RODRIGO URQUIOLA
Erótica (Plural,
2017) es la segunda antología de cuentos bolivianos del género o que, por lo
menos, se aproximen a él. Un primer libro similar —denominado Antología del
cuento erótico boliviano a secas— fue el que realizó Jaime Iturri al reunir a
autores tales como René Bascopé, Ramón Rocha Monroy, Gonzalo Lema, Juan Claudio
Lechín, Adolfo Cárdenas o Giovanna Rivero, entre otros. Esta primera antología
fue publicada en 2001 por la editorial Alfaguara. En Erótica, dieciséis años
después, el único autor que repite presencia, pero con distinto cuento, es
Homero Carvalho.
Cuando Ernesto
Calizaya, antologador de Erótica, me pidió un cuento, estuve ante una
disyuntiva. Nunca se me había ocurrido pensar un cuento antes de escribirlo
encasillándolo en tal o cual género aunque después alguno hubiera terminado
rozando o cayendo en un espacio determinado. Pero, pensé, en realidad la
premisa es relativa. Sometí La habitación de papel a su juicio, un cuento de mi
primer libro, Eva y los espejos. Este cuento finaliza con una escena sexual en
un territorio habitado por dos seres que se acompañan pero están embriagados de
soledad. Hay violencia en esta escena e impotencia existencial. No es lo que yo
mismo esperaría de un cuento cuando me anuncian que es erótico. Entiendo por
erótico a un relato que no solamente excite la mirada sino que provoque un
erizar de la piel. Y esa no era mi intención cuando escribí, en el ya lejano
2008, este cuento.
Cuando terminé de
leer Erótica, quizás en el momento preciso, viajando de Cochabamba a la
candente Santa Cruz, me pareció que uno de los mejores cuentos de esta
antología, Se busca, de Patricia Requiz, más que complacer al lector curioso,
lo desafiaba a observar, con su mirada buscadora de resquicios íntimos, algo de
lo que se oye, pero que no se ve. Voy a spoilear: un hombre le habla del sexo
que están a punto de tener a una mujer que parece menor que él y finaliza
cuando te das cuenta de que esa menor es una bebé. Es un cuento terrible, que
provoca un tambaleo, me dejó mal, con rabia inclusive: como lector me olvidé de
que estaba buscando sensaciones seductoras y me sorprendí ante la crueldad de
un hecho monstruoso.
El día que conocí
a India Summer, de Claudio Ferrufino, es otro de los cuentos que más me gustó,
sobre todo por la construcción del lenguaje y el juego entre ficción y
realidad. Un asiduo visitante de páginas porno se encuentra el billete dorado
del Wonka sexual: una grabación con la famosa India Summer. Sin embargo,
después de que todo sucede y, luego, cuando se ve a sí mismo en la página, no
se reconoce, es como si nunca hubiera sucedido.
Destaco también
los cuentos Las pinceladas de Selena, de Sisinia Anze y La noche tiene dos caras,
de Erick Ortega, por la sorpresa ante la que uno se encuentra, el famoso giro
de tuerca, cuando se llega al final de ellos, ambos tienen construcciones
llamativas.
Si bien en Se
busca, de Requiz, el lector erótico se halla ante un conflicto, en el otro lado
de la orilla, se ve recompensado. Los cuentos de los autores orientales Homero
Carvalho y Manfredo Kempff invitan al roce de la imaginación y a la aventura.
En Encuentros cercanos, el de Carvalho, una mujer le escribe a un escritor
porque necesita contarle sobre su variopinta vida sexual en cuyo menú habrá de
incluir al inventor de historias. Por otra parte, Cuando fui Nerón, de Kempff,
le hace un breve guiño a La metamorfosis, de Franz Kafka, y convierte a un
señor —me lo imaginé miembro de una tradicional familia cruceña, cabeza
pintando canas, algo subido de peso, vistiendo camisa de manga corta y colores
claros, quizás metido en la política, quizás en algún alto cargo, quizás desde
el alto cargo manoseando a sus subalternas sin que le importen siquiera las
cámaras de televisión, la imaginación vuela, discúlpenme este arrebato— en un
perro con una dueña hermosa. Y, como es inevitable, Nerón, el perro humano o
humano perro, se enamora de su sensual ama y la desea con fervor. Ella, que
sospecha la humanidad subyacente, termina deseando a su mascota y sucede lo que
tiene que suceder. Kafka estaría contento —nota aclaratoria: mi perrito lleva
el apellido del escritor checo, cuya escritura admiro, de nombre—.
Erótica es un
interesante acercamiento a la escritura de autores emergentes, como la ya
mencionada Requiz, y también una manera nueva de observar el trabajo de
escritores asentados en nuestro medio, como Magela Baudoin, o Ferrufino, o
Carvalho, o Kempff, o Manuel Vargas. Cabe rescatar, también, que, como toda
buena antología, propone varias maneras de entender algo, en este caso, un
género literario, el erótico, a partir de una mirada nacional, de la que,
nombres sobrando nombres faltando, se puede adivinar un rumbo, una búsqueda y,
en el mejor de los casos, una provocación.
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De TENDENCIAS (LA
RAZÓN/La Paz), 15/11/2017
Imagen: Austin
Kincaid, de fondo
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