RODRIGO VILLEGAS
La violencia
parece ser, de una forma u otra, justificada. Cada acción conlleva a una
consecuencia, la consecuencia a otra acción, y así, quizá, sin premeditarlo, te
topas con lo inminente, y reaccionas, emerges, o te quedas de pie,
inmovilizado, pero la función ya está activada: la violencia se ha
desencadenado.
Debes cazar un
ciervo o a tu padre o a tu hijo; debes golpear a un niño por la espalda en
medio de la calle para liberarte de la tensión de sentirte burlado, humillado;
debes resignarte al olvido y provocación del ser que amas; debes lamer las
heridas abiertas de tus parejas ocasionales para mitigar el dolor que te
carcome el alma; debes continuar con tu revolución y enfrentar a la madre cada
vez que, con la puerta entreabierta, se retuerza en su cama recordando al
padre; debes transformarte en los animales que criaste, alimentaste y quisiste,
para verte desde la sumisión, desde el parentesco, desde lo heredado y
adoptado.
Explorar la
violencia así como se explora una caverna oscura, dentro donde desfallece tu
ser más preciado, escuchar sus gritos, tener apenas unos segundos para darle
alcance y salvarlo, o formar parte de las sombras. Debes enfrentar la violencia
aún al costo de ser absorbida por ella.
La violencia,
aquella que nos delata cada vez que el momento propicio aparece, se encuentra,
en sus diversas formas, en Iluminación, de Sebastián Antezana, libro de cuentos
poderosos que nos demuestran que la violencia no es una simiente, sino un caos,
un permanente tiempo de transformación, de elevación; elegir para sobrevivir.
Se publicó el año
pasado por la editorial El Cuervo – que ya publicó hace unos años su
novela El amor según (2011) –. Antezana, hasta el momento el
autor boliviano más joven en ganar el Premio Nacional de Novela con La
Toma del Manuscrito (2008, Alfaguara; 2016, Plural), conmueve por la
capacidad de detalle impuesta en sus textos. La precisión de cada palabra,
frase o párrafo, lo consolidan como uno de los autores más importantes de la
generación de narradores que ha ido engendrando nuestra tierra en los cuarenta
años.
Iluminación comprueba el trabajo narrativo de
Antezana. Un libro de pequeños relojitos bien planeados, bien configurados para
provocar al lector. Para impactar nuestras sensaciones. Y lo logra, bien que lo
logra.
Proteo,
cazador, el primer
cuento, trata acerca de un día de caza entre un padre (borracho, abandonado por
su esposa, la madre de su hijo) y su muchacho (tímido, triste). La caza de un
venado funde el tiempo y las personalidades de estos dos seres que han recibido
la huida y posterior muerte de la madre como una estocada intensa, desoladora.
El hombre, como se le ha impuesto, no debe llorar, al menos no sin alcohol. El
elixir eterno es el detonante de las emociones y de las cuales todo parece ser
perdonado. “Cuando estaba borracho insultaba a mi madre. ‘¡Puta! ¡Vieja de
mierda! ¡Vieja pelotuda!’ Pero era obvio que la quería y que su abandono y su
muerte lo habían arruinado”.
La distancia que
crece entre dos personas de la misma sangre, entre el creador y el creado, como
forma de verse entre sí: “Esa cosa, ese cuerpo era mi padre, carne que
respiraba, que traspiraba. Lo miraba con curiosidad, con temor. Tal Vez incluso
con amor”, se dice el hijo, percibe a su creador.
La precisión de
un lenguaje devorador. La solidez de un narrador que presiona al detalle hasta
encontrar la imagen perfecta, la película adecuada.
¿Se puede amar
con la intensidad de la juventud en la ancianidad? Es una pregunta que parece
hacernos Antezana con Viejos que miran porno, el segundo cuento,
quizá el mejor de la colección. Dos hombres con vidas solitarias se unen en una
relación de intimidad que no habían consumado, al parecer, con sus anteriores
parejas, mujeres u hombres. ¿Dónde encuentran la estabilidad, el mecanismo para
no perder de sí ese horizonte del cual no queremos desviar la mirada cuando
estamos enamorados? Ellos lo hacen con las cintas porno, videos que ven con las
manos entrelazadas, quizá imaginando por aquellos instantes que son los
protagonistas, que ocupan esos cuerpos atléticos, resabios de un ayer perdido,
simulacros de retomar el pasado y modificarlo.
“La intimidad
es desayunar, almorzar y cenar juntos, es hacerse compañía, crear ritmos
compartidos, hablar de planes, detalles, de dolencias y recuerdos, mientras la
vida se enquista en un núcleo a veces opaco, a veces translúcido”. Esa intimidad que se ve alterada por
la aparición del sucedáneo y complemento de todo amor furibundo: los celos. El
miedo a perder al ser amado, al trofeo de vida, nos convierte en hombres
débiles, nos lleva a considerar nuestros defectos y acrecentarlos, a sentirnos
parias, humanos afortunados y maldecidos por amparar el cariño de un ser
superior a nosotros.
“Sin
incorporarse, se queda unos minutos contemplándose las piernas, fofas y
lampiñas, abultadas aquí y allá por pequeños nódulos en los que el sistema
nervioso ha colapsado. Baja la mirada. En los pies, los dedos son expresiones
exageradas de la carne, formas hechas por el impulso descendiente de la piel
coronadas por uñas amarillentas y duras como la madera. Sube la mirada. El pene
no es más que un accidente, un nudo blanquecino y blando, de la mitad del
tamaño de un dedo, rodeado por brotes melancólicos de pelo gris. Se incorpora,
siente que es un hombre feo y deja escapar un suspiro de resignación”.
El envejecimiento
del cuerpo, la decadencia, la sangre que amenaza en coagularse. Pero los
sentimientos que pueden no irse, no aceptar el traspaso a otra estación, sino
aferrarse a ella como se pueda, incuso si tiene que cimentarse con su dosis de
sufrimiento.
En el
cuento Mi very own página en blanco un hombre de sesenta y
tantos años, divorciado, comienza una relación inesperada con una viuda que
tiene un extraño fetiche: lamer, chupar, absorber las heridas físicas de todos
sus amantes. En ello parece reencontrar a su marido, muerto en un accidente de
donde ella ha sobrevivido.
Un nuevo llamado
al dolor por la compañía, el pago que hacemos por sentirnos vivos, por
acariciar la vida. Un hombre que ampara en sus libros de ciencia ficción el
único resabio que le queda de felicidad, dispuesto a intentar de nuevo, de
palpar la convicción de pertenecer a una mujer, a un ser que respira.
“Hay algo
morboso e hipnótico en el asunto, algo violento y por eso seductor: ver desde
la seguridad de cierta distancia, desde esos bares, hoteles y estaciones en
órbita, cómo gran parte de la Tierra es devastada por la llegada del asteroide,
contra una manzana contra la que se dispara una pistola de alto calibre”. La posible destrucción del mundo
como la de uno mismo, esa espera certera del fin, ese no dejar de terminarse
hasta que todo esté finalmente acabado, por si hay un resabio de algo, o por
divisar y sentir la pérdida como parte de la experiencia de transitar.
De esta mujer que
lleva un bicho en su interior que no permite entregarlo todo a nadie, a pesar
de quererlo con todas las fuerzas. En Si contarlo está en tu poder,
Antezana maneja dos referentes simbólicos, dos historias alternas pero
complementadas con aquellas decisiones que están más allá de nosotros pero que
nos invaden y se apoderan de nuestros espíritus una vez hemos sido parte de
ellas.
“A veces lo
veía desesperado, frotándose contra los muebles y me parecía que necesitaba una
hembra, y entonces me daba pena por él y también por mí porque me traía
recuerdos”.
La mujer frente
al sexo. El hombre frente al sexo. La humanidad en busca de la trascendencia a
través de la descendencia.
“La tragedia
nos siempre tiene una dimensión heroica pero hace coro de la desgracia humana”.
La mujer del
jinete es también
otra revelación acerca del daño de la soledad, que proviene del amor perdido o
transfigurado. En el primero una mujer es testigo de cómo su esposo va
perdiendo la condición de sí mismo tras perder el control de su caballo e
impactar contra la tierra, mutando a El Oscuro, ser que no recuerda nada, menos
a ella. Un accidente propicia la desavenencia, y solo queda reivindicar la
derrota.
“Actuaba como
el tipo de mujer que quería ser, más una idea que una persona”. Esa espera a que la otra persona
retorne, incluso si nosotros tenemos que cambiar junto con ella.
Ante la Ley es un “homenaje” a Kafka (Cuento
publicado con anterioridad en Kafkaville, El Cuervo). A través de un resquicio
que queda siempre abierto intencionalmente o no (¿?), un hijo, “que
hace cada día la revolución”, ve a su madre “extrañando al
padre”, recordando el cuerpo del muerto a través de sus dedos en su
interior, contorsionándose como una gata, como alguien que espera que el padre
regrese en otro, quizá en el que la mira.
“La revolución
no es un espíritu uniforme, intocado por la razón y puro como la fe. La
revolución; cuando es manipulada y gestada por una fuerza invisible, e incluso
cuando ella se enciende espontáneamente como una cerilla en mitad de la noche,
es siempre sexualidad, la imperfección de la forma. Este es el día a día, esta
es la normalidad. Este es el destino, el sino perverso que los espera a todos”.
El último
cuento, Animales de escritores norteamericanos, es una especie de
narrativa extraña, un tanto disímil de los anteriores, pero común en la
tentativa: la animalidad, la bestialidad como aliada y sucedánea a las
costumbres, a la cotidianidad.
Las mascotas de
Neil Gaiman, Flannery O’ Connor, Ernest Hemingway, relatan el tiempo compartido
con sus amos, sus esquizofrenias, actitudes, desatinos y debilidades. Una
especie de fragmentos biográficos de escritores polémicos pero reverenciados en
la mayor parte del mundo.
Animales que se
parecen mucho a sus dueños, y dueños que se parecen mucho a ellos. No sabemos
quiénes aprendieron de quienes. La simbiosis debió darse en el transcurso de
los pasos, de los años y de las notas. La animalidad como representación de
nuestras frustraciones y certezas.
En el último
lustro, en nuestro país se han publicado pocos libros ficcionales con una
perfección de lenguaje y construcción argumental, además de simbólica, como el
que ha visto la luz en nuestro país el año pasado. Pocos en el que el aliento
se disipa en la lectura y se estremece con las palabras que llegan hacia
nuestro consciente con la fuerza de un destello. Una, como es el título del
libro, Iluminación.
Pero todas
parecen ser excusas para contar algo más profundo, no detenernos solamente en
lo que acontece, en lo lineal, sino en el fondo, en lo que nos quiere revelar.
Rodrigo
Villegas Rodríguez es admirador de la sobrenaturalidad de los felinos y
paciente observador de anaqueles de libros usados.
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De INMEDIACIONES,
16/02/2018
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