PATXI IRURZUN
Antonio
Cánovas del Castillo fue,
además de presidente del gobierno de España, un notable historiador al que, sin
embargo, se le daba fatal pronosticar los acontecimientos futuros. «Para acabar
con la insurrección en Cuba sólo hacen falta tres balas, una para Martí,
otra para Maceo y otra para Gómez”, sentenció, por
ejemplo (aunque gastó muchas más, en una guerra sangrienta e inútil a la que,
bajo otra frase demoledora, “Hasta el último hombre y hasta la última peseta”,
envió como carne de cañón a miles de hombres, que morirían para nada, que
es como se muere casi siempre defendiendo una patria, una bandera o a Dios).
Las tres balas de Cánovas acabarían volviéndose contra él mismo, cuando el
anarquista italiano Michele Angiolillo lo asesinara en el
balneario de Santa Águeda, en Arrasate, disparándole tres veces, precisamente.
Fue el 8 de agosto de 1897 y solo un año más tarde Cuba vencería la guerra de
independencia y sumiría a España en una profunda y prolongada crisis.
Michelle
Angiolillo, el asesino de Cánovas, era un periodista y linotipista italiano que
había dado tumbos por Europa haciendo germinar las flores del evangelio ácrata
sobre la sangre y el sudor obreros, derramados profusamente sobre la piel como
un fósforo del viejo continente. Tras múltiples peripecias que incluían
detenciones, fugas y cambios de identidad, recaló en Barcelona. En esa ciudad,
en el año 1896, una bomba arrojada durante la procesión del Corpus acabó con la
vida de doce personas y desató una represión indiscriminada que terminaría con
casi quinientos detenidos encerrados en el castillo de Montjuic, muchos de los
cuales sufrieron brutales torturas. Angiolillo, impresionado cuando algunos
compañeros anarquistas le mostraron sus cicatrices, decidió tomarse la justicia
por su mano y un año más tarde, el 8 agosto de 1897, se desplazó al balneario
de Santa Águeda y atentó contra el presidente del Gobierno mientras este leía
un periódico que ya estaba lleno de sangre antes de los disparos. Angiolillo
había llegado días atrás al balneario, donde se inscribió bajo el alias
de Emilio Rinaldi, corresponsal de Il popolo, y es
probable que se hubiera cruzado en más de una ocasión con Cánovas o que incluso
se hubieran saludado o entablado conversación. Tras el asesinato,
Angiolillo fue detenido sin ofrecer resistencia y trasladado a la cárcel de
Bergara, donde sería ajusticiado a garrote vil días más tarde. Moriría gritando
“¡Germinal!”, título de la famosa novela de Emile Zola y
consigna de guerra anarquista.
Una de las
consecuencias menores del atentado fue la caída en desgracia del balneario, un
remanso de paz cuyas aguas se habían visto súbitamente enturbiadas y su
reconversión en hospital psiquiátrico, tras ser adquirido por la Orden
Hospitalaria de San Juan de Dios. Hasta entonces los enfermos
mentales vascos acostumbraban a ser enviados al manicomio de Zaragoza, y la
apertura del nuevo establecimiento supuso el regreso a “casa” de muchos de
ellos, que volvieron en un tren denominado el tren de los locos, al igual que
sucedió años más tarde, en 1904, con los pacientes navarros, o los alienados,
como los calificaba la prensa, que se hizo amplio eco de la apertura del nuevo
Manicomio Vasco-Navarro (así se llamaba, cuando a todo el mundo, hasta al Diario
de Navarra, decir vasco-navarro le parecía lo más natural del mundo) y
del traslado al mismo, en un tren especial, de ciento cincuenta orates
procedentes de Zaragoza. Las crónicas incluían algún que otro detalle jocoso,
como un diálogo entre uno de los directores del nuevo frenopático y uno de los
locos, en el que el primero preguntaba al segundo si era epiléptico y este
contestaba que no, que de Cascante.
Pero volvamos a
Arrasate. En su manicomio comenzaría a publicarse muchos años después, en la
década de los 80, una revista llamada Globo Rojo, escrita y
encuadernada por los propios internos (el título fue elegido entre otros muchos
como Estoy de pastillas hasta las pelotas, Dirección de juventud o Los
salvajes se pegan) que alcanzaría su momento de gloria cuando en el centro
recaló uno de los poetas más ilustres e idolatrados en el altar del malditismo
de las últimas décadas, Leopoldo María Panero, que no solo escribió
en aquel lugar alguno de sus más célebres libros, como Poemas del manicomio de Mondragón, sino que colaboró activamente en la
susodicha revista (cuyos números pueden descargarse en este enlace: https://drive.google.com/drive/folders/0B_JcP4T6G7QjTk5QRmNCYlFFUEk).
La poesía
tenebrosa, alunada, escatológica, culta, pop, inquietante y visionaria de
Panero atrajo en sus últimos años de vida, como una lata de cocacola atrae a
las moscas, a numerosos artistas y músicos, a los que recibía a cambio de
cigarrillos rubios que fumaba con la avidez con que solo fuman los locos y sus
dedos y sus cerebros amarilleados y descosidos por las quemaduras. Panero, que
despertaba esa fascinación, no se sabe si tanto por sus versos como por su
leyenda (es magistral la biografía del poeta escrita por J. Benito
Fernández: El contorno del abismo, en donde el abismo es Leopoldo María
Panero untando curasanes en los charcos de París y el contorno la España
opresiva y enloquecedora en la que vivió —Leopoldo María Panero, homosexual,
atrabiliario, desequilibrado, era hijo de Leopoldo Panero, poeta oficial
del régimen franquista—).
Entre los
artistas que visitaron a Panero, no ya en Mondragón, sino en el psiquiátrico de
Las Palmas de Gran Canaria, se encontraba Enrique Bunbury,
que grabaría un disco con versos del poeta junto a Carlos Ann,
Bruno Galindo o José María Ponce (no lo he escuchado,
pero espero que sea menos sonrojante que el video titulado Un día con Leopoldo Panero, en el que Bunbury y Ann sacan de paseo a Leopoldo
María; aunque la desconcertante presencia en ese disco de Ponce, actor y
productor porno, no es muy halagüeña).
Panero ha
inspirado, además, a otros artistas: lo han cantado, por ejemplo, Ruper Ordorika,
en el tema Peter Punk; ha sido trasunto literario en novelas de Roberto Bolaño o Jesús
Ferrero (quien, por cierto, lo invitó a un ciclo de conferencias en
Pamplona, en el que también participó Roberto Bolaño, quien en la
última entrevista que concedió antes de morir confesó haber sentido en aquella
ocasión miedo no de Panero, sino de sus fans); y al poeta Gsús Bonilla Panero
se le estuvo apareciendo durante algún tiempo, después de muerto, como recoge
en su libro El del medio de los Panero, una reivindicación del poeta, más allá
del espantajo y el monstruo de barraca de feria en el que se convirtió al final
de sus días. Es más que probable que alguno de los libros de Bonilla o de
Panero se encuentren en las baldas de Angiolillo liburutegia, la
biblioteca del gaztetxe de Bergara, pues este ocupa la cárcel vieja de esta
localidad, la misma cárcel en la que fuera ejecutado el anarquista italiano,
ubicándose dicha biblioteca, en la que no faltan clásicos de la literatura
ácrata, en la mismísima celda en que permaneció encarcelado Michele Angiolillo,
en una sorprendente carambola del destino.
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Publicado en ON,
suplemento semanal de los diarios de Grupo Noticias 02/09/2017.
Del blog personal
del autor, 03/09/2017
qué ilustrado artículo, da gusto leer tan buen prosa y con tenta historia
ReplyDeletePatxi es un escritor que me gusta mucho. Leí dos libros suyos, de crónicas, a cual mejor.
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