Cuando eres
escritor y te preguntan “¿por qué escribes?” lo habitual es que intentes
salir del paso como puedes, porque a menudo ignoras la respuesta, o ha ido
cambiando con el tiempo, o hay tantas respuestas que es imposible resumirlas en
una o dos. Yo, durante un tiempo, respondía: porque pienso despacio. Y lo decía
en serio. A menudo escribimos porque no conseguimos expresar en el momento, a
veces ni entender, lo que nos sucede, lo que nos afecta, lo que nos interesa,
se nos queda dando vueltas en la cabeza, sigue provocando ecos semanas o meses
más tarde, y entonces no nos queda más remedio que ponernos a escribir, que es
una manera de examinarlo y de darle una forma. Eso no significa que después lo
entendamos mejor, pero haberlo puesto en palabras y haber construido una
narración con ello (un poema también es a menudo una narración) nos sosiega.
Y sigue siendo
verdad. Escribo porque pienso despacio. Otros dicen que escriben para que les
quieran más. Se lo he leído a García Márquez y a Bryce Echenique.
Yo, por el contrario, escribía para que me quisiesen menos. Era un chico que
despertaba muchas expectativas; mis padres, mis profesores, proyectaban sobre
mí exigencias que nunca habría podido cumplir. Como era o soy demasiado amable
resultaba fácil invadir mi territorio, pretender cambiarme o ni siquiera eso,
confundirme con otro. Empecé a escribir, a mostrar mundos oscuros y violentos.
La literatura fue una forma de marcar los límites, de decir: ése soy yo; o, al
menos, ése también soy yo, no te confundas conmigo.
Días de
promoción. Presentaciones, coloquios, entrevistas. Una periodista me envía una
entrevista por escrito. Una de las preguntas es: “¿Has publicado algún
libro?” Dudo si negarme a responder a la entrevista, en la que no hay una
sola pregunta que no podría haber hecho a otra persona. Pero decido responder,
también a esa pregunta: “Si no lo hubiese hecho, no creo que estuvieses
entrevistándome.”
Me pregunto si la
publicará o si sentirá pudor.
Es curioso que
los periodistas se disculpen con tanta frecuencia por aburrir al entrevistado.
Estarás harto de que te hagamos todos las mismas preguntas, dicen, y miran al
suelo o a la superficie de la mesa. Es verdad que muchas se repiten, al fin y
al cabo todas giran alrededor del mismo libro. Y por eso, al cabo de unos días,
casi respondo de forma automática a algunas de ellas, como quien recita una
lección bien aprendida y sin mucho interés. Pero luego, con cierta frecuencia,
se da ese momento en el que una pregunta te sorprende o te lleva a un lugar inesperado,
cuando te enderezas en la silla y comienzas a prestar atención. Esto es, cuando
hay un diálogo auténtico. Son los momentos que compensan de la
repetición, de los desplazamientos, del cansancio. Cuando periodista y escritor
encuentran ese terreno en el que ambos se reconocen, condición imprescindible
para que haya un intercambio.
Los periodistas
culturales de los diarios: suelen llegar corriendo, suelen marcharse a toda
prisa. Tienen que cubrir esto y aquello, te entrevistan pero les están
esperando ya en otro sitio. A menudo se disculpan porque no les ha dado tiempo
a leer tu libro o no pudieron acabarlo. Con frecuencia puedo ver por dónde van,
más o menos a que altura del libro han introducido el marcapáginas o la solapa.
Ser escritor no es fácil, ser periodista cultural en un diario, y sobre todo si
te interesa la literatura, es más difícil aún. Yo procuro consolarlos, sé que
es imposible, que no pueden llegar a todo. Que el día que se tomó la decisión
de que las secciones culturales se llamasen “Cultura y espectáculos” se
jodió la cultura, la literatura ni te cuento. El patito feo de los periódicos.
El fantasma que casi nunca se manifiesta en las televisiones. Y cada vez con
menos periodistas para cubrirlo todo, por las reducciones de plantilla y porque
la moda es cultura, la gastronomía es cultura, hasta los realities entran
de alguna manera en esa categoría. No os sintáis mal, estamos todos en lo
mismo, me gustaría decirles, remamos en la misma dirección. Sólo me desagradan
aquellos que ni se esfuerzan, aquellos a los que les da igual y por eso no lo
pasan mal en su situación precaria y hacen cualquier pregunta sin siquiera
saber muy bien a quién tienen delante. Sólo con ellos soy seco y antipático, no
sólo por lo que considero una falta de respeto, también porque me parecen
cómplices de que el barco siga hundiéndose.
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De ZENDA,
21/02/2018
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