¡¡ La virgen.
Algunos tardan menos en escribir un libro que yo en leerlo!! Debe ser cosa de
la lluvia, porque ¿se han dado cuenta de lo que afecta la lluvia al movimiento
humano? En las ciudades es así, lo he experimentado y seguro que muchos de
ustedes también. Es eso de ir en coche, con circulación fluida, sin necesidad
de intermitentes que indiquen si vas a izquierda y derecha, porque no hay a
quien indicar nada. Oye, es caer dos gotas y aparecer un embotellamiento del
copón y sin venir a cuento. ¿De dónde habrán salido todos estos? ¿Habrá llovido
gente y no me he enterado? La cosa es que parecen refugiarse todos en el mismo
lugar, donde tú estás, porque sabemos que el género humano es grupal. Miren
sino, lo que ocurre en las playas de todo el mundo. Kilómetros de arenal
desierto y cuarenta en un mismo metro cuadrado. Y no se te ocurra disgregarte ni
nada por el estilo, llegarán para hacerte compañía, quieras o no, cuando más
distraído estés.
Aprovechando mi
trabajo en la biblioteca episcopaliana, que una también sabe episcopalar de vez
en cuando, dedico algo de los tiempos muertos a estudiar este fenómeno. Los
otros tiempos, muertos o vivos, los dedico a canturrear, hacer dibujitos en el
papel blanco para luego ennegrecerlos con tintas de colores… me ha dicho mi
psicólogo que tengo alma mahorí. Me gustan los mahoríes, sobre todo porque no
es necesario ducharse. Bueno, que me distraigo fácilmente, pues decía que me
estoy dedicando a estudiar este gusto por oler los pies del vecino, el aliento
cervecero, escuchar las conversaciones… lo que se llama, en lenguaje vulgar,
apelotonarse.
No es que yo sea
muy erudita, pero episcopalar conlleva, también, leer los títulos de los libros
para colocarlos en el lugar correspondiente. He leído cientos, miles de títulos
diferentes de cuyos autores desconozco el nombre. ¿Qué importará un nombre u
otro? lo importante es su experiencia, la enseñanza que deja reflejada en el
título. Así, gracias a cosas como: “La verdad te será revelada” o “El hombre y
dios. Misterios por descubrir”, llegué a crear mis propias teorías sobre el
tema en cuestión. La primera idea que vino a mi mente fue el instinto
primigenio de la tribu. Un grupo de amigos que va a la playa y al que se van
incorporando miembros necesitados de compañía o protección, creando un vínculo
cuasi divino. Luego, aparecen los asociales que se distancian de la tribu, clara
demostración de fortaleza. Pueden hacerlo por cansancio o incomodidad, creando
una tribu vecina a la que se irán incorporando, paulatinamente, otros osados
individuos. Es una rueda sin fin que recrea la rutina diaria: no saber estar
sólo o que tus pedos huelen mejor que los vecinos, tampoco podemos descartar
esta teoría. Unos meses me duró esta teoría, hasta hoy, en que se encendió un
aspersor fuera de tiempo y comencé a darle vueltas a la del Hombre/tortuga.
Creo que es una
evolución de la evolución, es decir, una involución. Léase “Polos positivos que
se repelen”, “Más por más es más, más por menos es menos hasta que todo se va
al carajo” o “La teoría de las especies”. Como he expresado anteriormente, el
hombre tiende a agruparse allá donde va, hasta que el agua lo estropea todo. Es
como si fuésemos los Gremlins que inventó el judío bueno, que hace que la
cantidad de agua nos pese o no sé qué. Corremos a guarecernos, el instinto nos
avisa, hasta que alguno queda fuera y se empapa. De pronto dejan de importarle
el tiempo, el espacio, el agua, agruparse y comienza a caminar sin rumbo fijo,
lentamente, como si le saliese caparazón. Algo que debe ocurrir cuando cuerpo y
coche son uno sólo ya que, donde antes ibas a 70 Kms/h, de pronto vas a 20. No
sé. Eso o es que el agua ciega los ojos. Yo qué sé, tengo que darle más vueltas
a todo esto porque, mi maridito, que es hombre sabio y tranquilo, dice que es
por una gónada divina o algo así.
Sea como fuere,
voy a hacerme la cena, que me ha entrado jambre.
Imagen: Tejido "vintage" sobre un cuadro de Magritte
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