JAVIER MEMBA
Cuando se piensa
en los antecedentes literarios del surrealismo suele aludirse a Sade. Sin
embargo, aquella escuela liderada por André Breton –un asunto literario antes
que artístico, recuérdese- fue pródiga en la reivindicación de escritores:
Matthew G. Lewis, Apollinaire, Pétrus Borel... Son muchos, en fin, los autores
que los surrealistas reivindicaron como maestros. El francés Raymond Roussel
cuenta entre los más singulares. Muy poco conocido por el lector español, como
casi todos ellos, Siruela acaba de publicar un par de títulos
que tocan a Roussel muy de cerca.
El primero de
ellos es 'Impresiones de África' –aparecida originalmente en
1910-, una de sus novelas más celebradas; el segundo, la biografía que le dedica
Mark Ford con el título de 'Raymond Roussel y la república de los
sueños'.
Basta con
descubrir la técnica utilizada por Roussel para comprender el interés por él de
los surrealistas. En esta edición, dicho procedimiento se explica en el breve
ensayo póstumo 'Como escribí algunos libros míos' (1935),
incluido en esta edición a modo de prólogo. A saber, el método consiste en
partir de dos palabras de fonética semejante: 'billard' (billar) y 'pillard'
(bandido).
Basándose en
ellas y por el mismo procedimiento, Roussel crea dos frases-clave: "Les
lettres du blanc sur les bandes du vieux billard" (Las letras escritas con
tiza en las bandas del viejo billar) y "Les lettres du blanc sur les
bandes du vieux billard" (Las cartas del hombre blanco acerca de las
bandas del viejo bandido). La primera de estas oraciones sirve de introducción;
la segunda, de conclusión a la narración 'Entre los negros', germen de
'Impresiones de África'.
Sin nexo
narrativo
Aquí se nos
cuenta la puesta en marcha de los distintos números de la gala que habrán de
organizar unos franceses, quienes se dirigían a América del Sur, tras naufragar
en las costas de Ponukelé, un imaginario país africano. El emperador de este
territorio mítico, Talú VII -el 'pillard' de la frase clave- obligará a los
europeos a entretenerle antes de ponerles en libertad. Entre los náufragos se
encuentran un historiador, una vieja dama, un fabricante de fuegos de
artificio, un arquitecto, un inventor, dos cantantes y varios artistas
circenses.
Ni que decir
tiene que aquí no hay nexo narrativo alguno. De hecho, la digresión es uno de
los principales mecanismos del autor. Basta con un breve apunte de su asunto
para comprender que se trata de una obra donde la imaginación y el
lenguaje desempeñan un papel determinante. Es más, nos encontramos ante un
experimento lingüístico que inspiró a Michel Foucault un
ensayo en 1963.
Por otro lado,
aunque Roussel fue un viajero empedernido, que dedicó un par de años
(1920-1921) a dar la vuelta al mundo, después de haber visitado ya los
principales países de Europa, acostumbraba a explicar: "De todos mis
viajes jamás saqué nada para mis libros. Me gusta remarcarlo para dejar
constancia de que para mí, la imaginación lo es todo".
Fracaso de una
novela en verso
Excéntrico y
solitario, perteneciente a la nobleza francesa, todo parece indicar que el
fracaso de su primera novela, escrita en verso y publicada en 1897 con el
título de 'La Doublure' –una exhaustiva evocación del carnaval
de Niza que por sus minuciosas descripciones hubiera hecho feliz a
Robbe-Grillet- fue el origen del desequilibrio físico que padeció. A 'La
Doublure' le siguieron 'La vue' (1904), un acercamiento
igualmente obsesivo a una playa, y 'Locus Solus' (1914).
Protagonizada esta última por un científico –Cantarel, quien, al recibir a unos
amigos en su propiedad, aprovecha la ocasión para mostrarles sus fantásticas
invenciones-, por sus páginas desfilan prodigios como un diamante gigantesco en
cuyo interior nada una bailarina; cadáveres incorruptos, merced a las
maravillas de la 'resurrectina', que interpretan sus últimas escenas; o el agua
milagrosa en la que un gato electrizado pone voz a la calavera de Dantón.
Como se ve, todo
muy al gusto de los surrealistas, la única admiración que Raymond Roussel
conoció en vida. Puso fin a sus días en el Gran Hotel de Palermo el 14 de julio
de 1933, llevándose con él sus mitos y sus juegos lingüísticos. Aún habrían de
pasar 30 años antes de que se le empezara a reivindicar.
_____
De EL MUNDO,
02/02/2005
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