Tuesday, March 13, 2018

Ander Izagirre: “Contar grandes dramas y grandes luchas es un error”


MIJAIL MIRANDA ZAPATA

El periodismo, la literatura y el cine dedicado a la minería en Bolivia la mayoría de las veces conlleva un halo lastimero, estereotipado e increíblemente edulcorado. Más aún si estos ensayos vienen desde miradas foráneas. No es el caso de Ander Izagirre (San Sebastián, 1976), periodista vasco de amplia trayectoria y afilada perspectiva, que escribe sobre Potosí, el Cerro Rico y sus habitantes, desde el oído y no desde los ojos. A pesar de los prejuicios con los que cualquier periodista se acerca a estos territorios, mermados por las injusticias y la violencia, Izagirre es capaz de romper la verticalidad que suele imponer el investigador respecto a lo que le rodea y ponerse junto a sus personajes, no para adoctrinarlos o dictarles sus observaciones, sino simplemente para escucharlos.
 
Potosí (El Cuervo, 2017) es una pieza periodística que combina con maestría el rigor del periodismo de investigación y una escritura desenvuelta, amigable y de gran riqueza literaria.

Presente en la selección de este suplemento sobre las lecturas imprescindibles del 2017 en la producción editorial boliviana, este título será oficialmente presentado en Bolivia, con la presencia de su autor, esta semana, en la sede de Gobierno.

Para acercarnos al trabajo que realizó en el país, las revelaciones durante la investigación y su proceso de escritura, la RAMONA conversó Izagirre vía telefónica y este fue el resultado.

-En estos tiempos en los que parece que el periodismo, la investigación periodística, están limitados a tiempos muy cortos, tú te has tomado siete años para publicar Potosí.

-En parte fue por dificultades que no pude resolver. No quiere decir que estuve los siete años trabajando, ni mucho menos. Yo hice dos viajes, el segundo fue una estancia más larga. Después tuve un proceso largo de documentación, entrevistas, redacción. Pero es cierto lo que dices, el tiempo que suele dejar el periodismo habitual es escaso.

Yo suelo trabajar como autónomo. Siempre he querido funcionar por libre para esto: para ir a los sitios el tiempo que haga falta y si hace falta volver, pues, hacerlo. 

He podido escribir este libro porque he ido por libre, porque no tenía jefe, ni nadie que me cargara el trabajo. He ido cuando me ha parecido e invirtiendo mi dinero, mi tiempo y mi trabajo.
 
-Todo esto suena a un periodismo de “guerrilla”. Pero, por lo que dices, es posible hacerlo, aún en estos tiempos. ¿También lo crees?

-Tengo claro que siempre debo alternar ese periodismo más lento y profundo con otros trabajos más cotidianos que hago en casa, encargos de todo tipo de escritura. Luego, sé que para los proyectos que más me importan tendré que dedicar el tiempo y dinero que ahorré en otras partes. Es un periodismo que por sí solo no se sostiene económicamente, al menos en mi caso es imposible.

Soy consciente de que tienen que estar los proyectos personales, que me importan mucho, y luego me arreglo la vida con otro tipo de periodismo. Es ese el equilibrio en el que me muevo.
 
-Potosí tiene un personaje clave: Alicia. ¿Cómo fue tu primer contacto con ella?

-Tengo un recuerdo muy vivo. Porque nos acercamos, creo que con la gente de Centro de Promoción Minera (Cepromin), que tenía un centro donde había varios jóvenes entre los 14 y 15 años. En seguida nos hablaron de una joven que tenía la cabeza y un discurso muy clara sobre lo dura que era su vida en la mina, el esfuerzo que tenía que hacer para estudiar y seguir otro oficio y pelear de una manera muy activa, desde los movimientos de niños y adolescentes trabajadores, reclamando sus derechos.

Mi primer recuerdo es verla con otras jóvenes de su edad, empezar a charlar con ellas y Alicia, llegado el momento, fue la única que me hizo una pregunta. “Pero, ¿cuál va a ser el trabajo? ¿Qué pretendes?”. Era alguien que tenía una mente despierta, con una capacidad de ver las cosas y de analizarlas bastante sorprendente con 14 años. 

-¿Esta suerte de confrontación inicial que tienes con Alicia hizo cambiar la perspectiva de la investigación, la predisposición con la que habías ido a Potosí?

-Para mí fue una sorpresa. Yo me acercaba sin conocer el terreno y me imaginaba que iba a encontrarme con gente que llevaba una vida muy dura, que es víctima de un sistema de explotación muy injusto. Pero la descubrí y ella me cautivó porque tenía otras dimensiones muy interesantes.
 
Alicia es una persona que lucha, que no es una víctima pasiva, sin más. Es alguien que lucha por sus derechos, que tiene una militancia política y social. Eso para mí fue una lección. No tenía nada que explicarle. Al revés, solo tenía que escucharla y acompañarla en su trabajo, sus reuniones, su hogar. Ella me gustó porque enriquecía mucho lo que yo esperaba. Al principio uno no sabe muy bien lo que va a encontrar y ella era un tipo de personaje interesante.

Puedo decir que de toda la gente que conocí allí, en el entorno del Cerro Rico, era casi la única que se imaginaba un futuro distinto al que tenían. Ella veía la posibilidad de pelear y cambiarlo. Me pareció que esa era la historia que había que contar y tenía que seguir, la salida de ese túnel, de esas galerías. 

-Eso le da otro tono a tu trabajo, que se desmarca del exotismo que la mayoría suele imprimir. Al principio me decías que a pesar de no saber con qué ibas a encontrarte, tenías una idea estereotipada. Aunque finalmente la quebraste y propones otra perspectiva, imagino que el proceso de investigación te planteó muchos dilemas éticos. 

-Me di cuenta de un pecado que cometemos la mayoría de los periodistas. Y es que la primera vez que llegamos a un sitio vemos lo que ya teníamos pensado que íbamos a encontrar. Porque antes de ir, obviamente, me documenté, leí. Pero, sí volví a un segundo viaje es porque sentí que no llegaba a comprender toda la complejidad del asunto. Precisamente por lo que planteas. Hay una figura estereotipada de la mina en Bolivia, del trabajo infantil y me parecía que había mucha más facetas ahí detrás.

Primero escribí un reportaje, en el primer viaje. Siete páginas, una cosa limitada. Creo que el valor era volver, pasar más tiempo y acabar con el libro. Porque ahí veía muchas más cosas que en un primer acercamiento no había percibido. Ese es un pecado habitual del periodista.

Yo tenía mucha preocupación, porque fui desde otro país, lejano, y siempre estamos en ese peligro de conformarnos con el estereotipo, que luego en nuestra casa, cuando lo contamos, queda muy vistoso y muy exótico, pero probablemente sea injusto. Pero, gracias a Alicia y su entorno, comencé a ver una variedad de vidas y actitudes que se salen de ese esquema. Actitudes, sobre todo, de lucha, gente que pelea desde ese entorno de violencia. Siempre tengo precaución de no dar lecciones a nadie, al revés, tengo que escuchar lo que dicen y sacar de ahí lo más fiel posible.

-Al hablar de Alicia y su entorno repites constantemente la palabra “lucha”. ¿Cuán importante es esta batalla que quizás no se desata en los espacios tradicionales, cuánto valor le das?

-Me parece que es crucial, porque, de hecho, he visto cómo ha cambiado el curso de vida de algunas personas. Recuerdo a gente que quizás no tengan tanto protagonismo en el libro. Por ejemplo, un joven que entonces tenía 18 años y era dirigente de la Asociación de Niños y Adolescentes Trabajadores. Él había empezado como minero a los 13 años, tuvo un accidente, un derrumbe del que se salvó con lo justo y decidió buscarse otro camino. Acabó estudiando en la universidad. Era alguien que ejercía la dirigencia, que llevaba los reclamos hacia los políticos, que exigía los derechos de cualquier trabajador y, al mismo tiempo, estudiaba. Él encontraba en ese entorno de militancia un impulso para cambiar su propia vida y seguir sus estudios en la universidad, para no tener que seguir en las minas.

Uno puede llegar de Europa pensando, “bueno, aquí va a llegar una ONG para salvar a las pobres víctimas”. Está bien que alguien reparta un saco de arroz, pero los que van a cambiar, los que tienen sus vidas en las manos, son los que están allí, en la mina. Eso lo veía muy claro.

Incluso las personas de Cepromin, que luchan contra la violencia sexual que había en ese entorno, son las que consiguieron que hubiera un juicio por violación sin precedentes en el lugar.
 
Esas luchas, que no son muy llamativas, o que no están en los libros y películas que había visto antes de ir, son las que para mí valían la pena contar. 

-Más allá de la historia, otro de los puntos destacables en Potosí es la forma. Tiene particularidades muy atractivas. ¿Cómo fuiste construyendo ese tono de voz, una mezcla de información y riqueza periodística, con una prosa marcadamente literaria y pulcra?

-Si tardé tantos años en terminar el libro no fue porque, como te decía al principio, estuviera investigando todo ese tiempo. Sino porque me costó mucho encontrar la escritura adecuada.

Hice una primera redacción muy tensa, muy severa, muy solemne. Me parecía que era un tema tan grave, que no podía permitirme hacer una escritura más relajada. Ese, creo, era un error. Me dí cuenta al final que debía acercarme a mi tono de escritura habitual, que tenía que incluir escenas vivas, no solo grandes temas.

Por ejemplo, el momento en que fuimos al cine y a tomar algo con Alicia y su familia. Ahí se reflejan muchas cosas de la vida cotidiana de la gente y esto dice mucho.
 
En un primer momento cometí un error de enfoque, solo quería contar grandes dramas y grandes luchas, creo que ese es un error, porque no es justo. La vida no es solo eso. Incluso una niña que trabaja en la mina tiene momentos de diversión y asiste a ver una película y se ríe con ciertas anécdotas o recuerdos. Esto también alivia la lectura, porque no pueden ser 200 páginas de información bruta y escenas duras.

Encontrar ese equilibrio con una escritura que respira un poco más fue lo realmente costoso, por el propio tema, que era uno que me sacaba de mi escritura de siempre. Finalmente me di cuenta de que la mejor vía era escribir de la manera en la que mejor lo sé hacer. 

Periodista - @mijail_kbx

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De LA RAMONA CULTURAL, 11/03/2018

Fotografía: Ander Izagirre

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