Wednesday, November 22, 2017

CANGAPOL ATACA BUENOS AIRES

TOMÁS FALKNER

“Los caciques Cancapol y su hijo Cangapol, son unos pequeños soberanos de los demás. Cuando declaran la guerra se juntan inmediatamente con los Chuchuheches, Tehuelches y Guilliches, y con los Peguenches, que viven más al sur, poco más debajo de Valdivia.

Por sí mismos son pocos en número, teniendo gran dificultad en levantar 300 hombres capaces de tomar las armas, por causa de las viruelas, que redujeron el número de los Checheheches, y porque habiéndose juntado y pasado en las llanuras de Buenos Aires para atacar con una partida de Thaluheches cerca de la laguna de los Lobos al famoso D. Gregorio Mayu-Pilqui-ya, fueron vencidos por este, y obligados los que quedaron a retirarse al Vulcan con los vestidos, que por desgracia, poco antes habían comprado en Buenos Aires infectados de las viruelas. Disminuyéronse también mucho en las guerras con sus vecinos al norte los Picunches, Peguenches, y Taluheches, quienes aliándose, bajan algunas veces del lado de la Cordillera, y los sorprenden; en cuyo tiempo, no tienen otro recurso para librarse de los enemigos que atravesar el rio nadando, lo que los otros no pueden hacer; pero con la prisa y confusión de la fuga, dejan sus hijos detrás. Sin embargo, no son siempre estos ataques tan secretos que no tengan algunas veces noticias de ellos, y no escapen entonces muchos de la furia de esta bárbara nación, cuyo cacique Cancapol hace vanidad de mostrar a sus huéspedes montones de huesos, calaveras, etc. La política de este cacique es de mantener la paz con los españoles para que su gente pueda cazar con seguridad en los campos de Buenos Aires, dentro de las fronteras de Matanza, Conchas, Magdalena y las montañas, no permitiendo que las otras tribus pasen de Lujan, para mantenerla también al sur, a cuyo fin se ponen sus caciques y confederados a cazar en los meses de Julio, Agosto y Septiembre, en los parajes donde pueden observar los movimientos de sus enemigos, a quienes muchas veces atacan y destruyen, pero por esta razón jamás hicieron estos indios la guerra a los españoles, hasta el año de 1738 y cuyos motivos fueron los siguientes.

Los españoles, con poco juicio y mucha ingratitud, echaron de su territorio a Mayu-Pili-ya, el único cacique Taluheche que los estimaba, obligándole a retirarse a tal distancia que no pudiese recibir socorro alguno, expuesto a sus enemigos, hechos tales, defendiendo los territorios de los españoles del resto de sus paisanos y Picunches. Después de la muerte de este cacique, algunas partidas de los Taluheches y Picunches atacaron las caserías del rio Areco y Arrecife, guiados por Hencanantu y Carrulonco, adonde acudieron los españoles con su mariscal de campo D. Juan de San Martin para coger a los ladrones. Pero como llegaron tarde, se dirigieron al sur para no volverse con las manos vacías. Allí encontraron las tiendas del viejo Caleliyan con mitad de su gente, que no sabiendo lo que había pasado, estaba durmiendo sin la menor sospecha de peligro, y entonces sin examinar si estos eran o no los agresores, hicieron fuego sobre ellos matando, muchos con sus mujeres e hijos. Los demás despertándose, y viendo el triste espectáculo de sus mujeres y niños muertos, se resolvieron a no sobrevivir a tal perdida, y cogiendo las armas, vendieron sus vidas tan caro como pudieron; pero al fin fueron degollados con sus caciques.

El joven Caleliyan estaba entonces ausente; pero teniendo noticia de lo que había pasado, se volvió en ocasión que los españoles se iban retirando; y viendo a su padre, parientes y amigos degollados, resolvió vengarse prontamente, a cuyo fin llevando como unos 300 hombres, se hecho sobre la villa de Lujan, mató gran número de españoles, tomó algunos cautivos, y robó algunos millares de ganado. Sobre esto levantaron los españoles con toda brevedad casi 600 hombres de su milicia y tropa reglada. No pudiendo alcanzarle se volvieron alrededor de las lagunas de sal, y bajaron al Casuhati donde estaba el cacique Cangapol con algunos indios, que prudentemente se habían retirado. Hallándose chasqueados aquí, fueron por la costa hacia al Vulcan, donde encontraron una tropa de Guilliches, quienes no siendo enemigos, salieron sin armas a recibirlos, no teniendo la menor sospecha de peligro alguno. Pero sin embargo de esto, y de haber intercedido a favor de estos pobres, un oficial de la tropa española, fueron cercados, y tallados en piezas por orden del Mariscal de Campo, quien concluida esta victoria, marchó con su gente al Salado, que está cerca de 40 leguas de la ciudad, y casi 20 de las quintas o caserías de Buenos Aires, donde un cacique Tehuel, llamado Tolmichi-ya, pariente de Cangapol, amigo y aliado de los españoles, estaba acompañado bajo la protección del Gobernador Salcedo. Este cacique con la carta del Gobernador en la mano, y mostrando su licencia, fue muerto de un pistoletazo que le dio en la cabeza el Mariscal de Campo. Todos los indios tuvieron esta desgracia, quedando cautivas las mujeres y niños, con el hijo menor del cacique. Por fortuna el mayor había salido dos días antes a cazar caballos silvestres, con una partida de indios.

De tal manera exaspero esta cruel conducta del Maestre de Campo a todas las naciones de Puelches y Moluches, que tomaron al punto las armas contra los españoles, quienes se vieron de repente atacados desde las fronteras de Córdoba y Santa Fe, todo a lo largo del Rio de la Plata, frontera de 400 leguas; de modo que les era imposible defenderse, porque los indios se echaban en pequeñas partidas volantes sobre muchas villas y caserías a un mismo tiempo, y la luz de la luna impedía el descubrir su número; y así mientras los españoles los perseguían por una parte, dejaban los demás sin resguardo.

Cangapol, que con sus Tehuelches había vivido hasta entonces en gran amistad con los españoles, se irritó sumamente al ver la maldad ejecutada con su hijo, la muerte de sus amigos los Guilliches, la de su amado pariente, y otros, y manera indigna con que se trataron sus cadáveres; y aunque entonces tenía cerca de 60 años, salió al campo a la cabeza de miles de hombres compuestos de Tehuelches, Guilliches y Peguenches: se echó sobre el distrito de la Magdalena, distante cerca de 4 leguas de Buenos Aires, y repartió sus tropas con tanto juicio, que limpio y despobló, en un día y una noche, más de 12 leguas del país más poblado y abundante. Mataron muchos españoles, e hicieron cautivas un gran número de mujeres y niños, y robando además, pasadas de veinte mil cabezas de ganado, fuera de caballos. En esta expedición los indios solo perdieron un Tehuelche, el cual apartándose de los demás con esperanza de hacer presa, cayó en manos de los españoles. Cangapol hijo de Cacapol, fue perseguido y alcanzado; pero los españoles no se atrevieron a atacarle, aunque eran dos veces más numerosos, porque ellos y sus caballos estaban cansados, en una marcha de 40 leguas, sin tomar refresco alguno.

Los moradores de Buenos Aires, teniendo aviso anticipado de este ataque, por los fugitivos, se vieron en la más terrible consternación. Muchos oficiales militares corrían por las calles, en un estado de distracción, habiéndose llenado de gente las iglesias y casas religiosas, a donde se refugiaban, como si el enemigo estuviera a las puertas de la ciudad. Los españoles humillados con este golpe, quitaron la comisión al Mariscal de Campo, y nombraron otro en su lugar, levantando un ejército de 700 hombres que marcharon al Casuhati, no para renovar la guerra, sino para pedir la paz. Todo un año se pasó después de la última victoria, sin hacer cosa alguna: en cuyo tiempo los indios, con el cacique Cangapol a su cabeza, levantaron un ejército de cerca de 4.000 hombres, compuesto de aquellas diversas naciones, con el cual pudiera hacer frente a todos los españoles; pero sin embargo de estas ventajas, dieron oídos a la propuesta del nuevo Mariscal de Campo, a quien tenían por su amigo. Este, temiendo las consecuencias de una nueva guerra, ofreció entre otras condiciones, entregar todos los indios cautivos, sin más consideración que el redimir los cautivos españoles. Un jesuita misionero, que fue al campo español con algunos Checheheches y Tehuelches convertidos, representó vivamente que aquella condición era indigna e inadmisible, no evitando por este medio un próximo rompimiento. Propuso un cambio reciproco de prisioneros; pero fue tan grande el miedo de esta guerra, que no se hizo caso de su proposición, aunque muchos indios no pedían condiciones más ventajosas. Algunos caciques de los Tehuelches, que habían llevado consigo sus cautivos, inmediatamente los entregaron haciendo la paz, no entendiendo la proposición del Mariscal de Campo en otro sentido, que el de la mutua entrega de prisioneros. Los Moluches fueron por fin a Buenos Aires, y redimieron sus indios, y los de los Tehuelches, sin entregar los cautivos españoles que tenían. Desde entonces los Tehuelches, tentados con las esperanzas de presas, han hecho cada año incursiones en el territorio de Buenos Aires, robando mucho ganado. No obstante este ha sido el mayor daño que han hecho hasta el año de 1767, en que habiendo sido asaltados, renovaron la guerra y cautivaron mucha gente, de forma que de las escuadras españolas que los persiguieron, solo dos se escaparon: siguiéndolos luego y alcanzándolos largamente con un cuerpo mayor de tropas, el coronel Catani: pero les pareció más conveniente no molestarlos, temiendo les sucediese lo que a sus compañeros”.

_____
Tomado del libro: “Descripción de Patagonia y partes adyacentes de la América Meridional” de Tomás Falkner (publicado el año 1774), en VESTIGIOS TEHUELCHES, página de Facebook.

Imagen: Cangapol

1 comment: