CARLOS SORIA GALVARRO
Luis Huáscar
Cachín Antezana, profundo investigador de los temas literarios, al reflexionar
sobre el monumental diario del guerrillero de la independencia José Santos
Tambor Vargas, y compararlo con la novela Juan de la Rosa de Nataniel Aguirre,
planteaba una interrogante: ¿el texto de Vargas, siendo una auténtica narración
histórica (de “representación”), podrá arraigarse socialmente como en cierta
forma lo hizo el texto de Aguirre siendo apenas un relato de ficción (de
“imaginación”)? Extiendo el cuestionamiento de Cachín repitiendo una pregunta
que lancé en esta misma columna hace como un año: ¿ahora que se habla tanto de
descolonización, hay iniciativas concretas, sobre todo institucionales, para
promover el conocimiento de José Santos Vargas y su Diario, a fin de
“arraigarlos” en la imaginación popular?
Partía del hecho
verificable de que toda sociedad construye sus creencias por lo general a
partir de hechos y/o personajes reales. Por eso tenemos un Túpac Katari que
proclamó que volvería y sería millones, un Pedro Domingo Murillo que dejó una
tea encendida que nadie podría apagar, unas heroínas de la Coronilla que
regaron con su sangre el camino de la independencia y nos legaron un magnífico
pretexto para homenajear a las madres, un Abaroa que les mentó la abuela a
quienes le intimaron rendición, o un Andrés Ibáñez fusilado en Santa Cruz por
socialista igualitario. Sospecho que es natural que en el proceso de formación
de estas creencias intervenga la imaginación en dosis difíciles de precisar. A
veces, inconsciente y otras deliberadamente se exageran cualidades y virtudes
de los héroes, se borran o atenúan sus defectos, hasta convertirlos en seres
mitológicos, alejados del dato histórico verificable. Pero esos hombres y
mujeres fueron de carne y hueso, existieron en la vida real, no son seres
inventados. Y ése es el caso precisamente de José Santos Vargas.
La pregunta
vuelve a rondar por mi cabeza estos días ante las recientes celebraciones de la
efeméride cívica de Oruro, en las que estuvo ausente cualquier mención
destacada sobre el guerrillero y cronista de la Guerra de la Independencia,
nacido y criado hasta la adolescencia en esa ciudad altiplánica. Se me ocurre
una conclusión anticipada: es muy poco, y a todas luces insuficiente, lo que se
hace por rescatar del olvido no solo a José Santos Vargas y su fascinante
diario, que abarca 10 años de lucha, sino también en general a la guerrilla,
con su pléyade de próceres mestizos e indígenas, tanto o más olvidados que el
propio Vargas. Sicasica y Ayopaya fue la única “republiqueta” que se mantuvo en
pie de guerra hasta la llegada de las tropas colombianas comandadas por Sucre,
después de la batalla de Ayacucho.
Un recuento de lo
hecho hasta aquí nos muestra un busto en la avenida Busch y un colegio que
lleva su nombre en la zona de Pasankeri, ambos en La Paz; y una escuela de
músicos militares en Oruro. El monumento en la misma ciudad, cuya “piedra
fundamental” colocó el presidente Morales en 2012, nunca se construyó, aunque
la Alcaldía hizo una modesta efigie del patriota cerca de un mercado. En 2007
la historiadora francesa Marie-Daniele Demélas luego de muchos años de estudio
publicó en la ciudad de La Paz Nacimiento de la guerra de Guerrilla: el diario
de José Santos Vargas (1814-1825), en 2009 la Unesco declaró este documento
Memoria del Mundo; y en 2012 Ramón Rocha hizo un intento, según algunos
fallido, de llevar el personaje a una novela.
A las dos
ediciones anteriores del diario, completamente agotadas (Siglo XXI de México,
1982 y ABNB-FCBCB-Plural de La Paz, 2008), se suma la de la Biblioteca
Boliviana del Bicentenario (BBB, 2016), con un estudio introductorio a cargo
del historiador Roger Mamani Siñani. ¡Enhorabuena por esta nueva edición! Pero,
dados los tiempos actuales, para que el Tambor eche raíces, hace falta que dé
un salto al mundo de la imagen y de la circulación digital. ¿Quién o
quiénes serán capaces de impulsarlo?
____
Del blog personal del autor
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