“Los caciques
Cancapol y su hijo Cangapol, son unos pequeños soberanos de los demás. Cuando
declaran la guerra se juntan inmediatamente con los Chuchuheches, Tehuelches y
Guilliches, y con los Peguenches, que viven más al sur, poco más debajo de
Valdivia.
Por sí mismos son
pocos en número, teniendo gran dificultad en levantar 300 hombres capaces de
tomar las armas, por causa de las viruelas, que redujeron el número de los
Checheheches, y porque habiéndose juntado y pasado en las llanuras de Buenos
Aires para atacar con una partida de Thaluheches cerca de la laguna de los
Lobos al famoso D. Gregorio Mayu-Pilqui-ya, fueron vencidos por este, y
obligados los que quedaron a retirarse al Vulcan con los vestidos, que por
desgracia, poco antes habían comprado en Buenos Aires infectados de las
viruelas. Disminuyéronse también mucho en las guerras con sus vecinos al norte
los Picunches, Peguenches, y Taluheches, quienes aliándose, bajan algunas veces
del lado de la Cordillera, y los sorprenden; en cuyo tiempo, no tienen otro
recurso para librarse de los enemigos que atravesar el rio nadando, lo que los
otros no pueden hacer; pero con la prisa y confusión de la fuga, dejan sus
hijos detrás. Sin embargo, no son siempre estos ataques tan secretos que no
tengan algunas veces noticias de ellos, y no escapen entonces muchos de la
furia de esta bárbara nación, cuyo cacique Cancapol hace vanidad de mostrar a
sus huéspedes montones de huesos, calaveras, etc. La política de este cacique
es de mantener la paz con los españoles para que su gente pueda cazar con
seguridad en los campos de Buenos Aires, dentro de las fronteras de Matanza,
Conchas, Magdalena y las montañas, no permitiendo que las otras tribus pasen de
Lujan, para mantenerla también al sur, a cuyo fin se ponen sus caciques y
confederados a cazar en los meses de Julio, Agosto y Septiembre, en los parajes
donde pueden observar los movimientos de sus enemigos, a quienes muchas veces
atacan y destruyen, pero por esta razón jamás hicieron estos indios la guerra a
los españoles, hasta el año de 1738 y cuyos motivos fueron los siguientes.
Los españoles,
con poco juicio y mucha ingratitud, echaron de su territorio a Mayu-Pili-ya, el
único cacique Taluheche que los estimaba, obligándole a retirarse a tal
distancia que no pudiese recibir socorro alguno, expuesto a sus enemigos,
hechos tales, defendiendo los territorios de los españoles del resto de sus
paisanos y Picunches. Después de la muerte de este cacique, algunas partidas de
los Taluheches y Picunches atacaron las caserías del rio Areco y Arrecife,
guiados por Hencanantu y Carrulonco, adonde acudieron los españoles con su
mariscal de campo D. Juan de San Martin para coger a los ladrones. Pero como
llegaron tarde, se dirigieron al sur para no volverse con las manos vacías. Allí
encontraron las tiendas del viejo Caleliyan con mitad de su gente, que no
sabiendo lo que había pasado, estaba durmiendo sin la menor sospecha de
peligro, y entonces sin examinar si estos eran o no los agresores, hicieron
fuego sobre ellos matando, muchos con sus mujeres e hijos. Los demás
despertándose, y viendo el triste espectáculo de sus mujeres y niños muertos,
se resolvieron a no sobrevivir a tal perdida, y cogiendo las armas, vendieron
sus vidas tan caro como pudieron; pero al fin fueron degollados con sus
caciques.
El joven
Caleliyan estaba entonces ausente; pero teniendo noticia de lo que había
pasado, se volvió en ocasión que los españoles se iban retirando; y viendo a su
padre, parientes y amigos degollados, resolvió vengarse prontamente, a cuyo fin
llevando como unos 300 hombres, se hecho sobre la villa de Lujan, mató gran
número de españoles, tomó algunos cautivos, y robó algunos millares de ganado.
Sobre esto levantaron los españoles con toda brevedad casi 600 hombres de su
milicia y tropa reglada. No pudiendo alcanzarle se volvieron alrededor de las
lagunas de sal, y bajaron al Casuhati donde estaba el cacique Cangapol con
algunos indios, que prudentemente se habían retirado. Hallándose chasqueados
aquí, fueron por la costa hacia al Vulcan, donde encontraron una tropa de
Guilliches, quienes no siendo enemigos, salieron sin armas a recibirlos, no
teniendo la menor sospecha de peligro alguno. Pero sin embargo de esto, y de
haber intercedido a favor de estos pobres, un oficial de la tropa española, fueron
cercados, y tallados en piezas por orden del Mariscal de Campo, quien concluida
esta victoria, marchó con su gente al Salado, que está cerca de 40 leguas de la
ciudad, y casi 20 de las quintas o caserías de Buenos Aires, donde un cacique
Tehuel, llamado Tolmichi-ya, pariente de Cangapol, amigo y aliado de los
españoles, estaba acompañado bajo la protección del Gobernador Salcedo. Este
cacique con la carta del Gobernador en la mano, y mostrando su licencia, fue
muerto de un pistoletazo que le dio en la cabeza el Mariscal de Campo. Todos
los indios tuvieron esta desgracia, quedando cautivas las mujeres y niños, con
el hijo menor del cacique. Por fortuna el mayor había salido dos días antes a
cazar caballos silvestres, con una partida de indios.
De tal manera
exaspero esta cruel conducta del Maestre de Campo a todas las naciones de
Puelches y Moluches, que tomaron al punto las armas contra los españoles,
quienes se vieron de repente atacados desde las fronteras de Córdoba y Santa
Fe, todo a lo largo del Rio de la Plata, frontera de 400 leguas; de modo que
les era imposible defenderse, porque los indios se echaban en pequeñas partidas
volantes sobre muchas villas y caserías a un mismo tiempo, y la luz de la luna
impedía el descubrir su número; y así mientras los españoles los perseguían por
una parte, dejaban los demás sin resguardo.
Cangapol, que con
sus Tehuelches había vivido hasta entonces en gran amistad con los españoles,
se irritó sumamente al ver la maldad ejecutada con su hijo, la muerte de sus
amigos los Guilliches, la de su amado pariente, y otros, y manera indigna con
que se trataron sus cadáveres; y aunque entonces tenía cerca de 60 años, salió
al campo a la cabeza de miles de hombres compuestos de Tehuelches, Guilliches y
Peguenches: se echó sobre el distrito de la Magdalena, distante cerca de 4
leguas de Buenos Aires, y repartió sus tropas con tanto juicio, que limpio y
despobló, en un día y una noche, más de 12 leguas del país más poblado y
abundante. Mataron muchos españoles, e hicieron cautivas un gran número de
mujeres y niños, y robando además, pasadas de veinte mil cabezas de ganado,
fuera de caballos. En esta expedición los indios solo perdieron un Tehuelche,
el cual apartándose de los demás con esperanza de hacer presa, cayó en manos de
los españoles. Cangapol hijo de Cacapol, fue perseguido y alcanzado; pero los
españoles no se atrevieron a atacarle, aunque eran dos veces más numerosos,
porque ellos y sus caballos estaban cansados, en una marcha de 40 leguas, sin
tomar refresco alguno.
Los moradores de
Buenos Aires, teniendo aviso anticipado de este ataque, por los fugitivos, se
vieron en la más terrible consternación. Muchos oficiales militares corrían por
las calles, en un estado de distracción, habiéndose llenado de gente las
iglesias y casas religiosas, a donde se refugiaban, como si el enemigo
estuviera a las puertas de la ciudad. Los españoles humillados con este golpe,
quitaron la comisión al Mariscal de Campo, y nombraron otro en su lugar,
levantando un ejército de 700 hombres que marcharon al Casuhati, no para
renovar la guerra, sino para pedir la paz. Todo un año se pasó después de la
última victoria, sin hacer cosa alguna: en cuyo tiempo los indios, con el
cacique Cangapol a su cabeza, levantaron un ejército de cerca de 4.000 hombres,
compuesto de aquellas diversas naciones, con el cual pudiera hacer frente a
todos los españoles; pero sin embargo de estas ventajas, dieron oídos a la
propuesta del nuevo Mariscal de Campo, a quien tenían por su amigo. Este,
temiendo las consecuencias de una nueva guerra, ofreció entre otras
condiciones, entregar todos los indios cautivos, sin más consideración que el
redimir los cautivos españoles. Un jesuita misionero, que fue al campo español
con algunos Checheheches y Tehuelches convertidos, representó vivamente que
aquella condición era indigna e inadmisible, no evitando por este medio un
próximo rompimiento. Propuso un cambio reciproco de prisioneros; pero fue tan
grande el miedo de esta guerra, que no se hizo caso de su proposición, aunque
muchos indios no pedían condiciones más ventajosas. Algunos caciques de los
Tehuelches, que habían llevado consigo sus cautivos, inmediatamente los
entregaron haciendo la paz, no entendiendo la proposición del Mariscal de Campo
en otro sentido, que el de la mutua entrega de prisioneros. Los Moluches fueron
por fin a Buenos Aires, y redimieron sus indios, y los de los Tehuelches, sin
entregar los cautivos españoles que tenían. Desde entonces los Tehuelches,
tentados con las esperanzas de presas, han hecho cada año incursiones en el
territorio de Buenos Aires, robando mucho ganado. No obstante este ha sido el
mayor daño que han hecho hasta el año de 1767, en que habiendo sido asaltados,
renovaron la guerra y cautivaron mucha gente, de forma que de las escuadras españolas
que los persiguieron, solo dos se escaparon: siguiéndolos luego y alcanzándolos
largamente con un cuerpo mayor de tropas, el coronel Catani: pero les pareció
más conveniente no molestarlos, temiendo les sucediese lo que a sus
compañeros”.
_____
Tomado del libro:
“Descripción de Patagonia y partes adyacentes de la América Meridional” de
Tomás Falkner (publicado el año 1774), en VESTIGIOS TEHUELCHES, página de Facebook.Imagen: Cangapol
Muy buen documento histórico
ReplyDelete