CHARLES DARWIN EN
LA CAMPAÑA AL DESIERTO DE ROSAS (año 1833) (tomado del libro: "Darwin: La
expedición en el Beagle 1831-1836" de Alan Moorehead)
"Al tercer
día cruzaron el río Colorado. (...) Llegaron al campamento del general Rosas
por la noche. El lugar parecía más la guarida de una banda de forajidos que el
cuartel general de un ejército invasor. Armas, carros y toscas cabañas de paja
formaban una especie de recinto de unos 330 metros cuadrados donde acampaban
los hábiles y rudos caballistas del general. Muchos eran mulatos con una mezcla
de sangre india, negra y española, otros eran indios que habían tomado partido
por el bando argentino y además pululaba un numeroso séquito: indias bastante
bien parecidas con llamativos vestidos y negras trenzas que les caían por la
espalda, que montaban a caballo con las rodillas dobladas en lo alto. Su misión
era transportar los avíos de los soldados en los animales de carga, preparar el
campamento y cocinar. Los perros y el ganado vagaban por los alrededores en
medio del polvo.
"El general
mismo era tan extravagante y aficionado a los caballos como sus hombres.
Llevaba en su séquito una pareja de bufones para su entretenimiento y tenía
fama de ser muy peligroso cuando se reía; en esos momentos era capaz de ordenar
que un hombre fuese fusilado o quizá torturado colgándolo de brazos y piernas
en cuatro postes clavados en el suelo. Existía en las pampas una prueba de
equitación. Se colocaba un hombre en un larguero encima de la entrada del
corral y se hacía salir a un caballo salvaje, sin silla ni freno; el hombre
caía en el lomo del animal y lo montaba hasta que se detenía. Rosas podía
realizar esta hazaña. No obstante, era también un hombre con autoridad; estaba
destinado a ser dictador de Argentina durante muchos años.
"Acogió a
Darwin en su campamento muy seria y cortésmente y Darwin estaba por lo visto
encantado. Escribió que el general usaría su influencia para el progreso y la
prosperidad del país -una profecía que, como él mismo se vio obligado a admitir
diez años después, resultó ´completa y rotundamente errónea´. Rosas se
convirtió en un gran tirano.
"La táctica
de su campaña contra los indios era realmente muy simple. Rodeaba a los que
estaban dispersos por la pampa, pequeñas tribus de un centenar de individuos
que vivían cerca de las salinas o lagos salados y, cuando los que huían de él
habían sido concentrados en un lugar, procuraba matarlos a todos. No había
muchas posibilidades de que los indios huyesen al sur del río Negro, explicaba,
pues tenía un acuerdo con una tribu amiga en virtud del cual se obligaban a
asesinar a todos los fugitivos que se cruzasen en su camino. Estaba muy
impaciente por hacerlo, decía Rosas, porque les había anunciado que mataría a
uno de su propio pueblo por cada indio rebelde que consiguiera escapar.
"Durante la
estancia de Darwin el campamento era un continuo hervidero, cada hora llegaban
noticias y rumores de escaramuzas. Un día llegó la noticia de que uno de los
puestos de Rosas en la carretera a Buenos Aires había sido destruido; se le
ordenó a un comandante llamado Miranda partir con trescientos hombres y tomar
represalias. ´Pasaron la noche aquí, relata Darwin (en ese momento visitaba
Bahía Blanca, que estaba cerca), y sería imposible imaginar algo más salvaje y
turbulento que la escena de un vivac. Algunos bebieron hasta intoxicarse, otros
sorbían la sangre humeante del ganado sacrificado para la cena y, luego,
mareados por la borrachera, vomitaban y se embadurnaban con la porquería y la
sangre derramada´.
"Por la
mañana partieron hacia el escenario del asesinato con órdenes de seguir el
rastro incluso si les conducía a Chile. Eran expertos en descifrar pistas;
examinando las pisadas de un millar de caballos podían decir cuántos iban
montados y cuántos cargados; es más, por la desigualdad de las huellas de los
cascos sabían lo cansados que estaban. ´Estos hombres podrían interpretar hasta
el fin del mundo´, dice Darwin. Supo más tarde que la incursión fue un éxito.
Se avistó a un grupo de indios que atravesaban la extensa llanura y los hombres
de Miranda cargaron al galope contra ellos. Los indios no tuvieron tiempo de
preparar una defensa coordinada y huyeron en distintas direcciones intentando
cada cual salvarse por su cuenta. Algunos de los fugitivos, al verse
acorralados, se mostraron muy feroces; un moribundo mordió el pulgar de su
agresor y no lo soltó ni siquiera cuando se le arrancó un ojo. Otro que estaba
herido fingió estar muerto y entonces saltó con su cuchillo sobre uno de los
soldados. Un tercero pedía misericordia, pero procuró que estuviesen flojas las
boleadoras que le rodeaban la cintura para estar en condiciones de atacar
cuando se acercase su perseguidor. Le cortó la garganta. Al final acorralaron a
unas ciento diez personas entre hombres, mujeres y niños. Todos los hombres que
no se avinieron a colaborar como informantes fueron fusilados. Las muchachas
atractivas eran apartadas para ser repartidas más tarde entre los soldados; las
viejas y las muchachas feas eran sacrificadas. Los niños eran conservados para
venderlos como esclavos.
"Entre los
prisioneros que no fueron fusilados había tres jóvenes especialmente apuestos,
muy hermosos y con más de un metro ochenta de estatura. Se les puso en fila
para someterlos a interrogatorio. Cuando el primero se negó a divulgar el
paradero del resto de la tribu, lo mataron de un tiro. Lo mismo ocurrió con el
segundo, y el tercero no vaciló lo más mínimo: ´Fuego, dijo, soy un hombre.
Puedo morir´. Los buitres, familiarizados con estas escenas, rondaban por
encima de las cabezas.
"Darwin
estaba aterrado, pero poco podía hacer excepto confiar a su diario la creencia
de que estos cristianos eran mucho más salvajes que los indefensos indígenas a
quienes destruían. Sin embargo, todos en el campamento de Rosas estaban
convencidos de que lo que estaban haciendo era absolutamente justo y correcto.
"Los indios
estaban resentidos contra los argentinos que invadían sus tierras de caza y
habían matado las ovejas y el ganado vacuno de los rancheros. Por eso eran
criminales y tenían que ser destruidos. El propio Darwin podía dejarse capturar
por ellos y comprender cuál apacibles eran. Al menos, sostenía, se podría
perdonar a las mujeres, pero le replicaban: ´No pueden dejarlas. Crían muy
rápido´. En resumen, los indios eran alimañas, peores que ratas, y no había
nada que hacer.
"Entre las
mujeres capturadas en esta incursión había dos muchachas españolas muy bonitas
que habían sido raptadas de niñas por los indios -esta guerra venía de mucho
tiempo atrás- y las criaron con ellos. Habían olvidado su lengua materna, eran
completamente indias en sus costumbres y ahora se enfrentaban a la perspectiva
de readaptarse a la civilización, que seguramente significaría el concubinato y
la semiesclavitud entre los borrachos y despiadados jinetes de Rosas".
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De VESTIGIOS
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