(En apoyo a
Rilda Paco y repudio a mojigatos, bisoños y devotos de Torquemada)
Les encanta que
piensen en ellos como seres ideales, perfectos y humildes; se presentan así,
que trabajan todo el año, que se rompen el lomo y que necesitan quitarse el
estrés por medio del baile, ¡ah, pero no bailan en los antros, no, al
contrario: vuelven en antros a iglesias y calles durante una o dos veces al
año!; piensan que el mundo gira alrededor de sus buenas intenciones, las mismas
que solamente se plasman en sus modos de ostentar su esfuerzo por pertenecer a
un colectivo que cobra membresías y que los conduce por caminos de glamour
(pero que, quitando las cervezas, es pura fantasía, pirita, promesas de
cementero, hijos de cocalero, embarazos de intelectual); piensan que se los
tiene que respetar por encima de los demás, que sus inversiones en trago y en
trajes de moreno, diablo o caporal son la gloria, el último escaño de su
fatigoso ascenso social… Y no solo hablo de las personas que bailan en el
Carnaval de Oruro. Somos de una idiosincrasia peculiar, nos encanta emular
idealidad por medio de hitos que a los demás les vale un “pepino”; acá en La
Paz igual sucede. Recuerdo la vez que, siendo Gran Poder, iba en el micro 27 y
pasamos por una zona que celebraba, paralelamente, esa festividad tan bien
descrita por Juan Pablo Piñeiro. Estuvimos casi media hora rogando poder pasar
para subir a El Alto. Un tipo morado por cargar su traje de moreno y por la
dieta pro-diabetes que de seguro ya le pasó factura, le espetó al chófer, una
vez cortábamos su baile: “Yo puedo bailar al menos y no estoy de esclavo como
vos”.
Ostentar, hacer
que los demás nos digan: “Bien hecho, felicidades” y ser el centro de atención,
se ha vuelto crónico, casi patológico, en la población. Basta con ver los
vídeos de morenadas y la historia eterna que muestran en cada uno de sus
fotogramas: Pareja feliz que de pronto se separa entre lamentos con cerveza o
un whisky bien caro, el tipo no tiene panza, se viste con jeans y camisa
prístina, maneja un auto como el que usaba Paul Walker cuando se sacó la mierda
en 2013, nunca está despeinado, almuerza en palacios tipo hindúes pero que son
edificios con semicholets y lo rodean mujeres apetecibles; mientras, por otro
lado, la mujer separada sufre la ausencia del Macho Chinchilla Espalda
Plateada, por no decir gorila. En medio de la canción se lo ve al Chinchilla
rezando a un santo de estuco, sus expresiones son de “me sacrifico por mi
mamita/patrono”; ni Tonchy Antezana podría haber filmado algo más ridículo.
Así creen que es
su vida: como un clip lujoso y con “dignidad”.
Ya muchas veces
me topé con esa clase de personas. Esas que quieren enseñarte a ser como ellos,
que tienen la televisión más grande, que usan Blue-Ray y no DVD, que dicen
“hijo” a cualquiera, que de pronto se jactan de viajar a tal parte por negocios
para que los demás les tengan envidia, las que no poseen colores grises en su
visión del mundo: quien sigue su camino será exitoso, quien lo cuestiona le
tiene envidia, no hay otro camino para ellos. Tu envidia es mi bendición,
diciendo.
A veces, solo a
veces, los asalta la cordura y preguntan cómo carajos se cría a un adolescente,
cómo se les enseña a ser buenos ciudadanos en tanto a las nuevas tecnologías y
la peste que les enseñan en los colegios. “Quiere ser licenciado ingeniero y no
sé qué es eso; yo quiero que siga el negocio familiar nomás”, me dijo alguna
vez uno de estos personajes.
Vacíos, pues. No
hay otra forma de decirlo. Puedes bailar para la mamita del Socavón, para la de
Copacabana, para el Tata Santiago, para Santa Cecilia; puedes gastar tus
cientos de bolivianos gritando “¡Con fe y devoción, carajo!”, pero eso no quita
que seas lo que eres y cómo te enfrentarás al juicio del tiempo. No hay
diferencia, les digo, entre esos imbéciles que descuidan a sus hijos por quedar
bien en las redes sociales y los que trabajan como descosidos para mostrarse
geniales en entradas folklóricas.
Tras el caso
mediático de Rilda Paco, de su pintura de la virgen con tanga y medias nylon de
tono sobrio y la posterior reacción violenta de la gente “devota” de Oruro, las
redes sociales se han visto plagadas de muestras de apoyo a la artista y de
repudio por parte de los simpatizantes que creen que la virgen siguió siéndolo
después de parir a Jesús; insultos, amenazas, intentos por imponer lo moral o lo
correcto fueron las primeras repercusiones; en tanto que respuestas en arte
espontáneo y apoyo a Rilda fueron las posteriores reacciones. Una batalla que
quizá se mitigue con el tiempo, pero que demuestra otra cosa: a muchos les arde
el qué dirán.
Es como el bodrio
llamado libro de Marie France Perrin, “Extravaganza Andina”, mucho ruido para
semejantes higos en vez de nueces. Que hagas énfasis en la forma y no en el
alma de lo que quieres consolidar, que poses el sentido de lo que presentas y
olvidarte de lo que quieres a futuro, es un pedo en la oscuridad llamada
humanidad. Eso es al final el folklore sin fundamento en nuestro país. ¿Eres
devoto de la virgen? ¿Eres católico? ¿Crees que eres un buen ciudadano?
Entonces aporta tus cientos de bolivianos en algo mejor que bailar como mono,
invierte en devoción a nuestro país y a nuestra sociedad, y por amor de los
cielos y de la virgen, sea que tenga bóxer, tanga, cacheteros, bikini o un
lienzo tierno, ¡no mees ni vomites en las iglesias!
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De INMEDIACIONES, 26/02/2018
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