ROBERTO BURGOS CANTOR
Durante años el
paisaje volvía el ventanal de nuestra casa un cuadro renovado. Una colina. Su
lomo ondulado de gato estirándose era una línea contra los cielos variables del
páramo. Todavía se encantaba la mirada desde la mitad de su falda con pliegues
hasta la cúspide. El verde intenso de los meses de lluvia, derrotaba el
amontonamiento de techos desiguales, edificios, que no invadían las alturas
expropiando el derecho a ver sin pensar en nada, como al mar. Durante el verano
empalidecían los arbustos silvestres y los árboles nativos y las manchas de
ceniza, plateada y negra, plagaban de lunares el color de la naturaleza viva
con las huellas de los incendios. Descuidos, maldades, accidentes.
La época en que disfruté esta exposición sin curadores, fueron los amaneceres
de los tiempos del apagón. El país a oscuras, cuyas reacciones emotivas se
manifestaban descontroladas por la muerte de un líder, por la suma de goles,
convirtió el desastre de la oscuridad y su afectación de todos los órdenes de
la vida, en formas ingeniosas, motivos de humor, y así continuar las rutinas o
alterarlas a favor de experiencias nuevas.
Nos tocó la
ración de energía de 5 a.m. a 8 a. m. Mi hábito de celador de oscuridad para
irme de cazador de palabras debí cambiarlo. Pesca matutina o cacería de conejos
y guartinajas.
Entonces, la
colina y sus moles oscuras tenía encima las estrellas con brillo de recién
limpiadas y nubes perezosas abandonadas por los vientos. Este paisaje, el mismo
y distinto, mientras encontraba el ritmo, las armonías de lo que escribía, me
hacían pensar en Juan Rulfo. Quizás el fantasma de Abundio, su sombra perpetua
buscando al rencor vivo, estaba por estos lados de la muerte y de la literatura
y de la vida.
Cuando se
estableció el imperio de la luz regresó un mundo sin misterios. ¿Por qué? A lo
mejor el abuso de la luz encandiló la sensibilidad hasta adormecerla. Se olvidó
el obstinado amor del conde Drácula, su ansiedad incesante que atravesaba mares
y tormentas.
El progreso no
toda vez es amable. El ventanal de casa, hoy, está poblado de otro montón de
ventanales donde nos vemos sin conocernos. Me consuelo con el saxofón del
estudiante de música que atraviesa los ruidos de la urbe inconclusa. Los discursos
de la teóloga y exploradora social que practica aplaudida por los pájaros.
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De BAÚL DE MAGO
(columna del autor en EL UNIVERSAL), 22/03/2018
Imagen: Phillip King/Window Piece, 1960
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