Tuesday, November 14, 2017

Charleroi, memoria y recuerdo

MAURIZIO BAGATIN

“Ne me quitte pas/Il faut oublier/Tout peut s'oublier…” - Jaques Brel -

Recordar. La gente, los primeros años, el ambiente.                                                                             

Memoria. Mi primer viaje a los cinco años, en tren con mis padres… la inmensa Pianura padana, la auténtica neblina, la primera metrópoli, estación de Milán. Todos aquellos migrantes con paquetes de cartón, valijas amarradas y sus gritos, felicidad al retorno, tristeza a su partida, quienes compraban Cronaca Vera, quienes tomaban su último café verdadero, otros un fiasco de vino tinto tal vez de buena calidad…                                                                                               

Recordar. Los Alpes, las Holstein entre el verde suizo en la madrugada fría y serena.                           

Memoria. Mi estómago que se balanceaba con el andar del tren.                                                        

Memoria y recuerdo ahora, todo se hace lenguaje: mi madre lingua en aquel primer viaje fue escuchar la riqueza de todos los dialectos, oír el salentino que vivía en Bruselas, el calabrés que bajaría en Luxemburgo, el napolitano que extrañaba las almejas, el palermitano que me mostraba su abigarrado carrito siciliano, el lucano que no llevó la almohada: el hombre migra y transforma todas las materias primas… piedras, metales, maderas y no últimas las palabras y las ponen en libertad: el hombre es un poeta, en su viaje alguna vez llega a su destino. Nosotros descendimos a la estación de Namur, mi estómago le ganó al viaje. Un taxista, italiano también él, me invitó unas tabletas para pacificar mi estómago y nos llevó hasta le pays noir: Charleroi. Septiembre es ya otoño, Bélgica tiene el negro en su bandera, los italianos llegaron quitándoles la galleta (el pan, el trabajo, algunos las mujeres) a los valones; tierra negra, acero y carbón, papas fritas (les frites) y cervezas hechas por siempre alegres monjes…                            

Chatelet, Couillet, Marcinelle, minas y pan negro, mis tíos tenían siempre unas cervezas en su heladera, su gato en el techo y la huerta en un pequeñísimo invernadero de vidrio: achicoria (recuerdo del peor café que tomé en mi vida), coles de Bruselas y radicchio rosso de Treviso. En su jardín en miniatura unas rosas, un pino y el laurel.                                                                                                       

Charleroi es cruce de gastronomías, Rimbaud en fuite adoró algunos pasteles aquí elaborados divinamente… yo probé unas naranjas rellenas, las peras envueltas con jamones y una trucha (del Río Sambre) bien especiada, nouvelle cuisine de los años setenta, no puedo recordar si experimentaron en aquel banquete de matrimonio o si eran realmente adelantados: en la ciudad mi primo me llevó a un restaurante indonesio del cual aún hoy recuerdo su armonía de sabores, bien acompañados con una cerveza negra.                                                                                                

Memoria de otros viajes, todos hechos en tren, Charleroi en invierno, ausente de veranos, desconocida primavera, diciembre es su mes… viejos encuentros, familias de emigrantes reunidas, Babel de dialectos, bullicio y humo de cigarros negros, pastas y vinos y cafés negros. Le pays noir. Bélgica es noir: chocolates, cervezas, pan y café, cigarros y carbón, Zaire, su bandera... memoria y recuerdo de aquel mi primer viaje.
Octubre 2017


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