Saturday, February 24, 2018

Botellazos callejeros entre escritores


JORGE MUZAM

Esto de los ataques entre escritores es asunto recurrente. La solemne actitud que exponen en público, se transforma, apenas avistado un enemigo, en fiera postura de borracho de bar.

En Chile ardió una larga guerrilla literaria. Tres colosos que no se soportaron, que se pegaron, que se necesitaron, que nunca se perdonaron: De Rokha, Neruda y Huidobro.

Pablo de Rokha entraba al ring como un peso pesado que embestía sin dar en el blanco. Neruda era maletero. Huidobro escurridizo. 

"Gallipavo senil y cogotero
de una poesía sucia, de macacos,
tienes la panza hinchada de dinero.

Astuto, ruin, tarado, voz gangosa,
saqueas a la U.R.S.S envilecido
con la tremenda mano estropajosa",  fue lo más suave que le escribió De Rokha a Neruda.

Neruda, por su parte, dedicó extensos poemas a burlarse de De Rokha, a quien le llamaba Perico de los Palothes, poeta gesticulador y matón intelectual. Fueron treinta años de desenfrenada guerrilla literaria, a la que entraba periódicamente a combatir el poeta Vicente Huidobro. Una especie de "todos contra todos", y con los seguidores de cada uno agarrándose a coscachos en las esquinas de la república.

El escritor estadounidense Paul Theroux se refirió en cierta ocasión a Michel Houellebecq como "el tipo de escritorzuelo desagradable, abusivo, intolerante y sin talento. Podría estar despotricando en una pocilga francesa. No creo que lo necesitemos para definir las relaciones entre mujeres y hombres".

A Virginia Woolf no le impresionó la figura fundacional de Mark Twain: “Un gacetillero que no habrían calificado ni de quinta en Europa. Les tomó el pelo a unos cuantas momias literarias salpicando sus textos aquí y allá con algunas dosis de color local, las suficientes para intrigar a frívolos y flojos”.

El poeta W. H. Auden lanzó un misil de baja altura: “Creo que Robert Browning no fue bueno en la cama.” 

La lengua bífida de Truman Capote no se quedó atrás a la hora de introducir su cizaña en el corazón de muchos egos gigantes de la literatura contemporánea. De André Gide dijo: "Bueno, tú sabes que Gide era el editor de (la editorial) Gallimard cuando a Proust le rechazaron "En busca del tiempo perdido". Proust tuvo que publicarlo por sus propios medios. Gide tuvo que morir de la humillación porque él tuvo que haber leído el manuscrito y rechazarlo. ¿Puedes imaginarte al viejo flojo ese? Era tan ansioso que a sus años iba persiguiendo quinceañeros por toda Taormina".

De la escritora Joyce Carol Oates opinó: "Ella hace todos los graffiti de los baños públicos de hombres y mujeres desde aquí hasta California, de ida y vuelta pasando por Seattle. Para mí ella es la más despreciable criatura de Estados Unidos".

Con Hunter S. Thompson es particularmente cruel: "No sé si es un copión de Tom Wolfe. Aunque estoy seguro que Tom Wolfe no es un copión de él".

A William Faulkner lo intenta empequeñecer: "No soy un gran admirador de Faulkner. Nunca ha tenido ni la más pequeña influencia sobre mí. Me gustan tres o cuatro cuentos cortos de "That evening sun" y su novela "Luz en agosto". Pero la mayor parte de su obra es altamente confusa (...) A él lo conocí muy bien. Era un gran amigo mío. Bueno, tan amigo como se podía serlo de él si no eras una ninfa de catorce años".

Nabokov no respetaba a Beckett: “Todo es tan gris e incómodo que al final parece que sufre constantes malestares de vejiga, como le pasa a la gente mayor cuando duerme”. Con Dostoievski no fue particularmente dadivoso: "Un escritor mediocre; con destellos de excelente humor, separados desgraciadamente, por desiertos de vulgaridad literaria”.

John Irving retrata a Hemingway como un escritor sobrevalorado y simplón: “Siempre he odiado a Hemingway. Me causaba vergüenza como escritor y como hombre. Y su manera de representar la masculinidad me parece un chiste. Él no era boxeador, era un alcohólico sobrevalorado que, además, es responsable de la ola literaria de todos sus imitadores. A mí me gustan las frases largas y los personajes complejos, y la mayor profundidad que consiguió Hemingway fue crear un personaje que era incapaz de tener una erección. Así que Hemingway es el mayor fraude de la historia.
Como hombre y como escritor”. 

Otro caso llamativo es el del Premio Nobel búlgaro Elías Canetti. Herido por las constantes infidelidades de su joven amante, la escritora Iris Murdoch, la retrató de esta forma: "podría definirse a Iris Murdoch como el ragú de Oxford. Cuanto aborrezco de la vida está representado por ella". Nunca le reconoció un mérito literario y más bien la trató en repetidas veces de "trepadora". En sus memorias la criticó por su facilidad para desnudarse y la describió como una coleccionista de amantes, a los que escogía de acuerdo con lo que podía aprender de ellos, "como un ama de casa que va de compras". Su relación, afirma, fue sexo a cambio de una conversación unilateral. Ella se excitaba imaginándolo como un pirata, pero la ladrona era ella misma, que robaba a cada amante "no sus corazones, sino su esperma y sus mentes".

Si fue duro con ella, más lo fue con el poeta inglés T.S.Eliot, que representaba para Canetti la decadencia de la literatura en lengua inglesa. Un tipo al que sólo lo movía el dinero. Su descripción de Eliot es violenta: "Un libertino de la nada, mozo de Hegel, difamador de Dante... de labios finos, de corazón frío, prematuramente viejo, tan indigno de William Blake como de Goethe... ni gato, ni pájaro, ni sapo, más bien topo".

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De CUADERNOS DE LA IRA (blog del autor) 

Imagen: Iris Murdoch

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