Buena parte de
nuestros ojos todavía mantienen en su retina aquella ola de protestas
estudiantiles en París, que finalmente desencadenaron el mayo del 68,
revolución o espíritu que, partiendo de barricadas en las calles parisinas, se
extendió como la pólvora por toda Europa. El mayo francés tuvo su continuación
en Italia bajo el sobrenombre de «otoño caliente», el cual se extendió hasta
finales de 1969, y después continuaría con los «años de plomo» en referencia a
los altercados callejeros, enfrentamientos y atentados con bomba que se
sucedieron a lo largo de la década de los setenta. El 12 de diciembre de 1969,
poco después de las cuatro y media de la tarde, una bomba estalla en el corazón
de la Piazza Fontana de Milán, causando 18 muertos y más de 80 heridos. El
mortal estruendo también coincide en el curso del mismo día, con la explosión
de otros tres artefactos en Roma y en Milán. La tragedia resultante genera una
caza de brujas sin precedentes y las sospechas de la policía inmediatamente se
inclinan hacia los sectores del anarquismo. El mismo día que entierran a las
víctimas, el líder estudiantil Mario Capanna se salva por los pelos del
linchamiento ciudadano. En medio del desconcierto y la premura, son detenidos
más de 70 militantes de izquierda. Entre ellos figura el bailarín y poeta
anarquista Pietro Valpreda, a partir del testimonio de un taxista que afirma a
pies juntillas haberlo traído hasta las inmediaciones de la Piazza Fontana, el
mismo día del estallido de la bomba. Pietro permanecerá encarcelado durante más
de tres años, al hilo de una prisión preventiva plagada de inconsistencias y
falsedades, hasta que es exonerado por falta de pruebas de los cargos que se le
imputaban. El atentado de la Piazza Fontana se atribuye finalmente a sectores
de la extrema derecha, tras un proceso judicial que se extendió por una década,
sin mayor desagravio para quien había sido acusado injustamente por la comisión
de semejante delito. Otro arrestado no correrá la misma suerte que Valpreda,
Giuseppe Pinelli, un humilde trabajador ferroviario que por entonces también
simpatizaba con los movimientos anarquistas. Un hombre común y corriente, ni
poeta ni bailarín, que también figura como sospechoso, a pesar de su consabido
pacifismo y de resultar contrario al uso de la violencia. Durante el curso del
interrogatorio en las dependencias policiales de Milán, Giuseppe se lanza de la
ventana de un cuarto piso. La policía sostiene que es un suicidio, pero en la
opinión pública se forja la terrible sospecha de que las circunstancias de su
muerte guardan mayor relación con la tortura y otros oscuros métodos
policiales. El supuesto suicidio de Pinelli no pasa desapercibido a los ojos de
Dario Fo, el perspicaz dramaturgo italiano y futuro Nobel de Literatura, que
por entonces tiene 43 años y ya resulta conocido por el fuerte compromiso
social y político de sus obras de teatro. En aquel ‘vuelo’ del anarquista Fo ve
«tal vez un delito, un delito de Estado, un asesinato que torpemente se intenta
presentar como un suicidio» y utiliza el contexto descrito en párrafos
precedentes para construir una de sus obras maestras: Muerte accidental de un
anarquista, que es la peor y más delirante muerte que el teatro haya engendrado
para menoscabo de muchas actitudes sociales. Muerte accidental de un anarquista
se estrena en Milán casi un año después del atentado y a pesar de los intentos
de amenazas, censura y reiteradas prohibiciones, llegará a alcanzar más de un
millón de espectadores. En el prólogo a la obra, Dario Fo trata de engañar al
crédulo lector, advirtiendo que su comedia se refiere a «un hecho que ocurrió
realmente en Estados Unidos, en 1921», pues «un anarquista llamado Salsedo, un
inmigrante italiano, “cayó” desde una ventana del piso 14 de la comisaría
central de Nueva York», descubriéndose después de la investigación «que el
anarquista había sido literalmente arrojado por la ventana por los policías que
lo interrogaban». Además, afirma que se ha tomado la libertad de «recurrir a
uno de esos trucos que se suelen emplear en el teatro: hemos trasladado la
historia a nuestros días, y (…) ambientado, no ya en Nueva York, sino en una
ciudad italiana cualquiera… por ejemplo, Milán». Desde ahí, la mesa está
servida en los tres breves actos de la obra. Un personaje a medio camino entre
loco e histriónico irrumpe en un despacho de la ‘jefatura central de policía’ y
mediante la adopción de múltiples personalidades va desgranando las verdades
escondidas detrás de la muerte accidental del anarquista. ¿Y por qué se trata
de la peor obra teatral que muchos hayan podido leer o ver en el escenario?
Pues por resultar moralmente incómoda, ser directa hasta la saciedad y recurrir
a la locura «para expresar verdades que de otra manera no podrían decirse».
Tanto, que aún se sigue poniendo en escena. (I)
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Imagen: Foto: Kyle Cassidy / Curio Theatre
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