ÁLVARO CORTINA
A la vuelta de su
segundo viaje a Francia en 1920, la pintora Tarsila do Amaral no volverá a ver
del mismo modo su São Paulo natal. Se trajo la cafeína creativa de aquel
hervidero de novedades.
Aplicó las
enseñanzas constructivas del cubismo, del fauvismo y del surrealismo al
chamizo brasileño, a la floresta, a sus cielos cerúleos, a la negra exuberante.
Se llevó Tarsila do Amaral la vanguardia de lo elemental a la barroca América y
entendió todo lo local, todo lo primigenio, como un gran hallazgo estético.
La Fundación Juan
March acaba de inaugurar la primera exposición dedicada en España a Do Amaral (hasta
el 3 de mayo). La muestra se centra en los años 20, años que
median entre el descubrimiento de André Lothé y Fernand Léger y Juan Gris en la
Ciudad de las Luces, hasta 1931, cuando la artista viaja a la URSS.
Cincuenta obras
entre pinturas y dibujos en grafito o tinta china. Se incluyen además cuadros
de otros artistas de su círculo (Anita Malfatti o Cícero Días) o viejas
visiones del Brasil colonial (Frans Post o Albert Eckhout, ambos del siglo
XVII).
Tarsila do Amaral
se va depurando al frente de un movimiento de "reacción contra
todas las indigestiones de la sabiduría" (como dijo Oswald de
Andrade), que primero daría lugar a la 'Pau Brasil' y que culminaría con
'Antropofagia'. Testigo ya de la voladura de la vieja academia, no pudo menos
que sumarse a la tradición de la simplicidad definitiva, lo primitivo:
"Espero, en el campo, aprender con quienes aún no han sido corrompidos por
las academias".
Modernidad
deglutida por la tradición
En la segunda
mitad de los años 20 la pintora aplicará sus superficies de burbuja a las
visiones surrealistas. Ahí están 'Sueño' (1928) o 'Urutu' (1928). Todo
culminará con el elefantismo y la depuración de 'Antropofagia' (1929), su obra
emblemática.
Después de esto y
de su ruptura con su amante de esos años, Oswald de Andrade, Tarsila do Amaral
levantaría el ancla y se iría. Su nueva pareja, Osorio César, y ella se
van a la URSS invitados por el régimen. Una obra representativa de este
período, 'Operarios' (1931), redundante en la estética comunista, despide al
visitante en la sala de exposiciones de la Fundación Juan March. Pero en todo
caso, esos característicos paisajes de Brasil volverán a aparecer en su obra 10
años después, con su impronta abrasada y clorofílica, con el aspecto húmedo y
agresivo de lo que está recién pintado.
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De EL MUNDO
(España), 09/02/2009
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