HOMERO CARVALHO OLIVA
Dos textos periodísticos me llamaron la
atención esta semana, uno de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, titulado “Ser
novelista…”, en el que reflexiona acerca del oficio de escribir novela y el
otro una reseña de Fernando Molina, sobre la última novela de Maximiliano
Barrientos. Ambos tocan temas de actualidad acerca de la literatura boliviana
en general y de la narrativa en particular.
Claudio, autor de la extraordinaria novela El exilio
voluntario, Premio Casa de las Américas, y Diario Secreto, Premio
nacional de Novela, alejado de los cenáculos literarios, que son muy
perniciosos para el desarrollo de la literatura nacional, en su artículo testimonial apunta certeramente contra ciertas
camarillas literarias: “El riesgo es la apropiación de un espacio por
una oligarquía escribiente, que a veces no tiene mucho que ver con la posición
económica de sus participantes sino con la actitud rosquera de su desempeño. En
situación semejante, dadas las características de Bolivia, se estaría vetando
de plano y de lleno el ingreso a este parnaso a muchísima gente que escribe
porque quiere escribir, porque necesita hacerlo, no porque lo aprendió en
doctorales sesiones de gente cuya capacidad creativa está en entredicho. (…) Y las roscas, elementales
grupúsculos de clase o de emblema, cerrados, esquivos, intocables. (…) La rosca
como icono boliviano, incluso en literatura”.
Recuerdo que en un artículo mío publicado en varios periódicos
nacionales, hice mención a que las camarillas literarias poseen jefes que
otorgan favores como si se trataran de padrinos literarios. Estos grupos
cierran filas al primer ataque a sus padrinos o a alguno de sus allegados. En
Bolivia estas “mafiecitas literarias”, como las llaman en otros países, existen
en varias ciudades y, por supuesto, también en el extranjero. Tampoco faltan
quienes creen que el hecho de vivir fuera del país les añade cierto plus a los
escritores.
Estoy consciente de que estos gremios de ayudas mutuas hacen lo que
hacen porque es la única forma de darse a conocer, por eso publican comentarios
y reseñas de ellos mismos en un permanente intercambio de favores; algunos
pretenden desesperadamente crear un supuesto canon nacional, en el que ellos
son los únicos protagonistas. Así tenemos supuestas investigaciones
histórico-literarias, que en realidad son libros de alabanzas mutuas entre los
que escriben el libro, mencionando de pasada a “los otros”, a los que no son de
la camarilla. A propósito, quiero que quede claro que no pertenezco a ninguna
asociación, sociedad, secta, cofradía, comparsa o fraternidad literaria; alguna
vez cuando fui joven lo hice y las reuniones servían para hablar mal de otros
escritores; con los años la búsqueda de mí mismo y del camino del ser, me
alejaron de ellos. Ahora tengo muy pocos amigos escritores y, de vez en cuando,
nos juntamos para hablar de mal de nosotros mismos, porque conocemos muchas más
de nosotros que los chismosos ni siquiera imaginan.
En relación de los cotilleos literarios, recuerdo que cuando la
prestigiosa Editorial Visor, de España, publicó mi antología de poesía
boliviana, algunos miembros de estas sectas me criticaron porque no los había
incluido a ellos ni a sus amigos; uno de ellos llegó al exabrupto de escribir
un largo y aburrido comentario solamente porque no había incluido a su esposa,
una joven poeta. De cualquier manera, para bronca de ellos, esa antología ha
quedado como un referente de la poesía boliviana y no la pueden ignorar, la
critican pero no la ignoran y eso es bueno para los que están incluidos. De mi
parte se vienen otras antologías, tanto de cuento como de poesía, y como somos
tantos los que escribimos en Bolivia, siempre serán más los que queden
excluidos que los estén incluidos, pero ya estoy vacunado. Cierta vez, una vez
un periodista me dijo que en las redes sociales un par de personas criticaban
ferozmente mis antologías, le respondí que la envidia y el resentimiento eran
problema de ellos, que yo hacía las mías porque me sentía feliz haciéndolas y
nadie me pagaba por ellas. Que cumplía conmigo mismo y listo; incluso hice una
antología de poetas benianos cuya edición completa la obsequié a la Casa de la
cultura del Beni para que puedan solventar algunos gastos.
La soberbia de algunos
escritores
Hace unas semanas leí una entrevista que le
hicieron a Maximiliano Barrientos, en la que con mucha soberbia respondió una
pregunta acerca del contenido de su última novela, que trata de una distopía en
Bolivia, apuntó: “Detesto las novelas que intentan explicar un país, yo no cometeré esa
estupidez”; veamos lo que señala Fernando Molina a propósito de esa novela: “Ocurre
en un futuro no muy lejano, durante y después de unos terribles sucesos
históricos que incluyen “el asesinato del presidente indio”, la división de
Bolivia en la Nación Camba y la Nación Andina, guerras civiles e intervenciones
extranjeras”. Es obvio que tiene que ver con la historia reciente de Bolivia. Al
parecer cometió “la estupidez” que crítica sin motivo a otros, no necesitaba
ser tan altanero, bastaba con referirse a su novela y punto.
Luego Molina disecciona la obra para mostrar a los lectores los males
de la misma, en una lección de cómo no se debe escribir una novela, como por
ejemplo la falta de personajes creíbles y bien definidos, todos son monocordes
e iguales; la acción está en boca del narrador antes que en los personajes. “Ahora
bien, una obra que “no tiene” personajes es una obra que ha fallado en lo
esencial, por muy vertiginosa o muy clara y directa que sea, como en efecto
esta novela es. (…) Maximiliano Barrientos, igual que otros autores jóvenes y
no tan jóvenes de nuestra literatura, se ha lanzado a escribir (con el “género”
de las distopías catastróficas en la cabeza) sin fabular primero una historia
que valga la pena de ser contada, y que luego él pueda contar con mucho
cuidado, precisión y vida”.
Comentando la reseña de Molina con mi hijo, Luis Antonio, que tiene una
editorial y ha leído varios originales, me aclaró que muchos narradores
pretenden tomar los elementos de series exitosas como Game of Thrones y Walking
Dead y llevarlos a sus novelas, mezclando todo, hasta robándose los personajes,
creyendo que así sus libros serán también exitosos. Y creo que ese es el
problema: escribir sin tener nada que contar. La primera lección que aprendí de
los clásicos de la literatura, tanto del cuento como de la novela, fue que
solamente tienes que sentarte a escribir un cuento o una novela cuando tengas
algo que contar. Y eso es lo que está haciendo mi amigo Andrés en su próxima
novela, contando las miserias de cierto mundillo literario, donde no solo hay
una, sino muchas historias que contar.
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De LA ÉPOCA, 06/11/2017
Mr Carvalho hablando de roscas... debería hablar sobre corrupción y sobre poder Estatal.
ReplyDeleteen vez de estar tirando mierda al trabajo ajeno que se preocupe por su obra que cada día es peor, que asco dios mío.
Mas bien que la gente medianamente decente y los q ubican literatura tanto en Bolivia como en latinoamericanos saben la calaña de ese tipejo.
saludos claudio, q nivel el de hoy, ha??