JORGE MUZAM
Esto de los
ataques entre escritores es asunto recurrente. La solemne actitud que exponen
en público, se transforma, apenas avistado un enemigo, en fiera postura de
borracho de bar.
En Chile ardió
una larga guerrilla literaria. Tres colosos que no se soportaron, que se
pegaron, que se necesitaron, que nunca se perdonaron: De Rokha, Neruda y
Huidobro.
Pablo de Rokha entraba al ring como un peso pesado que embestía sin dar en el blanco. Neruda era maletero. Huidobro escurridizo.
Pablo de Rokha entraba al ring como un peso pesado que embestía sin dar en el blanco. Neruda era maletero. Huidobro escurridizo.
"Gallipavo
senil y cogotero
de una poesía
sucia, de macacos,
tienes la
panza hinchada de dinero.
Astuto, ruin,
tarado, voz gangosa,
saqueas a la
U.R.S.S envilecido
con la
tremenda mano estropajosa", fue lo más suave que le escribió De
Rokha a Neruda.
Neruda, por su
parte, dedicó extensos poemas a burlarse de De Rokha, a quien le llamaba Perico
de los Palothes, poeta gesticulador y matón intelectual. Fueron treinta años de
desenfrenada guerrilla literaria, a la que entraba periódicamente a combatir el
poeta Vicente Huidobro. Una especie de "todos contra todos", y con
los seguidores de cada uno agarrándose a coscachos en las esquinas de la
república.
El escritor estadounidense
Paul Theroux se refirió en cierta ocasión a Michel Houellebecq como "el
tipo de escritorzuelo desagradable, abusivo, intolerante y sin talento. Podría
estar despotricando en una pocilga francesa. No creo que lo necesitemos para
definir las relaciones entre mujeres y hombres".
A Virginia Woolf
no le impresionó la figura fundacional de Mark Twain: “Un gacetillero que no
habrían calificado ni de quinta en Europa. Les tomó el pelo a unos cuantas
momias literarias salpicando sus textos aquí y allá con algunas dosis de color
local, las suficientes para intrigar a frívolos y flojos”.
El poeta W. H.
Auden lanzó un misil de baja altura: “Creo que Robert Browning no fue bueno en
la cama.”
La lengua bífida
de Truman Capote no se quedó atrás a la hora de introducir su cizaña en el
corazón de muchos egos gigantes de la literatura contemporánea. De André Gide
dijo: "Bueno, tú sabes que Gide era el editor de (la editorial) Gallimard
cuando a Proust le rechazaron "En busca del tiempo perdido". Proust
tuvo que publicarlo por sus propios medios. Gide tuvo que morir de la
humillación porque él tuvo que haber leído el manuscrito y rechazarlo. ¿Puedes
imaginarte al viejo flojo ese? Era tan ansioso que a sus años iba persiguiendo
quinceañeros por toda Taormina".
De la escritora
Joyce Carol Oates opinó: "Ella hace todos los graffiti de los baños
públicos de hombres y mujeres desde aquí hasta California, de ida y vuelta
pasando por Seattle. Para mí ella es la más despreciable criatura de Estados
Unidos".
Con Hunter S.
Thompson es particularmente cruel: "No sé si es un copión de Tom Wolfe.
Aunque estoy seguro que Tom Wolfe no es un copión de él".
A William
Faulkner lo intenta empequeñecer: "No soy un gran admirador de Faulkner.
Nunca ha tenido ni la más pequeña influencia sobre mí. Me gustan tres o cuatro
cuentos cortos de "That evening sun" y su novela "Luz en
agosto". Pero la mayor parte de su obra es altamente confusa (...) A él lo
conocí muy bien. Era un gran amigo mío. Bueno, tan amigo como se podía serlo de
él si no eras una ninfa de catorce años".
Nabokov no
respetaba a Beckett: “Todo es tan gris e incómodo que al final parece que sufre
constantes malestares de vejiga, como le pasa a la gente mayor cuando duerme”.
Con Dostoievski no fue particularmente dadivoso: "Un escritor mediocre;
con destellos de excelente humor, separados desgraciadamente, por desiertos de
vulgaridad literaria”.
John Irving retrata a Hemingway como un escritor sobrevalorado y simplón: “Siempre he odiado a Hemingway. Me causaba vergüenza como escritor y como hombre. Y su manera de representar la masculinidad me parece un chiste. Él no era boxeador, era un alcohólico sobrevalorado que, además, es responsable de la ola literaria de todos sus imitadores. A mí me gustan las frases largas y los personajes complejos, y la mayor profundidad que consiguió Hemingway fue crear un personaje que era incapaz de tener una erección. Así que Hemingway es el mayor fraude de la historia. Como hombre y como escritor”.
Otro caso
llamativo es el del Premio Nobel búlgaro Elías Canetti. Herido por las
constantes infidelidades de su joven amante, la escritora Iris Murdoch, la
retrató de esta forma: "podría definirse a Iris Murdoch como el ragú de Oxford.
Cuanto aborrezco de la vida está representado por ella". Nunca le
reconoció un mérito literario y más bien la trató en repetidas veces de
"trepadora". En sus memorias la criticó por su facilidad para
desnudarse y la describió como una coleccionista de amantes, a los que escogía
de acuerdo con lo que podía aprender de ellos, "como un ama de casa que va
de compras". Su relación, afirma, fue sexo a cambio de una conversación
unilateral. Ella se excitaba imaginándolo como un pirata, pero la ladrona era ella
misma, que robaba a cada amante "no sus corazones, sino su esperma y sus
mentes".
Si fue duro con
ella, más lo fue con el poeta inglés T.S.Eliot, que representaba para Canetti
la decadencia de la literatura en lengua inglesa. Un tipo al que sólo lo movía
el dinero. Su descripción de Eliot es violenta: "Un libertino de la nada,
mozo de Hegel, difamador de Dante... de labios finos, de corazón frío,
prematuramente viejo, tan indigno de William Blake como de Goethe... ni gato,
ni pájaro, ni sapo, más bien topo".
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De CUADERNOS DE
LA IRA (blog del autor)
Imagen: Iris Murdoch
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