ROCÍO ZARALLO MURGA
Debí decirle que
alejada de las exigencias que requiere el acto presente de la conversación, me
parezco más a mí misma cuando estoy sola ante una hoja de papel, que cuando me
cruzo con cualquiera por la calle. Que este supone el principal motivo por el que
la escritura nunca ha dejado de estar presente en mi vida desde la niñez, pese
a que todo a mi alrededor siempre ha sido susceptible a desaparecer. Incluso
podría haber admitido en aquella mesa y delante de todos, que no me resulta
fácil asumir una vida mediocre. Podría haberle explicado que me asusta consumir
mi existencia sabiendo que no dejaré huella alguna, y que por algún motivo
encuentro en compartir fragmentos de mis diarios o algunos de mis pensamientos,
alivio a ese miedo tan humano. Que no me importa lo bonito o lo feo que me haya
quedado un texto porque a mi modo de entenderlo, la confesión del alma no debe
estar sujeta al agrado intelectual. Escribo porque hacerlo es la mejor terapia
que conozco. Y en ocasiones lo comparto porque encuentro que un cuadro olvidado
en una habitación oscura, no es un cuadro del todo: necesita de alguien que lo
admire para completar su sentido. Porque si hay tan sólo una persona que te
comprenda, habrá merecido la pena hacerlo. Porque encontrar afines es necesario
para quienes formamos parte de la minoría.
Cuando me
preguntó riendo en aquella rancia comida si acaso el objetivo de publicar mis
reflexiones por aquí no se limitaba a vender una imagen, debí decirle que ese
diagnóstico tan superficial sólo puede provenir de alguien que ni hace, ni
consume arte, o de alguien que carece de la suficiente sensibilidad para
comprender el movimiento interior que impulsa a las personas a expresarse y a
su necesidad de hacerlo.
Quizá debí
decirle todas estas cosas, pero en lugar de eso, marqué media sonrisa y en
silencio, agarré mi copa para enjuagar su insolente osadía en vino. Una vez
más.
No comments:
Post a Comment