Podría decirse
que el viernes 4 de octubre de 1974 fue un buen día. El sol brillaba. Era
otoño. Las hojas de los robles y los arces comenzaban a cambiar de color. Por
la mañana había ido a ver a su terapeuta, la doctora Schwartz. Le contó del
viaje del que recién había retornado el día anterior, un viaje para leer su
poesía. Fumaba, siempre fumaba. Cuando terminó la sesión, manejó su Cougar rojo
modelo 67 hasta Norton, para almorzar con su entrañable amiga Maxine Kumin.
Comieron
sandwiches de atún. Bebieron vodka. Fumaron. O fumó ella. Era inconcebible
verla sin un cigarro entre los labios, entre los dedos. Hablaron de poesía y
también de cosas triviales. Revisaron las pruebas de su próximo libro. Maxine
también era poeta, pero no sólo eso. Desde que se conocieron en el invierno de
1957, habían formado un vínculo intenso gracias a la identificación de dos amas
de casa de los suburbios convertidas en poetas. Ganadoras ambas del Premio
Pulitzer, Maxine apenas el año anterior. Ella, en el 67, que fue cuando compró
el Cougar.
Hablaban a
diario, se veían a menudo. Si estaban lejos, se escribían cartas. Entre ambas
trabajaban sus poemas con la misma rigurosidad como si estuvieran en el taller
literario donde se conocieron. Instalaron una segunda línea telefónica, en cada
una de sus casas, para dedicarla exclusivamente a hablar dos o más horas
diariamente sobre sus versos. Escribieron juntas cuatro libros para niños. Se
retaban: escribamos algo a partir de equis idea. Veinte minutos después se
llamaban con un poema que se leían y trabajaban, mientras trataban de mantener
sosegados a hijos y esposos.
Terminado el
almuerzo, ella se monta en el Cougar, arranca, baja la ventanilla y le grita
algo a Maxine, algo que ésta no entendió. Siguió con la mirada el Cougar rojo
hasta perderlo de vista preguntándose qué le habría dicho. Se lo preguntaría el
resto de su vida.
Cuando llegó a su
casa en el 14 de Black Oak Street en Weston, se metió a la cocina y tomó otro
trago de vodka. El vodka era como agua, no le hacía efecto alguno. Vaso en
mano, encendió un cigarrillo e hizo una llamada telefónica. En la noche tenía
una cita y llamaba para retrasar la hora del encuentro.
Luego de colgar, se quitó los anillos y los metió en su cartera. A pesar de ser
un día soleado, el clima refrescó así es que buscó algo en el armario. Se puso
un abrigo que era de su madre. Un abrigo de piel con forro de satín que le
quedaba algo pequeño pero que insistía en ponerse. Con el vaso de vodka en la
mano caminó hacia el garaje cerrando todas las puertas de acceso.
Mientras tanto,
en el consultorio donde había estado por la mañana, la doctora Schwartz
encontraba el paquete de cigarrillos y el encendedor de Anne Sexton, escondidos
detrás de un jarrón con margaritas. Le pareció muy extraño, pues era obvio que
habían sido puestos allí a propósito. Anne no podía estar sin fumar. La doctora
tuvo un mal presentimiento.
Maxine Kumin, la
última persona en verla viva, se negó durante años a hablar sobre aquel día o
sobre su relación con Sexton. Era la segunda vez que le pasaba, perder a una
querida amiga por suicidio. Cuando al fin rompió el silencio, Kumin declaró,
entre otras cosas, que sabía que tarde o temprano Sexton se suicidaría, pero
que también estaba segura que todos los intentos anteriores, más de 5, eran
sobre todo maneras de llamar la atención.
Ambas se
conocerían en el taller literario del escritor John Holmes, al que Anne Sexton
llegaría por recomendación médica. Las múltiples crisis de Sexton comenzarían
en 1954, después del nacimiento de su primera hija, cuando le fue diagnosticada
depresión post-parto. Al año siguiente tendría a su segunda hija y la depresión
fue tal que hubo que internar a Sexton en un hospital mientras las niñas fueron
enviadas a casa de sus abuelos paternos. En el 56, un aparente intento de
suicidio, el primero, en el que no llegó a tomar las pastillas con las que
intentaba matarse, la llevaron al psiquiatra.
Comenzaría
entonces una larga relación con el doctor Martin Ome quien, como mecanismo de
catarsis, la alentó a escribir poesía y a integrarse a un taller literario.
Mediante la escritura de sus poemas y las sesiones con el doctor Ome, Sexton
parecía por fin tener una manera de descargar un sinnúmero de culpas, temores y
demonios que la acosaban. Parecía que nada de lo que ocurría en su vida estaba
impoluto.
Sus padres eran
bebedores y tenían una vida social muy activa, dejando un poco al descuido a
Anne y sus dos hermanas durante su infancia. Su tía abuela, a la que llamaba
Nana y con quien compartía el nombre de Anne, llegó a sufrir de demencia senil
y fue internada varias veces para recibir electroshocks. Era con Nana con quien
Anne se sentía más vinculada de toda su familia, y su muerte a los 86 años supuso
un duro golpe para Sexton.
Sus piernas
largas, su delgadez, sus facciones y sus ojos de un azul intenso le permitieron
obtener trabajo como modelo para la agencia Hart de Boston. Estando
comprometida para casarse se fugó con otro hombre, Alfred Muller Sexton, con
quien eventualmente se casaría y cuyo apellido adoptaría.
En 1959, sus padres morirían. Su padre había sufrido un derrame el año anterior y su madre murió de cáncer. Conoce a Sylvia Plath en el taller literario de Robert Lowell. Ambas se hacen amigas y también rivales poéticas. Sus conversaciones giran en torno a la muerte y los intentos de suicidio de ambas. El círculo de la muerte parecía cerrarse en torno a ella. Cuando Plath se suicida en 1963, Sexton no puede menos que admirarla por el hecho de haberlo logrado.
En 1959, sus padres morirían. Su padre había sufrido un derrame el año anterior y su madre murió de cáncer. Conoce a Sylvia Plath en el taller literario de Robert Lowell. Ambas se hacen amigas y también rivales poéticas. Sus conversaciones giran en torno a la muerte y los intentos de suicidio de ambas. El círculo de la muerte parecía cerrarse en torno a ella. Cuando Plath se suicida en 1963, Sexton no puede menos que admirarla por el hecho de haberlo logrado.
Mientras tanto,
la poesía de Anne crece en calidad y en intensidad. Sexton confiesa que no se
queda con nada adentro. Se desnuda totalmente en palabras. Toca el dolor, mete
la mano en sus llagas. Escribe sobre lo que otros no se atreven. Los personajes
de su vida, la infancia, los recuerdos, lo que no entiende, la menstruación, el
aborto, pero sobre todo la muerte y el suicidio son los temas en torno a los
cuales construye sus poemas.
La escritura se
alterna con intentos de suicidio y crisis depresivas. Se vuelve alcohólica.
Nembutal, Deprol, todo tipo de somníferos y calmantes son parte de su
repertorio suicida. Sus libros son muy bien recibidos, tanto por la crítica
como por los lectores. Es invitada a dar recitales a los cuales llega siempre
10 minutos tarde. Poco antes de morir forma un grupo de rock, Anne
Sexton and Her Kind, que musicaliza sus presentaciones.
Y comienza sus
lecturas precisamente con “Her Kind”, “De ésas”, que se convierte en su tarjeta
de presentación:
He salido al
mundo, una bruja poseída,
rondando el aire negro, más valiente por ello;
soñando el mal, he sobrevolado
las casas planas, de luz en luz:
pobre solitaria, con mis 12 dedos, enajenada.
Una mujer así no es una mujer, lo sé.
Yo he sido de ésas.
rondando el aire negro, más valiente por ello;
soñando el mal, he sobrevolado
las casas planas, de luz en luz:
pobre solitaria, con mis 12 dedos, enajenada.
Una mujer así no es una mujer, lo sé.
Yo he sido de ésas.
He encontrado las
cuevas tibias del bosque,
las he llenado de sartenes, esculturas, estantes,
de armarios, sedas, de incontables bienes;
he preparado la cena para gusanos y elfos:
llorando, aullando, ordenando lo que estaba mal.
A una mujer así no se la comprende.
Yo he sido de ésas.
las he llenado de sartenes, esculturas, estantes,
de armarios, sedas, de incontables bienes;
he preparado la cena para gusanos y elfos:
llorando, aullando, ordenando lo que estaba mal.
A una mujer así no se la comprende.
Yo he sido de ésas.
He viajado
contigo, carretero, saludando
con los brazos desnudos a los pueblos que pasaban,
aprendiéndome las últimas rutas de la claridad, superviviente
allí donde tus llamas aún muerden mis muslos
y crujen mis costillas bajo la presión de tu carreta.
Una mujer así no se avergüenza de morir.
Yo he sido de ésas.
con los brazos desnudos a los pueblos que pasaban,
aprendiéndome las últimas rutas de la claridad, superviviente
allí donde tus llamas aún muerden mis muslos
y crujen mis costillas bajo la presión de tu carreta.
Una mujer así no se avergüenza de morir.
Yo he sido de ésas.
Cuando verificó
que todas las puertas del garaje estaban bien cerradas, Anne se sentó en el
asiento del conductor de su Cougar rojo modelo 67. Encendió el motor. Encendió
la radio. Siguió tomando su vodka. Y mientras aspiraba con tranquilidad el
inodoro veneno del monóxido de carbono, Anne Sexton deseó que sonase alguna
canción de The Beatles o The Doors, sus grupos favoritos, para que se la
llevaran, por fin, de este mundo.
_____
De JACINTARIO
(blog del autor), 18/02/2008
Durísimo, golpea.
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