Eternos, delante
de la alborada que comienza a dibujar sus contornos desde sus ensillados
posteriores, el Jatunpunta[1], el Dos Morros y el Derrumbado marcan un día más,
como relojes del holoceno, sobre el silencio, apenas perturbado por el cantar
de los gallos, en el valle de Mojocoya[2]. Hacia el norte, cuando el astro comienza a
desprenderse de la hegemonía de la cordillera, la meseta de Naunaca[3] empieza su explosión de azules que, durante
todo el día, exhibirá en un contraste de índigos, cobaltos, celestes, cerúleos,
zafiros y lapislázulis, insinuando el trazo apenas descubierto de la cuesta de
San Lorenzo donde las cuevas, plenas de antiguas manos pintadas sobre la roca,
cerámica de engobes anaranjados y colorados, textiles sobrevivientes a todos
los rigores del tiempo y el cuerpo de una mujer momificada; explican la
presencia desde hace dos mil años del ser humano en estas regiones del
continente americano. En el fondo del valle, bajo el sol de la media mañana,
las aguas tibias del Lavadero Nuevo, corriendo por las Phinkinas[4], se apresuran a alcanzar el cauce del río Grande,
transportando sobre sus espumas, encima de sus remolinos y en la caricia de sus
remansos la fragancia de los higos, de las tunas, de los duraznos, de las limas
y de los dátiles hasta alcanzar, aguas tórridas abajo, el aroma de los cañaverales.
Más al sur, aguas arriba, donde el Tinkumayu[5] y el Remolino juntan sus cauces, el humo de
los fogones del medio día, venciendo los alerones y las cornisas de los tejados
del pueblo, discurriendo por los corredores, los zaguanes, las calles y las
esquinas difunde su exquisito repertorio de vapores de phiri[6], aromas de lawauchu[7], olores de huminta, embriagantes arropes de maíz,
agradable humareda que se esparce desde el horno donde los molletes, los bizcochos,
los rosquetes, los chamas[8] y los saraq’aspas[9] se cuecen para mezclarse, en la zona de los
arrieros, peones y pongos, en el barrio de los canteños, con la fragua eterna
del mote en ebullición, las lawas con grasa y charque y
los pejtus[10] rebosantes de lajwas[11] de locotos, aribibis, cumbaros o ulupicas[12].
Bien entrada la
tarde, desde la banda de los huertos del Tinkumayu, donde la calda
de las falcas convierte la miel de caña en aguardiente, una agradable inmisión
se desplaza, de oeste a este, por todos los rincones de la villa: por el T’oqö[13], el T’iual[14], por Chimpapampa[15], las pozas y el ojito, hasta alcanzar, pasando el
Lajerío y la Cruz de la Misión, el lavadero de ropa del Tarcomayu[16], donde, al caer la tarde, las mujeres y niñas se
aprestan a cargar, en q’ëpirinas[17] descomunales, la ropa recién lavada y secada
en la jornada vespertina. Al finalizar la tarde: el crepúsculo, hundiéndose en
un santiamén hacia el Rodeíto y Santa Genoveva, apagando en las frondas de los
molles, los algarrobos, sath’aschis, tarcos, sauces y tipas los
lastimeros trinos de los chingueros, los willakus, las chulupías
y tarajchis hasta dejar, una vez más, el valle de Mojocoya al
arrullo del reino de la noche, la luna llena, el silencio y las lechuzas.
En este valle y
en esta villa nació, el 30 de enero de 1939, Gerardo Serrano Chumacero, hijo de
Miguel Serrano, ex combatiente de la Guerra del Chaco quien, inmediatamente
después de desmovilizarse del ejército al finalizar la contienda el año 1935 y
antes de casarse con Bertha Chumacero, una jovencita de dieciocho años, decidió
vivir experiencias sociales y laborales en las ciudades de Tarija y Sucre.
Establecida su familia el año 1937, don Miguel Serrano decidió continuar las
tradiciones laborales heredadas de sus antepasados: la agricultura y la
ganadería en su finca denominada Hornillos, a siete kilómetros de Mojocoya y el
comercio regional a través del arreo de recuas con mercaderías y ganado vacuno
en diversas rutas que integraban Sucre, Presto, Zudáñez, Tomina, Villa Serrano,
Cochabamba, Mizque, Aiquile, Valle Grande, Padilla, Monteagudo, Azurduy y
Sopachuy. La familia Serrano Chumacero procreó nueve hijos: Gerardo, Edgar,
Raquel, Enrique, Javier, Mery, Deysi, Martha y Carlos.
La primera
infancia de Gerardo Serrano transcurrió en Mojocoya, un pueblo que en aquella
época se caracterizaba por una gran dinámica productiva y económica, por su
potencial demográfico, tanto por la cantidad de personas que allí radicaban
como por la calidad de oficios a los que se dedicaban. Era una sociedad de
clase media criolla o mestiza, vinculada a centros urbanos mayores como Sucre o
Valle Grande, donde nacieron importantes personalidades del quehacer
intelectual, profesional y político de Chuquisaca y donde los niños ocupaban su
tiempo jugando en los corrales, aprendiendo el manejo de los juguetes de
aquella época, participando en las rutinas de los juegos transmitidos por la
tradición, memorizando cuentos, leyendas, refranes y versos de antiguo legado o
pateando la pelota de trapo en las calles, aunque también cumplían con los
deberes asignados a su temprana responsabilidad: acarrear agua del río para los
menesteres domésticos o recoger leña para atizar los fogones de la cocina o
caldear el horno. Una de las tradiciones que los mojeños conservaban con
especial ahínco consistía en la ejecución del charango, costumbre en la que el
padre de Gerardo sobresalía por sus talentosas interpretaciones como por la
calidad del sonido de su charango encordado con cuerdas de tripa de oveja,
maestría que él se limitaba a observar y le permitía inquirir cómo tocaba, de
qué modo rasgaba, cómo lograba los acordes y la cadencia de los arpegios.
Cuando su padre descubría su inusual interés o, peor aún, lo encontraba con el
charango en las manos lo reprendía expresándole:
Cuando tenía
siete años de edad, en vista que estaba creciendo lejos de las perspectivas
necesarias para alcanzar las oportunidades de la vida moderna en sociedad, con
la seguridad de un empleo como gendarme municipal que su padre había logrado
obtener, su familia se trasladó a Sucre junto a sus hermanos menores Raquel,
Enrique y Javier. Llegaron a Sucre, a su primera morada en el barrio de Cruz
Verde, cuando esta ciudad no sobrepasaba sus límites urbanos más allá de la
plazuela Tarija, sus habitantes transitaban por la calzada y las noches de
Sucre se iluminaban con la mezquina luz de unas pequeñas bujías que disputaban
su hegemonía con la luna llena.
Sus estudios
primarios los cursó en la Escuela Daniel Calvo, que funcionaba en una hermosa
edificación, conocida como la Casa de Piedra, que fue ocupada como residencia
del gobierno entre 1892 y 1896, mientras se edificaba en actual palacio de
gobierno y que fue demolida como consecuencia del terremoto de 1948. En ese
establecimiento educativo, cuando tenía ocho años de edad, fueron descubiertas
sus cualidades artísticas, musicales y de cantante por sus profesores Carmen de
Fuertes, Julio Benítez Camacho y Manuel Porcel, porque advirtieron que el niño
mojeño, a pedido de sus compañeros, deleitaba y se deleitaba cantando los
viejos sones de su pago natal en los rincones del patio del establecimiento o
en el aula cuando los maestros no se encontraban presentes. Entonces, su
profesora de música, después de entonar los himnos lo invitaba a cantar, con
acompañamiento de piano: La feria de las flores, de Chucho
Monge; Mamá vieja, de Juan Larenza; Yo vendo unos ojos
negros, de Pablo Ara Lucena. Desde entonces, el niño Gerardo Serrano se
convirtió en el cantante oficial de la Escuela Daniel Calvo, a la que
representaba en todos los festivales escolares, con acompañamiento de piano o
de guitarras, para cuyo efecto su profesor Julio Benítez lo maquillaba con unos
bigotes y unas patillas al estilo Jorge Negrete y lo vestía con sombrero y
ruana de mariachi para completar el contexto de las canciones que cantaba. Su
talento infantil para el canto poseía tal fuerza conmovedora que el director de
la escuela, el profesor Félix Sotés, se comprometió a realizar las gestiones
necesarias para que Gerardo, cuando tuviera la edad suficiente, estudiara canto
en el Conservatorio Nacional de Música.
Al concluir sus
estudios primarios se registró en el alumnado del Colegio Nacional Junín donde,
además de cumplir con los programas regulares de enseñanza, desarrolló aún más
sus cualidades artísticas y musicales, constituyéndose en el representante de
aquel colegio en los festivales estudiantiles, cantando un repertorio de
rancheras, boleros y zambas acompañado de su propia guitarra.
A pesar de su
precoz desarrollo musical y artístico, la niñez y adolescencia de Gerardo
Serrano en la ciudad de Sucre, cuando vivía en la calle Aniceto Arce, en las
proximidades de la Cruz Verde, transcurrió en un ambiente de costumbres
sencillas y profundamente vinculadas a las íntimas relaciones familiares:
concurría a la escuela, retornaba para cumplir los deberes que le asignaban sus
maestros y, luego, cooperaba a su madre en las ordinarias actividades
domésticas, principalmente, al cuidado de sus hermanos menores. Posteriormente,
cuando su familia se trasladó a la calle Urcullo, entre España y Aniceto Arce,
se reunía con los niños del barrio con los que incursionaba por las quebradas
de Ch’arkipata[19], el Wayq’ö[20] de Villa, al finalizar la actual calle
Camargo, donde recogían greda de alfarería, llink’i en
quechua, con la que fabricaban juguetes. Hacia el año 1946 se trasladaron
a la Calisto Calle, entre Aniceto Arce y Junín, entonces parte constitutiva de
la calle Camargo, hoy avenida Hernando Siles. Finalmente, retornaron a la calle
Urcullo, en las proximidades del inmueble de la entonces Empresa de Teléfonos
Automáticos Sucre S.A., donde vivió la experiencia del terremoto de marzo de
1948, acontecimiento que les obligó a vivir algunos días en la plazuela 21 de
julio y sumarse a los rezos y plegarias de las personas que, con vista al cerro
Churuquella, invocaban la protección del Sagrado Corazón de Jesús. En la
escuela Calvo sólo tuvo dos amigos íntimos con los que participaba en las
actividades musicales: Jorge Torres, quien integró el Trío Los Collas; y el
“Chota” Espinoza. En sus años del Colegio Nacional Junín se vinculó a la
muchachada que concurría todas las tardes a la cancha del Destacamento 111, ubicada
entre las actuales calles Pilinco, Mendizábal y avenida del Maestro, a
entrenarse con el “Poroto” Sandoval con el objetivo de alcanzar algún día a
formar parte del onceno del Club Junín, uno de los representantes en aquella
época del fútbol de la ciudad de Sucre.
Encontrándose
cursando el segundo curso de secundaria, en las vacaciones del año 1951, su
familia se trasladó a Mojocoya en un viaje pensado como una ausencia temporal
que, sin embargo, debido a las circunstancias sociales, económicas y políticas
de la época se transformó en una estadía de más de seis años y en una etapa de
fecundas experiencias que redundarían en su formación humana y en su futura
inspiración musical. En efecto, el jovencito de doce años, cantante en
festivales musicales estudiantiles de la ciudad de Sucre, alumno del Colegio
Nacional Junín, se encontró de pronto convertido en el principal colaborador de
su padre en las duras faenas agrícolas y pecuarias en las sementeras, los
huertos, las dehesas, los establos, los corrales, las aguadas y los matorrales
de Mojocoya, entonces aprendió a segar el trigo, cortar la cebada, cavar la
papa, aporcar la tierra, armar el arado, conducir las yuntas, penetrar al monte
a cortar y trasladar leña, a acudir a las estancias de Quivale, Naunaca y Laja,
a treinta kilómetros de Mojocoya, por lapsos de dos a tres meses, a ordeñar
vacas para la producción de queso y mantequilla.
Cuando Gerardo
alcanzó, al comenzar su juventud, el pleno dominio de las actividades
necesarias para el cumplimiento de las actividades agrícolas y pecuarias y,
especialmente, se advertía en él un satisfactorio desarrollo físico y
emocional, sus familiares decidieron incorporarlo a la compañía de arrieros,
establecida por su padre, tíos y primos, que realizaba el trasiego de mercaderías
diversas, en mulos y acémilas, por las regiones de las provincias centrales de
Chuquisaca, el occidente cruceño y el sur cochabambino. Sus rutas eran
diversas. Viajan de Mojocoya hacia el río Grande, por Guayacán, luego de
vadearlo iban hacia Lacayotal, bajaban a La Marquesa, al Espinal y a
Torrecillas, vadeaban el río Mizque, subían la cuesta de Gallinero en todo un
día para llegar a las pampas del Trigal y, luego de doce kilómetros, alcanzaban
su destino final: Valle Grande. En esta ciudad compraban cinturones, abarcas,
ijares para las monturas de los caballos, empanizado y petacas de cuero que se
vendían a buen precio en las haciendas y el campesinado del centro de
Chuquisaca. Otra ruta de comercio era hacia el sur: Tomina, Padilla, Alcalá, El
Villar hasta llegar a las cabeceras del río Parapetí y del k’arichimayu,
lugares donde comercializaban, además de las mercancías vallegrandinas, el
trago de Mojocoya, que era muy mentado en aquellas regiones. Este licor se
fabrica de la miel de caña cultivada en los valles del río Grande, al norte de
Mojocoya, en la frontera entre Chuquisaca y Cochabamba. En aquella época
todavía se lo almacenaba y comercializaba en odres de cuero de cabra, para este
propósito se sacrificaba al animal cuidando de que en el degüello se conservara
una adecuada proporción del pescuezo, luego se lo despellejaba cuidando de
mantener la integridad del cuero para que, volcado sobre su anatomía, se logre
una bolsa con el pelaje en el interior, enseguida se amarraban, por separado, cada
una de las patas y se procedía a impermeabilizarlo con brea vegetal destilada
de la biomasa de raíces de antiguos talados. De este modo se lograba un
recipiente impermeable, aséptico, adecuado para su almacenaje y fácil de
transportar a lomo de mula. Así envasado, el trago mojeño era comercializado en
Sopachuy, el Villar, Alcalá, Tarvita, las Casas y otros lugares en viajes
generalmente placenteros, pero, otras veces, por caminos perdidos, desolados, a
veces por sendas o simples derroteros, sin puentes, por vados peligrosos o por
punas y desfiladeros donde el agua reclamaba por horas desesperantes su calidad
de líquido elemental.
Gerardo Serrano
Chumacero estuvo relacionado a estas actividades rurales agrícolas, pecuarias y
comerciales durante el lapso de seis años, hasta su décimo noveno cumpleaños.
Sin embargo, esta experiencia no redujo su voluntad a la sola reproducción de
las viejas prácticas económicas y tecnológicas heredadas de sus mayores, sino,
lo vinculó inexorablemente con las tradiciones culturales más profundas y
sublimes de Mojocoya y, en general, de toda la antigua frontera chuquisaqueña,
entre el río Grande y el río Pilcomayo y desde de las serranías del Iñao hasta
la puna y los valles circundantes a la ciudad de Sucre, en esta virtud, no obstante
que todavía pervivía en él su afición por las rancheras, los boleros y las
zambas que había adquirido en su primera permanencia en Sucre, se involucró con
las prácticas culturares y antropológicas construidas en centenario desarrollo
por pueblos de origen lingüístico arawak o yampara o mitmakunas inka o colonos
españoles, antiguos o nuevos cristianos, y, por consiguiente, aprendió a
escribir versos según la preceptiva del viejo romancero castellano; se
consustancializó con las formas musicales que, desde el huayño, derivaron en la
tonada, el k’aluyo, el pasacalle, el chunquito y el salaque; logró, a pesar de
las reprimendas y advertencias de su padre, a afinar, a puntear y a rasgar el
charango y su talento se apoderó del espíritu, las vibraciones y la madera de
la guitarra, de aquella pulsada con infinita calma en la hora de los
enamorados, de esa otra rasgada trago a trago y canto a canto en las noches de
bohemia o de aquella que en bandolera a la espalda de los mañazos, arrieros
como él, acortaba los caminos, colmaba los sentimientos o abría las esperanzas
a un deseado futuro promisorio.
A pesar de su
pasión juvenil por la guitarra, Gerardo no renunció al desafío implícito
impuesto por la prohibición de su padre hacia la ejecución del charango. Escuchando
con disimulado desinterés las interpretaciones de su padre, mirando de reojo
las posiciones de los acordes, memorizando a escondidas los arpegios y las
escalas, escudriñando la técnica de los rasgados y pulsaciones con la mano
derecha se reveló, a los catorce años, en virtuoso ejecutante de este
instrumento, circunstancia que obligó a don Miguel Serrano a aceptar su derrota
y a admitir que su hijo tocara charango en su casa, en los carnavales, en la
pascua, en Navidad y, especialmente, en los fatigosos viajes comerciales de la
compañía de arrieros. Continuando la tradición vigente en Mojocoya Gerardo
utiliza dos afinaciones en sus interpretaciones: el temple natural y el temple
mojeño o ¡yau! paloma, que traducido al español significa: ¡hola!
paloma.
Mojocoya forma
parte del territorio y del conglomerado antropológico y cultural donde la
vihuela de mano se transformó en charango al influjo de la insuperable
actividad musical que desarrolló, en los periodos virreinal y republicano, la
Capilla de Música de la Catedral del Arzobispado de La Plata, hoy Sucre, a
través de sus maestros de capilla, de los músicos de su orquesta y de los
lutieres que procuraban la construcción, mantenimiento y reparación de los
instrumentos musicales. El charango, incluso en la actualidad, se afinó y se
afina de maneras disímiles relacionadas con la procedencia regional o con el
calendario festivo de la música que se interpreta, aspecto que evidencia su
vínculo con la música modal del renacimiento español trasladada a Charcas por los
colonizadores. Asimismo, debe decirse que con el surgimiento de la música tonal
la afinación del charango se estandarizó en lo que se denomina temple natural,
que corresponde a la secuencia: mi, para las primeras cuerdas inferiores; la,
para las segundas; mi, para una de las terceras y mi una octava grave para la
otra tercera; do, para las cuartas; y sol para las quintas, que establece los
siguientes intervalos de agudo a grave: mi-do-la-sol-mi. El temple o afinación
¡yau! paloma posee la secuencia siguiente: mi, para las primeras cuerdas
inferiores; sol, para las segundas; la, para las terceras; si, para las
cuartas; y re, para las quintas, que corresponde a los siguientes intervalos de
agudo a grave: mi-si-sol-re-la, exactamente igual a la afinación de la guitarra
barroca.
Consubstanciado,
a través de las actividades agrícolas, musicales y poéticas con los secretos
más íntimos del alma campesina y de la ubérrima geografía de los andes
surorientales, Gerardo Serrano comenzó muy joven a desarrollar una creación
estética, lírica y musical, que todavía hoy se sostiene por su originalidad, su
vínculo con la tradicionalidad provincial de la frontera chuquisaqueña y por su
incuestionable belleza.
Cuando todavía no
había cumplido los quince años, encontrándose en la realización de un viaje
comercial en la compañía de arrieros de su familia, la comitiva decidió
establecer un campamento comercial en las proximidades del pueblo de
Tarabuquillo, ubicado a escasos kilómetros de Tomina. Los integrantes mayores,
que se habían percatado que en la población residía una hermosa chola joven y
viuda que se sustentaba con el expendio de comida y bebidas alcohólicas,
decidieron extender su presencia en el lugar por una noche, con el claro objeto
de realizar una visita de honores y cortejos a la mentada señora. Con el
propósito de resguardar los animales, las mercaderías y otros bienes que
poseían en ese momento decidieron responsabilizar el cumplimiento de esta tarea
a los más jóvenes del grupo: a Gerardo y a Simeón Castro, el “Osito” y el
“Zorro”. Cuando la noche ya se aproximaba a la madrugada y con ella a la hora
de reiniciar la marcha de la caravana comercial, los adolescentes, percatados
de que sus parientes mayores no habían retornado, decidieron salir en su
búsqueda. En la absoluta oscuridad de las callejuelas del pueblo no fue difícil
encontrar el único inmueble que proyectaba desde su puerta entreabierta la
intermitente luz de unas velas en combustión y que permitía la emisión de los
acordes y punteos de los charangos y las guitarras de los Serrano. Dispuestos
en posición de observación desde la puerta entreabierta, repararon
inmediatamente en la impresionante estampa de una joven sentada en una antigua
silla vienesa que, al efecto de la luz de una de las velas instalada sobre un
viejo mostrador pintando en celeste vibrante, destacaba a contraluz su torso
erguido hasta la provocativa exaltación de sus senos ceñidos por el talle alto
de un blusón tipo imperio, que armaba con gracia el descenso del tafetán negro
hacia su natural prolongación en una pollera también de tela negra. Cuando su
hermoso rostro fue al fin descubierto por los muchachos la Viudita, en un giro
inesperado por un susto que destacó aún más su natural belleza, irguiéndose
dijo:
Sin embargo de
que ninguno de los Serrano, los viejos ni los jóvenes, recordaron el nombre de
esta agraciada viuda ni la volvieron a encontrar a su paso por Tarabuquillo, su
memoria fue inmortalizada en la primera composición de Gerardo Serrano.
Reiniciado el
viaje y durante muchos días después, los comitentes mayores no hablaban de otro
asunto que no fuera la belleza de la Viudita, presumiendo cada quien ser el
correspondido de sus miradas, galanteos y, aún, caricias supuestas o verídicas.
Cierta mañana el primo Zorrito, que conocía que Gerardo cantaba y recitaba de
memoria los versos de las canciones de los repertorios de Mojocoya, de Bolivia,
de México y la Argentina y que poseía cualidades innatas para escribir versos
de arte menor, acercando su cabalgadura le dijo:
– Oye ¿Por qué no
se los escribes, pues, unos versos para estos alaracos y alabanciosos? Sólo
saben hablar de esa viuda.
Motivado por las
circunstancias, por el paisaje agreste y por el desafío artístico que su primo
le proponía pronto alcanzó a escribir un cuarteto. Uno de sus tíos, después de
leer, como todos, con aprobación aquellos versos le preguntó:
– ¿A quién, pues,
están dedicados estos versos?
– A esa viuda que
tanto les hace andar de nuca a ustedes.
Concluido el
viaje Gerardo se concentró en la conclusión del verso y en la composición de
una melodía, actividades que desarrolló en jornadas que se extendieron por
varios días en el solar de su casa en Mojocoya, en el huerto bajo las higueras
o sentado en la pirca mirando hacia el horizonte donde la estampa de la Viudita
se componía en alternancia con el follaje de la villa, en contrapunto con las
sementeras del valle y en consonancia con la cordillera. Decidió entonces que
la canción debía ser un huayño y, aunque los intervalos de las escalas
melódicas se trabajaron en guitarra, comprendió que debía tocarse en charango
afinado en temple ¡yau! paloma, en el entendido de que este instrumento
le ofrecía la posibilidad de rasgar la melodía con acordes recogidos conforme a
la tradición de la frontera chuquisaqueña. El tema, desde luego, se tituló
Viudita:
Retrato de
tu hermosura, viudita,
cómo quisiera tener, palomita,
pa’el consuelo de mis penas, viudita,
cuando no te pueda ver, palomita.
cómo quisiera tener, palomita,
pa’el consuelo de mis penas, viudita,
cuando no te pueda ver, palomita.
En la punta
de aquel cerro, viudita,
paja juega con el viento, palomita,
así juegan tus amores, viudita,
dentro de mi pensamiento, palomita.
paja juega con el viento, palomita,
así juegan tus amores, viudita,
dentro de mi pensamiento, palomita.
Me río de
tus desdenes, viudita,
ni mención hago de ti, palomita,
no recuerdo que te quise, viudita,
ni lo que te conocí, palomita.
ni mención hago de ti, palomita,
no recuerdo que te quise, viudita,
ni lo que te conocí, palomita.
En qué
tiempo se había visto, viudita,
la ceniza congelarse, palomita.
Dos amores tan queridos, viudita,
sin motivo separarse, palomita.
la ceniza congelarse, palomita.
Dos amores tan queridos, viudita,
sin motivo separarse, palomita.
La organización
de los versos en cuartetos, que sugieren entenderse, mientras se cantan, como
dípticos o ante la sola lectura como octavas, asimismo, la consonancia
preconcebida formada con los nombres “viudita” y “palomita” o el uso de
imágenes literarias difundidas desde los años coloniales en la producción
literaria hispanoamericana, como: “paja juega con el viento” o “la ceniza
congelarse” y, finalmente, la utilización de la contracción gramatical “pa’el”,
derivada de “para el”, típica en el castellano arcaico vulgar o del judeoespañol[22], nos sugieren inferir, a través de la conciencia
estética de Serrano, la vigencia de la estética renacentista española,
sincretizada con la música indígena, en la estética poética y musical de las
provincias de Chuquisaca, más aún, cuando este huayño ternario en compás
binario[23], tocado y cantado en la menor, con recurrencia
permanente del do sostenido, nos transporta a los antiguos tiempos de la
frontera chuquisaqueña cuando la música se tocaba sobre la base de los modos
musicales antiguos.
En aquella época,
algunas de las familias mojeñas que radicaban en Sucre, entre ellas los
Zubieta, viajaban constantemente a Mojocoya por diversas razones
administrativas o recreativas y, entre otras actividades, solían organizar
reuniones de bohemia donde se bebía, se comía, se conversaba y, desde luego, se
cantaba hasta que el sol del alba descubría nuevamente la hermosa policromía de
la campiña y la soberbia tipología colonial de la villa. En esas circunstancias
no era extraño que alguna noche los Zubieta llamaran a la puerta de don Miguel
Serrano, quien, inquiriendo por la identificación de los que tocaban su puerta
recibía como respuesta:
– ¿Para qué don
Pancho?
– Prestanos,
pues, waway, que nos vaya a alegrar un poquito, que saque su
guitarrita más, que nos lo cante.
Don Miguel,
benevolente como era con un hijo que, a pesar de su juventud, había
desarrollado todas las responsabilidades que se precisan para desempeñarse como
un hombre de bien, autorizaba aquellas solicitudes.
– Chico –le
decía– te está buscando don Pancho Zubieta, vestite waway, andá,
llevá tu guitarra, dice que vayas a distraerle un rato… ¡No me vas a tomar!
En el repertorio
que se cantaba en las reuniones de los Zubieta sobresalía la música
mexicana: Grítenme piedras del campo, de Cuco Sánchez; Entre
copa y copa, de Felipe Valdés Leal; y No volveré, de Manuel
Esperón.
Hacia el año 1957
llegó a Mojocoya el profesor Roberto Santelices, un músico muy talentoso y
virtuoso para la ejecución de la guitarra y el charango. Como forastero ilustre
Santelices era el invitado de honor a todas las fiestas: las religiosas y las
profanas, las cívicas y las familiares y las de casa, huerto o campiña. Cuando
cualquier fiesta se instalaba con la presencia del mentado profesor, en el
momento estelar del convite, por su solicitud o por sugerencia de uno u otro de
los comensales, aparecía una guitarra, generalmente la “guitarra borracha” del
tío Filico Chumacero, la que al conjuro de sus manos cantaba, silbaba, recitaba
y hasta lloraba resucitando cuecas de Roncal, Valda o Lavadenz, desenterrando
bailecitos de verso picaresco que alguna vez se cantaron en la “Calisto Calle”
de la ciudad de Sucre, desempolvando k’aluyos que obligaban al diestro
guitarrista a armar intervalos con acordes en modo frigio, jónico o mixolidio,
invocando chunquitos, tonadas y salaques cantados en décimas fragmentadas,
alejandrinos quebrados o sonetos resquebrajados por el paso de la historia;
hasta recalar, al fin, por el reclamo de sus dedos fatigados por tan extrema
jornada, en el regazo del huayño, desde cuyo cobijo la música se desplazaba
agitando el follaje de los sauces, molles, algarrobos y jacarandás hacia el
comienzo de todo: la expiación de la alegría.
Descubierto el
talento del profesor e insinuadas a éste las virtudes musicales de Gerardo,
pronto se estableció entre ellos una relación de maestro y discípulo. Se los
veía trabajar con la guitarra y el charango desarrollando escalas en la
escuela, practicando arpegios en la plaza central Vélez Callejas, recopilando
versos en las pozas del río Remolino y, como decían las ancianas de Mojocoya,
“trajinando de Herodes a Pilatos” por el poblado o la campiña, charango en
ristre o guitarras en bandolera, hasta que el alumno logró dominar todos los
secretos de los cordófonos.
Luego del
fallecimiento de su padre, el año 1957, cuando Gerardo había cumplido los
diecinueve años, don Vicente Zubieta lo animó a retornar a Sucre. Le decía:
– Cantas bonito
¿Por qué no te vas a Sucre hijo? Allá puedes trabajar, puedes seguir tus
estudios ¿Por qué lo has dejado el colegio…? – Luego proseguía– Allá puedes
grabar discos, creo que ya hay una disquera en Sucre.
El año 1959, uno
de sus primos, Nazario Velasco, quien tuvo la gentileza de regalarle una
guitarra le reiteró, por encargo de Vicente Zubieta, que saliera del medio
rural, que abandonara Mojocoya y retornara a Sucre a trabajar y continuar sus
estudios, incluso, ante la evidencia de que Gerardo no contaba con el dinero
suficiente para emprender el viaje y costearse una inicial estadía, le regaló
la cantidad suficiente de recursos financieros para hacerlo. Unos días después
se despidió de su madre y en un giro inesperado de su vida y de su suerte se
encontró nuevamente en la ciudad de Sucre. Correspondió a don Jaime Jadue,
gracias a sus vínculos con la comunidad árabe de Sucre, lograr su ingreso a la
fábrica CINTATEX, de propiedad de don Nicolás Abuawad Mufdi.
La Fábrica
CINTATEX es una factoría industrial con residencia en la ciudad de Sucre,
establecida por Nicolás Abuawad Mufdi el año 1948, que ofrece al mercado
boliviano una diversidad de productos textiles: hilos, cuerdas, cintas,
encajes, elásticos, gasas, etcétera. En esta fábrica Gerardo Serrano trabajó
por el lapso de quince años, ocupando puestos diversos, desde labores de
limpieza, mensajería, estiba, almacenaje hasta la operación de diversos tipos
de maquinaria.
Su vinculación
con el proletariado fabril de la ciudad de Sucre le posibilitó realizar dos
actividades que ha ejercido y aún ejerce con sincera pasión: el arbitraje
futbolístico y la música y el arte.
En efecto, poco
después de ingresar en la planilla de la empresa conoció a Roberto
Echalar, Florián Daza y Félix Rengel, tres jóvenes árbitros integrados a
la Asociación de Fútbol Sucre, quienes promovieron en él su interés por el
arbitraje y, a tal efecto, lo registraron en la Escuela de Árbitros de
Sucre, donde se capacitó en el conocimiento de las normas y reglamentos
del fútbol y adquirió las destrezas técnicas y físicas necesarias para su
aplicación correcta en un encuentro deportivo. En vista a que su
preparación fue satisfactoria, pronto fue registrado en el Colegio de
Árbitros de Sucre asignado a dirigir y controlar los partidos de la
Primera División B del campeonato sucrense, en el que, considerada su
juventud, tenía sólo veintidós años de edad, desarrolló una sólida
personalidad en el gramado, un sentido de equilibrio y serenidad y, ante
todo, una incuestionable autoridad, aspectos que motivaron su pronta
incursión, el año 1961, en los campeonatos de la Primera División A,
compartiendo responsabilidades con árbitros de la estatura profesional de
Alberto Bohórquez, Alfredo Sandi, Clovis Sandoval, Pepe Borja, José
Flores, José Barrero y Enrique Moldes, entre otros, y en cuyas
circunstancias concurrió a los encuentros interdepartamentales que se
realizaban paralelamente al Torneo Mayor de la República, que
inmediatamente después se denominó Copa Simón Bolívar. El año 1970 concurrió a
un curso de arbitraje internacional en Cochabamba conducido por el árbitro
internacional, de nacionalidad italiana, Diego di Leo, quien dirigió el partido
final de las Olimpiadas México 1968, jugado entre Hungría y Checoslovaquia, y
fue árbitro en el Mundial México 1970. Este curso, que entre otros aspectos
implantó en Bolivia la utilización de las tarjetas roja y amarilla, consolidó
su habilitación para dirigir partidos nacionales e internacionales.
Hasta el año 1972
Gerardo Serrano dirigía los encuentros de la Primera División A del campeonato
sucrense y se lo convocaba como juez de línea en los de la Copa Simón Bolívar,
que reunía, entre septiembre y diciembre de una gestión deportiva, a los
campeones y subcampeones de las federaciones departamentales. Un domingo de
diciembre de aquel año fue designado primer juez de línea, el segundo fue Félix
Rengel, del encuentro que debían jugar Oriente Petrolero de Santa Cruz e
Independiente Petrolero de Sucre, cuya dirección estaba encargada al árbitro
paraguayo Rubén Cabrera, quien anunció pocos días antes del partido que estaba
impedido de concurrir, entonces, la Federación Boliviana de Fútbol designó al
árbitro peruano Javier Rivero para suplir aquella inconcurrencia.
Lamentablemente, el mismo día del encuentro, cuando los equipos ya se
encontraban en los camarines, se anunció que Rivero no pudo llegar a la ciudad
de Sucre. La solución que asumió la Federación Boliviana de Fútbol consistió en
designar al primer juez de línea, es decir, a Gerardo Serrano, como árbitro de
aquel encuentro. Al recibir esta noticia el onceno de Santa Cruz, que en este
partido se jugaba la posibilidad de alcanzar el campeonato o subcampeonato de
la Copa Simón Bolívar, se resistió a ingresar al campo de juego, pero, toda vez
que Serrano solicitó la presencia de los contendores no tuvo otra alternativa
que cumplir la convocatoria de la primera autoridad del partido. El encuentro
deportivo se desarrolló con la normalidad que deriva de un excelente arbitraje:
aplicación equitativa de los reglamentos, imparcialidad en las decisiones,
aproximación debida en todas las jugadas, coordinación con los jueces de línea,
etcétera. El resultado del partido fue el triunfo del equipo visitante: Oriente
Petrolero 5 e Independiente Petrolero 2. Cuando se realizaban las acciones de
finalización del encuentro y todos se encaminaban hacia la boca de los
camarines, que en el estadio Sucre se ubican cerca de la tribuna norte,
advirtió que se reunía una multitud de parciales de Independiente Petrolero en
las graderías. Con la convicción que había conducido el encuentro con la debida
imparcialidad continuó su caminata hacia los camarines y, cuando se aprestaba a
ingresar, los jugadores y las autoridades deportivas formaron un callejón
humano y estalló una ovación en reconocimiento a su brillante actuación.
Cuando se
encontraba en el camarín de los árbitros ingresó un personero de la Federación
Boliviana de Fútbol quien, mirando de frente a Gerardo Serrano le dijo:
– ¿El señor
Serrano?
– ¿Sí? – Contestó
Serrano asintiendo con la cabeza.
– Muy bien,
lo felicito, usted ha arbitrado muy bien. – Enseguida, exhibiendo un billete de
avión, un sobre y otros documentos para requerir su firma expuso: – Aquí tiene
su boleto de avión, usted va a arbitrar un partido importantísimo en la ciudad
de Cochabamba entre Wilstermann y Municipal de La Paz.
Una semana
después, el 31 de diciembre de 1972, Gerardo Serrano arbitró un partido
inolvidable en la historia del Club Jorge Wilstermann, en el que se coronó
campeón de la Copa Simón Bolívar 1972, derrotando 5 goles a 2 a Municipal, e
inolvidable también para él, no sólo porque consolidaba su inicio en los
grandes episodios del fútbol nacional, sino, por el significado regional del
encuentro y por la calidad de los jugadores involucrados en la justa deportiva,
entre otros: Limbert Cabrera Busset, Víctor Hugo Bravo, Limbert Cabrera Rivero,
Milton Teodoro Joana y Reynaldo Párraga de Wilstermann e Ismael Peinado, Adolfo
Flores, René Domingo Taritolay y Julio Torres del Deportivo Municipal. El
partido fue altamente competitivo y, por tanto, se produjeron reiteradas
situaciones de juego brusco que debieron ser sancionadas por el árbitro con
llamadas de atención, disparos directos, tiros penales, tarjetas amarillas y
cuatro expulsiones: la del brasilero Joana y del chileno Vargas de Wilstermann
y la del argentino Taritolay y del boliviano Torres de Municipal.
Este partido
puede considerarse como el comienzo de su carrera de arbitraje nacional e internacional,
en efecto, su profesionalismo fue requerido permanente en todas las
federaciones del país por el lapso de tres décadas, incluso, formando parte aún
de la Asociación de Fútbol Sucre arbitró partidos importantes como Racing de
Buenos Aires con la Selección de Bolivia, Mariscal Sucre de Lima con Petrolero
de Sucre, la Selección de Arica con Policar y la Selección de Bolivia con la
Selección de Sucre.
Además de las
actividades de expansión deportiva que se promovían en la Fábrica CINTATEX y,
en general, en el conjunto de la clase trabajadora fabril, la interrelación
personal y los vínculos sindicales hicieron posible la existencia de un espacio
lúdico de confraternidad privada, de contornos bohemios, o colectiva, asociada
a las conmemoraciones del día del trabajo, el 1 de mayo, o del día del
trabajador fabril boliviano, el 18 de mayo, en el que Gerardo inevitablemente
se descubrió como el ejecutante fundamental de la guitarra y, especialmente,
como el cantante insuperable de las rancheras, boleros y zambas. En vista de la
calidad artística que Gerardo expresaba en estas reuniones sus compañeros de
trabajo, sus correligionarios sindicales y, principalmente, sus amigos de
barrio, de la calle Olañeta, organizados en el Club Atlético Estrella Roja,
conocidos como los Estrellados, le sugirieron que participara en los programas
que Radio Sucre emitía con el objeto de promocionar nuevos valores artísticos y
difundir la música en vivo al público sucrense. Gerardo, que sentía el llamado
del escenario con una fuerza inexplicable, concertó inmediatamente una reunión
con el periodista Víctor Hugo Hevia Moreira, conductor y realizador de aquellos
programas de Radio Sucre. En un primer momento Gerardo intervino en el programa
“En Busca de Estrellas”, que se emitía todos los miércoles en la noche, pero,
en vista a que sus interpretaciones de las rancheras, boleros y zambas gozaban
del aprecio y aceptación de la audiencia lo promovió al programa principal: “El
Expreso de la Popularidad”, que se emitía todos los sábados también en la noche
y donde adoptó el nombre artístico de El Trovador Solitario. En este programa
compartió escenario y audiencia con Zulma Yugar, que en esa época tenía once
años y sólo declamaba y bailaba; con Los Genios, quienes iniciaban en su juventud
su prestigiosa carrera; con Arturo Sobenes, Gladys Moreno, Jorge Ovando Valdés,
Benito Tarallo y otros prestigiosos artistas. En esta época Gerardo logró
desarrollar una importante aceptación popular en la audiencia de Sucre y un
segmento considerable de la sociedad conocía y apreciaba su arte.
Un día de febrero
del año 1968, cuando caminaba de paseo por la plaza 25 de mayo, se encontró con
don Rodolfo Mérida Crespo, un ebanista poseedor de una delicada y valiosa obra
y profundo conocedor de la música de Sucre y Chuquisaca. El señor Mérida le
expresó que le había escuchado cantar en los programas de Radio Sucre y,
enseguida, le comentó que en un viaje de vacaciones a Sopachuy se había
encontrado, en agradables reuniones, con su tío Roberto Padilla, quien cantaba,
acompañado en charango en temple ¡yau! paloma, un hermoso repertorio
musical mojocoyano, luego, le comentó que su tío Roberto le dijo:
– En Sucre
también tengo un sobrino, pues, pero ese… canta operías, canta boleros,
rancheras, zambas.
Don Rodolfo Mérida,
con énfasis de reflexión agregó:
– Deje de cantar
esas cosas, cante la música de su pueblo – Luego, con la gentileza que
caracterizaba su noble personalidad continuó – ¿Por qué no nos reunimos? Le
invito a mi casa.
Rodolfo Mérida
vivía en esa época en un inmueble próximo a la plaza de toros, actualmente el
coliseo Jorge Revilla Aldana. En aquella casa, prolija por el orden de sus
sencillas estancias y grandiosa por la respetable prosodia que expresaba su
taller, no sólo se presagiaba al ingresar el olor de la ebanistería o la
fragancia de los claveles en flor o la deliciosa invitación de los fogones de
la cocina, sino, se escuchaba el silencio de las guitarras, charangos y
mandolinas que, en ornamental disposición, colgaban en los muros de la sala en
cordial invitación al renacimiento de la música. ¿Cómo no? si Mérida era el
yerno de Julio Rendón, uno de los famosos integrantes del dúo Rendón-Arandia.
Instalados en la sala Gerardo tomó la guitarra, Cirilo Gonzáles se hizo cargo
del charango afinado en ¡yau! paloma y Enrique Arroyo del otro charango
afinado en temple natural. Entonces el señor Mérida exclamó:
– Ahora canten lo
que quieran, pero, con la sola condición de que sea de Mojocoya.
Así comenzó
aquella tarde tan decisiva para el futuro artístico de Gerardo y tan promisoria
para el rescate, la conservación y la difusión de los valores culturales de las
provincias de Chuquisaca. Don Rodolfo Mérida Crespo, convencido como estaba de
la importancia que posee para los pueblos la salvaguarda y promoción de su
cultura tomó el registro magnetofónico de lo sustancial de las interpretaciones
musicales de aquella reunión y, aunque el convite se prolongó hasta la
madrugada, hacia la media noche tenía un registro, en buena calidad auditiva,
de las melodías más representativas del repertorio mojeño, como El chunquito,
Viudita, El salaque, Cacharpaya y Águila irpa.
En la tarde del
sábado siguiente, cuando Gerardo caminaba con su novia Marilú López por las
inmediaciones de la iglesia de San Sebastián, al pasar por la puerta abierta de
un almacén, que en aquella época se denominaba “tienda redonda”, porque cumplía
las funciones de casa habitación y expendio comercial; escuchó que un aparato
de radio difundía música de Mojocoya y, aún más, que la voz que cantaba era la
suya y que correspondía al fonograma que había registrado don Rodolfo Mérida la
noche anterior. Con grato asombro solicitó a la dueña de la tienda permiso para
ingresar y escuchar la música que se difundía, ella le informó que la
radiodifusora era Loyola y que el programa era La Carta de Cristal, que se
difundía todas las tardes con el objeto de interactuar con la audiencia a
través de solicitudes musicales para felicitaciones onomásticas.
Reiteradamente, el conductor del programa explicaba que la música correspondía
al repertorio de Mojocoya, que los intérpretes eran mojeños y quien cantaba era
el reconocido árbitro del fútbol sucrense Gerardo Serrano Chumacero.
Desde aquella
tarde, todos los días el repertorio grabado por Mérida fue reclamado con
inusual insistencia por la audiencia de Radio Loyola. En estas circunstancias,
cierto día lo buscó el señor Luis Velásquez, propietario de la empresa
fonográfica Discos Charcas, empresa donde grabaron Román Romero, Los Indios y
otros artistas de Sucre. Velásquez, que había comprobado la entusiasta acogida
a la música de Gerardo que se difundía por Radio Loyola, le propuso realizar
una grabación de bajo presupuesto, en un sencillo de dos grabaciones que debía
compartir con otras dos canciones, en la cara reversa, de Die Ketzers, la
primera banda rockera organizada en los años sesenta en Sucre. Gerardo aceptó
la idea, incluso le manifestó que no le cobraría por la grabación, pero, le
expuso como condición de que el sencillo fuera exclusivamente con su música,
porque consideraba, con toda razón, que el repertorio mojeño no guardaba
ninguna relación con la música rock. El productor fonográfico aceptó la
propuesta de Serrano y se convino en producir un álbum sencillo con los
siguientes temas del folklore de Mojocoya: Viudita, Cacharpaya, Chunquito y Te
dejo libre. Participaron en el proyecto Enrique Arroyo, con el charango en
temple natural, y Cirilo Gonzáles, con el charango afinado en temple ¡yau!
paloma. La toma de sonido se realizó en la cabina de grabaciones de Radio
Loyola por Tito Antonio Durán Santillán y el prensado del disco de vinilo en la
Empresa Fonográfica Discolandia de la ciudad de La Paz. El álbum titulaba: Los
Mojeños en la Capital.
Quince días
después de la toma de sonido llegó el disco simple para su venta en la tienda
de Luis Velásquez: Disco Centro, que se encontraba ubicada en la calle Junín,
entre Ravelo y Hernando Siles, en una de las tiendas del antiguo mercado
central. El éxito comercial fue rotundo, se formaban extensas colas para
adquirirlo y se tuvieron que suscribir vales para futuras entregas. Sobre la
base de esta experiencia se produjeron quince discos simples con intervalos de
dos meses, aproximadamente, entre cada uno de ellos, todos con idéntica
aceptación al primero, es decir, Gerardo Serrano estuvo vinculado a la empresa
fonográfica Discos Charcas entre los años 1968 y 1970.
Esta lealtad
recíproca sólo se alteró una vez, cuando Ángel Quispe, propietario de la
empresa fonográfica Discos Capital, en la que grababan Casiano Tejeda, Alberto
Vargas, Los Hermanos Escalante, Los Collas y La Presteña, entre otros artistas
de Sucre, informado de que Discos Charcas pagaba a Gerardo Serrano la suma de
dos mil bolivianos ofreció cancelarle la suma que él le señalase si aceptaba
vincularse a su productora musical, el artista, sin vacilar, le propuso la suma
de cinco mil bolivianos, propuesta que Quispe aceptó inmediatamente pagándole
un adelanto del cincuenta por ciento. El disco simple que se produjo en Discos
Capital contiene el siguiente repertorio: Pajarillo carcelero, Paisanita,
Despedida de carnaval y Bandeñito. A diferencia de los álbumes realizados en
Discos Charcas Gerardo Serrano cantó ejecutando el charango con el
acompañamiento de las guitarras de Víctor Arancibia y Ricardo Ríos.
Cuando se realizó
la toma de sonido en los estudios de grabación que la empresa Discos Capital
poseía en propiedad, se suscitó un impase, en realidad intrascendente, entre
Gerardo y uno de los integrantes de Los Collas que, junto a Los Hermanos
Escalante, se encontraban en el recinto y en el que permanecieron hasta después
de aquel acto técnico. El impase referido se fundaba en el éxito con el que
Gerardo llegaba a aquella empresa y en un sentimiento de desprecio que
expresaban aquellos artistas hacia la obra y trayectoria reciente de El Mojeño.
Concluida la toma de sonido, Gerardo y los dos guitarristas continuaron en la
cabina de grabación interpretando unas melodías que no formaban parte del
simple y se interpretaban a modo de ensayo y para demostrar a los ocasionales
visitantes que Gerardo era el compositor, que poseía un vasto repertorio y que
el valor estético y musical de su obra era incuestionable. Llegado el día del
lanzamiento del disco simple Gerardo reparó en la circunstancia de que la
empresa Discos Capital había realizado dos álbumes, uno con la producción
pactada y otro disco simple con las melodías que habían interpretado a modo de
ensayo, entre las que figuraban Marilú y El provinciano, y que Quispe había
grabado subrepticiamente. El enfado de Gerardo ante este hecho fue el que
correspondía expresarse y así lo hizo conocer a la empresa Discos Capital,
pero, este sentimiento se aplacó inmediatamente ante la exitosa acogida de los
dos discos simples por el público local y nacional y el adecuado arreglo financiero
que se pactó posteriormente. Sin embargo, cuando la empresa fonográfica Discos
Charcas, con la que había comenzado su carrera artística, le propuso retornar a
sus estudios a cambio de un conveniente y justo arreglo financiero el Mojeño no
dudó en aceptar aquella propuesta.
La segunda
permanencia de Gerardo Serrano en la ciudad de Sucre, entre los años 1960 y
1975, fue de importantes realizaciones personales, deportivas y artísticas. Sus
actividades en la Asociación de Fútbol Sucre y el Colegio de Árbitros le
posibilitó desarrollar una personalidad disciplinada, ordenada y comprometida
con la equidad y otros valores del bien común transmitidos por personalidades
tan distinguidas como Alberto Bohórquez, Alfredo Sandi y Clovis Sandoval y
asimiladas y compartidas con inolvidables amigos como Roberto Echalar, Florián
Daza y Félix Rengel. Su vinculación a las actividades culturales de la ciudad
de Sucre le posibilitaron contribuir a la recuperación, salvaguarda y difusión
del patrimonio musical de las provincias de Chuquisaca y a establecer una
imagen de fiel identificación del público sucrense y chuquisaqueño con El
Mojeño, que permanece actualmente inalterable; que fue establecida a través de
sus realizaciones fonográficas, actuaciones en el teatro Gran Mariscal, en el
teatro 3 de Febrero, en las organizaciones estudiantiles y en audiciones en las
radiodifusoras de Sucre, compartiendo una intensa amistad con los hermanos
Víctor y Celia Arancibia, Juan Alfaro, Félix Ajalla, Ricardo Ríos, Eugenio
Sánchez y Mario “Q’aytu[25]” Márquez. Finalmente, corresponde destacar su
relación laboral con la Fábrica CINTATEX, no sólo porque le permitió obtener el
sustento necesario para subvenir sus necesidades materiales, sino, porque le
ofreció la oportunidad de desarrollar anhelos de superación individual y
colectiva y le permitió articularse al proletariado fabril, con cuyas
reivindicaciones se identificó hasta alcanzar, entre los años 1969 y 1970, la
Secretaría de Relaciones de la Federación Sindical de Trabajadores Fabriles de
Chuquisaca, entidad donde compartió responsabilidades con destacados dirigentes
sindicales como Federico Flores, Gerardo Echalar, Guido Zárate y Florián
Daza, conoció el trabajo de dirigentes políticos como Eloy Fiengo, Percy
Subirana y Gastón Campos y contempló de cerca las actividades de dirigentes
estudiantiles como Vidal Mendoza, secretario ejecutivo de la Federación
Universitaria Local; y Pascual Condori, secretario ejecutivo de la Federación
de Estudiantes de la Escuela Normal Sucre; en un periodo de aguda crisis
política nacional, sustentada por la vigencia de la Asamblea Popular, que
concluyó con el golpe de Estado del 21 de agosto de 1971.
El año 1975
Gerardo Serrano se casó, en segundas nupcias, con Gabby Quiroga Claros, una
enfermera cochabambina que acababa de graduarse en la Universidad de San
Francisco Xavier de Chuquisaca, con quien convino formar familia en la ciudad
de Cochabamba, en tal sentido, luego de renunciar a la fábrica CINTATEX se
trasladó a aquella ciudad donde se vinculó a los emprendimientos comerciales y
productivos de Laureano Rojas Alcócer, por recomendación de su suegra, la
señora Lucinda Claros, quien era madrina del empresario.
Rojas, como otros
importantes empresarios bolivianos, logró establecer una eficiente organización
corporativa desde sus humildes orígenes rurales en el valle cochabambino.
Nacido en Cala Cala y criado en Colcapirhua, en la provincia de Quillacollo,
desarrolló desde muy joven su predisposición innata hacia el trabajo, la
inversión y la generación de riqueza. Comenzó con actividades productivas
agrícolas vinculadas a la lechería y quesería hasta lograr la constitución de
un conglomerado que incluye a la empresa fonográfica Lauro & Cía, el
canal de televisión CCA 2, radio Cosmos, productos Vigor, un hotel y la
representación en Bolivia de Faber Castell. Su labor en favor de la
recuperación, reproducción y difusión de la música boliviana ha merecido
reconocimientos nacionales e internacionales.
Cumpliendo la
recomendación de su suegra Gerardo Serrano concertó una entrevista con Laureano
Rojas.
– ¿Quién eres? –
Preguntó el señor Rojas.
– Soy Gerardo
Serrano… De Sucre estoy llegando. Soy el yerno de doña Lucinda Claros.
– ¡Ah! ¿De mi
madrina? – Comprendiendo el motivo de la entrevista le preguntó. – ¿Y qué sabes
hacer?
– Bueno, aparte
de cantar, tocar mi charango y mi guitarra no hago nada, pues, aquí. En Sucre
trabajaba en la CINTATEX.
– ¿Sabes cantar?
– Le dijo con súbito interés.
– Yo soy, pues,
el Mojeño.
– ¡Ah…! Vos eres
el orgullosito, el que te ocultabas en Sucre cuando mandaba emisarios para que
te traigan. Quería, pues, grabar con vos aquí. – Luego de alcanzar un
manifiesto estado de confianza en las expresiones de su rostro y en la
entonación de su voz, Laureano Rojas le propuso. – Ahistá, pues,
ahora ven a trabajar. Necesito una persona para La Paz, para que administre la
tienda central ¿Te irías a vivir allá? Te voy a pagar bien.
Gerardo Serrano
se estableció en la ciudad de La Paz, como responsable de la tienda central de
Lauro & Cía., entre los años 1977 y 1978. Sus actividades eran múltiples:
recoger mercadería, almacenarla, inventariarla, distribuirla, comercializarla,
efectuar cobros, arqueos, depósitos y giros bancarios. Aunque en la casa de La
Paz existía una sala de grabaciones a cargo de Alejandro Gonzáles y tuvo la
posibilidad de realizar registros fonográficos de prueba, sus apremiantes
obligaciones no le posibilitaron concretar ningún álbum fonográfico. Cumplido
el año de residencia en La Paz, por diversas circunstancias, entre ellas las de
salud, Laureano Rojas lo trasladó a la ciudad de Cochabamba como responsable de
la agencia de la calle Esteban Arze, luego a la ubicada en las calles Brasil y
San Martín y, finalmente, a la tienda central establecida las calles Sucre y
San Martín, aunque, según las circunstancias, debía encargarse momentáneamente
de alguna de las otras. Bajo este sistema de trabajo se mantuvo durante doce
años hasta el año 1989.
El año 1978
Laureano Rojas le sugirió que coordinara con Francisco Sosa, el técnico de
grabación de la empresa discográfica Lauro & Cía., la producción de los
álbumes musicales que tuviera por conveniente realizar. Con el apoyo de la
fonográfica convocó a los músicos chuquisaqueños Juan Alfaro, Félix Ajalla y
Ricardo Ríos con quienes realizó un long play y dos sencillos. En consideración
a que Lauro & Cía. poseía en aquella época una infraestructura
comunicacional respetable, que le permitía desplegar una política nacional de
difusión de los fonogramas que producía, la imagen artística de El Mojeño se
difundió ampliamente y sus composiciones se conocieron y apreciaron
positivamente por el público y por los especialistas de música folklórica del
país. Sin embargo, sus posibilidades de emprender actuaciones y giras
artísticas se encontraron limitadas por el apremiante trabajo que realizaba en
la factoría de Laureano Rojas y por sus compromisos con el arbitraje en el
fútbol boliviano. Por estas circunstancias sus presentaciones se restringieron
a las actividades culturales y cívicas que organizaban los residentes
chuquisaqueños en Cochabamba y al Festival Lauro de la Canción Boliviana, que
se concretaba anualmente en aquella ciudad, y en cuya organización, difusión,
montaje y realización participaba activamente. Sus conexiones laborales le
permitieron conocer a Enriqueta Ulloa, Betzabé Iturralde, Martita León y a
Luzmila Carpio, quien grabó en uno de sus primeros discos el huayño Pajarillo
Carcelero.
Además de su
absoluto compromiso laboral con las empresas de Laureano Rojas durante los
quince años que radicó en Cochabamba, Gerardo Serrano dedicó su tiempo al
arbitraje profesional en la Asociación de Fútbol de Cochabamba, en la Copa
Simón Bolívar y en la Liga de Fútbol Profesional de Bolivia. Formado en la
tradición, la disciplina y el compromiso del Colegio de Árbitros de Sucre su
desempeño en el arbitraje cochabambino fue considerado de alta calidad. Sin que
mediara otro interés que la realización de sus objetivos y la prevalencia de la
calidad deportiva, se complacía en cumplir una rutina que implicaba las
reuniones de crítica y autocrítica todos los lunes desde las 19:00 horas hasta
las 23:00 inclusive; las sesiones de preparación física que se cumplían en el
Estadio Félix Capriles los días martes, viernes y sábado de horas 12:00 a 13:30
y el arbitraje de partidos de fútbol los días jueves en la noche y sábados y
domingos en la tarde. El fútbol cochabambino le otorgó la posibilidad de
dirigir partidos donde no sólo se comprometían los clubes de aquella ciudad,
sino, las grandes formaciones deportivas del fútbol nacional e internacional,
como Palmeiras del Brasil; y, desde luego, le permitió relacionarse con las más
destacadas personalidades del balompié de aquella época, como: Arturo Galarza,
Carlos Conrado Jiménez, Adolfo Flores, Ovidio Mesa, Luis Iriondo, Limbert
Cabrera Busset, Milton Joana, Limbert Cabrera Rivero, Juan Carlos Sánchez, René
Taritolay, Luis Galarza, Jesús Reynaldo, Ricardo Tronconne, Carlos Aragonés,
Carlos Borja, Juan Farías, Ramiro Castillo, Ever Hoyos, Carlos Trucco, Roberto
Brunetto, Luis Cristaldo, Rolando Coimbra, José Melgar, Roly Paniagua, Vladimir
Soria, Gastón Taborga y, especialmente, con el mundialista brasilero Jair
Ventura Filho: Jairzinho. Se conoce, por la información hemerográfica de la
época, que los futbolistas en las periódicas evaluaciones que realizaban a la
calidad de los arbitrajes concedían a Gerardo Serrano una calificación
altamente satisfactoria.
Gerardo Serrano
estuvo vinculado al arbitraje futbolístico nacional por el lapso de tres
décadas, toda una vida dedicada al desarrollo y proyección del más popular de
los deportes en Bolivia. En el mes de junio del año 1989 dirigió su último
partido en la Liga Profesional del Fútbol Boliviano, un encuentro jugado en
Cochabamba entre Wilstermann y Real Santa Cruz. Se despidió definitivamente del
arbitraje profesional en un encuentro protocolar que se realizó en Sucre, el
año 1990, en el que al finalizar saludó desde el gramado a la afición que
colmaba todo el aforo del Estadio Sucre, en medio de un atronador aplauso y
coro que repetía su nombre deportivo con el que se lo conocía en todos los
campos de fútbol del país: el Viuda, en directa alusión al título del huayño
que lo hizo famoso como artista. Sin embargo, entre 1990 y 1995 cumplió las
funciones de inspector e instructor de árbitros de la Federación Boliviana de
Fútbol y de la Liga de Fútbol Profesional de Bolivia, con la misión de
controlar, evaluar y calificar las actuaciones de los árbitros que dirigían
partidos en Sucre e informar al respecto a las entidades superiores del fútbol
nacional. En su transcurrir por el fútbol nacional e internacional recibió
diversos reconocimientos y premios de diferentes instituciones deportivas,
entre ellas, de la Confederación Sudamericana de Fútbol.
El año 1989, por
solicitud de su madre, quien se encontraba anciana con la salud muy
deteriorada, retornó a la ciudad de Sucre, centro urbano donde desde aquel año
reside. Antes de continuar con la realización de una sus pasiones: la música,
porque para el arbitraje ya había vencido el límite de edad permitida; asumió
la responsabilidad de trabajar para subvenir sus necesidades y las de su
familia, en tal sentido, se integró a la planilla del Servicio de Impuestos
Internos, entidad en la que permaneció entre 1989 a 1993 en la división
encargada de la habilitación de facturas y, posteriormente, entre 1993 y 2005,
ocupó la responsabilidad de la administración de la empresa de transporte
interdepartamental Flota Bolívar en la ciudad de Sucre. Desde su retorno,
incluso durante los años que realizó actividades laborales, no ha cesado su
compromiso por recuperar, componer y difundir el patrimonio musical de
Chuquisaca, principalmente de sus provincias, compromiso que, junto a los
guitarristas Víctor Arancibia y Félix Vedia, le posibilita transportar el
sonido de su charango, en temple natural y en ¡yau! paloma; y la calidad
de su voz por escenarios de Sucre, Santa Cruz, Yacuiba, Villazón, Monteagudo,
Aiquile, Ravelo, Cotagaita, Sopachuy y todas las provincias, con un repertorio
de su autoría donde sobresalen los huayños: Viudita, El solterito, El
huajchito, Águila irpa, La paceñita, El provinciano, El soldadito, Charanguito
sólo vos y El valluno tunante; los kaluyos: Te dejo libre, Kory Kenty y Quizá
vidita; los lamentos: El chunquito y Nostalgias de Mojocoya; las cuecas: A
Oscar Crespo y Campeón Nacional; el chunquito: Wak’acuy Gocie, la despedida: La
cacharpaya, las coplas vallunas: El bandeñito, la pascua Vidalitay y el
taquirari: 8 de diciembre.
Artista,
deportista, sindicalista y hombre de éxito, Gerardo Serrano se casó tres veces:
con Zenobia Flores Dávalos, con quien procreó a Johnny, Janeth, Elisa y Jenny
Serrano Flores; con Gabby Quiroga Claros, de cuyo matrimonio nacieron Dolly y
Gerardo Ariel Serrano Quiroga; y con Alicia Vargas Yucra, fallecida el año
2013, con la que tuvo a Cinthia Belén y Luis Fernando Serrano Vargas.
Como el valle de
Mojocoya, todos los hombres poseen un sol que los acompaña desde el levante al
poniente, marcando con rigor de fuego su paso por la vida, en un azimut que se
eleva, transcurre y cae desde el pasado, por el presente y hacia el futuro que,
aunque incierto, es la irrevocable consecuencia de sus realizaciones. Las ocho
décadas que se apresta a vivir Gerardo Serrano Chumacero, El Mojeño, contienen
sesenta y cuatro años de creación musical, medio siglo de existencia artística
y tres décadas de protagonismo indiscutible en el desarrollo del fútbol
nacional. Por esto, a diferencia del crepúsculo mojocoyano, adormecido ante la
inminente oscuridad de la noche, el reinado de la luna, el silencio de los pájaros
y el arrullo de las lechuzas, existe un arrebol en cada una de sus canciones,
un destello de esperanza en el rasgado de su charango, una antigua luminosidad
en la impostación de su canto provinciano y, en sus pasos, la decisión
inexorable de permanecer inalterable en la memoria de los bolivianos.
Sucre, 17 de
agosto de 2017.
Bibliografía:
Lara, Jesús.
Diccionario Qheshwa-Castellano. Castellano-Qheshwa. Quinta edición. Cochabamba.
Los Amigos del Libro. 2001.
[1] El Jatunpunta es una
montaña que se encuentra al este de Mojocoya. Su nombre deriva del adjetivo
quechua Jatun, que significa: grande, superior, principal; y del
español coloquial regional punta, que se utiliza para designar la coronación o
pico de una elevación orográfica. Jatunpunta significa,
entonces: el pico grande o superior de la cordillera de Mojocoya.
[2] Mojocoya designa al valle y villa que se
encuentran al noreste del Departamento de Chuquisaca, en la frontera con
Cochabamba. Mojocoya deriva del adjetivo quechua musuj, que
significa nuevo y del sustantivo quechua qhöya, que quiere decir
mina, es decir: Musujqhöya, que significa nueva mina, toponimia
utilizada por los incas y que se refiere a la mina de estaño que encontraron en
Titina, al sur del valle. La villa fue fundada el año 1584 con el nombre
de San Pedro y San Pablo de los Sauces de Mojocoya. Sus habitantes tienen
el gentilicio de mojeños.
[3] Probablemente la etimología de Naunaca encuentra
relación con el tabú o prohibición de acercarse o, peor, profanar los
enterramientos antiguos, restos arqueológicos y pinturas rupestres que se
encuentran en sus inmediaciones y que corresponden al periodo comprendido entre
los años 1 y 900 de la era actual, conocida como cultura Mojocoya, con vínculos
con los pueblos de las tierras bajas, Tiwanaku, los salares de Uyuni y Coipasa
y Atacama. En tal caso tendría origen en el adjetivo quechua ñaupa,
que significa: antiguo, primitivo; y el adjetivo quechua ñakaj, que
quiere decir: maldecidor, maldiciente, o sea, ñaupañakaj: la
antigüedad que maldice, que se españolizó como Ñauñaca o, incluso, Naunaca.
[4] Phinkina deriva del verbo
quechua phinkiy, que significa: brincar, rebotar, salpicar, en tal
virtud, debe entenderse como el lugar o sitio que hace brincar, rebotar o
salpicar al agua.
[5] Tinkumayu deriva del sustantivo
quechua tinku, que quiere decir: encuentro, unión de personas o
cosas; y del sustantivo quechua mayu, que significa río; en tal
sentido, debe entenderse como el río del encuentro, en este caso, con el río Remolino.
[6] Phiri es el sustantivo quechua
que designa a un alimento que se prepara con harina, muy poca agua, grasa y
sal.
[7] Lawauchu deriva del sustantivo
quechua llawa, se utiliza para designar las sopas, caldos, cremas o
poleadas que se cocinan con harina de maíz o trigo y suelen contener carne,
papas y otros alimentos, que el uso común lo ha vulgarizado como lagua; y del
sustantivo quechua uchu, que se utiliza para designar al ají, que
puede ser rojo, amarillo o verde. En Mojocoya se trata de una comida de lawa preparada
con pan endurecido y molido, ají rojo, manteca y carnes, preferentemente de
gallina o res, que se acompaña con papas y arroz cocinado con palillo, cebollas
y queso.
[8] Chama es una variedad de pan boliviano que
se hornea con harina integral de trigo.
[9] Saraq’aspa deriva del sustantivo
quechua sara, que se utiliza para designar al maíz, y del
participio quechua q’aspasqa, que quiere decir: chamuscado,
soasado; que debe entenderse como el pan horneado con harina de maíz.
[10] Pejtu deriva del verbo
quechua pijtuy, que significa mezclar, entreverar; se utiliza para
designar una comida consistente en la mezcla de mote de maíz, papas hervidas,
huevos duros, queso y abundante lajwa, suele integrarse también
mote de habas y charque.
[11] Llajwa. Sustantivo quechua que se
utiliza para desinar a una salsa cruda de diversos ajíes picantes.
[12] Los locotos, aribibis, garnicas y ulupicas,
junto a los ajíes rojos y amarillos; son especies picantes nativas de la
gastronomía boliviana y latinoamericana.
[13] T’oqö deriva del sustantivo
quechua t’uqö, que quiere decir: ventana, hornacina. Agujero,
forado.
[14] T’iual deriva del sustantivo
quechua t’iu, que significa arena, que unido al sufijo español “al”
forma el sustantivo t’iual, con la misma equivalencia que arenal.
[15] Chimpapampa deriva del
sustantivo quechua chinpa, que quiere decir orilla opuesta del río,
quebrada o barranco; y del sustantivo quechua panpa, que significa:
llanura, suelo, piso de una habitación; por tanto, debe entenderse como llanura
de la otra orilla del río o de enfrente.
[16] Tarcomayu deriva del nombre
español tarco, que designa al jacarandá; y del sustantivo quechua mayu,
que quiere decir río; o sea: río de los tarcos.
[17] Q’ëpirina deriva del sustantivo
quechua q’ëpi, que quiere decir: atado, bulto que se lleva a la
espalda; que con el aglutinante “ri” forma la palabra q’ëpiri, que
designa a la persona que transporta el atado o bulto; que, a su vez, con el
sufijo “na” forma q’ëpirina, que alude al objeto, generalmente una
manta, sábana o lienzo; que se utiliza para llevar el referido atado o bulto.
[18] Wawa. Sustantivo quechua que designa
al hijo o la hija respecto a la madre.
[19] Ch’arkipata deriva del
sustantivo quechua ch’arki, que significa: carne secada al sol,
tasajo, cecina; y del sustantivo quechua pata, que quiere decir:
andén, peldaño, poyo. Por extensión quiere decir colina seca. Es una de las
siete colinas sobre las que está construida la zona patrimonial de la ciudad de
Sucre.
[20] Wayq’ö. Sustantivo quechua que
significa quebrada.
[21] Wa. Interjección quechua que expresa
extrañeza, asombro, sorpresa.
[22] Entre las tradiciones sefarditas recopiladas
en Salónica, Grecia, en el siglo XX, existe una canción cuyos cuartetos
contienen similares contracciones gramaticales como en el caso de
referencia: Yo m’enamori d’un aire / d’un aire d’una
mujer / d’una mujer muy hermosa / linda de mi
corazón. Lo interesante es que esta canción, como otras más, posee un
paralelismo lírico y musical con ciertas canciones de los repertorios de España
y Latinoamérica. En Sucre se toca y se canta un bailecito transmitido por
tradición oral cuyos primeros versos dicen: Del aire me enamoré / del
aire de una mujer / como la mujer era aire / con
el aire me quedé.
[23] En la primera mitad del siglo XIX, entre
1833 y 1856, Pedro Ximénez de Abrill y Tirado, quien fue maestro de capilla de
la Catedral de La Plata; recopiló y compuso en la ciudad de Sucre un repertorio
de huayños, a los que titula guaiños, que están escritos en algunos casos en
compás ternario de subdivisión binaria, 3/4; y en otros en compás binario de
subdivisión ternaria, 6/8.
[24] Ch’ete. Deriva del sustantivo
quechua ch’iti, que quiere decir niño, rapazuelo.
[25] Q’aytu. Sustantivo quechua que
significa hilo.
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De CULTURA
CHARCAS SIGLO XXI, 04/09/2017
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