Hemos crecido
viendo que nuestro territorio, los últimos veinte años, solo sirve como
referencia en dos aspectos: de miedo para unos o de entretenimiento para otros.
Referencia de
miedo porque, al llegar al aeropuerto, esos unos no tardan en
tomar un taxi (o minibús, los menos acomodados) y ver, siempre con las
ventanillas arriba y el seguro de la puerta del automóvil puesto, a la Ceja
como la inmensa Cúpula de Trueno de la saga creada por George
Miller, y se dicen: “Allá afuera te ven bien vestido y te pueden asaltar, te
arrojan su saliva a los ojos y te quitan el celular Huawei o cosa peor, si eres
mujer hasta te pueden meter mano”; el miedo a ser vejado, asaltado, escupido,
incluso tratado como a un igual, porque: “Claro, tú no eres igual a esos t´aras
hediondos, sino superior”, es la característica básica de esta gente.
Referencia de
entretenimiento porque, al llegar estos otros a la estación
del teleférico, usan sus camaritas para querer captar lo originario, lo bonito,
pero también lo mísero de las ferias de los jueves o domingos en la 16 de
Julio: vampiros de pornomiseria, hambrientos por querer alimentarse de algo que
no son, casi siempre pensando que la Ceja o la 16 de Julio son lugares donde
está, donde aún existe, todo lo que ellos perdieron en cierto momento del
pasado. Es como si viéramos a los Estados Unidos del mundial del ´94 en su
presentación de “baile típico”: como han matado a los indios o los han llevado
a reservaciones para que mueran olvidados (como Bosé Yacu murió en Puerto
Tujuré, hace casi diez años); en su danza típica muestran un baile de mierda,
al estilo Nikelodeon o de patio de McDonalds. Entretenimiento como forma de
miedo camuflado en la comprensión a esos clefadependientes, pues: “Por algo
serán cleferos, ¿no? Por eso lo hacen, les debe doler el alma que no ven sus
otros compañeros t´aras”.
Así hablan los
que ven a nuestro territorio con el énfasis de los que “comprenden” al indio,
al negro de mierda, al desafortunado que de seguro ha sido baleado en Octubre
de 2003: “Seamos empáticos con el indio”.
Como que cansan
esas dos visiones, la de temerle a un lugar y la de pensar que ese lugar es
cueva de payasos o de cholita´s wrestling.
¿Exagero? Pues
no; muchas veces me ha pasado que la gente que teme a El Alto, hace todo lo
posible por evitar subir e incluso permanecer. Recuerdo que, de niño, cuando mi
madre aún trabajaba como vendedora de muebles y artefactos usados en un
sindicato dominado por un Braulio Rocha con inicios de obesidad mórbida, un
joven de Sopocachi apenas si pudo subir y acercarse para ofrecernos, con pánico
absoluto, una radio usada. “¡Es la Ceja, men, es la Ceja!”, decía,
como arrebatado por el miedo de ser visto como “gente bien” y que lo golpeen y
sodomicen en plena calle 2 de Villa Dolores; yo tenía nueve años y hasta a esa
edad me había dado cuenta de lo patético de esa imagen.
¿Soy radical?
Pues no, no, no: realista; en charlas con amigos que escriben, siempre se
mencionó a la ciudad de El Alto como territorio interesante y rico para
explorar (ya lo había hecho Juan de Recacoechea en “American Visa” y a su
personaje casi lo matan), pero al momento de hacerlo, muchos retrocedían, sea
porque no saben lo que es la miseria y no saben cómo describirla, como le
sucedió a Maximiliano Barrientos en “En el cuerpo una voz” (“Cormac McCarthy,
te he fallado”), o quizá porque eso le quitaría “glamour” a la intencionalidad
de lo que escriben.
La visión de El
Alto para los demás es ajena a los alteños, quizá es como la paradoja de Borges
sobre lo que un gaucho es, tomando los ejemplos de Don Segundo Sombra y de
Martín Fierro: lo que no se menciona es lo que importa.
Estoy harto de
esas fundaciones que tienen residencia en El Alto y que nacen de la pena ajena,
de tratar de curar el miedo que les tienen. Frantz Fanon (y hasta Paulo Freire,
les juro) debe estar revolcándose en su tumba por sus conceptos de colonización
y descolonización malinterpretados y a veces mal leídos para hacer esas
instituciones.
Quizá se necesita
olvidar Octubre de 2003 y el rol victimista de la ciudad de El Alto, para que
la vean como algo menos que Mordor o El circo del cholo Juanito.
Escritor que
ha crecido en El Alto (y no inhala clefa, ¡increíble!)
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De INMEDIACIONES,
19/02/2018
Fotografía: Dario Kenner
Fotografía: Dario Kenner
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