RODRIGO URQUIOLA FLORES
El agua es vida.
Vamos a repetirlo una vez más, para que no quepan dudas: el agua es vida. Se
trata de un eslogan que en ciudades como La Paz, que sufrió una sequía hace más
o menos un año, se repite hasta el cansancio, hasta que el cliché pareciera
disolver —secar— el mensaje. Hay, sin embargo, lugares en nuestro país en los
que el eslogan se convierte en rezo, en una humilde súplica a las fuerzas que
van más allá del entendimiento humano.
Según explica la
lingüista Daniela Castro Molina, en regiones del norte de Potosí y de
Chuquisaca, gran parte de las personas que deciden emigrar a las ciudades o
incluso al exterior lo hacen porque los sembradíos, arrasados por la ausencia
de lluvias o por la furia de las heladas, no son suficientes para equilibrar
una economía que depende de ellos o para alimentar siquiera a las familias que
los cultivan. Es por eso que la festividad católica de Pascuas tiene una
importancia vital en el calendario de sus tradiciones anuales; en ella, los
pobladores rezan pidiendo el milagro del agua para sus suelos, para sus vidas.
Con el
transcurrir del tiempo la celebración de Pascuas, con el pedido de lluvias
correspondiente, ha ido disminuyendo debido a la migración sin retorno y
también a la proliferación de iglesias evangélicas, que prohíben estos ritos a
sus feligreses. Los habitantes que quedan, en su mayoría ancianos que
vislumbran el pasado como una época mejor, creen que las sequías y las heladas
han ido en aumento en los últimos tiempos debido a que ya no se celebran las
Pascuas con el mismo fervor con el que se solía festejarlas.
En 2017, las
lingüistas Angélica García y Daniela Castro visitaron las comunidades de
Vitichi y Puna, en el norte potosino. En esa incursión conocieron a la mastra
doctrinera Beatriz Ocampo, quien habría de explicarles la naturaleza de la
celebración pascual y enseñarles los instrumentos que se utilizan en la
ceremonia.
Uno de los
materiales que más llamó la atención, no solo de estas investigadoras sino el
de profesionales anteriores a ellas que llegaron a estas tierras, fue el de
cueros de diversas formas que contenían escritos en jeroglíficos. La mastra
doctrinera era quien leía esos símbolos, que contenían los rezos para pedir por
lluvia en Pascua; ella también era la encargada de educar a los niños en los
pormenores de esta tradición para extenderla a través de las venideras
generaciones. Así, la escritura de los jeroglíficos pasa del cuero a las hojas
de los cuadernos que se utilizan en la educación primaria. Este sistema de
escritura es nombrado por sus practicantes como llut’asqas.
Explica Castro,
quien trabaja en el Museo Arqueológico de la Universidad Mayor de San Simón, en
Cochabamba, donde se puede asistir a la exposición de estos materiales, que
existen varios antecedentes de las llut’asqas. Arqueólogos y exploradores han
reportado haber encontrado piezas de cuero y también de barro desde 1940. Ya
Dick Ibarra, en su libro La escritura indígena andina, de 1953, se había ocupado
de recopilar estos hallazgos. En 2000, Wálter Sánchez y Ramón Sanzetenea
publicaron, en el artículo Rogativas andinas dentro del octavo Boletín del
Instituto de Investigaciones Antropológicas y del Museo Arqueológico, un
calendario agrícola donde muestran a través de una clasificación que los rezos,
y por tanto su escritura, han sido de vital importancia en estas comunidades,
ya que no solo se han utilizado para pedir lluvias o para evitar heladas, sino
también para desearle un buen viaje a quienes partían o para pedir favores
divinos en la vida cotidiana.
La importancia de
los rezos trasciende fronteras. Muchos de los migrantes vuelven a sus
comunidades en Pascuas, la fiesta mayor de petición de lluvias, para
participar. Doña Gregoria Vicente, comunaria de Tucultapi y residente en Buenos
Aires, Argentina, explica los motivos de su retorno anual con estas palabras:
“Yo vengo todos los años a esta fiesta porque le tengo amor a mi comunidad”.
Más allá de retornar, doña Gregoria se encargó de transcribir la escritura de
los rezos en un cuaderno para preservar la costumbre.
Castro recuerda
con mucho cariño la visita que ella y García hicieron a las comunidades del
norte potosino. Cuenta que las personas eran muy cálidas y hospitalarias en su
trato, desprendidas cuando se trataba de compartir alimentos o abrigo. “Se
hacen arreglos increíbles en las capillas. Arman arcos de flores, hay muchos
adornos, velas que caen al estilo quipus, más decoración de flores y sobre todo
de rosapascuas, que es la flor especial de esta fecha y que tiene un aroma muy
fuerte y delicioso, aparte del impacto visual, el impacto olfativo es
maravilloso”.
Además de la ya
mencionada mastra doctrinera, la celebración de Pascua tiene otros agentes que
colaboran en la ceremonia. Uno de ellos es el fiscal, un varón elegido por la
comunidad, quien es el encargado de organizar la fiesta, proveer los adornos,
vigilar el comportamiento de los niños cuando ellos están rezando y luego,
cuando concluye la celebración, es quien debe reunir a los niños para lanzarles
frutas y golosinas como una manera de agradecerles por su labor de rezadores.
Cuando García y
Castro llegaron a San Miguel de Laja, a eso de las seis de la tarde del
viernes, fueron alojadas en casa del fiscal. En el momento de ingresar a la
capilla, iluminada por velas parpadeantes, solamente encontraron a la mastra
doctrinera y a un niño rezando. No fue sino hasta que hacia la medianoche el
fiscal hizo repicar la campana cuando se aproximaron más personas y salieron en
procesión. Después de aquello, rezaron hasta el amanecer y, entonces, un grupo
musical —a los músicos se les llama mastros— llegado para animar la fiesta
empezó a tocar y todos bailaron. De una vasija tallada en madera bebieron
chicha. La rosapascua no solo decora los habitáculos donde se celebra la
ceremonia, sino también a las personas que participan de las Pascuas: las
mujeres se ponen esta flor en la cabeza y los varones en las camisas. En la
fiesta se enviste a las autoridades políticas con coronas de flores y también a
quienes han actuado de mastra doctrinera y fiscal, los cónyuges de éstos son,
al igual que ellos, celebrados. Asimismo, las nuevas autoridades, quienes se
encargarán de las Pascuas del año que viene, son recibidas con los mismos
ornamentos.
Ellas asistieron
al final de la celebración. Un par de días antes, el Jueves Santo, las mujeres
se reunieron en casa del fiscal para hornear panes de diversas formas (muyu
pillus o ruedas, tortas, sepulcros o palomitas) y para empezar a cocinar la
comida que se consumirá el gran día. El Viernes Santo es el día de las
divinidades, en el que se hacen los rezos que piden las lluvias y el Sábado de
Pascuas es el día de fiesta. Antes, la preparación de la celebración de Pascuas
constaba de un trabajo de ocho domingos después de Carnaval, tomando en cuenta
el domingo después del Sábado de Pascuas. Ahora, esto se ha simplificado a tres
días: Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado de Pascuas. Queda decir que los
cargos principales de esta festividad, como el de mastra doctrinera o fiscal,
en algunos casos, se impone como un castigo de la comunidad por haber cometido
“faltas en contra de la moral”, como, por ejemplo, haber tenido hijos fuera del
matrimonio.
El agua es vida.
Vamos a repetirlo una vez más, para que no quepan dudas: el agua es vida.
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De ESCAPE (LA
RAZÓN/La Paz), 25/02/2018
Imagen: Rezo. Un
disco de arcilla con representaciones gráficas de oraciones para atraer a la
lluvia. Foto: Fernando Cartagena y Daniela Castro Molina
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