RAMÓN ROCHA MONROY
¿Quién no ha
visto Coco, animada por Disney y Pixar, que trata del delgado papel celofán que
separa la vida de la muerte? Es necesario vivir en México para ver cómo el mes
de los muertos se inicia con una profusión de calaveras (calacas) en actitudes
vitales como enamorar, tocar guitarra o bailar en las pulquerías. No hay rincón
donde uno no encuentre animaciones de ese rito recogido por los grabados de
José Guadalupe Posada, donde hay puras calaveras.
Hubo este año
cerca de 50.000 calacas que desfilaron en México, pero, al mismo tiempo, una
antología titulada Día de Muertos. Antología del cuento mexicano, dirigida por
Jorge Volpi, que consigna “Filípica contra altares”, catarreo de Guillermo
Sheridan, ningún chairo porque ha publicado estudios de poesía sobre Los
Contemporáneos, entre varios ensayos, dirigió Vuelta y fue muy amigo de Octavio
Paz.
En una nota por demás curiosa para un mexicano, Sheridan critica “el abigarramiento de velas hediondas, sahumerios ramplones, frutas letales, tequila adulterado, fotos y flores agónicas. (Los muertos) no son bonitos, no los encuentro conmovedores, evocadores ni mucho menos “tiernos”, Sheridan se queja de que México se ha educado en el racionalismo del siglo 18 mientras “el día de Muertos es un apartado contracultural de los sesenta…un invento de antropólogos, una excrecencia del Indio Fernández, un estremecimiento de Frida Kahlo”. Dice que es “la santificación laica de un día que, para sobrevivir, se convierte en espiritismo social” y es “la avidez de una clase media ilustrada adicta a las “buenas ondas”.
En una nota por demás curiosa para un mexicano, Sheridan critica “el abigarramiento de velas hediondas, sahumerios ramplones, frutas letales, tequila adulterado, fotos y flores agónicas. (Los muertos) no son bonitos, no los encuentro conmovedores, evocadores ni mucho menos “tiernos”, Sheridan se queja de que México se ha educado en el racionalismo del siglo 18 mientras “el día de Muertos es un apartado contracultural de los sesenta…un invento de antropólogos, una excrecencia del Indio Fernández, un estremecimiento de Frida Kahlo”. Dice que es “la santificación laica de un día que, para sobrevivir, se convierte en espiritismo social” y es “la avidez de una clase media ilustrada adicta a las “buenas ondas”.
En plan personal,
escribe: “Me choca que se convoque a los muertos a que coman, beban y echen
bala como partiquines del anodino drama de ser recordados. En fin, no he
coqueteado con la muerte, no tengo póster de la calavera de Posada, ni me
quiero pasear con la “muerte catrina” por la Alameda, ni me refiero a ella como
“la huesuda”, ni la “patas de hilo", ni me río de ella, ni me la “vacilo”,
ni brindo por su salud”.
La nota se inicia
con una afirmación rotunda: “Lo confieso: aborrezco el día de Muertos.
Encuentro las calaveras de azúcar tan desagradables como las humanas, ese
cascajo del rostro. Como decoración son feas, como alimento son veneno y como
memento mori son ineptas. Me negaría a comer “filete de occiso” o “ensalada de
finado”, entonces ¿por qué pan de muerto? La flor de cempasúchil me parece
horrible: es la antiflor, un margaritón obeso de color industrial. El copa me
produce asco: seguramente la Coatlicue lo usaba como desodorante”. Así le
irrita la profusión de “pésimos versitos”, la participación de “niñitos en la
necrofilia” o “que los disfracen de autopsia”…y les enseñen que la vida no vale
nada”. Arremete contra los altares de muerto, que le parecen “repulsivos, como
culto y como estética: demagogia
metafísica, animismo baladí, oficinas de reclamación a destiempo, ganas de
subirle el colesterol a un fantasma”.
EL RUN RUN DE LA
CALAVERA
En 1984 gané el
segundo premio junto a René Bascopé Aspiazu, el primer premio desierto, por mi
novela El run run de la calavera, que jamás hubiera escrito si no pasaba dos
años en México, donde me empapé de la imagen de la muerte con ese colorido que
encontré en la película galardonada “Coco” y en ese desfile de 50.000 catrinas,
algo nunca visto antes de la última película de James Bond, Spectre,
protagonizada por Daniel Craig. México es una lupa de, por entonces, 80
millones de cholos, muy útil para entender qué nos pasa por acá, en países más
pequeños. Eso me pasó con la muerte, que me permitió reconocer nuestros ritos
tan próximos y quizá tan coloridos.
Hoy El run run de
la calavera figura entre las 15 novelas fundamentales de la literatura
boliviana, una suerte de destino de Cenicienta, porque nunca antes mereció una
edición oficial ni una crítica de los consabidos. Vi años ha “La novia
cadáver”, de Tim Burton, y lloré de alegría, porque veía las imágenes que había
soñado para El run run.
Pero hoy viene Guillermo
Sheridan y nos clava un puñal contra una costumbre que para nosotros era
tradición mexicana. Y bueno, al menos hay un disidente que debe estar molesto
por el Óscar que le dieron a Coco, que explota el colorido del día de Muertos
muy a la Disney pero muy cerca del corazón latinoamericano.
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