MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ
Uno de esos
misterios de la bibliofilia, el abad del lugar de Adiós, en el valle navarro de
Valdizarbe, se pagó la edición de su obra en dos gruesos tomos, y se trajo de
Pamplona un impresor con su imprenta a cuestas. Tuvo que costarle un Potosí.
¿Qué haría el abad Lezaun con sus libros en aquel lugar? Adiós quedaba a
trasmano, por mucho que hubiese estado en el Camino de Santiago, cuando se
frecuentaba, porque lo de ahora es un invento-recuperación de los años de
Fraga... lo sé porque por el pueblo de mi infancia y juventud pasa el dichoso
camino –de hecho en las tripas de nuestra casa familiar hay pruebas de ese
mundo jacobino remoto– y por allí no pasaba ni Dios, ni siquiera un alemán
despistado de esos que salen en las películas, nadie. Extravagantes que se
metían a ermitaños sí había, pero peregrinos, no.
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De VIVIRDEBUENAGANA
(blog del autor), 15/03/2018
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