Autor de
narrativa, de poesía y de artículos literarios. A finales de los 80 inaugura su
andadura artística como cantante, guitarrista y compositor en grupos de rock, a
la par que empieza a escribir sus primeros poemas y relatos, publicando muchos
de ellos en revistas y libros colectivos. En 2009 crea y dirige el Certamen de
Relato Corto Lar Gallego de Sevilla y en 2014 la vilipendiada revista
literaria La Antibiótica. Antes, en los 90, funda el Grupo Estético
Sibarita (GES), un movimiento artístico multidisciplinar que basó sus preceptos
en lo puñetero, lo mundano y lo deliberadamente grotesco. Obras como La
quintaesencia suave (novela, 2009), Los ángeles rasos (novela,
2014) o Ventajas de estar en la ruina (poesía, 2015) han sido
premiadas en concursos convocados en ambas orillas del Atlántico. Su última
novela, Aviones de fuego, publicada en España por la mítica
Renacimiento en 2017, se hizo un par de años antes por unanimidad con la
segunda edición del Premio Internacional INK de Novela, fallado en la Ciudad de
México.
¿De qué le
salva la poesía?
Bueno, a veces
más que una salvación es una condena esto de la poesía. A ciertas mentalidades
sensibles la buena poesía puede llegar a abrirle alguna que otra puerta que
quizá estaba mejor cerrada. A mí, paradójicamente, me sirve para no darle
demasiadas vueltas a esto de la imposibilidad de escabullirme de mí mismo.
Tanto cuando yo me pongo a ello como cuando asisto a las quimeras de otros.
¿Un verso para
repetirse siempre?
Tres, del gran
Fonollosa. Terribles: “Renunciaron al sueño y se adaptaron / a una pequeña
dicha y su tristeza. / La vida no da más, seguramente”.
¿Qué libro
debe estar en todas las bibliotecas?
“Les fleurs du
mal”, por supuesto. Y en un mundo ideal también estarían “Hijos de la ira”, de
Dámaso, y “Diamante roto”, de mi querido y añorado Fernando Cañas. He ahí, cada
uno en su estilo, tres de los más preclaros poemarios de la Historia. Al
renacuajo de Charleville ni lo mento porque se sobreentiende que debe estar
incrustado en la crisma de todo esteta que se precie.
Amor, muerte,
tiempo, vida.., ¿cuál es el gran tema?
Todos ésos más el
miedo y el odio.
¿Qué verso de
otro querría haber escrito?
Tropecientos,
claro está. Pero, mire usted, ahora que me estoy metiendo entre pecho y espalda
una copa de vinarro se me ocurre éste del divino Jacobo Fijman: “Alcohol;
salario de estrellas”.
¿Escribir,
leer o vivir?
La pregunta más
fácil hasta el momento: primero se vive, luego se escribe y siempre hay que
estar leyendo. Cuando uno se salta uno de estos preceptos o prescinde del
primero o del último pasa lo que pasa: caranalgueo poetita facebookiano, por
ejemplo.
¿Dónde están
las musas?
Siempre tengo un
par en el bolsillo del suelto, por si acaso.
¿Qué no puede
ser poesía?
Qué, nada; quién es otro
cantar. Y es que hay gentecilla por ahí que no inspira ni para hacer de
vientre.
¿Cuál es el
último poemario que ha leído?
La poesía reunida
de Pablo del Águila, de reciente publicación: “De soledad, amor, silencio y
muerte”. El libro me llamó literalmente -esas cosas pasan, al menos a mí- desde
una mesa de una librería de Granada. Háganse un favor y descubran a este autor.
¡Es absolutamente maravilloso! Dentro de poco voy a publicar un texto de elogio
a este increíble poemario.
Si todos
leyéramos versos, el mundo…
No sé cómo sería
el mundo si todo quisqui leyera poesía, pero los que no solemos hacer lo que
hace todo el mundo de ocurrir esto seríamos capaces de darle la espalda por
puro proselitismo antiborreguil.
Tres autores
para vencerlo todo.
¿Sólo tres?
Bueno, venga, va, aunque parezca el principio de un chiste, un ibérico, un
francés y un latinoamericano al 90%: Garcilaso, Baudelaire y el divino Fijman.
¿Papel y
lápiz, teclado o smartphone?
¿Esmarfón? Quite,
quite… Eso es para googlear, chafardear la prensa y soltar caranalgadas en las
redes, poco más.
_____
De LA GALLA
CIENCIA, 12/11/2017
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