Tuesday, March 27, 2018

Antonio Ligabue o la pintura como un rugido


BIANCA BATTILOCCHI

En mi fiebre cerebral o mi locura, no sé cómo llamarlo, mis pensamientos han navegado muchos mares. (Vincent Van Gogh)

¿Habéis oído hablar alguna vez del rugido de Toni? ¿De un extravagante personaje que vagaba por los campos a lo largo del Po? ¿Del vagabundo que hacía trueque con sus primeros cuadros por un plato de sopa y después se convirtió en un artista reconocido?

No, no es un cuento, sino la increíble historia de Antonio Ligabue (1899-1965), pintor y escultor entre las décadas de los 20 y los 60 del siglo XX, nacido en Zúrig, hijo de una emigrante friulana pero pronto expulsado de Suiza y llevado a Italia. Y es aquí, en los campos lombardos, donde prosigue su interminable peregrinación de una familia de adopción a otra, escuelas para chicos difíciles e instituciones psiquiátricas. Aquí trabaja como bracero – solo hizo hasta 3º de primaria- y trata de mantenerse siempre al límite de la supervivencia. Y es en este refugio de ermitaño en el que Ligabue, hombrecillo solitario y asilvestrado, comienza a distinguirse por la habilidad para el dibujo y el amor a los animales, sujeto preferido de su arte.

Trazando con carbón dibujos sobre los muros, pintando carteles y telones de fondo para circos ecuestres, Toni, así lo llamaban, empieza a dedicarse con verdadera pasión a la pintura. Aunque ninguna escuela le dio formación, su excelente intuición y su continua búsqueda formal dan vida enseguida a obras de gran dignidad y, sobretodo, de fuerte personalidad. Pero sus primeras creaciones pictóricas, que se ve obligado a ceder para poder comer o para ganarse un lecho donde pasar la noche, no son consideradas más que el producto de un marginado de mente enferma. Algunos de sus cuadros se encontrarán de hecho abandonados en los desvanes y en los gallineros de Basa.


Sin embargo, la fortuna se puso de su parte. Un día hacia finales de los años 20, encuentra a un conocido escultor y pintor italiano, Marino Renato Mazzacurati, que descubre sus dotes, lo instruye en el uso de la pintura al óleo y lo introduce en el mundo artístico. Es un verdadero giro para el destino de Antonio Ligabue que  gracias a ello, desde 1932, puede  vivir por fin con el fruto de su propio arte y consagrarse plenamente a la pintura. Partiendo de un imaginario interior, que provenía de los cómics, del cine y también de los cuadros de fonda, añade a su arte emotividad, imaginación e invención.

Vayamos ahora al rugido. Viviendo siempre al margen de la sociedad y comparándose más con los animales que con los hombres, Ligabue elige a los primeros como principales protagonistas de sus pinturas y de sus esculturas. De la representación de la humilde realidad que lo rodea -hecha de animales domésticos, casas coloniales, campesinos trabajando- evoluciona después a la representación de animales exóticos y feroces; junto al jabalí, a la zorra, inmortalizados como depredadores, encontramos tigres y leones que rugen y atrapan con sus garras a las presas. El artista con un estilo lleno de color, de violencia cromática muy similar al expresionismo, crea así fantásticos bestiarios.

El rugido del animal, en concreto, estará a menudo presente en sus obras y esto puede interpretarse como un largo grito que se repite de lienzo en lienzo denunciando la aspereza del mundo. Junto a esto podemos encontrar también un segundo rugido o el propio alarido del autor en sus innumerables autorretratos. Su casi obsesiva predilección por la representación de estas bestias y su propia imagen, como delante de un espejo, son índice de una alucinada pero realista ansia de comunicar: una urgencia de transmitir lo que evidentemente no le era posible de otro modo. Se trata de una desesperada búsqueda de identidad, quizá un deseo de salir de la marginación. Así este pequeño hombre solitario, nacido en unas condiciones difíciles, expresa su tormento existencial. No es comprendido por la sociedad agrícola y provinciana padana que incluso lo rechaza ferozmente, y no acepta sus histriónicas expresiones artísticas.

Un universo simbólico y de cuento el de Ligabue, desgraciadamente hoy encasillado como arte naif,en el cuál, solo parte de su obra se puede englobar. Ligabue no tiene formación profesional ni sigue dictámenes técnicos o filosóficos de las expresiones artísticas del momento. La suya es una pintura espontánea vista muy a menudo como producto de una mente cercana a la locura, menospreciada. Se puede en cambio afirmar que Ligabue poseía una “razón para el arte”. Logra, de hecho, encontrar en la creación artística una pausa de paz a la irrefrenable fuerza de los impulsos interiores, un diálogo positivo entre naturaleza y sociedad. Esta lógica es evidente además en su continuo y autónomo aprendizaje empírico, quizá no culto, pero cuyos frutos son dignos de ser comparados con alguno de los maestros del arte. A Van Gogh por ejemplo le une la violencia cromática y una cierta estilización de los sujetos. La elección existencial de Antonio Ligabue de dedicarse a la pintura, se puede encontrar bien expresada en esta afirmación de su colega flamenco:


“Si llego a valer algo más adelante, lo valgo también ahora porque el trigo es trigo aunque los ciudadanos al principio lo confundan con hierba”.

Traducción de Maria Luisa Garcia-Motos, profesora de italiano de la escuela de idiomas de Ciudad Real.

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De HYPÉRBOLE, 2012

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