“El humor en la
literatura” fue el tema escogido para la cuarta sesión de “Opus”, café
filosófico paceño, inspirado y auspiciado por el Colegio Abierto de Filosofía
de Santa Cruz de la Sierra. En esa oportunidad el escritor Jaime Nisttahuz, nos
acercó a la fabulación humorística literaria mediante el uso creativo y
desenfadado de la palabra.
El editor de la
revista “Trasluz”, excepcional publicación literaria dirigida en los años 70
junto a Manuel Vargas y René Bascopé, inició el distendido coloquio
señalando la importancia del humor como fundamento vital y como mecanismo que
da sentido a nuestras vidas. “El humor es como la libertad, no se condiciona.
Él quiere burlarse de todo, sobre todo de la solemnidad… ¡Es un dinamitazo a la
solemnidad!” señalaba jovialmente el aforista.
Durante el
diálogo con el entusiasta público el interés giró en torno a la escritura del
humor. Aspecto nada evidente si consideramos que el hombre de letras, privado
de la expresividad propia a la oralidad, debe apelar a su ingenio y su
habilidad con la pluma – diríamos hoy, teclado – para provocar la risa de los
lectores. Una escritura que, a decir de Nisttahuz, sufre a menudo una
infravaloración en el empampirolado ámbito literario criollo.
El desenfadado
vate señaló también que la escritura del humor podía ser concebida como un
mecanismo de defensa ante la hipocresía en el mundo. “¡El humorista es un
anarquista!” subrayaba Nistthauz, para dar cuenta de la disconformidad y la
lucha cotidiana que enfrenta este subversivo personaje contra sus
archienemigos: la hipocresía y la solemnidad tan características de nuestras
bienpensantes y pseudo-revolucionarias sociedades.
Para finalizar su
intervención, Nisttahuz compartió con los presentes el siguiente fragmento de
su novela “Barriomundo”; un texto que retrata la jovial rebeldía y arte
fabulador del incomparable escritor: “Y qué otros pecados más tienes/
[preguntaba el cura al niño] /La otra noche escuché a mis padres en el cuarto
del lado /Qué hacían, qué hacían /No por ahí, no por ahí, decía mi madre /Y tu
padre… /No importa, la vida es corta /Y tu madre… /Viejo mañudo. Hacían crujir
el catre. Mi padre repetía: Qué rico tarro, qué rico tarro. Como si estuvieran
comiendo mermelada /Qué decía tu madre… /Ay, tía, no tan de golpe / ¿También
estaba tu tía? /No, ya había muerto. Su fantasma quizá. Creo que le gustaba la
mermelada.”
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* Lingüista
glossae.wordpress.com,
06/11/2017
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