial México 1970. Este curso, que entre otros aspectos implantó en Bolivia la utilización de las tarjetas roja y amarilla, consolidó su habilitación para dirigir partidos nacionales e internacionales.

Hasta el año 1972 Gerardo Serrano dirigía los encuentros de la Primera División A del campeonato sucrense y se lo convocaba como juez de línea en los de la Copa Simón Bolívar, que reunía, entre septiembre y diciembre de una gestión deportiva, a los campeones y subcampeones de las federaciones departamentales. Un domingo de diciembre de aquel año fue designado primer juez de línea, el segundo fue Félix Rengel, del encuentro que debían jugar Oriente Petrolero de Santa Cruz e Independiente Petrolero de Sucre, cuya dirección estaba encargada al árbitro paraguayo Rubén Cabrera, quien anunció pocos días antes del partido que estaba impedido de concurrir, entonces, la Federación Boliviana de Fútbol designó al árbitro peruano Javier Rivero para suplir aquella inconcurrencia. Lamentablemente, el mismo día del encuentro, cuando los equipos ya se encontraban en los camarines, se anunció que Rivero no pudo llegar a la ciudad de Sucre. La solución que asumió la Federación Boliviana de Fútbol consistió en designar al primer juez de línea, es decir, a Gerardo Serrano, como árbitro de aquel encuentro. Al recibir esta noticia el onceno de Santa Cruz, que en este partido se jugaba la posibilidad de alcanzar el campeonato o subcampeonato de la Copa Simón Bolívar, se resistió a ingresar al campo de juego, pero, toda vez que Serrano solicitó la presencia de los contendores no tuvo otra alternativa que cumplir la convocatoria de la primera autoridad del partido. El encuentro deportivo se desarrolló con la normalidad que deriva de un excelente arbitraje: aplicación equitativa de los reglamentos, imparcialidad en las decisiones, aproximación debida en todas las jugadas, coordinación con los jueces de línea, etcétera. El resultado del partido fue el triunfo del equipo visitante: Oriente Petrolero 5 e Independiente Petrolero 2. Cuando se realizaban las acciones de finalización del encuentro y todos se encaminaban hacia la boca de los camarines, que en el estadio Sucre se ubican cerca de la tribuna norte, advirtió que se reunía una multitud de parciales de Independiente Petrolero en las graderías. Con la convicción que había conducido el encuentro con la debida imparcialidad continuó su caminata hacia los camarines y, cuando se aprestaba a ingresar, los jugadores y las autoridades deportivas formaron un callejón humano y estalló una ovación en reconocimiento a su brillante actuación.

Cuando se encontraba en el camarín de los árbitros ingresó un personero de la Federación Boliviana de Fútbol quien, mirando de frente a Gerardo Serrano le dijo:

– ¿El señor Serrano?

– ¿Sí? – Contestó Serrano asintiendo con la cabeza.

–  Muy bien, lo felicito, usted ha arbitrado muy bien. – Enseguida, exhibiendo un billete de avión, un sobre y otros documentos para requerir su firma expuso: – Aquí tiene su boleto de avión, usted va a arbitrar un partido importantísimo en la ciudad de Cochabamba entre Wilstermann y Municipal de La Paz.

Una semana después, el 31 de diciembre de 1972, Gerardo Serrano arbitró un partido inolvidable en la historia del Club Jorge Wilstermann, en el que se coronó campeón de la Copa Simón Bolívar 1972, derrotando 5 goles a 2 a Municipal, e inolvidable también para él, no sólo porque consolidaba su inicio en los grandes episodios del fútbol nacional, sino, por el significado regional del encuentro y por la calidad de los jugadores involucrados en la justa deportiva, entre otros: Limbert Cabrera Busset, Víctor Hugo Bravo, Limbert Cabrera Rivero, Milton Teodoro Joana y Reynaldo Párraga de Wilstermann e Ismael Peinado, Adolfo Flores, René Domingo Taritolay y Julio Torres del Deportivo Municipal. El partido fue altamente competitivo y, por tanto, se produjeron reiteradas situaciones de juego brusco que debieron ser sancionadas por el árbitro con llamadas de atención, disparos directos, tiros penales, tarjetas amarillas y cuatro expulsiones: la del brasilero Joana y del chileno Vargas de Wilstermann y la del argentino Taritolay y del boliviano Torres de Municipal.

Este partido puede considerarse como el comienzo de su carrera de arbitraje nacional e internacional, en efecto, su profesionalismo fue requerido permanente en todas las federaciones del país por el lapso de tres décadas, incluso, formando parte aún de la Asociación de Fútbol Sucre arbitró partidos importantes como Racing de Buenos Aires con la Selección de Bolivia, Mariscal Sucre de Lima con Petrolero de Sucre, la Selección de Arica con Policar y la Selección de Bolivia con la Selección de Sucre.

Además de las actividades de expansión deportiva que se promovían en la Fábrica CINTATEX y, en general, en el conjunto de la clase trabajadora fabril, la interrelación personal y los vínculos sindicales hicieron posible la existencia de un espacio lúdico de confraternidad privada, de contornos bohemios, o colectiva, asociada a las conmemoraciones del día del trabajo, el 1 de mayo, o del día del trabajador fabril boliviano, el 18 de mayo, en el que Gerardo inevitablemente se descubrió como el ejecutante fundamental de la guitarra y, especialmente, como el cantante insuperable de las rancheras, boleros y zambas. En vista de la calidad artística que Gerardo expresaba en estas reuniones sus compañeros de trabajo, sus correligionarios sindicales y, principalmente, sus amigos de barrio, de la calle Olañeta, organizados en el Club Atlético Estrella Roja, conocidos como los Estrellados, le sugirieron que participara en los programas que Radio Sucre emitía con el objeto de promocionar nuevos valores artísticos y difundir la música en vivo al público sucrense. Gerardo, que sentía el llamado del escenario con una fuerza inexplicable, concertó inmediatamente una reunión con el periodista Víctor Hugo Hevia Moreira, conductor y realizador de aquellos programas de Radio Sucre. En un primer momento Gerardo intervino en el programa “En Busca de Estrellas”, que se emitía todos los miércoles en la noche, pero, en vista a que sus interpretaciones de las rancheras, boleros y zambas gozaban del aprecio y aceptación de la audiencia lo promovió al programa principal: “El Expreso de la Popularidad”, que se emitía todos los sábados también en la noche y donde adoptó el nombre artístico de El Trovador Solitario. En este programa compartió escenario y audiencia con Zulma Yugar, que en esa época tenía once años y sólo declamaba y bailaba; con Los Genios, quienes iniciaban en su juventud su prestigiosa carrera; con Arturo Sobenes, Gladys Moreno, Jorge Ovando Valdés, Benito Tarallo y otros prestigiosos artistas. En esta época Gerardo logró desarrollar una importante aceptación popular en la audiencia de Sucre y un segmento considerable de la sociedad conocía y apreciaba su arte.

Un día de febrero del año 1968, cuando caminaba de paseo por la plaza 25 de mayo, se encontró con don Rodolfo Mérida Crespo, un ebanista poseedor de una delicada y valiosa obra y profundo conocedor de la música de Sucre y Chuquisaca. El señor Mérida le expresó que le había escuchado cantar en los programas de Radio Sucre y, enseguida, le comentó que en un viaje de vacaciones a Sopachuy se había encontrado, en agradables reuniones, con su tío Roberto Padilla, quien cantaba, acompañado en charango en temple ¡yau! paloma, un hermoso repertorio musical mojocoyano, luego, le comentó que su tío Roberto le dijo:

– En Sucre también tengo un sobrino, pues, pero ese… canta operías, canta boleros, rancheras, zambas.

Don Rodolfo Mérida, con énfasis de reflexión agregó:

– Deje de cantar esas cosas, cante la música de su pueblo – Luego, con la gentileza que caracterizaba su noble personalidad continuó – ¿Por qué no nos reunimos? Le invito a mi casa.

Rodolfo Mérida vivía en esa época en un inmueble próximo a la plaza de toros, actualmente el coliseo Jorge Revilla Aldana. En aquella casa, prolija por el orden de sus sencillas estancias y grandiosa por la respetable prosodia que expresaba su taller, no sólo se presagiaba al ingresar el olor de la ebanistería o la fragancia de los claveles en flor o la deliciosa invitación de los fogones de la cocina, sino, se escuchaba el silencio de las guitarras, charangos y mandolinas que, en ornamental disposición, colgaban en los muros de la sala en cordial invitación al renacimiento de la música. ¿Cómo no? si Mérida era el yerno de Julio Rendón, uno de los famosos integrantes del dúo Rendón-Arandia. Instalados en la sala Gerardo tomó la guitarra, Cirilo Gonzáles se hizo cargo del charango afinado en ¡yau! paloma y Enrique Arroyo del otro charango afinado en temple natural. Entonces el señor Mérida exclamó:

– Ahora canten lo que quieran, pero, con la sola condición de que sea de Mojocoya.

Así comenzó aquella tarde tan decisiva para el futuro artístico de Gerardo y tan promisoria para el rescate, la conservación y la difusión de los valores culturales de las provincias de Chuquisaca. Don Rodolfo Mérida Crespo, convencido como estaba de la importancia que posee para los pueblos la salvaguarda y promoción de su cultura tomó el registro magnetofónico de lo sustancial de las interpretaciones musicales de aquella reunión y, aunque el convite se prolongó hasta la madrugada, hacia la media noche tenía un registro, en buena calidad auditiva, de las melodías más representativas del repertorio mojeño, como El chunquito, Viudita, El salaque, Cacharpaya y Águila irpa.

En la tarde del sábado siguiente, cuando Gerardo caminaba con su novia Marilú López por las inmediaciones de la iglesia de San Sebastián, al pasar por la puerta abierta de un almacén, que en aquella época se denominaba “tienda redonda”, porque cumplía las funciones de casa habitación y expendio comercial; escuchó que un aparato de radio difundía música de Mojocoya y, aún más, que la voz que cantaba era la suya y que correspondía al fonograma que había registrado don Rodolfo Mérida la noche anterior. Con grato asombro solicitó a la dueña de la tienda permiso para ingresar y escuchar la música que se difundía, ella le informó que la radiodifusora era Loyola y que el programa era La Carta de Cristal, que se difundía todas las tardes con el objeto de interactuar con la audiencia a través de solicitudes musicales para felicitaciones onomásticas. Reiteradamente, el conductor del programa explicaba que la música correspondía al repertorio de Mojocoya, que los intérpretes eran mojeños y quien cantaba era el reconocido árbitro del fútbol sucrense Gerardo Serrano Chumacero.

Desde aquella tarde, todos los días el repertorio grabado por Mérida fue reclamado con inusual insistencia por la audiencia de Radio Loyola. En estas circunstancias, cierto día lo buscó el señor Luis Velásquez, propietario de la empresa fonográfica Discos Charcas, empresa donde grabaron Román Romero, Los Indios y otros artistas de Sucre. Velásquez, que había comprobado la entusiasta acogida a la música de Gerardo que se difundía por Radio Loyola, le propuso realizar una grabación de bajo presupuesto, en un sencillo de dos grabaciones que debía compartir con otras dos canciones, en la cara reversa, de Die Ketzers, la primera banda rockera organizada en los años sesenta en Sucre. Gerardo aceptó la idea, incluso le manifestó que no le cobraría por la grabación, pero, le expuso como condición de que el sencillo fuera exclusivamente con su música, porque consideraba, con toda razón, que el repertorio mojeño no guardaba ninguna relación con la música rock. El productor fonográfico aceptó la propuesta de Serrano y se convino en producir un álbum sencillo con los siguientes temas del folklore de Mojocoya: Viudita, Cacharpaya, Chunquito y Te dejo libre. Participaron en el proyecto Enrique Arroyo, con el charango en temple natural, y Cirilo Gonzáles, con el charango afinado en temple ¡yau! paloma. La toma de sonido se realizó en la cabina de grabaciones de Radio Loyola por Tito Antonio Durán Santillán y el prensado del disco de vinilo en la Empresa Fonográfica Discolandia de la ciudad de La Paz. El álbum titulaba: Los Mojeños en la Capital.

Quince días después de la toma de sonido llegó el disco simple para su venta en la tienda de Luis Velásquez: Disco Centro, que se encontraba ubicada en la calle Junín, entre Ravelo y Hernando Siles, en una de las tiendas del antiguo mercado central. El éxito comercial fue rotundo, se formaban extensas colas para adquirirlo y se tuvieron que suscribir vales para futuras entregas. Sobre la base de esta experiencia se produjeron quince discos simples con intervalos de dos meses, aproximadamente, entre cada uno de ellos, todos con idéntica aceptación al primero, es decir, Gerardo Serrano estuvo vinculado a la empresa fonográfica Discos Charcas entre los años 1968 y 1970.

Esta lealtad recíproca sólo se alteró una vez, cuando Ángel Quispe, propietario de la empresa fonográfica Discos Capital, en la que grababan Casiano Tejeda, Alberto Vargas, Los Hermanos Escalante, Los Collas y La Presteña, entre otros artistas de Sucre, informado de que Discos Charcas pagaba a Gerardo Serrano la suma de dos mil bolivianos ofreció cancelarle la suma que él le señalase si aceptaba vincularse a su productora musical, el artista, sin vacilar, le propuso la suma de cinco mil bolivianos, propuesta que Quispe aceptó inmediatamente pagándole un adelanto del cincuenta por ciento. El disco simple que se produjo en Discos Capital contiene el siguiente repertorio: Pajarillo carcelero, Paisanita, Despedida de carnaval y Bandeñito. A diferencia de los álbumes realizados en Discos Charcas Gerardo Serrano cantó ejecutando el charango con el acompañamiento de las guitarras de Víctor Arancibia y Ricardo Ríos.

Cuando se realizó la toma de sonido en los estudios de grabación que la empresa Discos Capital poseía en propiedad, se suscitó un impase, en realidad intrascendente, entre Gerardo y uno de los integrantes de Los Collas que, junto a Los Hermanos Escalante, se encontraban en el recinto y en el que permanecieron hasta después de aquel acto técnico. El impase referido se fundaba en el éxito con el que Gerardo llegaba a aquella empresa y en un sentimiento de desprecio que expresaban aquellos artistas hacia la obra y trayectoria reciente de El Mojeño. Concluida la toma de sonido, Gerardo y los dos guitarristas continuaron en la cabina de grabación interpretando unas melodías que no formaban parte del simple y se interpretaban a modo de ensayo y para demostrar a los ocasionales visitantes que Gerardo era el compositor, que poseía un vasto repertorio y que el valor estético y musical de su obra era incuestionable. Llegado el día del lanzamiento del disco simple Gerardo reparó en la circunstancia de que la empresa Discos Capital había realizado dos álbumes, uno con la producción pactada y otro disco simple con las melodías que habían interpretado a modo de ensayo, entre las que figuraban Marilú y El provinciano, y que Quispe había grabado subrepticiamente. El enfado de Gerardo ante este hecho fue el que correspondía expresarse y así lo hizo conocer a la empresa Discos Capital, pero, este sentimiento se aplacó inmediatamente ante la exitosa acogida de los dos discos simples por el público local y nacional y el adecuado arreglo financiero que se pactó posteriormente. Sin embargo, cuando la empresa fonográfica Discos Charcas, con la que había comenzado su carrera artística, le propuso retornar a sus estudios a cambio de un conveniente y justo arreglo financiero el Mojeño no dudó en aceptar aquella propuesta.

La segunda permanencia de Gerardo Serrano en la ciudad de Sucre, entre los años 1960 y 1975, fue de importantes realizaciones personales, deportivas y artísticas. Sus actividades en la Asociación de Fútbol Sucre y el Colegio de Árbitros le posibilitó desarrollar una personalidad disciplinada, ordenada y comprometida con la equidad y otros valores del bien común transmitidos por personalidades tan distinguidas como Alberto Bohórquez, Alfredo Sandi y Clovis Sandoval y asimiladas y compartidas con inolvidables amigos como Roberto Echalar, Florián Daza y Félix Rengel. Su vinculación a las actividades culturales de la ciudad de Sucre le posibilitaron contribuir a la recuperación, salvaguarda y difusión del patrimonio musical de las provincias de Chuquisaca y a establecer una imagen de fiel identificación del público sucrense y chuquisaqueño con El Mojeño, que permanece actualmente inalterable; que fue establecida a través de sus realizaciones fonográficas, actuaciones en el teatro Gran Mariscal, en el teatro 3 de Febrero, en las organizaciones estudiantiles y en audiciones en las radiodifusoras de Sucre, compartiendo una intensa amistad con los hermanos Víctor y Celia Arancibia, Juan Alfaro, Félix Ajalla, Ricardo Ríos, Eugenio Sánchez y Mario “Q’aytu[25]” Márquez. Finalmente, corresponde destacar su relación laboral con la Fábrica CINTATEX, no sólo porque le permitió obtener el sustento necesario para subvenir sus necesidades materiales, sino, porque le ofreció la oportunidad de desarrollar anhelos de superación individual y colectiva y le permitió articularse al proletariado fabril, con cuyas reivindicaciones se identificó hasta alcanzar, entre los años 1969 y 1970, la Secretaría de Relaciones de la Federación Sindical de Trabajadores Fabriles de Chuquisaca, entidad donde compartió responsabilidades con destacados dirigentes sindicales como  Federico Flores, Gerardo Echalar, Guido Zárate y Florián Daza, conoció el trabajo de dirigentes políticos como Eloy Fiengo, Percy Subirana y Gastón Campos y contempló de cerca las actividades de dirigentes estudiantiles como Vidal Mendoza, secretario ejecutivo de la Federación Universitaria Local; y Pascual Condori, secretario ejecutivo de la Federación de Estudiantes de la Escuela Normal Sucre; en un periodo de aguda crisis política nacional, sustentada por la vigencia de la Asamblea Popular, que concluyó con el golpe de Estado del 21 de agosto de 1971.

El año 1975 Gerardo Serrano se casó, en segundas nupcias, con Gabby Quiroga Claros, una enfermera cochabambina que acababa de graduarse en la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca, con quien convino formar familia en la ciudad de Cochabamba, en tal sentido, luego de renunciar a la fábrica CINTATEX se trasladó a aquella ciudad donde se vinculó a los emprendimientos comerciales y productivos de Laureano Rojas Alcócer, por recomendación de su suegra, la señora Lucinda Claros, quien era madrina del empresario.
Rojas, como otros importantes empresarios bolivianos, logró establecer una eficiente organización corporativa desde sus humildes orígenes rurales en el valle cochabambino. Nacido en Cala Cala y criado en Colcapirhua, en la provincia de Quillacollo, desarrolló desde muy joven su predisposición innata hacia el trabajo, la inversión y la generación de riqueza. Comenzó con actividades productivas agrícolas vinculadas a la lechería y quesería hasta lograr la constitución de un conglomerado que incluye a la empresa fonográfica Lauro & Cía, el canal de televisión CCA 2, radio Cosmos, productos Vigor, un hotel y la representación en Bolivia de Faber Castell. Su labor en favor de la recuperación, reproducción y difusión de la música boliviana ha merecido reconocimientos nacionales e internacionales.

Cumpliendo la recomendación de su suegra Gerardo Serrano concertó una entrevista con Laureano Rojas.

– ¿Quién eres? – Preguntó el señor Rojas.

– Soy Gerardo Serrano… De Sucre estoy llegando. Soy el yerno de doña Lucinda Claros.

– ¡Ah! ¿De mi madrina? – Comprendiendo el motivo de la entrevista le preguntó. – ¿Y qué sabes hacer?

– Bueno, aparte de cantar, tocar mi charango y mi guitarra no hago nada, pues, aquí. En Sucre trabajaba en la CINTATEX.

– ¿Sabes cantar? – Le dijo con súbito interés.

– Yo soy, pues, el Mojeño.
– ¡Ah…! Vos eres el orgullosito, el que te ocultabas en Sucre cuando mandaba emisarios para que te traigan. Quería, pues, grabar con vos aquí. – Luego de alcanzar un manifiesto estado de confianza en las expresiones de su rostro y en la entonación de su voz, Laureano Rojas le propuso. – Ahistá, pues, ahora ven a trabajar. Necesito una persona para La Paz, para que administre la tienda central ¿Te irías a vivir allá? Te voy a pagar bien.

Gerardo Serrano se estableció en la ciudad de La Paz, como responsable de la tienda central de Lauro & Cía., entre los años 1977 y 1978. Sus actividades eran múltiples: recoger mercadería, almacenarla, inventariarla, distribuirla, comercializarla, efectuar cobros, arqueos, depósitos y giros bancarios. Aunque en la casa de La Paz existía una sala de grabaciones a cargo de Alejandro Gonzáles y tuvo la posibilidad de realizar registros fonográficos de prueba, sus apremiantes obligaciones no le posibilitaron concretar ningún álbum fonográfico. Cumplido el año de residencia en La Paz, por diversas circunstancias, entre ellas las de salud, Laureano Rojas lo trasladó a la ciudad de Cochabamba como responsable de la agencia de la calle Esteban Arze, luego a la ubicada en las calles Brasil y San Martín y, finalmente, a la tienda central establecida las calles Sucre y San Martín, aunque, según las circunstancias, debía encargarse momentáneamente de alguna de las otras. Bajo este sistema de trabajo se mantuvo durante doce años hasta el año 1989.

El año 1978 Laureano Rojas le sugirió que coordinara con Francisco Sosa, el técnico de grabación de la empresa discográfica Lauro & Cía., la producción de los álbumes musicales que tuviera por conveniente realizar. Con el apoyo de la fonográfica convocó a los músicos chuquisaqueños Juan Alfaro, Félix Ajalla y Ricardo Ríos con quienes realizó un long play y dos sencillos. En consideración a que Lauro & Cía. poseía en aquella época una infraestructura comunicacional respetable, que le permitía desplegar una política nacional de difusión de los fonogramas que producía, la imagen artística de El Mojeño se difundió ampliamente y sus composiciones se conocieron y apreciaron positivamente por el público y por los especialistas de música folklórica del país. Sin embargo, sus posibilidades de emprender actuaciones y giras artísticas se encontraron limitadas por el apremiante trabajo que realizaba en la factoría de Laureano Rojas y por sus compromisos con el arbitraje en el fútbol boliviano. Por estas circunstancias sus presentaciones se restringieron a las actividades culturales y cívicas que organizaban los residentes chuquisaqueños en Cochabamba y al Festival Lauro de la Canción Boliviana, que se concretaba anualmente en aquella ciudad, y en cuya organización, difusión, montaje y realización participaba activamente. Sus conexiones laborales le permitieron conocer a Enriqueta Ulloa, Betzabé Iturralde, Martita León y a Luzmila Carpio, quien grabó en uno de sus primeros discos el huayño Pajarillo Carcelero.

Además de su absoluto compromiso laboral con las empresas de Laureano Rojas durante los quince años que radicó en Cochabamba, Gerardo Serrano dedicó su tiempo al arbitraje profesional en la Asociación de Fútbol de Cochabamba, en la Copa Simón Bolívar y en la Liga de Fútbol Profesional de Bolivia. Formado en la tradición, la disciplina y el compromiso del Colegio de Árbitros de Sucre su desempeño en el arbitraje cochabambino fue considerado de alta calidad. Sin que mediara otro interés que la realización de sus objetivos y la prevalencia de la calidad deportiva, se complacía en cumplir una rutina que implicaba las reuniones de crítica y autocrítica todos los lunes desde las 19:00 horas hasta las 23:00 inclusive; las sesiones de preparación física que se cumplían en el Estadio Félix Capriles los días martes, viernes y sábado de horas 12:00 a 13:30 y el arbitraje de partidos de fútbol los días jueves en la noche y sábados y domingos en la tarde. El fútbol cochabambino le otorgó la posibilidad de dirigir partidos donde no sólo se comprometían los clubes de aquella ciudad, sino, las grandes formaciones deportivas del fútbol nacional e internacional, como Palmeiras del Brasil; y, desde luego, le permitió relacionarse con las más destacadas personalidades del balompié de aquella época, como: Arturo Galarza, Carlos Conrado Jiménez, Adolfo Flores, Ovidio Mesa, Luis Iriondo, Limbert Cabrera Busset, Milton Joana, Limbert Cabrera Rivero, Juan Carlos Sánchez, René Taritolay, Luis Galarza, Jesús Reynaldo, Ricardo Tronconne, Carlos Aragonés, Carlos Borja, Juan Farías, Ramiro Castillo, Ever Hoyos, Carlos Trucco, Roberto Brunetto, Luis Cristaldo, Rolando Coimbra, José Melgar, Roly Paniagua, Vladimir Soria, Gastón Taborga y, especialmente, con el mundialista brasilero Jair Ventura Filho: Jairzinho. Se conoce, por la información hemerográfica de la época, que los futbolistas en las periódicas evaluaciones que realizaban a la calidad de los arbitrajes concedían a Gerardo Serrano una calificación altamente satisfactoria.

Gerardo Serrano estuvo vinculado al arbitraje futbolístico nacional por el lapso de tres décadas, toda una vida dedicada al desarrollo y proyección del más popular de los deportes en Bolivia. En el mes de junio del año 1989 dirigió su último partido en la Liga Profesional del Fútbol Boliviano, un encuentro jugado en Cochabamba entre Wilstermann y Real Santa Cruz. Se despidió definitivamente del arbitraje profesional en un encuentro protocolar que se realizó en Sucre, el año 1990, en el que al finalizar saludó desde el gramado a la afición que colmaba todo el aforo del Estadio Sucre, en medio de un atronador aplauso y coro que repetía su nombre deportivo con el que se lo conocía en todos los campos de fútbol del país: el Viuda, en directa alusión al título del huayño que lo hizo famoso como artista. Sin embargo, entre 1990 y 1995 cumplió las funciones de inspector e instructor de árbitros de la Federación Boliviana de Fútbol y de la Liga de Fútbol Profesional de Bolivia, con la misión de controlar, evaluar y calificar las actuaciones de los árbitros que dirigían partidos en Sucre e informar al respecto a las entidades superiores del fútbol nacional. En su transcurrir por el fútbol nacional e internacional recibió diversos reconocimientos y premios de diferentes instituciones deportivas, entre ellas, de la Confederación Sudamericana de Fútbol.

El año 1989, por solicitud de su madre, quien se encontraba anciana con la salud muy deteriorada, retornó a la ciudad de Sucre, centro urbano donde desde aquel año reside. Antes de continuar con la realización de una sus pasiones: la música, porque para el arbitraje ya había vencido el límite de edad permitida; asumió la responsabilidad de trabajar para subvenir sus necesidades y las de su familia, en tal sentido, se integró a la planilla del Servicio de Impuestos Internos, entidad en la que permaneció entre 1989 a 1993 en la división encargada de la habilitación de facturas y, posteriormente, entre 1993 y 2005, ocupó la responsabilidad de la administración de la empresa de transporte interdepartamental Flota Bolívar en la ciudad de Sucre. Desde su retorno, incluso durante los años que realizó actividades laborales, no ha cesado su compromiso por recuperar, componer y difundir el patrimonio musical de Chuquisaca, principalmente de sus provincias, compromiso que, junto a los guitarristas Víctor Arancibia y Félix Vedia, le posibilita transportar el sonido de su charango, en temple natural y en ¡yau! paloma; y la calidad de su voz por escenarios de Sucre, Santa Cruz, Yacuiba, Villazón, Monteagudo, Aiquile, Ravelo, Cotagaita, Sopachuy y todas las provincias, con un repertorio de su autoría donde sobresalen los huayños: Viudita, El solterito, El huajchito, Águila irpa, La paceñita, El provinciano, El soldadito, Charanguito sólo vos y El valluno tunante; los kaluyos: Te dejo libre, Kory Kenty y Quizá vidita; los lamentos: El chunquito y Nostalgias de Mojocoya; las cuecas: A Oscar Crespo y Campeón Nacional; el chunquito: Wak’acuy Gocie, la despedida: La cacharpaya, las coplas vallunas: El bandeñito, la pascua Vidalitay y el taquirari: 8 de diciembre.

Artista, deportista, sindicalista y hombre de éxito, Gerardo Serrano se casó tres veces: con Zenobia Flores Dávalos, con quien procreó a Johnny, Janeth, Elisa y Jenny Serrano Flores; con Gabby Quiroga Claros, de cuyo matrimonio nacieron Dolly y Gerardo Ariel Serrano Quiroga; y con Alicia Vargas Yucra, fallecida el año 2013, con la que tuvo a Cinthia Belén y Luis Fernando Serrano Vargas.

Como el valle de Mojocoya, todos los hombres poseen un sol que los acompaña desde el levante al poniente, marcando con rigor de fuego su paso por la vida, en un azimut que se eleva, transcurre y cae desde el pasado, por el presente y hacia el futuro que, aunque incierto, es la irrevocable consecuencia de sus realizaciones. Las ocho décadas que se apresta a vivir Gerardo Serrano Chumacero, El Mojeño, contienen sesenta y cuatro años de creación musical, medio siglo de existencia artística y tres décadas de protagonismo indiscutible en el desarrollo del fútbol nacional. Por esto, a diferencia del crepúsculo mojocoyano, adormecido ante la inminente oscuridad de la noche, el reinado de la luna, el silencio de los pájaros y el arrullo de las lechuzas, existe un arrebol en cada una de sus canciones, un destello de esperanza en el rasgado de su charango, una antigua luminosidad en la impostación de su canto provinciano y, en sus pasos, la decisión inexorable de permanecer inalterable en la memoria de los bolivianos.

Sucre, 17 de agosto de 2017.


Bibliografía:
Lara, Jesús. Diccionario Qheshwa-Castellano. Castellano-Qheshwa. Quinta edición. Cochabamba. Los Amigos del Libro. 2001.
[1] El Jatunpunta es una montaña que se encuentra al este de Mojocoya. Su nombre deriva del adjetivo quechua Jatun, que significa: grande, superior, principal; y del español coloquial regional punta, que se utiliza para designar la coronación o pico de una elevación orográfica. Jatunpunta significa, entonces: el pico grande o superior de la cordillera de Mojocoya.
[2] Mojocoya designa al valle y villa que se encuentran al noreste del Departamento de Chuquisaca, en la frontera con Cochabamba. Mojocoya deriva del adjetivo quechua musuj, que significa nuevo y del sustantivo quechua qhöya, que quiere decir mina, es decir: Musujqhöya, que significa nueva mina, toponimia utilizada por los incas y que se refiere a la mina de estaño que encontraron en Titina, al sur del valle. La villa fue fundada el año 1584 con el nombre de San Pedro y San Pablo de los Sauces de Mojocoya. Sus habitantes tienen el gentilicio de mojeños.
[3] Probablemente la etimología de Naunaca encuentra relación con el tabú o prohibición de acercarse o, peor, profanar los enterramientos antiguos, restos arqueológicos y pinturas rupestres que se encuentran en sus inmediaciones y que corresponden al periodo comprendido entre los años 1 y 900 de la era actual, conocida como cultura Mojocoya, con vínculos con los pueblos de las tierras bajas, Tiwanaku, los salares de Uyuni y Coipasa y Atacama. En tal caso tendría origen en el adjetivo quechua ñaupa, que significa: antiguo, primitivo; y el adjetivo quechua ñakaj, que quiere decir: maldecidor, maldiciente, o sea, ñaupañakaj: la antigüedad que maldice, que se españolizó como Ñauñaca o, incluso, Naunaca.
[4] Phinkina deriva del verbo quechua phinkiy, que significa: brincar, rebotar, salpicar, en tal virtud, debe entenderse como el lugar o sitio que hace brincar, rebotar o salpicar al agua.
[5] Tinkumayu deriva del sustantivo quechua tinku, que quiere decir: encuentro, unión de personas o cosas; y del sustantivo quechua mayu, que significa río; en tal sentido, debe entenderse como el río del encuentro, en este caso, con el río Remolino.
[6] Phiri es el sustantivo quechua que designa a un alimento que se prepara con harina, muy poca agua, grasa y sal.
[7] Lawauchu deriva del sustantivo quechua llawa, se utiliza para designar las sopas, caldos, cremas o poleadas que se cocinan con harina de maíz o trigo y suelen contener carne, papas y otros alimentos, que el uso común lo ha vulgarizado como lagua; y del sustantivo quechua uchu, que se utiliza para designar al ají, que puede ser rojo, amarillo o verde. En Mojocoya se trata de una comida de lawa preparada con pan endurecido y molido, ají rojo, manteca y carnes, preferentemente de gallina o res, que se acompaña con papas y arroz cocinado con palillo, cebollas y queso.
[8] Chama es una variedad de pan boliviano que se hornea con harina integral de trigo.
[9] Saraq’aspa deriva del sustantivo quechua sara, que se utiliza para designar al maíz, y del participio quechua q’aspasqa, que quiere decir: chamuscado, soasado; que debe entenderse como el pan horneado con harina de maíz.
[10] Pejtu deriva del verbo quechua pijtuy, que significa mezclar, entreverar; se utiliza para designar una comida consistente en la mezcla de mote de maíz, papas hervidas, huevos duros, queso y abundante lajwa, suele integrarse también mote de habas y charque.
[11] Llajwa. Sustantivo quechua que se utiliza para desinar a una salsa cruda de diversos ajíes picantes.
[12] Los locotos, aribibisgarnicas y ulupicas, junto a los ajíes rojos y amarillos; son especies picantes nativas de la gastronomía boliviana y latinoamericana.
[13] T’oqö deriva del sustantivo quechua t’uqö, que quiere decir: ventana, hornacina. Agujero, forado.
[14] T’iual deriva del sustantivo quechua t’iu, que significa arena, que unido al sufijo español “al” forma el sustantivo t’iual, con la misma equivalencia que arenal.
[15] Chimpapampa deriva del sustantivo quechua chinpa, que quiere decir orilla opuesta del río, quebrada o barranco; y del sustantivo quechua panpa, que significa: llanura, suelo, piso de una habitación; por tanto, debe entenderse como llanura de la otra orilla del río o de enfrente.
[16] Tarcomayu deriva del nombre español tarco, que designa al jacarandá; y del sustantivo quechua mayu, que quiere decir río; o sea: río de los tarcos.
[17] Q’ëpirina deriva del sustantivo quechua q’ëpi, que quiere decir: atado, bulto que se lleva a la espalda; que con el aglutinante “ri” forma la palabra q’ëpiri, que designa a la persona que transporta el atado o bulto; que, a su vez, con el sufijo “na” forma q’ëpirina, que alude al objeto, generalmente una manta, sábana o lienzo; que se utiliza para llevar el referido atado o bulto.
[18] Wawa. Sustantivo quechua que designa al hijo o la hija respecto a la madre.
[19] Ch’arkipata deriva del sustantivo quechua ch’arki, que significa: carne secada al sol, tasajo, cecina; y del sustantivo quechua pata, que quiere decir: andén, peldaño, poyo. Por extensión quiere decir colina seca. Es una de las siete colinas sobre las que está construida la zona patrimonial de la ciudad de Sucre.
[20] Wayq’ö. Sustantivo quechua que significa quebrada.
[21] Wa. Interjección quechua que expresa extrañeza, asombro, sorpresa.
[22] Entre las tradiciones sefarditas recopiladas en Salónica, Grecia, en el siglo XX, existe una canción cuyos cuartetos contienen similares contracciones gramaticales como en el caso de referencia: Yo m’enamori d’un aire / d’un aire d’una mujer / d’una mujer muy hermosa / linda de mi corazón. Lo interesante es que esta canción, como otras más, posee un paralelismo lírico y musical con ciertas canciones de los repertorios de España y Latinoamérica. En Sucre se toca y se canta un bailecito transmitido por tradición oral cuyos primeros versos dicen: Del aire me enamoré / del aire de una mujer / como la mujer era aire / con el aire me quedé.
[23] En la primera mitad del siglo XIX, entre 1833 y 1856, Pedro Ximénez de Abrill y Tirado, quien fue maestro de capilla de la Catedral de La Plata; recopiló y compuso en la ciudad de Sucre un repertorio de huayños, a los que titula guaiños, que están escritos en algunos casos en compás ternario de subdivisión binaria, 3/4; y en otros en compás binario de subdivisión ternaria, 6/8.
[24] Ch’ete. Deriva del sustantivo quechua ch’iti, que quiere decir niño, rapazuelo.
[25] Q’aytu. Sustantivo quechua que significa hilo.

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De CULTURA CHARCAS SIGLO XXI, 04/09/2017 

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