MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ
Perder el tino,
dejarse arrastrar por la pugna social del momento, convertida en cuestión de
fe, participar en la greña tengas o no algo que aportar, disfrutes o no de la
palestra adecuada para hacerte de verdad oír.... Stefan Zweig, ahora tan citado
como un autor de referencia, hasta por aquellos contra los que obviamente
escribía, y durante tantos años tan olvidado. Convendría preguntarse el
motivo.
Lo cuenta Zweig
en su autobiografía, El mundo de ayer–citada en el sentido que más conviene–
cuando dice que frente al tumulto mediático y callejero provocado por el
patriotismo guerrero, no le quedaba más que una cosa por hacer: retirarse en sí
mismo y guardar silencio mientras los demás continuaban excitándose y
vociferando. Y no solo eso, sino que tuvo la suerte de poder llevar a cabo su
resolución de evitar la peligrosa psicosis colectiva que se había apoderado de
sus conciudadanos y pudo mudarse a un barrio campestre para, en medio de la
guerra de trincheras, comenzar su guerra personal: «la lucha contra la traición
de la razón en beneficio de la actual pasión de masas».
Traición, temible
berrido de los traicionados y de los que licencia para salir al monte «a cazar
traidores». Pasión patriótica de masas, opinión pública, consignas de bando...
Si te apartas eres un sospechoso, si intentas pensar por cuenta propia lo
mismo, y si tomas decidido partido según tu conciencia no tardarás en recibir
una nutrida descarga de lindezas y anatemas del bando contrario, o de los dos.
¿Qué hacer? ¿Perder la voz en la maleza de las redes y quedarse sin otras
palabras que las que sirvan para tu soliloquio? ¿Orzar con el viento más seguro
o escurrir el bulto?
*Publicado
originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (7/11/2017)
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De PLUMAS HISPANOAMERICANAS, 07/11/2017
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