¿Cómo se escribe
un cuento? Es, con seguridad, una pregunta que nos hacemos todos los amateurs
en este campo de batalla que es la creación de ficciones. Algo que más o menos
sabemos – corrijo: creemos saber – es que un cuento, así, a grosso modo, es un
relato corto, alejado de la novela en el sentido de la duración (obvio), y el
del impacto. Una frase recontra utilizada en memes y otros tipos de imágenes
digitales es la, no podría asegurarlo, dicha por Cortázar: Una novela gana por
puntos, un cuento por knock out. Frase boxística.
Existen también
varios manuales y “recetarios” acerca de la elaboración de un buen cuento.
Desde libros enteros dedicados a ello, también prólogos de los grandes autores
de estas historias cortas pero contundentes. Los que vienen a mi cabeza ahora
son, a ver, el prólogo de los cuentos completos de Carver, escrito por él
mismo (“Escribir un cuento”); el decálogo de Horacio
Quiroga, el de Monterroso, algunos consejos de Rulfo y otros más de
Piglia; “Cartas a un joven novelista”, de Vargas Llosa, que
aunque el título lo diga, habla también del cuento, y a nivel nacional quizá la
mejor compilación de trucos al respecto es la de Ramón Rocha Monroy en
sus “Consejos para escribir más mejor”. Allí reunió varios
escritos de los más importantes escritores del mundo acerca del lenguaje del
relato.
Hay mucho.
Termino con la reflexión de Hemingway al respecto y que dice algo así: un
cuento debe ser como un iceberg: por fuera se ve apenas una parte pequeña de lo
que realmente es; la profundidad, lo que no se ve pero que se presiente, es lo
que cuenta.
Quizá la forma
más segura de aprender es leyendo cuentos. Los mejores cuentos. Bueno, esa es
una obviedad.
Leer a los
autores mencionados es una clase fija de aprendizaje acerca de la escritura de
cuentos. Añadimos al gran Poe, Chéjov y Maupassant y como que tenemos un
panorama.
Bueno, ¿para qué
el preámbulo? Como dije hace poco, la forma más fructífera es leer los mejores
cuentos y también los consejos de los autores consagrados. ¿Qué cuentos leer en
Bolivia?
No soy un
experto, para nada, acerca de la industria nacional a nivel cuento, pero entre
lo que he leído en estos últimos años me he encontrado con recopilaciones que
valen mucho la pena leer: Amores imperfectos, de Edmundo Paz
Soldán, Nuestro mundo muerto, de Liliana Colanzi, Tumbalocos,
de Gonzalo Lema, Cuentos tristes, de Manuel Vargas, Una
casa en llamas, de Maximiliano Barrientos, Asma,
de Aldo Medinaceli, Iluminación, de Sebastián
Antezana, La memoria invertebrada, de Rodrigo Urquiola, y,
de la que pretendo hablar (¿hablar?) ahora: Sombras de verano,
de Guillermo Ruiz Plaza.
(Si quieren tener
un norte acerca de los cuentos en Bolivia no pueden dejar de leer la Antología
del cuento boliviano, compilada por Manuel Vargas, de la Biblioteca del
Bicentenario. Allí están todos – o casi todos – los relatos trascendentes
de nuestra historia literaria).
Ahora vamos a por
lo que vinimos (¿…?). Sombras de verano es el tercer
libro de cuentos de Guillermo Ruiz Plaza. Los primeros dos son El
fuego y la fábula (Gente común, 2010) y La última pieza
del puzzle (Editorial 3600, 2013), los dos ganadores del Premio
Nacional de Literatura Santa Cruz en 2009 y 2012 respectivamente. Con Prosas
sacras (Plural, 2009), obtuvo una mención del Premio nacional de
poesía Yolanda Bedregal.
No tuve la suerte
de leer el primero – no lo encontré por ningún lado – pero sí el segundo. El
prólogo fue escrito por el gran Claudio Ferrufino; anoto el último párrafo del
mismo: “Lectura vital, de riesgo, subversiva y sin embargo lúdica, que
atenta contra los cimientos que sostienen el estrado. En Goya, Saturno devora a
sus hijos (importa el arte, no la imagen). Acá es a la inversa: la sociedad se
regenera a sí misma, se permite aberraciones y fomenta rebeliones siempre
calculadas con meta de eternidad. Sin embargo, en este libro no hay respuestas.
Cito al autor: ‘(…) el puzzle de estos cuentos es metáfora de la realidad,
donde siempre falta una pieza, a veces decisiva. De forma indirecta plantea la
pregunta: ¿es posible llegar a conocer la realidad? ¿O estamos condenados a
interpretarla, es decir, a llenar sus brechas con la imaginación?’. Lo sabremos
al colocar la última pieza… si la encontramos.
Rico, ¿no? El
libro, de 9 cuentos, “resumido” en las palabras siempre exactas de ese importantísimo
autor boliviano que es Ferrufino.
Sombras de verano
tiene algunos de los cuentos del segundo libro, incluso – no sabría decir con
exactitud cuales – del primero. Pero no son los mismos en toda la extensión de
la palabra. Son historias modificadas, divergentes de las anteriores. A pesar
de llevar los mismos títulos (Sombras de verano, El atributo y Almuerzo
familiar) son versiones “mejoradas” de las anteriores. Ruiz Plaza explica,
en la Nota del autor que hace de prólogo a los cuentos del
libro, que los cuentos que allí se encuentran son, en palabras del escritor, “nuevas
versiones, historias desviadas de sus cauces originales, dotadas de cuerpos y
de finales alternativos que les cambiaban el espíritu. En ciertos casos el
cuento original quedó olvidado y surgió una historia casi novedosa”.
Sombras de verano
se publicó en Francia – hasta donde tengo entendido Ruiz Plaza habita allí hace
ya varios años – y aquella nota explica un tanto de la edición de aquel libro
presentado en tierra europea y escogida por 3600 para lanzarla también al
mercado boliviano. Y fue una gran elección.
Muchos de estos
cuentos son ganadores o finalistas en certámenes bolivianos, además, por
supuesto, de los premios ya mencionados. Con el cuento “Los regalos”, Ruiz
Plaza ganó el Adela Zamudio de cuento del 2015, con “Todo lo que soy será tuyo”
el segundo lugar del Franz Tamayo del 2015, con “Invitación al viaje” una
mención en el Tamayo del 2016.
¿Recuerdan el
prefacio con el que comencé todo este texto acerca de las normas para realizar
un “buen cuento”? Este libro es uno, sin lugar a dudas. Pero no porque haya
consejos, ejercicios narrativos u otros parecidos, sino porque cada cuento, en
especial unos cuatro o cinco de los diecisiete, son simplemente espectaculares
por el cuidado estricto del autor con el lenguaje y con el engranaje de las
historias.
¿De qué tratan
los cuentos de Ruiz Plaza? Una sinopsis de algunos de ellos: Una mujer que,
desde que su esposo la abandonó con sus dos hijos, encuentra pedazos de cuerpos
de ratones en su felpudo como regalos de su gata olvidada; una misteriosa
maleta vieja que guarda con recelo el abuelo que fue a vivir con dos jóvenes
hermanos, sus nietos; la canícula que ingresa a una ciudad de Francia y que
lleva a sus habitantes a optar por cualquier método para habitar un lugar
fresco; una carta de un hombre que le cuenta a su amigo, al parecer el único
que tiene, que vio al diablo representado en una niña; una adolescente
anoréxica que tiene pesadillas en las que se mutila los dedos y los cocina,
pero que cuando está despierta es obligada por su padre tartamudo a ensayar y
ensayar hasta la perfección en el piano de su abuela; una mujer extraña de más
de cincuenta años que le cuenta a su familia que está embarazada; dos mujeres,
madre e hija, que “capturan” a un hombre en una relación extraña donde aparece
la primera edición de Ficciones de Borges autografiada
y una extraña sucesión de cachorros de los cuales apenas se tiene rastro de sus
presencias.
Los cuentos de
Ruiz Plaza apuestan totalmente por la épica, es decir por contar una historia
intrigante, fantasmal, donde el lector quede atrapado en la ficción y, así como
en la mayoría de los cuentos, se vea imposibilitado de escapar, ya sea
por una especie de niebla densa, por una habitación totalmente oscura, o por, y
ahí la mejor forma de ejemplificar la colección de relatos, un libro que se
materializa en un espíritu que ingresa en tu vida como un cuerpo nuevo, que
invade tu cama y no sale de allí hasta que se le plazca. Y juegue contigo.
No pretende
establecer una reiteración de imágenes “dolorosas” acerca de la ruptura de una
relación amorosa, el alcohol que se consume y contarte poco, o el de personajes
que deambulan por la ciudad en busca de amigos y mujeres para pasar el rato. No
digo que aquellos argumentos estén mal planteados, pero parecen no pensar en
los lectores, en aquellos – algunos, muchos, no sé – que queremos sentarnos en
un sillón y no soltar el libro porque no nos deja hacerlo.
Ahora, ¿se puede
hacer las dos cosas a la vez? Por supuesto, pero aquello necesita un trabajo y
un talento mayor. “Los regalos”, “Raíces”, “Inés”, “Here comes the
sun”, “Todo lo que soy será tuyo”, son cuentos en los que ambos espacios
están bien repartidos, representados de tal forma que son tan profundos como
precisos. Las necesidades insatisfechas en las relaciones familiares, el
sufrimiento de la separación del ser amado, la necesidad de acercarnos a
alguien a costo de ser disecados en el intento lidian con las partes
desmembradas de una paloma, con dos sables que hacen una cruz encima de la cama
de un anciano, la venganza de una hija hacia su padre a través de la música
donde él pretende crucificarla por un bien mayor.
Pasaron casi dos
años desde aquel día – Feria del libro de 2016 – en el que compré el libro. Lo
leí hace uno, si no mal recuerdo, pero confieso que fue una lectura rápida, de
esas en las cuales no se exprimen las palabras por completo. Mi contexto de
aquel entonces no me lo permitió. Ahora, hace unos días, opté por releerlo
debido a que un amigo me contó que lo estaba haciendo. Y valió cada
segundo.
Sombras de
verano es una
clase de cómo escribir un buen cuento. Uno donde los relatos (el más extenso va
por las veinte páginas y el más corto por las seis) demuestran la pulcritud a
la cual se puede llegar cuando se la es buscada con esmero y talento, donde las
historias no permiten soltarlas, dejarlas por allí, sino que te impiden
continuar con tu vida diaria si no es que las acabas.
Son 180 páginas
destinadas a provocar al lector y, si es el caso, al escritor a atravesar por
sus túneles y por sus sombras, cada vez más inmensas con el tiempo que va
sucediendo en los relatos. Así como el extracto de un poema de Roberto Juarroz
que eligió Guillermo Ruiz Plaza en una de las primeras páginas para que
acompañe sus cuentos: “Allí donde la luz no alumbra, tal vez alumbre la
sombra”.
Que estas sombras
alumbren cada vez más el imaginario de los lectores de nuestro país.
Rodrigo
Villegas Rodríguez, consejero en al arte de espabilar gatos y almacenador de libros
comprados/robados/prestados.
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De INMEDIACIONES,
17/03/2018
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