JORGE MUZAM
Avanza mayo con
patios alfombrados de hojas a medio podrir. La primera luz deja entrever la
helada blancuzca sobre la hierba. Los troncos están resbalosos y lo que no
alcanzó a congelarse embarra los pies y moja los tobillos. El cielo se torna
intensamente azul antes de que el primer rayo solar traspase la cumbre de la
montaña más baja. Las manzanas siguen cayendo. Y las nueces. Y los
membrillos. Los remanentes de uva negra son engullidos por los zorzales y las
granadas bajas son desmembradas a picotazos por las gallinas. Hay desnudez
progresiva de álamos, hojas amarillas planeando su fuga, plataneros imbuidos en
Gustav Klimt. El frío matinal entumece manos y mejillas. Se atizan las brasas
sobrevivientes de la noche anterior. Tablones húmedos, pinos astillosos, restos
de un ciruelo que feneció de vejez o tristeza.
Jueves o viernes. Ocho o nueve de la mañana. Se descarga el celular y los calendarios de las paredes pueden ser de hace dos décadas. El tiempo en la montaña es un asunto sin importancia. El sol y la luna dicen lo suyo y eso basta para empinarse una chupilca que hace corcovear el ánimo.
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De CUADERNOS DE
LA IRA, 11/05/2017
Gracias querido amigo.
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