Saturday, February 10, 2018

Nadie lloraba tras el coche fúnebre del Père Ubú


GUILLAUME APOLLINAIRE

Jarry murió el 1º de Noviembre, y el 3 nos reunimos unas cincuenta personas para acompañar su entierro. Los rostros no estaban muy tristes y solamente Fagus, Thadée Natanson y Octave Mirbeau tenían un muy ligero aire fúnebre. Sin embargo, todo el mundo sentía vivamente la desaparición del gran escritor y del muchacho encantador que fue Jarry. Pero hay muertos que se lamentan de otro modo que por las lágrimas. No se vieron muchas plañideras en el entierro de Folengo, ni en el de Rabelais, ni en el de Swift. Tampoco eran necesarias en el de Jarry. Semejantes muertos no han tenido nunca nada de común con el dolor. Sus sufrimientos jamás han estado mezclados de tristeza. Para tales funerales es necesario que cada uno dé muestras de un feliz orgullo por haber conocido a un hombre que no ha sentido nunca la necesidad de preocuparse de las miserias que le abruman a él como a los demás.

No, nadie lloraba tras el coche fúnebre del Père Ubú. Y  como era domingo, el día siguiente de los Muertos, todos aquellos que habían estado en el cementerio de Bagneux, al llegar la tarde habían entrado en los ventorrillos de los alrededores. Estos rebosaban de gente. Se cantaba, se bebía, se comían fiambres: cuadro truculento como una descripción imaginada por aquel a quien habíamos dado tierra.

Recuerdos de Alfred Jarry
Noviembre de 1909

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De CALLE DEL ORCO, 10/02/2018

Imagen: Père Ubú

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