Wednesday, March 7, 2018

RAYMOND ROUSSEL, VIAJERO DE LA IMAGINACIÓN/El primer surrealista


JAVIER MEMBA

Cuando se piensa en los antecedentes literarios del surrealismo suele aludirse a Sade. Sin embargo, aquella escuela liderada por André Breton –un asunto literario antes que artístico, recuérdese- fue pródiga en la reivindicación de escritores: Matthew G. Lewis, Apollinaire, Pétrus Borel... Son muchos, en fin, los autores que los surrealistas reivindicaron como maestros. El francés Raymond Roussel cuenta entre los más singulares. Muy poco conocido por el lector español, como casi todos ellos, Siruela acaba de publicar un par de títulos que tocan a Roussel muy de cerca.

El primero de ellos es 'Impresiones de África' –aparecida originalmente en 1910-, una de sus novelas más celebradas; el segundo, la biografía que le dedica Mark Ford con el título de 'Raymond Roussel y la república de los sueños'.

Basta con descubrir la técnica utilizada por Roussel para comprender el interés por él de los surrealistas. En esta edición, dicho procedimiento se explica en el breve ensayo póstumo 'Como escribí algunos libros míos' (1935), incluido en esta edición a modo de prólogo. A saber, el método consiste en partir de dos palabras de fonética semejante: 'billard' (billar) y 'pillard' (bandido).

Basándose en ellas y por el mismo procedimiento, Roussel crea dos frases-clave: "Les lettres du blanc sur les bandes du vieux billard" (Las letras escritas con tiza en las bandas del viejo billar) y "Les lettres du blanc sur les bandes du vieux billard" (Las cartas del hombre blanco acerca de las bandas del viejo bandido). La primera de estas oraciones sirve de introducción; la segunda, de conclusión a la narración 'Entre los negros', germen de 'Impresiones de África'.

Sin nexo narrativo
Aquí se nos cuenta la puesta en marcha de los distintos números de la gala que habrán de organizar unos franceses, quienes se dirigían a América del Sur, tras naufragar en las costas de Ponukelé, un imaginario país africano. El emperador de este territorio mítico, Talú VII -el 'pillard' de la frase clave- obligará a los europeos a entretenerle antes de ponerles en libertad. Entre los náufragos se encuentran un historiador, una vieja dama, un fabricante de fuegos de artificio, un arquitecto, un inventor, dos cantantes y varios artistas circenses.

Ni que decir tiene que aquí no hay nexo narrativo alguno. De hecho, la digresión es uno de los principales mecanismos del autor. Basta con un breve apunte de su asunto para comprender que se trata de una obra donde la imaginación y el lenguaje desempeñan un papel determinante. Es más, nos encontramos ante un experimento lingüístico que inspiró a Michel Foucault un ensayo en 1963.

Por otro lado, aunque Roussel fue un viajero empedernido, que dedicó un par de años (1920-1921) a dar la vuelta al mundo, después de haber visitado ya los principales países de Europa, acostumbraba a explicar: "De todos mis viajes jamás saqué nada para mis libros. Me gusta remarcarlo para dejar constancia de que para mí, la imaginación lo es todo".

Fracaso de una novela en verso
Excéntrico y solitario, perteneciente a la nobleza francesa, todo parece indicar que el fracaso de su primera novela, escrita en verso y publicada en 1897 con el título de 'La Doublure' –una exhaustiva evocación del carnaval de Niza que por sus minuciosas descripciones hubiera hecho feliz a Robbe-Grillet- fue el origen del desequilibrio físico que padeció. A 'La Doublure' le siguieron 'La vue' (1904), un acercamiento igualmente obsesivo a una playa, y 'Locus Solus' (1914). Protagonizada esta última por un científico –Cantarel, quien, al recibir a unos amigos en su propiedad, aprovecha la ocasión para mostrarles sus fantásticas invenciones-, por sus páginas desfilan prodigios como un diamante gigantesco en cuyo interior nada una bailarina; cadáveres incorruptos, merced a las maravillas de la 'resurrectina', que interpretan sus últimas escenas; o el agua milagrosa en la que un gato electrizado pone voz a la calavera de Dantón.

Como se ve, todo muy al gusto de los surrealistas, la única admiración que Raymond Roussel conoció en vida. Puso fin a sus días en el Gran Hotel de Palermo el 14 de julio de 1933, llevándose con él sus mitos y sus juegos lingüísticos. Aún habrían de pasar 30 años antes de que se le empezara a reivindicar.

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De EL MUNDO, 02/02/2005 

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