Friday, November 10, 2017

CHARLES DARWIN EN LA CAMPAÑA DEL DESIERTO DE ROSAS

CHARLES DARWIN EN LA CAMPAÑA AL DESIERTO DE ROSAS (año 1833) (tomado del libro: "Darwin: La expedición en el Beagle 1831-1836" de Alan Moorehead)

"Al tercer día cruzaron el río Colorado. (...) Llegaron al campamento del general Rosas por la noche. El lugar parecía más la guarida de una banda de forajidos que el cuartel general de un ejército invasor. Armas, carros y toscas cabañas de paja formaban una especie de recinto de unos 330 metros cuadrados donde acampaban los hábiles y rudos caballistas del general. Muchos eran mulatos con una mezcla de sangre india, negra y española, otros eran indios que habían tomado partido por el bando argentino y además pululaba un numeroso séquito: indias bastante bien parecidas con llamativos vestidos y negras trenzas que les caían por la espalda, que montaban a caballo con las rodillas dobladas en lo alto. Su misión era transportar los avíos de los soldados en los animales de carga, preparar el campamento y cocinar. Los perros y el ganado vagaban por los alrededores en medio del polvo.

"El general mismo era tan extravagante y aficionado a los caballos como sus hombres. Llevaba en su séquito una pareja de bufones para su entretenimiento y tenía fama de ser muy peligroso cuando se reía; en esos momentos era capaz de ordenar que un hombre fuese fusilado o quizá torturado colgándolo de brazos y piernas en cuatro postes clavados en el suelo. Existía en las pampas una prueba de equitación. Se colocaba un hombre en un larguero encima de la entrada del corral y se hacía salir a un caballo salvaje, sin silla ni freno; el hombre caía en el lomo del animal y lo montaba hasta que se detenía. Rosas podía realizar esta hazaña. No obstante, era también un hombre con autoridad; estaba destinado a ser dictador de Argentina durante muchos años.

"Acogió a Darwin en su campamento muy seria y cortésmente y Darwin estaba por lo visto encantado. Escribió que el general usaría su influencia para el progreso y la prosperidad del país -una profecía que, como él mismo se vio obligado a admitir diez años después, resultó ´completa y rotundamente errónea´. Rosas se convirtió en un gran tirano.

"La táctica de su campaña contra los indios era realmente muy simple. Rodeaba a los que estaban dispersos por la pampa, pequeñas tribus de un centenar de individuos que vivían cerca de las salinas o lagos salados y, cuando los que huían de él habían sido concentrados en un lugar, procuraba matarlos a todos. No había muchas posibilidades de que los indios huyesen al sur del río Negro, explicaba, pues tenía un acuerdo con una tribu amiga en virtud del cual se obligaban a asesinar a todos los fugitivos que se cruzasen en su camino. Estaba muy impaciente por hacerlo, decía Rosas, porque les había anunciado que mataría a uno de su propio pueblo por cada indio rebelde que consiguiera escapar.

"Durante la estancia de Darwin el campamento era un continuo hervidero, cada hora llegaban noticias y rumores de escaramuzas. Un día llegó la noticia de que uno de los puestos de Rosas en la carretera a Buenos Aires había sido destruido; se le ordenó a un comandante llamado Miranda partir con trescientos hombres y tomar represalias. ´Pasaron la noche aquí, relata Darwin (en ese momento visitaba Bahía Blanca, que estaba cerca), y sería imposible imaginar algo más salvaje y turbulento que la escena de un vivac. Algunos bebieron hasta intoxicarse, otros sorbían la sangre humeante del ganado sacrificado para la cena y, luego, mareados por la borrachera, vomitaban y se embadurnaban con la porquería y la sangre derramada´.

"Por la mañana partieron hacia el escenario del asesinato con órdenes de seguir el rastro incluso si les conducía a Chile. Eran expertos en descifrar pistas; examinando las pisadas de un millar de caballos podían decir cuántos iban montados y cuántos cargados; es más, por la desigualdad de las huellas de los cascos sabían lo cansados que estaban. ´Estos hombres podrían interpretar hasta el fin del mundo´, dice Darwin. Supo más tarde que la incursión fue un éxito. Se avistó a un grupo de indios que atravesaban la extensa llanura y los hombres de Miranda cargaron al galope contra ellos. Los indios no tuvieron tiempo de preparar una defensa coordinada y huyeron en distintas direcciones intentando cada cual salvarse por su cuenta. Algunos de los fugitivos, al verse acorralados, se mostraron muy feroces; un moribundo mordió el pulgar de su agresor y no lo soltó ni siquiera cuando se le arrancó un ojo. Otro que estaba herido fingió estar muerto y entonces saltó con su cuchillo sobre uno de los soldados. Un tercero pedía misericordia, pero procuró que estuviesen flojas las boleadoras que le rodeaban la cintura para estar en condiciones de atacar cuando se acercase su perseguidor. Le cortó la garganta. Al final acorralaron a unas ciento diez personas entre hombres, mujeres y niños. Todos los hombres que no se avinieron a colaborar como informantes fueron fusilados. Las muchachas atractivas eran apartadas para ser repartidas más tarde entre los soldados; las viejas y las muchachas feas eran sacrificadas. Los niños eran conservados para venderlos como esclavos.

"Entre los prisioneros que no fueron fusilados había tres jóvenes especialmente apuestos, muy hermosos y con más de un metro ochenta de estatura. Se les puso en fila para someterlos a interrogatorio. Cuando el primero se negó a divulgar el paradero del resto de la tribu, lo mataron de un tiro. Lo mismo ocurrió con el segundo, y el tercero no vaciló lo más mínimo: ´Fuego, dijo, soy un hombre. Puedo morir´. Los buitres, familiarizados con estas escenas, rondaban por encima de las cabezas.

"Darwin estaba aterrado, pero poco podía hacer excepto confiar a su diario la creencia de que estos cristianos eran mucho más salvajes que los indefensos indígenas a quienes destruían. Sin embargo, todos en el campamento de Rosas estaban convencidos de que lo que estaban haciendo era absolutamente justo y correcto.

"Los indios estaban resentidos contra los argentinos que invadían sus tierras de caza y habían matado las ovejas y el ganado vacuno de los rancheros. Por eso eran criminales y tenían que ser destruidos. El propio Darwin podía dejarse capturar por ellos y comprender cuál apacibles eran. Al menos, sostenía, se podría perdonar a las mujeres, pero le replicaban: ´No pueden dejarlas. Crían muy rápido´. En resumen, los indios eran alimañas, peores que ratas, y no había nada que hacer.

"Entre las mujeres capturadas en esta incursión había dos muchachas españolas muy bonitas que habían sido raptadas de niñas por los indios -esta guerra venía de mucho tiempo atrás- y las criaron con ellos. Habían olvidado su lengua materna, eran completamente indias en sus costumbres y ahora se enfrentaban a la perspectiva de readaptarse a la civilización, que seguramente significaría el concubinato y la semiesclavitud entre los borrachos y despiadados jinetes de Rosas".

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