PAZ MARTÍNEZ
Viendo la tele me
entero del tiempo. Dicen que en Canarias caerá el copón bendito. Que los
arcángeles cambiarán su blanco plumaje por trajes de aguas de pescadores del
Gran Sol. Al ver por la ventana, el sol ciega mis jojos gallegos y la piel se
estremece al calorcito. Por el mar corren las liebres, por el monte las
sardinas. Tralará. La noticia continúa con una muchachita esperante, apostada
por donde entrarán lluvia y viento (afortunados ellos, que los hacen con piloto
automático) e imágenes de coches flotando en garajes y plazas. Qué bonito es el
mar mediterráneo, las vascongadas y el peñón de Ghibraltá. Tralará.
Creo que debería abandonar la tele en algún descampado porque comienzo a imaginar un torbellino arrancando las islas de cuajo, fondo marino y turistas incluidos, del santuario que fue en su día. Las afortunadas, las llamaba d. Sergio, mi profe franquista de 4º.
Creo que debería abandonar la tele en algún descampado porque comienzo a imaginar un torbellino arrancando las islas de cuajo, fondo marino y turistas incluidos, del santuario que fue en su día. Las afortunadas, las llamaba d. Sergio, mi profe franquista de 4º.
No puedo evitar
acordarme de Ilke, la vecina de mi antigua diáspora, que, al enterarse de mi
españolidad, se pegaba cual superglú para que le contara historias despaña, ese
Paraíso. No sé cómo imaginan ustedes a las islandesas, esta era blanquita,
ruborizada y regordeta y me gustaba su compañía porque me recordaba a Rosalía,
una pariente, que venía a constatar que la genética ha saltado de norte a sur y
de este a oeste, igualándonos. Ilke era de voz chillona, rubísima, apasionada y
se sabía feucha. Su hermana se había quedado con el gen bueno, decía, pero ella
tenía todo lo demás. A Ilke le apasionaban las Canarias, como a medio Islandia,
y a la primera oportunidad, se largó y se quedó. Apareció años más tarde, en
navidad, con tres churumbeles morenos y un marido medio atontolinado pero
forrado de pasta. Apenas era reconocible. Se había teñido el pelo de negro y
estilizado la figura aunque, el soniquete, no había variado en absoluto.
"Ahora soy una señora", me dijo, "Él es un cabrón mujeriego,
pero no sabe que me he tirado a media isla y alrededores. Cuando encuentre a
uno que me guste, me divorcio y punto".
Imagino el
estupor de Ilke al saber que tan sólo podrá zumbarse a sus primos. El de los
redonditos usuarios de las piscinas artificiales, cuando se den cuenta que
están rotando rumbo al olvidado norte, donde la luz y el color primaveral se
han instalado. A los camareros canarios, anonadados por tener que servir copas
a osos polares y sus sueldos y horarios, ahora son los oficiales.
En fin, lo dicho, he apagado la tele.
En fin, lo dicho, he apagado la tele.
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Imagen: Edolo Masci/Sex Symbol, 1961
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