Parecía
imposible, tras los dos últimos años cortazarianos, decir algo nuevo sobre el
argentino que pudiese modificar la imagen idílica del personaje. Al cabo, en
2013 se celebró el primer medio siglo de la aparición de Rayuela y en 2014, los 30 años de su muerte y el centenario de su
nacimiento. Ese mismo 2014 se supo que Miguel Dalmau tenía previsto lanzar en
otoño, en la editorial Circe, su propia biografía, y que había decidido no
acudir a la fuente cortazariana por excelencia, esto es, a su primera esposa y
albacea, Aurora Bernárdez, "la morochita", para escribir sin
condicionamientos su Cortázar.
Sus fuentes
serían la propia obra del escritor, sus cartas, ultimísimos hallazgos documentales y el
testimonio directo de algunos amigos, respondiendo a lo que era "un amor
de juventud, una pasión recurrente como lector, y un enigma como
escritor", afirma Dalmau: "Quería explicar por qué un hombre de unas
determinadas características familiares, sentimentales, psíquicas, políticas,
literarias, se convierte radicalmente en otro en la segunda mitad de su
vida. Más aún, cómo un discípulo aventajado de Borges se transforma en el
icono literario y hasta mediático de las revoluciones de los años 70. Quería
solucionar el enigma Cortázar".
En un pozo de
serpientes
La sorpresa vino
después, cuando la editorial Circe se sintió obligada a abandonar el proyecto
para evitar los costes de una posible querella, porque los
representantes de Aurora Bernárdez exigían la desaparición de todas las citas
que pudiera tener el volumen. Tras unos meses de desconcierto, en los que
se llegó a publicar que Dalmau se había rendido también, el entusiasmo de
Daniel Fernández, de Edhasa, hizo que el biógrafo retomase el proyecto,
reescribiéndolo totalmente en estilo indirecto y blindándolo de posibles
querellas. Porque ambos estaban convencidos de que Cortázar no se había agotado
en los homenajes y publicaciones aparecidas hasta el momento.
Ahora, con el
libro ya impreso, recuerda Dalmau cómo siempre supo que era preciso romper la
imagen bucólica del hombre sin sombras que parecía ser solamente Cortázar, para
completar el retrato cabal del escritor: "Nadie escribe lo que él, si no
vive atormentado por el pozo de serpientes que cobijaba en su interior, por
esos demonios familiares a los que a veces derrotaba y a los que a veces se
entregaba". Un Cortázar con sus complejos y penas, su alcoholismo
latente, sus tendencias suicidas, su obsesión por el dinero y su
esclavitud familiar. Un Cortázar que decía no conocer ni importarle sus
orígenes familiares, que su madre fuese hija ilegítima, o las razones del
abandono de su padre. Un Cortázar, en fin, que hizo suyas las leyendas
familiares que le trasmitían su abuela, su madre y su hermana Ofelia, según las
cuales era hijo de un diplomático argentino destinado en Bélgica, cuando en los
archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Argentina no
se ha encontrado ningún documento que le vincule a la diplomacia de su país y
tampoco hay nada en la Embajada argentina en Bélgica.
¿Minucias, quizá?
Tal vez, pero demuestran hasta qué punto al transitar un territorio que
creíamos seguro, descubrimos con Dalmau, desde el principio del libro, fallas
inesperadas que condicionaron irremisiblemente al personaje. Porque si es
imposible comprender la obra de Virginia Woolf sin sus depresiones, o la de
Hemingway sin su bipolarismo, la de Cortázar es inasible sin admitir el
chantaje económico y sentimental al que le sometieron las mujeres de su familia.
Por ellas, por ejemplo, estuvo siete años “desterrado” en un rincón de la pampa
argentina, para poder enviarles cada mes el talón que les permitía sobrevivir y
ya en París malvivía y aceptaba cualquier traducción, obsesionado por
remitirles dinero.
Quizá el mejor
ejemplo de cómo sus avatares familiares coartaron su obra nos lo proporciona
Dalmau al aclarar por qué Cortázar huyó a Europa poco después de publicar en
Argentina su primer libro de relatos, Bestiario, en 1951. En su
biografía Dalmau recuerda cómo, según la versión generalizada, el escritor
escapó de su país por razones políticas, responsabilizando siempre al peronismo
de su huida en las entrevistas que concedió a lo largo de su vida.
Y, sin embargo,
el biógrafo descubre otra razón, una pulsión prohibida que el propio
Cortázar acabaría reconociendo varios años después, y que está relacionada
precisamente con Bestiario, y con su madre y su hermana, enferma al
parecer de esquizofrenia. Según amigas de la época, cuyo testimonio reúne
Dalmau, el escritor hablaba de Ofelia como de alguien raro, "muy difícil.
Hablaba de la hermana con temor. Era medio misterioso todo ese tema de la
familia", mientras que de su madre se decía "que se llevaban bien.
Demasiado bien".
Bestiario secreto
En Bestiario se
halla la respuesta a este nuevo enigma. Es un libro de cuentos inspirado,
afirma Dalmau, por las turbulentas aguas familiares, y más en concreto por el
incesto. Y el propio Cortázar parece confirmarlo, pues en 1956 confesó que él
también había "hecho mi psicoanálisis cuando el libro se publicó; descubrí,
por ejemplo, que muchos de los cuentos giran en torno a la noción de incesto.
Y mis sueños me han probado también que en mí es una tendencia muy honda. Menos
mal que encuentra un excipiente literario. [...]" Más aún: "Vi hasta
qué punto tengo personalmente un complejo incestuoso que encontró su camino, en
forma de exorcismo, en muchos de esos cuentos. Algunas veces tuve
pesadillas con mi hermana y me desperté espantado". (pp. 210-211).
Pero esto, lamenta Dalmau, "no se cuenta en las demás biografías. Pues qué
pena".
Quizá porque
con Bestiario había descubierto el poder catártico de la
escritura, en El perseguidor declara abiertamente que en él
quiso renunciar a toda invención "y ponerme dentro de mi propio
terreno personal, es decir, mirarme un poco a mí mismo. Y mirarme a mí mismo
era mirar al hombre, mirar también a mi prójimo". (p. 305).
Tendencias suicidas
El análisis
exhaustivo de El perseguidor, como el de Rayuela,
depara muchas sorpresas. Porque en Rayuela vuelven a
aparecer las pulsiones suicidas que asomaron desde el principio de su
escritura, desde el mismo Bestiario. Así, en uno de los relatos de
este libro primerizo, "Carta a una señorita en París", podemos leer:
"No creo que les sea difícil juntar once conejitos salpicados sobre los
adoquines, tal vez ni se fijen en ellos, atareados con el otro cuerpo que
conviene llevarse pronto, antes de que pasen los primeros colegiales".
También "El Río", un duro relato escrito directamente en francés,
narra el suicidio de una mujer.
Más que
pulsiones, era una obsesión, al punto que más tarde reconocería, como trascribe
Dalmau, que "si yo no hubiera escrito Rayuela, probablemente
me habría tirado al Sena". E insiste Dalmau: "Es posible. Pero se
salvó transfiriendo sus pulsiones al héroe de la novela. Cuando en otra
entrevista le preguntaron por qué Oliveira no se deja caer desde el balcón
sobre la rayuela pintada en el patio, dijo: 'Él acaba de descubrir hasta qué
punto Traveler y Talita lo aman. No se puede matar él después de eso'. Sin
embargo el lector retiene el pasaje que cierra oficialmente el libro: 'Al fin y
al cabo algún encuentro había, aunque no pudiera durar más que ese instante
terriblemente dulce en el que lo mejor sin lugar a dudas hubiera sido
inclinarse apenas hacia fuera y dejarse ir, paf se acabó'". (p. 324)
Sin embargo, de
repente, todo cambió. Desde su juventud, Julio Cortázar había sido demasiado.
Demasiado alto. Demasiado delgado. Demasiado pálido. Demasiado joven. Sus
brazos y piernas, demasiado largos. Sus manos, demasiado grandes. Carlos
Fuentes contaba que la primera vez que fue a verle le confundió con su hijo.
Metamorfosis con toda la barba
La metamorfosis
de Cortázar comienza al enamorarse en Cuba de Ugné Kavelier, una lituana que
trabajaba para Gallimard, extremadamente culta, divertida y libre. Por ella, el
argentino acabaría rompiendo su matrimonio con Aurora Bernárdez. Con ella
descubrió el placer de disfrutar a un tiempo de amor y revolución. Descubrió,
en fin, en palabras de Dalmau su "rostro solar [...] y comenzó a sentirse
a gusto en su nuevo papel. Se volvió más sociable, expansivo, viajero".
En el otoño de
1969 se encontró con Vargas Llosa en Londres y el peruano casi ni le reconoció:
"Se había dejado crecer el cabello y tenía unas barbas rojizas e imponentes,
de profeta bíblico. Me hizo llevarlo a comprar revistas eróticas y hablaba de
marihuana, de mujeres, de revolución, como antes de jazz y de fantasmas. Había
siempre en él esa simpatía cálida, esa falta total de pretensión y de las poses que
casi inevitablemente vuelven insoportables a los escritores de éxito a partir
de los cincuenta años, e incluso cabía decir que se había vuelto más fresco y
juvenil, pero me costaba trabajo relacionarlo con el de antes" (p. 444).
Su recién
descubierta barba hizo surgir mil rumores, porque toda su vida había sido
barbilampiño. Se habló de operaciones quirúrgicas, tratamientos andrológicos, y
Cabrera Infante, furioso por el apoyo de Cortázar a la revolución cubana, hizo
correr la especie de que se había hecho un tratamiento hormonal. Y no
andaba desencaminado, pues, según Dalmau siguió por consejo de sus médicos
franceses un tratamiento hormonal que hizo que le saliera pelo a los 50 años.
De ahí derivan especulaciones sobre su posible impotencia etc, en las que no
vale la pena perderse.
Más interés tiene
otra de las acusaciones que enturbiaron los últimos años del escritor, su
ingenuidad ante el comunismo y la revolución. Dalmau en su libro niega con
datos la mayor: Cortázar no fue ningún ingenuo, antes bien, en una entrevista
con José Miguel Ullán, reconoció implícitamente la existencia del
gulag, las purgas, etc, pero los aceptaba como "accidentes de ruta".
Más aún, apunta Dalmau, en cartas a diversos intelectuales como Vargas Llosa,
admitía los fallos pero, puestos a equivocarse, "prefirió hacerlo en favor
de las víctimas, desde ese concepto romántico que tuvo siempre de la
revolución". Un concepto romántico de la existencia que comparte, en el
fondo, con Miguel Dalmau, que ha escrito una biografía rebosante de descubrimientos,
sabiendo, como escribió el propio Cortázar, que tras "el espectáculo de
las palabras tiembla indeciblemente la esperanza de que me leas, de que no haya
muerto del todo en tu memoria".
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De EL CULTURAL,
02/10/2015
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