MIJAIL MIRANDA ZAPATA
El periodismo, la
literatura y el cine dedicado a la minería en Bolivia la mayoría de las veces
conlleva un halo lastimero, estereotipado e increíblemente edulcorado. Más aún
si estos ensayos vienen desde miradas foráneas. No es el caso de Ander Izagirre
(San Sebastián, 1976), periodista vasco de amplia trayectoria y afilada
perspectiva, que escribe sobre Potosí, el Cerro Rico y sus habitantes, desde el
oído y no desde los ojos. A pesar de los prejuicios con los que cualquier
periodista se acerca a estos territorios, mermados por las injusticias y la
violencia, Izagirre es capaz de romper la verticalidad que suele imponer el
investigador respecto a lo que le rodea y ponerse junto a sus personajes, no
para adoctrinarlos o dictarles sus observaciones, sino simplemente para
escucharlos.
Potosí (El
Cuervo, 2017) es una pieza periodística que combina con maestría el rigor del
periodismo de investigación y una escritura desenvuelta, amigable y de gran
riqueza literaria.
Presente en la
selección de este suplemento sobre las lecturas imprescindibles del 2017 en la
producción editorial boliviana, este título será oficialmente presentado en
Bolivia, con la presencia de su autor, esta semana, en la sede de Gobierno.
Para acercarnos
al trabajo que realizó en el país, las revelaciones durante la investigación y
su proceso de escritura, la RAMONA conversó Izagirre vía telefónica y este fue
el resultado.
-En estos tiempos
en los que parece que el periodismo, la investigación periodística, están
limitados a tiempos muy cortos, tú te has tomado siete años para publicar
Potosí.
-En parte fue por
dificultades que no pude resolver. No quiere decir que estuve los siete años
trabajando, ni mucho menos. Yo hice dos viajes, el segundo fue una estancia más
larga. Después tuve un proceso largo de documentación, entrevistas, redacción.
Pero es cierto lo que dices, el tiempo que suele dejar el periodismo habitual
es escaso.
Yo suelo trabajar
como autónomo. Siempre he querido funcionar por libre para esto: para ir a los
sitios el tiempo que haga falta y si hace falta volver, pues, hacerlo.
He podido
escribir este libro porque he ido por libre, porque no tenía jefe, ni nadie que
me cargara el trabajo. He ido cuando me ha parecido e invirtiendo mi dinero, mi
tiempo y mi trabajo.
-Todo esto suena
a un periodismo de “guerrilla”. Pero, por lo que dices, es posible hacerlo, aún
en estos tiempos. ¿También lo crees?
-Tengo claro que
siempre debo alternar ese periodismo más lento y profundo con otros trabajos
más cotidianos que hago en casa, encargos de todo tipo de escritura. Luego, sé
que para los proyectos que más me importan tendré que dedicar el tiempo y
dinero que ahorré en otras partes. Es un periodismo que por sí solo no se
sostiene económicamente, al menos en mi caso es imposible.
Soy consciente de
que tienen que estar los proyectos personales, que me importan mucho, y luego
me arreglo la vida con otro tipo de periodismo. Es ese el equilibrio en el que
me muevo.
-Potosí tiene un
personaje clave: Alicia. ¿Cómo fue tu primer contacto con ella?
-Tengo un
recuerdo muy vivo. Porque nos acercamos, creo que con la gente de Centro de
Promoción Minera (Cepromin), que tenía un centro donde había varios jóvenes
entre los 14 y 15 años. En seguida nos hablaron de una joven que tenía la
cabeza y un discurso muy clara sobre lo dura que era su vida en la mina, el
esfuerzo que tenía que hacer para estudiar y seguir otro oficio y pelear de una
manera muy activa, desde los movimientos de niños y adolescentes trabajadores,
reclamando sus derechos.
Mi primer
recuerdo es verla con otras jóvenes de su edad, empezar a charlar con ellas y
Alicia, llegado el momento, fue la única que me hizo una pregunta. “Pero, ¿cuál
va a ser el trabajo? ¿Qué pretendes?”. Era alguien que tenía una mente
despierta, con una capacidad de ver las cosas y de analizarlas bastante
sorprendente con 14 años.
-¿Esta suerte de
confrontación inicial que tienes con Alicia hizo cambiar la perspectiva de la
investigación, la predisposición con la que habías ido a Potosí?
-Para mí fue una
sorpresa. Yo me acercaba sin conocer el terreno y me imaginaba que iba a
encontrarme con gente que llevaba una vida muy dura, que es víctima de un
sistema de explotación muy injusto. Pero la descubrí y ella me cautivó porque
tenía otras dimensiones muy interesantes.
Alicia es una
persona que lucha, que no es una víctima pasiva, sin más. Es alguien que lucha
por sus derechos, que tiene una militancia política y social. Eso para mí fue
una lección. No tenía nada que explicarle. Al revés, solo tenía que escucharla
y acompañarla en su trabajo, sus reuniones, su hogar. Ella me gustó porque
enriquecía mucho lo que yo esperaba. Al principio uno no sabe muy bien lo que
va a encontrar y ella era un tipo de personaje interesante.
Puedo decir que
de toda la gente que conocí allí, en el entorno del Cerro Rico, era casi la
única que se imaginaba un futuro distinto al que tenían. Ella veía la
posibilidad de pelear y cambiarlo. Me pareció que esa era la historia que había
que contar y tenía que seguir, la salida de ese túnel, de esas galerías.
-Eso le da otro
tono a tu trabajo, que se desmarca del exotismo que la mayoría suele imprimir.
Al principio me decías que a pesar de no saber con qué ibas a encontrarte,
tenías una idea estereotipada. Aunque finalmente la quebraste y propones otra
perspectiva, imagino que el proceso de investigación te planteó muchos dilemas
éticos.
-Me di cuenta de
un pecado que cometemos la mayoría de los periodistas. Y es que la primera vez
que llegamos a un sitio vemos lo que ya teníamos pensado que íbamos a
encontrar. Porque antes de ir, obviamente, me documenté, leí. Pero, sí volví a
un segundo viaje es porque sentí que no llegaba a comprender toda la
complejidad del asunto. Precisamente por lo que planteas. Hay una figura
estereotipada de la mina en Bolivia, del trabajo infantil y me parecía que
había mucha más facetas ahí detrás.
Primero escribí
un reportaje, en el primer viaje. Siete páginas, una cosa limitada. Creo que el
valor era volver, pasar más tiempo y acabar con el libro. Porque ahí veía
muchas más cosas que en un primer acercamiento no había percibido. Ese es un
pecado habitual del periodista.
Yo tenía mucha
preocupación, porque fui desde otro país, lejano, y siempre estamos en ese
peligro de conformarnos con el estereotipo, que luego en nuestra casa, cuando
lo contamos, queda muy vistoso y muy exótico, pero probablemente sea injusto.
Pero, gracias a Alicia y su entorno, comencé a ver una variedad de vidas y
actitudes que se salen de ese esquema. Actitudes, sobre todo, de lucha, gente
que pelea desde ese entorno de violencia. Siempre tengo precaución de no dar
lecciones a nadie, al revés, tengo que escuchar lo que dicen y sacar de ahí lo
más fiel posible.
-Al hablar de
Alicia y su entorno repites constantemente la palabra “lucha”. ¿Cuán importante
es esta batalla que quizás no se desata en los espacios tradicionales, cuánto
valor le das?
-Me parece que es
crucial, porque, de hecho, he visto cómo ha cambiado el curso de vida de
algunas personas. Recuerdo a gente que quizás no tengan tanto protagonismo en
el libro. Por ejemplo, un joven que entonces tenía 18 años y era dirigente de
la Asociación de Niños y Adolescentes Trabajadores. Él había empezado como
minero a los 13 años, tuvo un accidente, un derrumbe del que se salvó con lo
justo y decidió buscarse otro camino. Acabó estudiando en la universidad. Era
alguien que ejercía la dirigencia, que llevaba los reclamos hacia los
políticos, que exigía los derechos de cualquier trabajador y, al mismo tiempo,
estudiaba. Él encontraba en ese entorno de militancia un impulso para cambiar
su propia vida y seguir sus estudios en la universidad, para no tener que
seguir en las minas.
Uno puede llegar
de Europa pensando, “bueno, aquí va a llegar una ONG para salvar a las
pobres víctimas”. Está bien que alguien reparta un saco de arroz, pero los que
van a cambiar, los que tienen sus vidas en las manos, son los que están allí,
en la mina. Eso lo veía muy claro.
Incluso las
personas de Cepromin, que luchan contra la violencia sexual que había en ese
entorno, son las que consiguieron que hubiera un juicio por violación sin
precedentes en el lugar.
Esas luchas, que
no son muy llamativas, o que no están en los libros y películas que había visto
antes de ir, son las que para mí valían la pena contar.
-Más allá de la
historia, otro de los puntos destacables en Potosí es la forma. Tiene
particularidades muy atractivas. ¿Cómo fuiste construyendo ese tono de voz, una
mezcla de información y riqueza periodística, con una prosa marcadamente
literaria y pulcra?
-Si tardé tantos
años en terminar el libro no fue porque, como te decía al principio, estuviera
investigando todo ese tiempo. Sino porque me costó mucho encontrar la escritura
adecuada.
Hice una primera
redacción muy tensa, muy severa, muy solemne. Me parecía que era un tema tan
grave, que no podía permitirme hacer una escritura más relajada. Ese, creo, era
un error. Me dí cuenta al final que debía acercarme a mi tono de escritura
habitual, que tenía que incluir escenas vivas, no solo grandes temas.
Por ejemplo, el
momento en que fuimos al cine y a tomar algo con Alicia y su familia. Ahí se
reflejan muchas cosas de la vida cotidiana de la gente y esto dice mucho.
En un primer
momento cometí un error de enfoque, solo quería contar grandes dramas y grandes
luchas, creo que ese es un error, porque no es justo. La vida no es solo eso.
Incluso una niña que trabaja en la mina tiene momentos de diversión y asiste a
ver una película y se ríe con ciertas anécdotas o recuerdos. Esto también
alivia la lectura, porque no pueden ser 200 páginas de información bruta y
escenas duras.
Encontrar ese
equilibrio con una escritura que respira un poco más fue lo realmente costoso,
por el propio tema, que era uno que me sacaba de mi escritura de siempre.
Finalmente me di cuenta de que la mejor vía era escribir de la manera en la que
mejor lo sé hacer.
Periodista - @mijail_kbx
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De LA RAMONA CULTURAL,
11/03/2018
Fotografía: Ander Izagirre
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