Los haluros de
plata son la química que ha preservado buena parte de la memoria de esto que
hoy llamamos humanidad. Los haluros de plata son esos compuestos químicos
sensibles a la luz que, al recibirla, la atrapan. Así, logran que nuestro
rostro aparente sonrisa adolescente aunque hayan pasado ya demasiados años
desde el instante en que captaron esa luminosidad que ya jamás recompondrá la
comisura de nuestros labios; también, que una niña carcomida por el napalm aún
corra, en Trang Bang, aullando auxilio... o que a un niño sirio aún se le
atragante el puré de algas que le ofrecieron en una playa de Turquía.
Los haluros de
plata de mi memoria, igual, mantienen vivas experiencias que difícilmente
podrán sucumbir al paso del tiempo. Se oscurecerán, como mucho, descubriendo
claroscuros que no estaban en el original y que, tal vez, sólo sean reflejo del
propio deterioro cognitivo. Por lo demás, seguirán transmitiendo la agridulce
sensación del tiempo vivido. Hoy, alguna extraña conexión neuronal, me ha
retornado a Gwalior, en la India, al cuchitril de barro y bosta en que
hacinaban su vida los siete miembros de una familia campesina que tuvo a bien
invitarnos a compartir con ellos sus escasas viandas. Los padres me parecieron
demasiado jóvenes. Sus cinco hijos remendaban con sonrisas los harapos que
malvestían sus cuerpos. Apenas podíamos comunicarnos, más allá de ensayar
muecas frente al espejo de jolgorio que portaban, por rostro, aquellos niños;
más allá de perpetrar balbuceos contra la fluidez fluvial con que los
progenitores nos hablaban, como si pudiésemos entenderlos. El caso es que,
ahora, recuerdo mi perplejidad ante la fabulosa promiscuidad de la vida, que
proporciona a la sociedad nuevos humanos como quien aumenta sus rebaños con
nuevas cabezas de ganado, sin ningún orden establecido... en apariencia.
Insisto: eso es lo que aparenta. Pero sabemos que el ganadero que decide
invertir en nuevas reses, por ejemplo, lo hace guiado por su necesidad de
subsistencia.
Igual que en la
India, en Bolivia, Perú, Marruecos, Argelia, Senegal, en Tailandia o Vietnam...
y en el mayor porcentaje de tierra habitada, ese mismo que ignoramos el ínfimo
porcentaje humano que representamos los "occidentales": tú, yo, nosotros,
ellos (tal vez más ellos, esos ellos que, según estadísticas, acumulan entre
100 lo mismo que poseen 3.500 millones, sí, sí, investiguen, es fácil encontrar
datos, para eso existe internet, no sólo para lanzar a la nada majaderías como
esta que yo ahora mismo perpetro). Quiero decir que en la India, los pobres se
reproducen a velocidad superior a la de los automóviles que nos venden con la
excusa, justamente, de la velocidad a que nunca podremos ponerlos.
Perdido en tales
recuerdos, y con el ánimo de perderlos, doy con un sesudo estudio de la Escuela
de Salud Pública Hebrea de Jerusalén, que alerta de la vertiginosa pérdida
de calidad del esperma en los hombres occidentales. El tema, en principio, no
daría para más. Pero resulta que, según dicho estudio, debería ser tenido en
cuenta como grave asunto de salud pública. Y es que la citada pérdida de
calidad en ese líquido elemento más elemental (por lo básico de los instintos
que lo derraman) que el agua, puede abocar, sin remisión, a la extinción de la
raza occidental. Teniendo en cuenta que el estudio viene de Israel, y que no ha
tenido en cuenta la promiscuidad natal del otro lado de sus muros, comprendo
que pueda asustar a los científicos implicados y a los contribuyentes que los
mantienen.
Me entrego a una
frenética búsqueda en internet, de la que acabo deduciendo que estudios similares,
de países más cercanos (occidentales también), vienen alertando de lo mismo
desde hace años. Por resumir: la concentración de espermatozoides ha pasado de
99 millones por mililitro en 1972 (¡qué suerte!, nací en la cosecha buena) a 47
millones por mililitro en 2011 (sí, los estudios son de 2017, pero la ciencia
tiene sus tiempos, y yo soy de letras: no apto para cuestionar a sus
hacedores). Esto implica una evidente caída en desgracia de la salud
reproductiva de Occidente. O sea, que caminamos hacia la extinción: tú, yo,
nosotros, y también ellos (los 100 esos de que hablábamos).
Igual que mi
memoria semeja, en ocasiones, una fotografía, pienso que los estudios
científicos no son más que eso: una fotografía: el esfuerzo sobrehumano por
atrapar una instantánea del ser humano. A veces, dicho ser humano, sale bien,
sonriente y feliz. Otras, las más, sale movido, como en esta última instantánea
que ha inmortalizado el declive de la procreación occidental. Y, posiblemente,
sea esta fotografía, esta alarma científica, el motivo por el que los 100 esos
de las estadísticas, se entreguen a la endogamia como modo de subsistencia. Al
fin y al cabo, no lo olviden, aquí, en España, tenemos un claro ejemplo: somos
un Reino, con reyes, reinas, princesas y principitos que ya quisiera Exupéry -dada
la facilidad con que saben inventarle excesos, más excesivos que un elefante
tragado por una serpiente, a un pedazo de papel moneda-, y prolongan tal
reinado a base de endogamia. Ya, lo sé, que si nacen los niños subnormales y tal,
pero ahí están, con su rostro retraído despilfarrando carcajadas dirigidas al
contribuyente a costa del que viven su despilfarro de discursos huecos y
fiestas opacas. Pero si logran que el de la foto parezca idiota sin salir
borroso, logran que permanezca.
Mientras tanto, en la India, los espermatozoides deben andar festejando su imparable crecida, y la población se multiplica sin visos de perder empuje. Por supuesto, luego están las otras cifras, las de las tasas de mortalidad infantil y la esperanza de vida y tal, pero... a más nacidos (matemática obliga), más posibilidades de subsistencia racial. Llámenme demagógico pero a mí, esto, me resulta esperanzador. Si alguna de las dos razas de este mundo ha de extinguirse, sea la occidental (entendiendo como tal la que vive a todo trapo). La otra, con el tiempo, lo mismo lo hace igual de mal, pero considero legítimo que al menos tengan la oportunidad de llevarnos la contraria.
Creo que, al fin,
lo que los estudios científicos pronostican es que la llamada civilización
occidental pasará a ser una instantánea que, al contrario de las que uno guarda
en su memoria, perderá nitidez con demasiado prontitud. Tal vez los haluros de
plata de esa fotografía sean los espermatozoides que vamos extraviando sin
control. Y sin haluros de plata, sencillamente, no hay fotografía.
_____
De POSTALES DESDE
EL HAFA (blog del autor), 23/02/2018
Fotografía: Pablo
Cerezal
No comments:
Post a Comment