ERNESTO COBOS
(fragmento de una
carta a una editorial)
Es curioso lo que
sucede en la actualidad. Creo que, cual cambalache del nuevo milenio, todo está
mezclado en la gran batidora de internet. De esta manera, autores y escritores
noveles reptan por las redes sociales en busca, unos de éxito y renombre, y otros
de lectores o reconocimiento. Los autores de género quieren vender sus
títulos y poco importa si es con el apoyo de una editorial o una plataforma de
autoedición: todo sea por vender. Sin embargo, el escritor golpea una y otra
vez a las puertas de las editoriales y acumula textos sin advertir que ya todo
ha cambiado. O casi todo.
También el
escritor hurga en el océano de la red y ve con qué facilidad se publica en
estas plataformas de autoedición. Y por supuesto, cae, después de muchos
portazos, en la trampa de la autoedición. Y su obra, tras tanto tiempo de
esfuerzo dedicado a cincelarla, acaba por convertirse también en un producto
más, compartiendo vitrina virtual junto a libros (sí, tienen el formato de
libro, de manera que no hay más remedio que referirme a ellos de esa manera)
cuya única aspiración es la de venderse como esos productos de oferta que vemos
a la entrada de los supermercados. El autor no siente ningún respeto por lo que
ha escrito. No lo escribió desde las entrañas sino desde la parte más racional
de su mente. No buscaba sincerarse sino gustar, como cuando conocemos a una
persona especial y enseñamos siempre nuestra mejor cara. Pero la verdadera faz
es la que permanece a las sombras, casi siempre. No la enseñamos continuamente
por la sencilla razón de que pertenece a nuestro mundo interior. Lo bueno, lo
malo, lo vergonzoso está ahí, atesorado en nuestros recuerdos como en un viejo
arcón. A un escritor, estos secretos de la vida interior se le
escapan, y no necesariamente de forma inusitada. Lo hacen reencarnando en sus
personajes. Eso es algo que un escritor no puede (y en el fondo, no quiere)
controlar. Ahí está parte de la magia de escribir, y sin duda es algo que jamás
llegará a entender un autor de género. Puede que sea esta brecha lo más
saludable en esta, como dije antes, batidora de internet.
Por supuesto que
acabé por caer en todo esto. Harto del NO de las editoriales
tradicionales y del SÍ fácil de las pequeñas editoriales de
coedición decidí publicar una bilogía de corte autobiográfico en la librería
virtual de Amazon. Y además, para (en el fondo, claro) reírme de todo este
inframundo de autores ávidos de venta que además se autoproclaman
"escritores" como un niño que juega a ser bombero o policía, decidí
que las regalías (es que me entra la risa, de verdad, pero de las ganas de
llorar) las ingresaría en la cuenta de ACNUR, la agencia de la ONU para los
refugiados. Cada uno o dos meses publicaría dicho ingreso en feisbuc para
disipar cualquier duda. Me pareció legítimo viendo cómo estaba (y está) el
patio. Voy a ahorrarme el revelar cuantos libros vendí desde dicha publicación,
no vaya a ser que quien acabe llorando sea usted.
Pero no
importaba, mi libro estaba publicado. Era prácticamente invisible, pero estaba
publicado.
Y así como muchas
de las editoriales de autoedición (parece una contradicción pero no lo es)
invitan con atractivos eslogans a cumplir el sueño de publicar
un libro, yo, en el fondo, sentía que me había traicionado a mi mismo.
Que nada de eso era realmente cierto y que aquellos dos libros que tantos años
me había llevado escribir no se merecían ese maltrato: yo no me merecía ese
maltrato.
Porque yo no
necesitaba halagar mi vanidad frente a mis amigos con un libro impreso en las
manos. Yo no tenía que cumplir "ningún sueño". Lisa y llanamente
tenía algo que decir.
Me dije a mí
mismo (y en voz alta además) que no volvería a caer tan pérfidamente con
mi próximo libro.
Y aquí estamos,
aguardando el final del invierno.
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De CRÓNICA DE UN
HOMBRE INVERNAL (blog del autor), 12/02/2018
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