ROBERTO BURGOS CANTOR
Se puede
entender, aunque no esté exenta de aspectos curiosos, la resistencia de algunos
amantes del cine a ver la reciente y premiada película de Víctor Gaviria, La
mujer del animal.
La indecisa
abstención surge de quienes oyeron breves y pasajeros comentarios sobre la
carga de violencia, sin disimulos, que se impone en esta magnífica película,
arriesgada, sin concesiones.
Ese espacio fílmico, ¿podría llamarse barrio en su precaria deformidad, ni urbana ni rural?, está dispuesto en lomas abruptas. Allí, la necesidad y la imaginación se alían para establecer una estación provisoria al incesante peregrinaje de una vida sin otro destino que el intento humillado de sobrevivir con la voluntad derrotada.
Ese espacio fílmico, ¿podría llamarse barrio en su precaria deformidad, ni urbana ni rural?, está dispuesto en lomas abruptas. Allí, la necesidad y la imaginación se alían para establecer una estación provisoria al incesante peregrinaje de una vida sin otro destino que el intento humillado de sobrevivir con la voluntad derrotada.
¿Acaso no es así
la vecindad que sin fronteras rodea, cuando no se encuentra incrustada en las
entrañas, de las ciudades del orgulloso y desigual progreso? Como si el
cuerpo, alguna vez sano, creciera al impulso de sus excrecencias, pústulas y
tumores deformes. Se puede leer todavía la novela El señor Presidente, de
Miguel Ángel Asturias, y el ensayo Lima la horrible, de Salazar Bondy.
El personaje de
la película de Gaviria, aunque se tenga la tentación de afirmar que en ese
filme el Director logra la proeza de convertir en personaje todo: El
tradicional reparto de principales y secundarios, escenografías, diálogos
¿habrá diálogos en el habla de imperio? se entrelazan y funden para un
personaje único y total: la película. Pero, ese personaje, para seguir las
convenciones, el Animal, es una implacable metáfora del macho, prepotente con
los débiles y vengador con ventaja de quienes pueden contenerlo.
En este mundo del
deterioro, aparece una intuición artística de Víctor Gaviria. Ella se revela al
mostrar que los acoquinamientos de la muerte por exclusión, injusticia,
ausencia de compasión (virtud de las virtudes) no generan solidaridades,
esfuerzos comunes, hallazgos de bellezas distintas. No. Crean ese animal que
envilece más, que abusa sin frenos, que escupe a su descendencia, y se alimenta
de su miserable imposición.
No sé si se
pueden llamar víctimas a los seres que el Animal convierte en su letrina. No lo
sé. Si sé que las predilecciones de su abyección son las mujeres. Resistentes o
complacientes.
¡Qué película
maestro! Mi respeto por su valor.
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De BAÚL DE MAGO
(columna del autor en EL UNIVERSAL), 21/09/2017
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